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lunes, noviembre 05, 2012

Un viaje entre gitanos, de Guibert, Keller y Lemercier. Instantáneas de la miseria.

El fotógrafo es uno de nuestros cómics favoritos. Quizás por eso, nos acercamos a las páginas de Un viaje entre gitanos con ciertos prejuicios. A saber: el efecto sorpresa de la combinación interdiscursiva (fotos y viñetas en una misma secuencia) que supuso El fotógrafo dentro del mundo del cómic, ha desaparecido, o se ha amortiguado al menos. En segundo lugar, de aquella tripla que formaban el dibujante Emmanuel Guibert, el diseñador y colorista Frédéric Lemercier y el fotógrafo Didier Lefèvre, sólo repiten los dos primeros debido a la muerte de Lefèvre en 2007. Por último, a priori, el componente exótico del Afganistán pretalibán deja paso en este nuevo cómic a una realidad mucho más prosaica para un europeo, la de los gitanos más pobres que viven en una situación marginal. Así de injustos somos, resulta que cuanto más lejos nos pilla la miseria, más exótica se nos vuelve y más interés despierta en nosotros la descripción de su realidad.
Dejando los prejuicios a un lado, lo cierto es que Un viaje entre gitanos es una obra inferior a El fotógrafo por razones mucho más objetivas. Resulta más fragmentaria y episódica que aquella: la coherencia del viaje con un objetivo concreto que condicionaba la trama de El fotógrafo (un ejemplo clásico de búsqueda narrativa, the quest) desaparece en pos de una serie de brochazos descriptivos, una acumulación de episodios y vivencias, que si bien se presentan con cierta ordenación cronológica, terminan creando en el lector una sensación de dispersión acumulativa. Como en un cuadro expresionista con afanes costumbristas, el relato de Un viaje entre gitanos funciona al ritmo de los diferentes brochazos que trazan cada uno de los breves episodios que aglutinan la historia (la cual, insistimos, sí que está marcada por el recorrido más o menos cronológico de su protagonista: el fotógrafo Alain Keler).
Además, frente a la crónica mucho más objetiva de El fotógrafo, pesa en Un viaje entre gitanos el tono marcadamente subjetivo de un narrador que se posiciona claramente desde el primer momento. Una voz narrativa que subraya, critica y amonesta a partir de unos juicios de valor (en ocasiones acompañados de ciertas matizaciones sarcásticas) que no le permiten al lector otro análisis que el que ya viene dado por las propias páginas del cómic. De este modo, el relato pierde parte de la fuerza documental que aportan sus testimonios fotográficos, el relato de los acontecimientos y las propias motivaciones filantrópicas del tema.
Hasta aquí los peros. Porque, en realidad, Un viaje entre gitanos encierra también muchas virtudes. Venimos diciendo desde hace tiempo que el cómic, un cómic, además de ser un objeto cultural, es un lenguaje, un modelo discursivo que permite articular diversos temas y contenidos. Entre ellos, y esta obra es buena muestra de ello, la crónica social o el relato periodístico (del que Joe Sacco es máximo representante).
En este sentido, Un viaje entre gitanos resulta ser un excelente documento social, un testimonio visual y narrativo de una realidad que convive con nosotros, pero que nos empeñamos en barrer bajo las alfombras de nuestras ciudades metalizadas y digitalizadas. Es estimable que periodistas como Alain Keler se empeñen (literalmente) en mostrarnos la otra cara del espejo, la que encierra los horrores de la civilización. Cierto es que, como él mismo señala en su epílogo, "los lugares deprimentes gozan de un extra de felicidad cuando no se está deprimido, igual que los lugares felices tienen un extra de melancolía cuando se está triste", pero en ocasiones asomarse al abismo es también un ejercicio de salud ciudadana, más que un consuelo de tontos.
Los episodios dedicados a los poblados gitanos de Calabria y de Letanovce, en Eslovaquia, están llenos de vida, que no de vitalidad, y huelen a realidad en cada viñeta. Las palabras de Keler en el prólogo y el epílogo son tan sentidas que nos invitan a una reflexión honda. Y los dibujos de Guibert funcionan como un reloj a la hora de engranar el relato y cementar la argamasa narrativa que cohesiona los documentos fotográficos insertos. Guibert es un dibujante excelente, su realismo sobrio y esquemático tiene una fuerza descriptiva asombrosa y, siempre, dota de matices y contenido aquellas historias en las que se embarca el autor francés.
Ya lo ven, no faltan razones para acercarse a Un viaje entre gitanos, más allá de las siempre odiosas comparaciones.

lunes, julio 31, 2006

Guibert, Lefèvre y Lemercier. La fotografía de las viñetas.

Lo sé, ganó nuestro "amigo" Urosawa, pero no me digan ustedes que en lo más hondo de su corazoncito no anidaba el deseo oculto de que El fotógrafo se llevara el premio del Saló 2006. Recupero con la excusa la reseña del domingo 18 de diciembre del 2005.
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Después de tres páginas (que, todo sea dicho, sorprenden al lector no avisado), se desvela el primer secreto de El fotógrafo en sus rezagados títulos de crédito: “Una historia vivida, fotografiada y narrada por Didier Lefèvre.” “Escrita y dibujada por Emmanuel Guibert” y “Maqueteada y coloreada por Frédéric Lemercier.” ¿Demasiadas manos para un simple cómic? No se dejen engañar, El fotógrafo (obra llamada a copar los puestos de privilegio en las listas de los mejores cómics del 2005) es bastante más que un cómic y, desde luego, la simpleza no está entre sus muchos atributos.
“Me despido de todo el mundo, de la gente de Médicos Sin Fronteras. De mi madre, que se muda a Blomville. De mi abuela, de Bienchen, la perra. En el piso de París que mi madre acaba de dejar, fotografío la solitaria cadena de música. En fin, adiós París.” Así comienza uno de los experimentos comicográficos más audaces de los últimos años. El texto de esta primera página se complementa con diferentes series de fotografías montadas en tiras de contacto a partir de los negativos y con una única viñeta de un avión que se aleja, dibujada en la parte inferior. De este modo, arranca el viaje de Didier Lefèvre, la aventura que en 1986 le llevó a la primera de sus misiones fotográficas para la organización Médicos Sin Fronteras en Afganistán. El álbum, editado por Glénat (que acaba de publicar también el segundo volumen), funciona como registro documental del viaje de un fotógrafo por un territorio hostil que, en aquel momento, servía de escenario al conflicto que enfrentaba al ejército soviético, junto al gobierno comunista afgano, contra los resistentes muyahidines, que recibían a su vez apoyo por parte de diferentes gobiernos occidentales contrarios a la Rusia soviética. Todo un preludio histórico para ahondar en hechos que hoy día nos resultan lamentablemente familiares. En ese sentido, El fotógrafo se puede leer casi como un documento periodístico con una base antropológica: en sus páginas aprenderemos a entender los modos de vida y las costumbres de los pueblos vecinos al Indostán, y nos sorprenderemos junto al protagonista con las ceremonias y ritos culturales de unos pueblos que hasta hace poco se nos antojaban exóticos hasta en sus nombres.
Quizás, por esta leve inclinación hacia la crónica periodística en un territorio bélico, más de uno se habrá acordado de Joe Sacco, el dibujante-cronista de obras señeras como Gorazde, Palestina o El mediador (que no hace tanto comentábamos en estas mismas páginas). El trabajo de Guibert, Lefèvre y Lemercier, ahonda sin duda en la línea abierta por aquel, en la utilización del cómic como vehículo idóneo para documentar y desvelar pedazos de realidad; sin embargo, la naturaleza formal y los mecanismos narrativos de El fotógrafo, discurren por unas sendas completamente diferentes a las que recorría Joe Sacco.
Precisamente es en la exposición narrativa donde encontramos muchas de las claves que hacen de éste un cómic especial. Porque si bien la obra alberga incuestionables valores documentales e incluso periodísticos, su técnica de montaje y narración, la convierten al mismo tiempo en cómic de aventuras, libro de viajes y safari fotográfico. El fotógrafo es cómic porque Emmanuel Guibert decidió contar la historia de un viaje, el de Fredéric Lemercier. Para ello, alternó sus dibujos con las fotografías de éste. El resultado es un asombroso ejercicio de estilo que nos conduce con fluidez desde las viñetas dibujadas por el propio Guibert a las instantáneas fotográficas de Lemercier, sin que el lector repare (por lo que respecta a su ritmo de lectura) en el ejercicio de equilibrismo que supone la transición discursiva.
El peso narrativo recae sobre los cartuchos de texto y los globos de diálogo que acompañan a las secuencias dibujadas. Las viñetas de Guibert son de una línea clara realista, sobria y esencial, evitando cualquier elemento redundante (en ocasiones el autor elimina incluso los fondos, dejando a sus personajes actuar sobre una viñeta vacía.) Esta desnudez y el uso del color (grandes superficies planas, con un predominio de los tonos ocres y apagados), favorece la transición cromática entre las partes dibujadas y las impresionantes secuencias fotografiadas en blanco y negro de la naturaleza y los poblados afganos (normalmente incorporadas a la narración en forma de series con varias fotografías sucesivas.) El material fotográfico funciona como valioso contrapunto descriptivo de la parte dibujada: si esta última sobrelleva el peso narrativo, las instantáneas de Lefèvre aportan el detalle, visualizan la crudeza del instante narrado y convierten el cuento en un fragmento de realidad sobrecogedora. Los muyahidines afganos pierden su barniz de personajes ficticios y se convierten en guerrilleros amenazantes; el caballo reventado por el esfuerzo al borde del camino se modela en carne agonizante y los tumores de las ancianas atendidas por los médicos nos hacen apartar la vista de las páginas por su cruda obviedad.
Y por debajo de los dibujos y las fotos, encontramos la narración emocionante del viaje, el relato de los lugares, de las costumbres afganas observadas y narradas por el “curioso observador”, por ese fotógrafo que es nuestro guía y nuestra mirada. Vemos a través del punto de vista de un viajero que nos hace partícipes de sus descubrimientos a tiempo real. Compartimos la mirada de un narrador que además nos invita a jugar a sus juegos privados de fotógrafo en busca del instante (y la instantánea) perfectos; un personaje-narrador-observador, este fotógrafo, que para nuestro deleite no se cansa de descubrir sus secretos a cada página.

Diferentes páginas de la edición francesa: 1, 2 y 3.