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lunes, julio 09, 2012

Podría ser peor, de Ana Galvañ. Lo perverso y lo cándido.

Hace años ya que conocemos, seguimos y disfrutamos en la web del trabajo de Ana Galvañ (léase Elmyra Duff). Siempre nos ha extrañado que el talento visual, el humor ácido y la agudeza de sus trabajos no empujaran a ningún editor a apostar por ella, a la hora de proponerle una historia larga o, al menos, recopilar sus relatos dispersos (aparecidos en su blog, en Dos Veces Breve, Barsowia, etc.) en un único volumen. Ha tenido que ser una editorial recién llegada, la muy activa y atrevida Ultrarradio, la que nos haya dado el gustazo y se haya decidido lanzarse a por el segundo de los propósitos mentados.
Podría ser peor compila, como acabamos de decir, trabajos de Ana Galvañ previamente publicados en otras publicaciones periódicas y fanzineras, pero también incluye dos relatos inéditos, los excelentes "El amigo pusilánime" (una historia de personajes acomplejados con vuelta de tuerca) y "Oniaeh" (una de esas pesadillas marcianas que tanto abundan en la obra de la autora). Junto a ellos, el cómic recoge un muestrario de historias cortas que reúnen casi todas las "marcas de fábrica" de la narrativa de Ana Galvañ: encontramos pantomimas del relato psicológico y la digresión intelectual (como sucede en "Constanax 20 mg" o en "El balcón"), manipulaciones paródicas de modelos genéricos ("La leyenda de Jimmy Rowland"), cuadros sociales cargados de acidez y mala uva ("Que hago con mi perro", "Mi amigo el minotauro", "Ramona no sufras más" o "Noche de rock"), o jugueteos surrealistas con aire de pesadilla gótica infantil ("Todo era un sueño", "Verde era mi valle" o "Evaristo Hundlebert"), que nos conducen ineludiblemente hacia el imaginario artístico de directores de cine como Tim Burton o David Lynch, dibujantes de cómics como Jali, Carlos Vermut y Alberto Vázquez, o los japoneses Shintaro Kago y Suehiro Maruo, e ilustradores como Edward Gorey, Aleksandra Kopff y alguno más. Referencias y más referencias, influencias y ascendentes (deberíamos mencionar también a Daniel Clowes, claro), para intentar entender, para aprehender verbalmente, el espíritu que se encierra en la narrativa de Ana Galvañ; consecuencias de una poética aún breve pero rica en referencias intertextuales.
Pero no se equivoquen, si hay algo de lo que puede presumir ostentosamente la obra de esta joven autora es de no tener complejos (como demuestra la utilización cohesiva de viñetas de su serie web "Alguien dijo", al principio de cada historia) y de poseer una voz propia y una enorme personalidad. La tienen sus dibujos, en parte candorosos, en parte perversos, que fagocitan sin prejuicios manga, ilustración clásica, surrealismo pop y cartoon, en proporciones diversas según los requerimientos de la historia (sic. "Constanax 20 mg"). Y la tienen sus relatos, cargados de ironía y reflexión, pero presididos todos ellos por atmósferas inquietantes y giros narrativos inesperados, para crear un efecto de distanciamiento con la realidad que, paradójicamente, nos atrae hacia el interior de la historia como un imán con espinas.
Ahora, sólo esperamos que, algún día, Ana Galvañ se ponga de largo y algún editor valiente se atreva a pedirle la mano.