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lunes, diciembre 23, 2013

Beowulf, de Santiago García y David Rubín. Épica secuencial.

Este año han caído en nuestras manos dos de esos cómics que deslumbran por una factura visual espectacular y una secuenciación audaz y vertiginosa. Nos referimos al multipremiado Cuento de arena, de Ramón K. Pérez, Jim Henson y Jerry Juh, y a Beowulf, de Santiago García y David Rubín, que, seguro, también recibirá un buen número de galardones en este 2014 que se nos viene encima.
Aunque el trabajo estadounidense está repleto de sorpresas argumentales y soluciones imaginativas, nos quedamos sin duda con la obra de García y Rubín, a la que encontramos superior por su enjundia argumental y simbólica, por su trascendencia "literaria" y por el valioso ejercicio adaptativo que han llevado a cabo sus autores (que implica, entre otras cosas, huir de esa literariedad que acabamos de mencionar).
Hace ya más años de los que nos gustaría confesar, tuvimos que leer Beowulf por razones académicas. Una tarea ardua y filológica, pero llena de alicientes. El Beowulf, como decíamos entonces, es una de las obras literarias más importantes de la literatura inglesa y uno de los pocos textos anglosajones que se conservan. Poco más se sabe del origen de este poema épico anónimo. Por dicha naturaleza épica, Beowulf, como tantos otros cantares de gesta, se presta perfectamente a cualquier tipo de trasvase narrativo (los señores de Hollywood también se dieron cuenta de ello hace unos años, con bastante poco éxito). Santiago García y David Rubín lo han entendido a la perfección: su obra se alimenta de ese espíritu épico y del tono mítico de las grandes epopeyas.
La historia del héroe Beowulf, sobrino del rey de Gotlandia, que ofrece su espada al rey skyldingo Héorot de Hrothgar para derrotar al troll Grendell que tiene aterrorizados a todos sus subditos, es el material narrativo que utiliza este cómic para desarrollar una aventura cargada de acción, sangre y heroismo clásico. El Beowulf de García y Rubín redistribuye los cuatro Cantares de la obra original en tres partes (y un epílogo a cargo de Javier Olivares). En cada una de ellas, el héroe protagonista lleva a cabo una acción heroica que habrá de redundar en el bienestar de los vikingos azotados por la maldición del monstruo Grendell, primero, por el odio vengativo de su madre, después, y por el fiero dragón que amenaza el propio reino de Beowulf en Suecia, en tercer lugar. Como sucede en casi todas la grandes obras literarias, detrás de la base argumental se esconden simbolismos y relecturas de diferente naturaleza: con las victorias del héroe, asistimos también a su madurez, a los diferentes periodos vitales del Beowulf hombre; que evoluciona desde su ímpetuosa vanidad juvenil hasta la madurez serena y un tanto taciturna de sus últimos años. Beowulf es también un "tratado" de moral política, una reflexión en torno al poder y a sus consecuencias, y una reflexión acerca de la naturaleza humana, por oposición al carácter heroico.
Precisamente, parece que David Rubín ha decidido en los últimos tiempos indagar en los valores del heroísmo comicográfico. En sus dos tomos de El héroe, el gallego ya exploraba con éxito las posibilidades narrativas y gráficas de la aventura epopéyica. Ahora, a partir del muy medido guión de Santiago García, Rubín da rienda suelta a ese enorme y tan personal talento gráfico que ya se adivinaba en aquellas sus primeras obras que tanto nos gustaron, como El circo del desaliento o La tetería del oso malayo. Su crecimiento (su evolución, mejor) como artista plástico se revela en Beowulf a través de desbordantes construcciones visuales y una minuciosa recreación de ambientes y personajes.
Como anticipábamos en la introducción de estas líneas, uno de los valores más destacados de este trabajo es su osadía narrativa, su capacidad para conseguir soluciones ingeniosas a partir de las complejas secuenciaciones que han construido sus dos autores. El relato, la aventura, se despliega con un ritmo ágil y fluido que, no obstante, deja espacio a las descripciones físicas y psicológicas, gracias al uso de microviñetas insertas en grandes viñetas-marco. De este modo, la narración se despliega en diferentes niveles y se añaden nuevas dosis de información mediante el uso de estructuras paralelas y viñetas superpuestas. En muchos casos, estas pequeñas viñetas añaden puntos de vista subjetivos (la mirada de la bestia que sólo ve tendones y carne donde nosotros, los lectores, vemos personas y héroes); en otros, funcionan como elementos descriptivos o como viñetas de creación de ambiente (lo que McCloud llamaba transiciones de aspecto a aspecto).
El brillante empleo del color y las texturas, la riqueza informativa y secuencial y la lujosa edición que ha llevado a cabo Astiberri, hacen que este sea uno de esos libros que no sólo se lee, sino que hay que volver a ver, mirar y descubrir de tanto en cuanto. Una victoria.

miércoles, mayo 09, 2007

Vínculos de autor imperdibles.

Interrumpo, momentáneamente, mi fascinante serie en dos capítulos entitulada "Encuentros afortunados", para poner al día, de una vez por todas, las deudas "linkeadoras" que tengo conmigo mismo. Me cuesta un fragmento y medio de vesícula biliar cada vez que tengo que meterme a hurgar en los intestinos del blog, en eso que algunos llaman "template" y que a los profanos del internet tanto nos destempla, en realidad.
Bueno, el hecho es que, como los links que les voy a regalar hoy son de esos que bien valen una y dos misas, compongo el ánimo y me meto en capilla:
Comienzo con un guionista en la cresta de la ola, el señor Juan Díaz Canales, que no hace mucho comenzó su proyecto bloguero Todos reyes, todos poetas. Un rincón la mar de ameno, un mar sereno, donde junto a la realeza de la palabra, uno puede disfrutar de la poesía de las imágenes del señor Canales. Y es que, algunos parecen dotados del don del talento multiplicado: ¿Sabían ustedes que Juan Díaz Canales dibuja tan bien como escribe? Pasen y vean.

La segunda propuesta cambia de género y estilo, pero mantiene el interés. El blog de historietas y dibujos de Elmyra Duff juega con la expresividad de la ilustración infantil clásica, para reformular algunas de sus propuestas tradicionales. La cándidez esconde gestos torcidos, la inocencia se reboza de extraña ironía y la sonrisa del niño se torna en muesca macabra, ¿qué esperaban de alguien con tan misterioso apodo? ¿Quién es Elmyra, la niña o la bruja?

Las cosas están más claras con Miguel Porto y su blog, y lo están, entre otras cosas, porque el estilo del autor y su universo creativo encajan como un guante en la marea de la nueva línea clara y sus jóvenes autores; esos que últimamente se empeñan en llenar de imaginación y belleza nuestros días lectores. Tras regalos como los que encontramos en algunos de sus posts, lo único que le podemos echar en cara a don Stereotopffer es que nos haga esperar tanto entre una actualización y la siguiente.

Acabamos de hablar de él, pero aún no habíamos entrado en su casa. La cueva de David Rubín tiene un cartel a la entrada que reza De tripas corazón, y está llena de apariciones, sombras y seres atormentados, pero también de bellas muchachas con un punto de nostalgia en sus miradas perdidas y de amables caballeros andantes que nos dan la bienvenida. Cosas de la magia: se abre la chistera y a veces salta la liebre, pero otras un dragón te escupe fuego a la cara. Hagan juego, señores.

miércoles, mayo 02, 2007

El oso que servía infusiones. Reseñita malaya para el FHM.

Aprovechando la entradita informal y festiva mensual del FHM, nos dijimos hace dos meses ¿por qué no anticipamos acontecimientos y le dedicamos nuestro rincón del cómic a don David Rubín y La tetería del oso malayo? Hecho lo cual, nos congratulamos de nuestras dotes adivinatorias y de su éxito salonero (en orden inverso); verán ustedes como no será el último. Hasta entonces, les ponemos a la vista nuestra reseña.
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Con el aroma de su brillante paso por el Salón del Cómic de Barcelona aún intacto, saboreamos la última infusión viñetera del gallego David Rubín: La tetería del oso malayo, un trago lento y lleno de matices. Ingredientes de la tisana: un puñado de historias cortas sazonadas de aventura, nostalgia y mucha imaginación; una pizca de sensibilidad poética y, por supuesto, el toque picante de los lápices sinuosos y fluidos de Rubín. Todo ello, mezclado, hervido y servido por Sigfrido, el oso bondadoso que da nombre al cómic, al mismo tiempo que dirige su exótico local, ese “consultorio psicoanímico que camufla de tetería”. Tan peculiar camarero protagonista, será nuestro guía por los episodios de la obra y a través de sus ojos veremos desfilar a superhéroes ciegos, soldados sensibles, hipopótamos cultivadores de penas y medio-hombres en estado de depresión crónica. Cualquiera diría que a este té le han echado un buen chorro de aguardiente blanco, ¿no les parece?