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En Ciudad Tesoro sobreviven los hermanos Kuro (Negro) y Shiro (Blanco), conocidos como los “Gatos”. Porque eso son, dos gatos callejeros que habitan en azoteas, saltan entre cornisas y cometen pequeñas fechorías alimenticias; dos gatos resabiados de ciudad que intentar proteger su territorio con uñas y colmillos afilados. Kuro, el mayor, es un joven arisco, sombrío y protector; su hermano Shiro es el niño inmaduro, inconsciente, eternamente feliz y resiliente ante un entorno que invita más a la supervivencia que al optimismo. Ambos representan una imagen de la juventud como dualidad simbólica: inocencia frente a rebeldía, fantasía frente a realidad, verano frente a invierno.
Con estos mimbres futuristas, Arias construye una fábula vertiginosa y violenta, en la que conviven empresarios corruptos, yakuzas, policías desbordados, bandas callejeras y sanguinarios humanoides casi indestructibles, mientras en el cielo azul sigue brillando el sol. La reestructuración urbanística de Ciudad Tesoro movilizará a los Gatos en su defensa, pero, paradójicamente, también a sus habitantes menos recomendables; todos ellos reconocen que en su lucha no importa tanto preservar una geografía como una forma de vida que tiende a desaparecer bajo el peso del dinero, el combustible principal de la codicia humana. Al final, todo se reduce a esa lucha eterna entre la luz y la oscuridad.
En defensa de la Ciudad Tesoro no es una película sencilla; como tampoco suelen serlo los cómics de Matsumoto. Sus paisajes son tan intrincados como su línea narrativa, prolija en personajes, subtramas e insertos oníricos. La acción se alterna con la mirada nerviosa de una cámara que tan pronto se recrea con la descripción visual a vuelo de pájaro de los escenarios neobarrocos, como con los primeros planos contemplativos sobre detalles poéticos; un lirismo que también comparten ciertos diálogos y las reflexiones en voz alta de los protagonistas. Dicho lo cual, la cinta de Arias puede presumir de una energía visual y una personalidad estética que no dejará indiferente a ningún amante del anime exigente.
En defensa de la Ciudad Tesoro no es una película sencilla; como tampoco suelen serlo los cómics de Matsumoto. Sus paisajes son tan intrincados como su línea narrativa, prolija en personajes, subtramas e insertos oníricos. La acción se alterna con la mirada nerviosa de una cámara que tan pronto se recrea con la descripción visual a vuelo de pájaro de los escenarios neobarrocos, como con los primeros planos contemplativos sobre detalles poéticos; un lirismo que también comparten ciertos diálogos y las reflexiones en voz alta de los protagonistas. Dicho lo cual, la cinta de Arias puede presumir de una energía visual y una personalidad estética que no dejará indiferente a ningún amante del anime exigente.