Hemos disfrutado siempre del humor gráfico, periodístico o no. En estos tiempos en
los que los límites del ingenio están en cuestión y en los que "todos somos
Charlie Hebdo" hasta que nos mentan los clavos de (nuestro) Cristo,
estamos más convencidos que nunca de que el verdadero límite del humor está en
la inteligencia: la del humorista, pero sobre todo en la del lector. Como
estamos viendo últimamente, abundan los individuos que sólo entienden las gracias cuando
les tocan a otros o cuando no les dejan a ellos las vergüenzas al aire: de
mordazas está el infierno lleno y de cinturones de castidad la casa del putero.
Hablando de humor
inteligente, desde pequeños hemos admirado a esos dibujantes y artistas que no
entendían de censuras, ni miedos. Creadores que a través de la metáfora, la
paradoja o el símbolo se ciscaban en el fascista de turno, sin que el cafre
censor se oliera por dónde le llegaba la andanada de realidad y vergüenza.
Había muchos de ellos en algunas de las revistas españolas de postguerra, como La Codorniz: hablamos de los
Tono, Mihura y K-Hito; El Papus y muchas otras llegarían después.
Cómo no mencionar también a Quino,
antes, durante y después de Mafalda, que sigue luciendo modernísimo a la hora de desnudar las verguenzas de las instituciones y la indecente codicia de unos poderosos que no han cambiado nada en los últimos
cuarenta años.
¿Se acuerdan de Serre? Le adorábamos de chavales. Tenemos todavía alguna carpetilla azul marengo de aquellas, repleta de sus chistes recortados del dominical. Dentro de su visión surrealista y dislocada del deporte, la salud, la política o la sociedad siempre había hueco para la crítica y el bofetón contra las injusticias y el absurdo colectivo. Como pasaba también con las Ideas Negras de Franquin, si cabe, mucho más ácidas, absurdas e inmisericordes con los ritos sociales que todos los ejemplos anteriores.
Nos acordamos de todo esto y de tantos maestros gracias al descubrimiento reciente de un autor que encierra un poco de todos ellos, pero que despliega una colección de recursos realmente original, así como un lenguaje artístico rico y simbólico. Se llama Pawel Kuczynski, es natural de Szczecin (Polonia) y le dedica sus dardos envenenados a la modernidad supertecnológica e hipertrofiada que nos toca vivir. En sus "chistes" el ser humano parece caminar hacia la esclavitud del chip y el código binario o directamente hacia la autodestrucción ecológica; todos sometidos ante el Gran Hermano Corporativo que nos vende los enchufes y que apagará la luz cuando el ruido catódico suene demasiado alto o amenace tormenta.
¿Se acuerdan de Serre? Le adorábamos de chavales. Tenemos todavía alguna carpetilla azul marengo de aquellas, repleta de sus chistes recortados del dominical. Dentro de su visión surrealista y dislocada del deporte, la salud, la política o la sociedad siempre había hueco para la crítica y el bofetón contra las injusticias y el absurdo colectivo. Como pasaba también con las Ideas Negras de Franquin, si cabe, mucho más ácidas, absurdas e inmisericordes con los ritos sociales que todos los ejemplos anteriores.
Nos acordamos de todo esto y de tantos maestros gracias al descubrimiento reciente de un autor que encierra un poco de todos ellos, pero que despliega una colección de recursos realmente original, así como un lenguaje artístico rico y simbólico. Se llama Pawel Kuczynski, es natural de Szczecin (Polonia) y le dedica sus dardos envenenados a la modernidad supertecnológica e hipertrofiada que nos toca vivir. En sus "chistes" el ser humano parece caminar hacia la esclavitud del chip y el código binario o directamente hacia la autodestrucción ecológica; todos sometidos ante el Gran Hermano Corporativo que nos vende los enchufes y que apagará la luz cuando el ruido catódico suene demasiado alto o amenace tormenta.
Y de fondo, la idea
clásica y tenebrosa de que (como parece demostrar la realidad nuestra de cada
día) sólo somos peleles de trapo y paja que nos creemos Guy Fawkes redivivos con máscaras made in Moore, Lloyd & Cía. Títeres en manos, ahora
del FMI, luego de Bayern, Exxon o Bankia; y más tarde de la CEE tecnocrática,
la CIA, la Troika, el OPUS o la sigla primigenia que las parió a todas ellas.
Elimínenle el tono
airado al discurso, sustitúyanlo por la mirada inteligente y la ironía poética, y ahí lo
tienen, Pawel Kuczynski en estado puro.
Vía Pulso Ciudadano
Vía Pulso Ciudadano