Nos enseña la experiencia que en el mundo del arte el mainstream
acaba por asimilarlo todo, no importa de dónde proceda o cuán
marginales sean los orígenes de la obra fagocitada. Hasta las corrientes
más transgresoras y antisistema (el art-brut, el punk, el underground, el grunge,
etc.) terminan viendo a sus obras más representativas impresas en
camisetas o engullidas por el mundo publicitario, convertidas en materia
prima para el canibalismo serializado. En los mejores casos, lo
extraordinario, lo alternativo, termina por convertirse en fuente de
inspiración, marca estilística o material de referencia para otros
artistas y creadores. Pasa en la música, en la pintura, en la escultura, en el
cómic...
Siguiendo esta premisa, muchos de los rasgos de los autores alternativos e
independientes del cómic de los 80-90 se han asentado con normalidad
dentro del lenguaje comicográfico contemporáneo y no entenderíamos el
trabajo de otros tantod autores actuales sin analizar sus propias lecturas e
influencias. Lo que era vanguardia en aquellos años es ahora tendencia:
el extrañamiento de Daniel Clowes, el componente queer y la interreferencialidad de los cómics-río de los Hernandez Brothers, el striptease
intelectual de los canadienses de Drawn & Quarterly o el
existencialismo formalista de Ware son rasgos aceptados y reconocibles
en muchos de los autores de cómic actuales; incluso en aquellos que se
mueven dentro del espectro más comercial.
Acabamos de leer Rachel Rising de Terry Moore, un tebeo señalado por muchos premios y nominaciones en este 2014. Nos ha parecido uno de los acercamientos más interesantes que hemos leído/visto dentro de esa corriente zombi que todo lo invade últimamente. Aunque limitarse al fenómeno zombi para referirse a la obra de Moore es quedarse paranormalmente muy corto.
Acabamos de leer Rachel Rising de Terry Moore, un tebeo señalado por muchos premios y nominaciones en este 2014. Nos ha parecido uno de los acercamientos más interesantes que hemos leído/visto dentro de esa corriente zombi que todo lo invade últimamente. Aunque limitarse al fenómeno zombi para referirse a la obra de Moore es quedarse paranormalmente muy corto.
Como ya habíamos comprobado en Strangers in Paradise de la pluma de Moore (Manara
mediante) nacen algunas de las mujeres más bellas y
seductoras del cómic contemporáneo. En la linea de otros autores
actuales, como David Lapham, Javier Pulido o Jeff Smith (con el que
comparte no sólo sus orígenes en el cómic independiente), Moore aplica su filtro
embellecedor sobre el modelo superheroico tradicional, sin llegar a
caer en la caricatura disneyana dulcificada de dibujantes como Bruce Timm, Darwyn
Cook o Michael Avon Oeming.
Pero, sobre todo, en la obra de Terry Moore encontramos a Jaime Hernandez y sus Locas;
por todos los lados y no menos en sus guiones. Cada vez que
hablamos de los Hernandez Bros mencionamos la sensación de desconcierto
que nos invadía cada vez que nos enfrentábamos a sus historietas
mutiladas en El Víbora y revistas afines. No entendíamos nada.
Años después, cuando les hemos leído de un tirón, nos hemos dado cuenta
de su genio: el extrañamiento de su propuesta, la condición marginal y
extrema de sus personajes y sus diálogos arrancados (sin muletas
explicativas) de la calle, nos han resultado algo muy parecido a la vida
real.
No creemos que obras como Rachel Rising fueran posibles hoy en día sin aquellas otras. La gran virtud de este cómic excelente de Terry Moore es que respira verosimilitud. Nada desdeñable considerando que nos encontramos ante unos tebeos poblados por espíritus resucitados, almas atrapadas en cuerpos ajenos, encantadores zombis de barrio y forenses momificadores... Y, sin embargo, cuando nos adentramos en sus páginas, las conversaciones de sus personajes nos recuerdan a las charlas que mantenemos cada día con nuestras parejas, amigos y familiares; las bromas y los juegos de palabras respiran en la normalidad más absoluta y lo paranormal no nos chirría, sino que nos empuja a adentrarnos en la ficción y a disfrutar del ilusionismo terrorífico que protagonizan Rachel, su tía Joe y su amiga Jet, y Zoe, esa encantadora niña genocida que página a página roba cámara al resto de los personajes.
No creemos que obras como Rachel Rising fueran posibles hoy en día sin aquellas otras. La gran virtud de este cómic excelente de Terry Moore es que respira verosimilitud. Nada desdeñable considerando que nos encontramos ante unos tebeos poblados por espíritus resucitados, almas atrapadas en cuerpos ajenos, encantadores zombis de barrio y forenses momificadores... Y, sin embargo, cuando nos adentramos en sus páginas, las conversaciones de sus personajes nos recuerdan a las charlas que mantenemos cada día con nuestras parejas, amigos y familiares; las bromas y los juegos de palabras respiran en la normalidad más absoluta y lo paranormal no nos chirría, sino que nos empuja a adentrarnos en la ficción y a disfrutar del ilusionismo terrorífico que protagonizan Rachel, su tía Joe y su amiga Jet, y Zoe, esa encantadora niña genocida que página a página roba cámara al resto de los personajes.
La historia de Rachel Rising conjuga algunos de los tópicos establecidos del género de terror: zombis, espíritus castigados a vagar entre mortales, momias, brujas quemadas en la hoguera, diablos conjurados desde los infiernos, frankensteins recién cosidos... Moore recurre al acervo popular para crear una iconografía propia coherente y conjugar todos los ingredientes en una historia que dosifica su información entre guiños humorísticos y referencias intelectuales a la cultura popular. Aunque hay momentos en que el lector no sabe si la amalgama llegará a buen puerto, a la altura en que se encuentra la serie actualmente, sospechamos que la armazón de la historia está ligada y bien ligada, y que la serialización está funcionando de forma coherente en su creación de expectativas, pese a algún tirabuzón narrativo de cara a la galería. Todo ello enhebrado con mucha coña e ironía fina (¿qué me dicen de ese concurso "Kill me Zoe!" que hemos descubierto en el número 27, premiado con una breve aparición luctuosa del ganador en el mismo número?).
Y sí, hay sentido del humor a raudales, pero no se confundan, la historia de Rachel Rising
es un cuento gótico de esos que le arrastran a uno por los pelos y le
obligan a mirar debajo de la cama. Terror del bueno, dibujado con genio y
relatado con ritmo y talento. No nos sorprende su éxito, ni que se haya
convertido en todo un fenómeno de masas. Llegar al mainstream desde la independencia, ahí es nada. Verán que poco tarda Hollywood en percatarse.