sábado, mayo 27, 2017

¿Cuánta tierra necesita un hombre?, de Martin Veyron. Hasta donde la codicia se expande

En muchos casos, la narrativa rusa del siglo XIX orbitaba alrededor de conceptos morales amplios, la culpa en Crimen y castigo o la pasión desordenada en Ana Karenina, por ejemplo. Es ese el caso también de Cuánta tierra necesita un hombre, el cuento de León Tolstói, que hace de la codicia y la pequeñez de la existencia el punto sobre el que pivota su trama.
El de Martin Veyron es uno de esos nombres clásicos autores franceses que toda una generación de lectores recordamos por sus apariciones frecuentes en revistas como Címoc o El víbora. Sus historias estaban cargadas de diálogos y relaciones, también morales, en las que se entretejían el sexo, los conflictos interpersonales y el desamor. Un tipo de autor, Veyron, que como Gerard Lauzier, conectaba el cómic con una forma muy francesa de entender el arte y la cultura, emparentada por ejemplo con el cine de la Nouvelle Vague.
Le habíamos perdido la pista a Martin Veyron hasta que ha llegado a nuestra manos este Cuánta tierra necesita un hombre. Se parece en poco al autor que recordábamos, sobre todo en el plano gráfico. Aquellas escenas cotidianas de línea clara, planos cerrados y entornos íntimos, han dejado paso ahora a un cómic que respira en un contexto rural de grandes espacios abiertos. Abunda el nuevo trabajo de Veyron en escenas paisajistas y estampas de bosques, lagos helados, trigales y estepas. Esos paisaje rurales latifundistas que tan importantes fueron en la narrativa de Tolstói y a los que el propio autor regresó en su vejez cuando la tierra ya no estaba en manos de los grandes terratenientes imperiales. De este modo, el propio escritor respondió a la pregunta de su cuento cuando abandonó todo cuanto tenía (incluida su familia), se despojó de posesiones y de los oropeles de la fama, y regresó a la vida sencilla del campo.
Esa idea esconde, en realidad, la historia y el trasfondo de Cuánta tierra necesita un hombre. La historia pequeña de Pajom, granjero y vecino de una aldea siberiana, que vive al día con su familia gracias a sus animales y una pequeña parcela para alimentarlos. La suya es también la historia de sus vecinos, con quienes comparte penurias y lindes con las vastas posesiones de otra vecina, una noble boyarda que hace ojos ciegos a las constantes intromisiones de sus vecinos en sus tierras de pasto, a los capturas que éstos pescan en los ríos de su propiedad y a los árboles que talan de sus bosques. Un día, sin embarga, la boyarda, por mediación de su hijo Andreï, contrata un capataz para que vigile sus latifundios y propiedades. Ese será el punto de inflexión decisivo en la vida de Pajom, su familia y sus vecinos.
Para recrear la historia de Tolstoi, Veyron recurre a un convincente realismo de líneas sueltas y ágiles que, en algunos momentos, nos recuerda al trazo de Blain y en otras ocasiones al estilo naturalista de Rubén Pellejero. Su recreación de los paisajes rurales y de las grandes planicias siberianas es de una belleza sobrecogedora, pero íntima y sencilla. El recorrido del protagonista por los paisajes de la Rusia antigua está subrayado por secuencias mudas de bellas postales que, por momentos, transforman una historia costumbrista con moraleja en un cómic de viajes y de miradas. Un disfrute para el lector-pasajero de unas viñetas con historia y con mensaje.
Monsieur Veyron, ha sido un placer el reencuentro.

viernes, mayo 19, 2017

Iron Fist, la serie. Puño de plomo

Frente al cacao-maravillao-multivérsico hacia el que parecen encaminarse las adaptaciones cinematográficas del género superheroico, el trasvase televisivo de la noción de crossover que está llevando a cabo Netflix sobre la base del Universo Marvel nos estaba creando muchas expectativas. Ya saben, la aparición de Luke Cage en la serie dedicada a Jessica Jones, la de The Punisher en Daredevil o la presencia de esa doctora Claire Temple, protagonizada por Rosario Dawson, que con su aparición en todas las franquicias enhebra todas las sagas abiertas dentro de una misma realidad ficcional.
Con esta idea en mente, comenzamos a ver Iron Fist, la serie de Scott Buck basada en el personaje creado por ese gigante del cómic que fue Gil Kane y ese otro que sigue siendo Roy Thomas. Los dos primeros episodios nos parecieron prometedores. Teníamos la sensación de que la serie intentaba de algún modo capturar el tono de la excelente adaptación que del superhéroe hicieron hace diez años Ed Brubaker, Matt Fraction y David Aja (¡qué tres!); y cuyo mejor nivel duró hasta que el último de ellos abandonó el puesto de dibujante de la misma. El interés por la adaptación televisiva nos ha durado mucho menos.
Aunque la serie tiene varios hallazgos en la elección de reparto, en su ambientación y en la fidelidad a la idea original, tenemos la sensación de que a Netflix se le está yendo la mano con su insistencia en la personalidad torturada y angustiosa del superhéroe; que en el caso de las adaptaciones televisivas suele traducirse en la elección de actores blanditos (véanse Charlie Cox en Daredevil o Finn Jones en esta Iron Fist) y en el repertorio de pucheros y gestos toruturados que esgrimen sus personajes. Seguramente la imagen de querubín rubio con ojos azules de Jones no haya sido la mejor elección para este Iron Fist.
Tampoco acaba de funcionar el ritmo narrativo de la serie. Es más, por momentos resulta un tanto plomiza la insistencia en el elemento corporativo de Industrias Rand y los enredos de la familia Meachum.
La apuesta de Netflix por la actualización del Universo Marvel (en una suerte de revisión ultimate catódica) y su búsqueda de una sobria verosimilitud adaptada al tiempo presente, tiene como contrapartida una dosificación de la acción que, en bastantes momentos, termina por desconectar al espectador de la fantasía superheroica. En ninguna de las series de Netflix es este hecho más evidente que en Iron Fist. Es más, en ese ánimo "realista" las menciones a La Mano y a K'un-Lun terminan chirriando y nos suenan (nos van a perdonar la broma) a chino.
Acabamos de comenzar ahora con Legión (la serie de Noah Hawley para FX), también de la factoría Marvel. Hasta ahora la cosa tiene una pinta bárbara. Crucemos los dedos.

viernes, mayo 12, 2017

La novela gráfica española y la memoria recuperada

http://edizionicafoscari.unive.it/it/edizioni/libri/978-88-6969-145-4/
Acabamos de publicar un estudio en el libro Historieta o Cómic. Biografía de la narración gráfica en España, de Edizioni Ca’ Foscar (editado por Alessandro Scarsella, Katiuscia Darici y Alice Favaro). En él, tenemos el honor de compartir páginas con investigadores de la talla de Antonio Martín o Manuel Barrero, así que no podemos estar más satisfechos. Se pueden ustedes descargar el libro en pdf de forma gratuita.
Este es el -creemos- interesante índice de la obra:
 
En nuestra colaboración hemos intentado acercarnos al fenómeno de la memoria histórica y al modo en que algunos creadores contemporáneos están llevando a cabo una labor que debería estar encabezada por las autoridades políticas y por una administración que se demuestra temerosa, arbitraria e injusta. Una sociedad difícilmente puede avanzar si no se cierran las heridas, se resarce a las víctimas y se pide perdón por los errores cometidos. Fundamentos de base que, frente a ejemplos muy recientes (como los de Argentina y Chile), o más lejanos en el tiempo (el ejemplo obvio de Alemania), en nuestro país  siguen sin afrontarse o resolverse. De todo ello hablamos en "La novela gráfica española y la memoria recuperada", cuyo texto arrancan así:
Concluida la Guerra Civil Española, el gobierno franquista en el poder llevó a cabo una política de purga y exterminio contra los supervivientes del ejército republicano derrotado y aquellos ciudadanos que habían colaborado con él o simplemente se habían mostrado desafectos hacia la causa del régimen. La historia de estos represaliados ha permanecido silenciada y ‘enterrada’ durante décadas en el olvido y en miles de fosas comunes. La Ley de la Memoria Histórica aprobada por el Parlamento Español en 2007 intentaba reparar y reconocer a las victimas de la Guerra Civil y el franquismo, sin embargo, su recorrido fue tan breve como el alcance de su puesta en práctica.
En nuestro estudio nos referiremos a este proceso político fallido y a cómo el espíritu de la iniciativa pervive gracias a actuaciones individuales y proyectos artísticos/culturales. Llevaremos a cabo un recorrido somero por aquellos cómics de postguerra que, de algún modo, se refirieron a los efectos del conflicto sobre los derrotados de Guerra Civil, hasta llegar al auge presente de la novela gráfica. Nos centraremos en una serie cómics que abordan los efectos de la Guerra Civil y de la dictadura en el bando de los perdedores; obras como El arte de volar, Los surcos del azar o Un médico novato, que a su manera funcionan como ejercicios reales de recuperación de la memoria histórica.