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lunes, enero 04, 2010

2009: constataciones, nuestros favoritos (IV)

Vamos a cerrar los fuegos artificiales navideños anuales con la traca final: la lista de lo mejor del 2009. Lo decimos siempre, pero vamos a insistir en lo obvio: ésta es una selección absolutamente subjetiva y, como tal, perfectamente imperfecta para todo aquel que disienta. No se admiten reclamaciones. Los que nos siguen, sabrán si han de hacer caso de nuestro criterio. Los que recién lleguen, que tomen nuestra selección como piedra de toque ante futuras recomendaciones y concesiones de confianza.
No obstante, tenemos la impresión de que este curso va a haber un consenso bastante generalizado en torno a lo que no debemos dejar de leer (de haber leído) del 2009. Lo nuestro, sin orden pero sí concierto, es:
Génesis (La Cúpula), de Robert Crumb: el genio vivo más grande del cómic. Quien, para nosotros, es uno de los artistas capitales del S.XX, reaparece en el ocaso de la primera década del S.XXI con una adaptación del texto más leído y vendido de la historia de "la literatura". Palabras grandilocuentes para describir una obra ingente y rodeada de datos que apoyan el carácter épico de la gesta: Crumb ha estado más de diez años dedicado en cuerpo y alma a la tarea, Génesis promete convertirse en uno de los cómics más vendidos de la historia, su fama está empezando a sobrepasar los límites del mercado comicográfico y, probablemente, no haya cómic en este 2009 del que se haya hablado más. Dicho lo cual, la adaptación de Crumb sorprende, sobre todo, porque no busca la sorpresa, ni la parodia, ni el golpe de efecto autorial. El norteamericano ha hecho una adaptación absolutamente literal del texto sagrado. Una trasposición textual y mucho más "realista" (en el plano gráfico) de lo que hubiera podido esperarse de él. El Génesis de Crumb puede ser tan aburrido o divertido de leer como lo sea el Génesis del Antiguo Testamento. Esto no es Crumb, dirán algunos de sus fans: lo paradójico es que Génesis es lo más Crumb que nunca ha hecho Crumb. Su recreación pasmante de los pasajes bíblicos, sin parodia añadida, resulta en una obra mucho más irónica, reveladora, procaz y ácida que cualquiera de sus pasadas sátiras intencionadas. Lean y posiciónense.
Catálogo de Novedades Acme (Random House Mondadori), de Chris Ware: si Crumb ha sido el referente para los creadores de cómic durante muchas décadas, Ware lo está siendo en el presente y lo será durante mucho tiempo. Su forma de entender el arte, su precisión de artista quirúrjico a corazón abierto, ha marcado el trabajo de muchos de los dibujantes que estamos leyendo y disfrutando estos días. Por eso, cada publicación de Ware se recibe como un acontecimiento. En su país natal, éstas se suceden con cierta periodicidad gracias a la Biblioteca Acme, aquí las tenemos que esperar con cuentagotas. Es complicado (casi misión imposible) traducir a otra lengua unos cómics cuyos materiales viven de la simbiosis perfecta entre forma y contenido: traducir a Ware supone redibujar parte de su trabajo (titulos, tipografía, lexías, didascalias...). La labor que ha hecho Mondadori (su rotuladora) con el Catálogo de Novedades Acme es de las de quitar el hipo. El libro-objeto-joya que hemos visto este 2009 en nuestras tierras compendia una muestra diáfana del talento de su autor, se trata de un falso recopilatorio, lleno de prodigios narrativos y piruetas visuales que explicitan hasta donde debe llegar el cómic en su búsqueda de caminos y soluciones. Ware es un manual de lenguaje comicográfico y cada trabajo suyo una excusa perfecta para invertir sobre seguro.
George Sprott 1984-1975 (Random House Mondadori), de Seth: hablando de Ware y su influencia. Seth se aparta parcialmente de su habitual desnudez gráfica, de su línea clara minimalista, para facturar una obra compleja, llena de matices, tanto visuales como conceptuales. George Sprott apareció publicado por entregas en The New York Times, no obstante, es su identidad como obra unitaria, completa, la que desvela sus hallazgos narrativos. No es la primera vez que el canadiense sustituye aquel slice of life autobiográfico, que le hizo popular (La vida está bien si no te rindes),  por el género de la falsa biografía. Pero frente a Ventiladores Clyde, George Sprott es un cómic mucho más maduro y trabajado: la vida de una veterana estrella televisiva le sirve a Seth para diseccionar las aristas de la existencia vital, la complejidad de la individualidad. A través de su personaje, descubrimos los misterios del éxito y el fracaso, las ambigüedades que nacen entre la imagen pública proyectada y la verdad íntima, la fina línea que separa el ruido del triunfo de la silenciosa soledad. George Sprott es un cómic biográfico, pero huye de la linea de la vida, o de la linealidad de su relato, podríamos decir. Los puntos de vista cambiantes, la atención al detalle no revelado, la multisecuencialidad, el empleo de la simultaneidad en todos los niveles de la narración, conducen a esta historia, preciosamente dibujada, hacia la sorprendente derrota de la narración omnisciente y la revelación de una falsa ficción que huele a verdadera. Ahí es nada.
Ombligo sin fondo (Apa-Apa), de Dash Shaw: seguimos apostando por la apuesta, por el riesgo y la aventura de narrar al margen de la ortodoxia. De todo ello sabe mucho Dash Shaw, uno de los jóvenes creadores más prolíficos y vanguardistas del cómic actual. Ombligo sin fondo es su obra magna, hasta el momento, y se lee con cierta certeza de que, siendo enorme, es aún la antesala de algo todavía más grande. Shaw desborda la idea de narración de acontecimientos y se muestra como un descriptor de sentimientos y sensaciones, en su más amplio sentido. El autor quiere que oigamos y olamos sus historias, quiere que sintamos sus texturas y que asistamos en primera fila al desfile de la confusión de los sentidos y la mente. La descomposición de una familia de clase media ante los ojos de sus miembros es el argumento para una radiografía, de nuevo, de la complejidad humana y de la fragilidad de los lazos entre personas. Un tour-de-force de 720 páginas que se lee como un suspiro.
Super Spy (Planeta DeAgostini), de Matt Kindt:  tiene este cómic también mucho de juego, de espías, para ser más precisos. Kindt plantea su obra como un puzle gigante que el lector debe reconstruir a imagen y semejanza de los mensajes cifrados que los servicios de espionaje y contraespionaje se cruzaban en los trágicos tiempos de la Segunda gran guerra; precisamente, el tiempo y acontecimiento que enmarca la acción trepidante del relato: una historia repleta de traiciones, pequeñas historias entrelazadas, tragedias intuidas y muchos, muchos personajes y puntos de vista. Estamos ante una original versión comicográfica del cinematográfico género de vidas cruzadas, aunque Matt Kindt enriquece sus premisas explotando los diferentes recursos que le ofrece el vehículo discursivo con el que trabaja. Super Spy es un cómic creado para ser leído de forma cruzada, un tebeo dibujado con un innegable preciosismo vintage y atento a todos y cada uno de los mínimos detalles visuales que empujan su trama (colores, tipografías, intertextualidad...). Las tragedias de sus personajes conforman la tragedia misma de la guerra y, pese a su innegable aire caricaturesco, sus creaciones de tinta sobre papel son capaces de trasmitir el sufrimiento mismo de la derrota, la traición y el odio bélico.
Mi vida mal dibujada (Sins Entido), de Gipi: el italiano parece en estado de gracia permanente. Mi vida mal dibujada es un ejercicio de exorcismo a tumba a bierta, un trabajo autoconfesional que esquiva radicalmente la autocompasión y la autoindulgencia para guiarnos a través de los recovecos existenciales de su autor, un viaje sin frenos por los infiernos interiores de Gipi. Con un grafismo deliberadamente esquemático, muy alejado del acuarelismo virtuoso que le caracteriza, Gipi habla en primera persona y con absoluto impudor de sus problemas con las drogas, la enfermedad, el desamor, así como de sus desafecciones sociales y familiares. A medio camino entre el relato autobiográfico y el experimento simbolista, Mi vida mal dibujada es un testimonio estremecedor con pocos precedentes en la historia del cómic: el talento de Gipi se manifiesta en una narración sincopada, trabada, fragmentaria y, por momentos, abstracta, que termina, no obstante, por consolidarse en una confesión tan reveladora como sincera. El retrato personal que nos dibuja Gipi en su trabajo demuestra a las claras que su talento narrativo no tiene límites y que la suya es una de las voces artísticas esenciales del cómic actual.
Endurance (Planeta DeAgostini), de Luis Bustos: un cómic español que se hace grande entre los grandes. Una aventura de las que ya no existen y casi ni se cuentan: la de la "legendaria expedición a la Antártida de Ernest Shackleton". El trazo duro y anguloso de Bustos funciona como un guante de piel foca en la enumeración de los acontecimientos épicos de esta historia. Una vez que el relato arranca y que los aventureros se lanzan hacia la utopía, se produce el contagio y el lector empieza a sudar y a agarrarse a las páginas expedicionarias de Endurance como si la vida de Shackleton le fuera en ello. Luis Bustos ha creado su mejor obra hasta el momento y lo ha hecho con un dominio innegable de la tensión narrativa, la creación de personajes y la composición de la página. Por eso, porque Endurance recoge y actualiza lo mejor del género de aventuras y porque su lectura es una aventura apasionante, está entre lo mejor de este 2009.
Esta es la lista, pero como hicimos el año pasado, queremos acabar el repaso del 2009 mencionando un capricho viñetero, un tebeo del que nos sentimos muy cerca (¿recuerdan aquello de la subjetividad?), porque lo hemos visto gestarse y nos ha acompañado, como un amigo de papel, en jornadas de ferias, salones y planes a la sombra de una cerveza. Se trata de Vuelo rasante (Viaje a Bizancio Ediciones), obra de Pejac. Un tebeo lírico, dibujado como un enorme fresco de instantes encadenados a vuelo de pájaro, con una poderosa carga simbólica. Poesía comicográfica de trazo pictórico para anunciar los posibles de un creador joven que, seguro, dará más de una futura alegría al panorama de nuestra historieta.
¿Faltan cómics? Por supuesto. Alguno que conocemos habría incluido El gusto del cloro (Diábolo), de Bastien Vivés o el Tamara Drewe (Sins Entido), de Posy Simmonds. Dos muy buenos tebeos. Seguramente, deberían estar también aquí El arte de volar (Edicions de Ponent), de Altarriba y Kim o Una vida errante (Astiberri), de Yotsihiro Tatsumi, pero, lo reconocemos avergonzados, todavía tenemos esos dos prometedores tebeos en la lista de debes lectores. Prometemos empezar el 2010 solventando tamaña carencia. Ahora nos tomamos unos días de descanso, para poder jugar con los regalos de reyes, que estos últimos posts han sido muy intensos e introspectivos. Pórtense bien.
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jueves, diciembre 31, 2009

2009: constataciones, cómics foráneos (III).

Si nos dejáramos llevar por esa premisa tan anglosajona de "the winner takes it all" (la misma que condiciona los sistemas electorales de el Reino Unido y Estados Unidos, por ejemplo), lo cierto es que, aunque no por demasiada diferencia, este curso el tebeo norteamericano se iba a llevar el grueso de los escaños.

No queremos decir que no haya habido novedades estimables procedentes de otras latitudes, no es eso. Por ejemplo, este año hemos visto publicado mangas y manhwas interesantes, pero ni el factor sorpresa, ni la aparición de "imprescindibles" se puede comparar a la de temporadas precedentes, en las que descubríamos en España con la boca abierta, ahora, las obras completas de Tezuka, luego, la pericia infinita de Taniguchi y, más tarde, la existencia de unos tales Junji Ito, Maruo o Hino. Dicho lo cual, ha habido mucho bueno: hablando de Taniguchi, Ponent Mon ha publicado La montaña mágica y Un zoo en invierno. De Hideshi Hino nos sigue llegando producción en tromba, por obra y gracia de La Cúpula: Galería de horrores y Las noches de Zipango. Otros: Jillian y Mariko Tamaki son las autoras de Skim (La Cúpula), Shinichi Ishizuka el de Gaku (Planeta DeAgostini), Hisroshi Hirata es el creador de Satsuma Gishiden (Dolmen) y Taiyou Matsumoto e Issei Eufuku lo son de Takemitsu Zamurái. El samurai que vendió su alma (Glénat). Aunque, seguramente, los dos manga que más han dado que hablar este año y que se esperaban con mayores expectativas han sido Hitler (la novela gráfica) (Glénat), de Shigeru Mizuki y Una vida errante (Astiberri), de Yoshihiro Tatsumi.

Tampoco ha estado mal la producción europea, desde luego. Nos ha deparado incluso alguna obra mayúscula, como ese alucinante Mi vida mal dibujada (Sins Entido), de Gipi, la muy evocadora El gusto del cloro (Diábolo), de Bastien Vivès o el folletín interdiscursivo de la británica Posy Simmonds en Tamara Drewe (Sins Entido). Muy, muy recomendables han sido también el corrosivo No Comment (La Cúpula), de Ivan Brun; la sátira inteligente de La virgen de plástico (Norma), de Pascal Rabaté y David Prudhomme; la serie negra hipnótica de El rey de las moscas 1. Hallorave (La Cúpula), de Mezzo y Pirus; ese experimento surrealista que es Mi pequeño (Norma), de Olivier Schrauwen; el maravilloso trabajo icónico de Hendrik Dorgathen en Space Dog; la poesía de Edmund Baudoin en Arlerí (astiberri) o el esperadísimo Pinocchio (La Cúpula), de Winshluss. Tampoco podemos olvidarnos de los, siempre interesantes, trabajos de algunos de esos nombres esenciales del cómic europeo: Cómo no hacer nada (Astiberri), de Guy Delisle;  El fin del mundo (La Cúpula), de Tom Tirabosco y Pierre Wazem; Low Moon (Astiberri), de Jason; la emancipación a dos bandas de Phiplippe Dupuy, Obsesionado (Astiberri), y Charles Berberian, Sacha (Bang); Lapinot y las zanahorias de la Patagonia (Astiberri), de Lewis Trodheim; el doblete de Frederik Peeters en Astiberri, Dándole vueltas y Paquidermo; la muy atractiva serie mitológica de Serge Le Tendre y Christian Rossi, con Tiresias y La gloria de Hera (BD Ediciones); Diario de un ingenuo de Spirou y Fantasio (Planeta), de Emile Bravo; se presume avalancha la aparición de obras de un clásico como Raymond Briggs en nuestro mercado, después del Gentleman Jim (Astiberri). Aunque para clásicos reaparecidos: Moebius, con Inside Moebius 1 (Norma), y Francois Bourgeon, con la, para algunos decepcionante, vuelta de Isa en Los pasajeros del tiempo vol. 6. La niña Bois-Caïman (12 Bis). Ahí es nada: una lista de novedades que, en cualquier otra temporada, habría sacudido los cimientos pecuniarios de fans, críticos y lectores.

Pero, ay amigos, es que, como venimos anunciando, este año las vacas han venido gordísimas y las publicaciones de la otra orilla dan tanta o más luz que las de este lado del Atlántico, obras maestras mediante. No solemos abusar del término en cuestión, pero a ver quien se atreve a negar la mayor: como tales (como obras maestras) han de pasar la obra magna del mesías iluminado, la adaptación más esperada, el tochazo bíblico de Mr. Crumb, su Génesis (La Cúpula) (al que ha acompañado de la mano su profeta, Las enseñanzas de Mr. Natural: Paradojas, en edición de la misma casa). Si Crumb es el padre, Chris Ware es el hijo y la edición que ha hecho Random House Mondadori de su Complete Acme, un milagro (con el prodigio de su rotulación al frente). Nos falta el papel del Espíritu Santo que, por ambicioso, experimental, evanescente y misterioso, se ha ganado el joven Dash Shaw a pulso con su monumental Ombligo sin fondo (Apa-Apa); vamos a tener espíritu místico para rato, nos da la sensación. Hay numerosos candidatos a apóstoles, no se nos apuren. Entre los últimos jóvenes (o ya no tanto) creadores ex-independientes, arrancan estupendamente posicionados Seth (apóstol de Ware por intervención divina) y su gran George Sprott (Random House Mondadori) y Matt Kindt con ese crípticamente divertido Super Spy (Planeta). Algo más lejos, les siguen: Lilly Carré, La laguna (La Cúpula); Art Spiegelman, Breakdowns (Random House Mondadori); Piltrafilla (La Cúpula), de Jeffrey Brown; Pobre marinero (Apa-Apa), de Sammy Harkham; Recidivist (Apa-Apa), de Zak Sally Hablando del diablo (La Cúpula), de Beto Hernandez; el retorno de un clásico del underground, Spain Rodriguez, con Nightmare Alley. El callejón de las almas perdidas (Editorial Drakul); Coches abandonados (La Cúpula), de Tim Lane. No queremos olvidar tampoco algunas obras más terrenales, como Paul en el campo (Fulgencio Pimentel), que supone la vuelta del canadiense Michel Rabagliati; la versión aventurera de Scott McCloud, Zot! (Astiberri). En fin, ¡como para hacer temblar cualquier hipoteca! ¿Y Cerebus? Bien gracias.

El género superheroico ha visto material interesante, como el Batman Ego (Planeta), de Darwyn Cooke, el 100% Marvel: Clandestine (Panini), de Alan Davis, el divertido Bizarro Cómics (Planeta), la serie de Daredevil de Ed Brubaker y David Aja (Panini), Batman: ¿Qué le sucedió al cruzado enmascarado?, de Neil Gaiman y Andy Kubert o varios Marvel Deluxe de Panini, como los dedicados a los 4 Fantásticos y al Capitán América. Pero, este 2009, hablar de superhéroes ha sido hacerlo de un trabajo sobre todos los demás. ¿Lo adivinan? Efectivamente, el archipremiado All Star Supermán (Planeta), de Grant Morrison y Frank Quitely, que ha dado mucho que hablar, y no sólo a fans pijameros.

No tenemos espacio aquí para hablar de los centenares de reediciones que han aparecido este curso; nos gustaría mencionar, eso sí, algunos integrales que han compilado materiales previamente publicados en álbums, tomos manga o comic-books: imprescindible el volumen único con el Epiléptico. La ascensión del gran mal (Sins Entido), de David B; también ha aparecido el Ibicus (Glénat) de Rabaté; por supuesto, El barrio lejano (Ponent Mon), de Taniguchi y, esenciales, el Valentina (Norma), de Crepax y el Sambre integral (Glénat), de Yslaire.

Para cerrar este repaso como Crumb manda, no podemos dejar de mencionar el cada vez más abundante flujo de libros teóricos, técnicos y biográficos alrededor del mundo del cómic. Este año ha sido especialmente prolífico al respecto. Se han publicado numerosos trabajos monográficos sobre autores concretos como Schulz, Carlitos y Snoopy, una biografía (Es Pop Ediciones), de David Michaelis; Bernet, 50 años de viñetas (El Jueves), de Antoni Guiral; Kirby, el rey de los cómics (Rossell), de Mark Evanier; Las aventuras de Hergé. El creador de Tintín (Zendreda), de Michel Farr o Toppi, un visionario entre dos mundos (Dolmen), de Yexus. Nuestra pequeña aportación al tema ha tenido que ver más bien con el lado académico y el análisis narrativo del cómic: en el 2009 al fin apareció La arquitectura de las viñetas (Viaje a Bizancio Ediciones)... y bien contentos que estamos de ello, oigan.

¿Ha visto la edición española alguna vez tal acumulación de maravillas en forma de cómic como las que hemos enumerado en estas dos jornadas blogueras? Permítanme dudarlo: va a ser verdad aquella leyenda literaria romántica que relaciona el genio con el hambre. Adáptenla ustedes mismos al caso.

En la última entrega de este repaso anual, de regalo de reyes, les glosamos cuales han sido nuestros favoritos del año.

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domingo, diciembre 27, 2009

2009: constataciones, cómics nacionales (II).

Juguemos a aquello de la abogacía del diablo. Después de anunciar con gesto adusto y mirada sombría las dificultades que atraviesa el sector editorial comiquero español, después de constatar la evidente reducción del número de novedades este año respecto a cursos anteriores, nos vamos a despachar con una sentencia de esas que suenan a machada ostentosa: el 2009 ha sido, seguramente, el año más fructífero en términos de calidad de la edición de tebeos en nuestro país, un colofón perfecto para una milagrosa década de viñetas. En diez años, el cómic se ha situado a la altura del cine, la novela o las series televisivas por lo que a la calidad de sus producciones se refiere. Y prácticamente por vez primera en la historia contemporánea, su evolución como vehículo artístico-cultural discurre pareja a la del resto de las manifestaciones artísticas con las que convive. Chris Ware o Daniel Clowes son creadores a la altura de Cormac McCarthy o Lars Von Triers (pongan ustedes aquí otros dos nombres de su agrado), y si alguien no lo ve así, quizás deba dedicarle algo más de tiempo a la lectura de sus obras.

¿Por qué 2009 ha sido especial? Lean y pregúntense si entre la colección de cómics que les vamos a enumerar en las dos siguientes entregas no hay un buen puñado de obras mayúsculas. Comenzamos con el cómic nacional editado en nuestro país en el año 2009.

La producción de cómic español ha sido reseñable. Comenzó el año con una nueva edición de Las serpientes ciegas (BD Banda), de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí, que vista desde el presente, suena a premonición: no hay nadie que no sepa que esta obra ha resultado merecedora del Premio Nacional de Cómic 2009. Siguiendo la misma línea adivinatoria, son muchos los que presagian que la vencedora de la edición siguiente podría ser El arte de volar (Edicions de Ponent), de Antonio Altarriba y Kim. Sería un premio merecido, seguro, aunque tampoco desmerecería un trabajo tan brioso y valiente como el de Luis Bustos en Endurance (Planeta). Otras buenas lecturas comiqueras patrias han salido del Olimpita (Norma), de Hernán Migoya y Joan Marín; de El hombre descuadernado (Edicions de Ponent), de Hernández Cava (de nuevo) y Sanyú; Vaquero (Ponent Mon), de Jordi Pastor; Noche de citas (Dolmen), de Max Vento. Varios viejos conocidos han puesto de manifiesto, otra vez, su talento: Mauro Entrialgo, Demonio rojo: siga usted todo tieso (La Cúpula); Miguel Brieva, Otro mundo (Reservoir Books); Bernardo Vergara, El mundo según Ptolomeo (Diábolo Ediciones); Miguel Ángel Martín, por partida doble, con Surfing on the Third Wave y Playlove (ambas con Lear Editores); Miguel Calatayud, Peter Petrake, de los 50 al siglo XXI (El Patito) o Daniel Torres, Burbujas (Norma).

Aunque para viejo, el maestro andaluz Andrés Martínez de León, del que Viaje a Bizancio Ediciones sigue recuperando trabajos de los años 20, como su Los amigos del toro o la parte sana de la afición, como verán de candente actualidad en nuestra agitado debate político. Viejecito sería ahora el añorado Vázquez, de quien se ha publicado Lo peor de Vázquez (Glénat), ejercicio de humor de título imposible.

Este curso han regresado además, algunos autores españoles a los que se esperaba con expectativas altas: se esperaba, desde luego, a Paco Roca después de su baño de ventas y críticas, y ha vuelto por partida triple, con el muy interesante y onírico Las calles de Arena (Astiberri), con una recopilación de relatos cortos, Senderos (Laukatu Ediciones) y en compañía de otro triunfador reciente, Miguel Gallardo, en Emotional World Tour; el relato de la gira promocional compartida para sus obras respectivas, Arrugas y María y yo. Después de un largo silencio, se esperaban también la vuelta de tres autores jóvenes como Jali, que ha publicado El último gran viaje de Olivier Duveau (Astiberri), Andrés G. Leiva, que ha hecho lo propio con Evelyn (Sins Entido) o Juaco Vizuete, sorprendentemente reaparecido con El experimento (Glénat). Joven y de vuelta (de todo) está también Gaspar Naranjo, que con su muy atrevido, procaz y divertido Sexo (Edicions Ponent) promete romper records de ventas. Se esperaba también la tercera parte de El vecino, de Pepo Pérez y Santiago García, y la recepción crítica de la obra no ha podido ser mejor.

Entre las sorpresas y novedades, un amigo de esta casa, Pejac, que ha editado su primer cómic, ese precioso poema visual que es Vuelo rasante (Viaje a Bizancio Ediciones); novedosa también es la aparición de Mario Torrecillas y Tyto Alba, con El hijo (Glénat). El éxito inmediato de El juego de la luna, José Luis Munuera y Enrique Bonet (Astiberri), vencedora absoluta en Expocómic 2009, también merece ser subrayado, así como el de Planeta extra (Planeta DeAgostini), de Diego Agrimbau y Gabriel Ippóliti, vencedores del I Premio Planeta de cómic. Mucho se ha hablado del truculento caso carcelario de Andrés Rabadán, cuyas peripecias vitales han estrenado este  año película y cómic autobiográfico, Las dos vidas de Andrés Rabadán (Norma). Inclasificables son, a decir de muchos, el trabajo de Felipe Almendros en Save Our Souls (Apa-Apa) o el revanchismo calculado del crítico cinematográfico Jordi Costa, junto a Darío Adanti, en Mis problemas con Amenábar (Glénat).

Junto a tanta obra, surgen poco a poco en nuestro país iniciativas llenas de interés y futuro, apoyadas en los creadores nacionales. Es digna de aplauso, por ejemplo, la adaptación al cómic de obras de la literatura clásica que ha puesto en marcha Ediciones SM, con una buena avanzadilla de títulos, entre los que destacan obras y autores como: David Rubín, El monte de las ánimas; Enrique Lorenzo, El médico a palos; Santiago García y Javier Olivares, Dr. Jekyll y Mr. Hyde o Ricardo Gómez y Emma Ríos, Amadís de Gaula. También nos llena de alegría observar que la iniciativa de nuestro amigo Ed y de Max Luchini, la creación de una línea de cómics infantiles para Bang Ediciones (Mamut), parece que sigue adelante con salud: La caca mágica, de Sergio Mora; Federico, tenis sobre hielo, de Max Luchini o Marcopola, la isla remera, de Jacobo Fernández.

Saludable parece también el renacido mercado de revistas (Dos veces breve, Barsowia, El manglar...), que conviven en el mercado español en sana competencia con fanzines de look profesional (Cretino, Malavida, Amaniaco, Argh!...) y cada vez más autoediciones, como ese Buendolor de Nofu o los imprescindibles Usted de Esteban Hernández (quien además ha publicado Sueter con Planeta).

No se pierdan la nómina de foráneos, que es todavía más impresionante. En breve.

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2009: constataciones (I)

viernes, diciembre 25, 2009

2009: constataciones (I)

 

Hace justo un año lanzábamos una triple pregunta retórica a los cuatro vientos del panorama comiquero: "¿de verdad el mercado español da para tanto? ¿Podemos los lectores afines "sobrevivir" a la avalancha mensual de novedades? ¿Es honesto augurarle una vida eterna a las tirada de 500 ejemplares?". Paradojas de lo retórico, casi concluido el 2009 empezamos a ver, no la luz, sino la niebla que se asienta sobre la duda.

El 2009 ha sido un año complicado en términos editoriales: se huele en todos los sectores y recovecos del negocio. El número de material publicado se ha reducido de forma evidentísima (¿quizás menos de un 50 % de novedades?); algunas editoriales han sobrevivido en un semi-barbecho prolongado de álbums y series menores esparcidas con una triste cadencia mensual; otras no han tenido más remedio que lanzar salvavidas en forma de comunicados y saldos desesperados; a otras, directamente, las ha venido Dios a ver, cargado de provisión.

Si nos quejábamos hace un año de que el aumento de estima, interés y ¿lectores? había discurrido parejo a una subida de precios (amparada en un también evidente aumento de las ediciones de lujo y el formato de novela gráfica con pastas duras), este curso no queda sino asumir que la trasformación del cómic en un producto de semi-lujo es un hecho. El asunto tiene que ver, sin duda, con la consolidación de un nicho de lectores adultos de clase media o media-alta; las consecuencias nos dirigen hacia un agotamiento o pérdida progresiva de pujanza de formatos como el cómic-book, el tomo de grapas y, si se me descuidan, el cartone o el álbum. El sinsentido de esta tendencia (los flujos de la moda no tienen por qué guiarse según las reglas del sentido común) reside en lo que vamos a denominar una "sobreedición" de materiales no necesariamente dignos o merecedores de tal esfuerzo. ¿De verdad todos los cómics que estamos viendo publicados últimamente merecen el sobrepago que implican las pastas duras, el papel de un gramo, el tamaño gigante y otras delicatessens editoriales? Lo entendemos en el caso de "asuntos divinos" como los que mencionábamos unas líneas más arriba, pero se nos aparece como un falso recubrimiento dorado en la mayoría de los casos, un artificio destinado a dotar de solemnidad artística lo que, en muchos casos, no deja de ser simple producto de entretenimiento. Suena a excusa editorial destinada a la captación de un público concreto. Tenemos la sensación, no obstante, de que ni las estanterías ni los bosillos tienen un fondo infinito. Las editoriales deberán comenzar a racionar y racionalizar su catálogo y a ajustarse a las exigencias del producto: ni tan siquiera el 100% de las obras de un genio son geniales, ni se pueden "colar" como tales.

Estamos simplificando, sin duda, y centrándonos casi únicamente en el cómic dirigido al público adulto. Esta es una hidra de 100 cabezas. No hemos mencionado hasta ahora a los libreos (otros de los perdedores de la crisis), ni a los dibujantes, ni a las distribuidoras, ni hemos mencionado lo difícil que resulta obtener beneficios de la edición en un país en el que la tirada media no pasa de 1000 ejemplares o en el que el 25% de los beneficios del mercado se deben a las ediciones y reediciones de clásicos, como Mortadelo y Filemón (como nos señalaba el carcelero recientemente). Como sucede con el parchís, todo el mundo tiene una opinión respecto a la edición de cómics en nuestro país: aunque no coincida exactamente con todo lo que acabamos de señalar, resultó esclarecedor el punto de vista que nos regaló Jorge Luis Córdoba (director de publicaciones de Panini España) en mitad de la canícula agosteña.

Hay señales también para la media sonrisa y la esperanza, por supuesto. Es esperanzadora la aparición de nuevos barcos en la niebla o constatar que algunas pequeñas embarcaciones (embarcaciones para pequeños) siguen surcando las arriesgadas aguas de su propuesta viento en popa.

También nos anima el cuerpo (no sólo por lo que nos toca) observar como en los últimos tiempos el cómic, en sus múltiples fases de normalización) parece que está empezando a meter la cabeza en camarotes tradicionalmente reservados a la academia y a consolidar las merecidas atenciones recibidas de los poderosos mecenas del poder. Bien por la doble apuesta.

Y pese a estos coyunturales achaques editoriales (que, ya saben, no sólo afectan a la edición de cómics), las páginas han seguido pasando durante todo el 2009 y, además, han demostrado una salud artística envidiable. Si nos dejan y nos prestan su atención durante unas dos o tres sesiones más, se lo contamos estos días de nieve y turrón. Felices fiestas.