Mostrando entradas con la etiqueta publicaciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta publicaciones. Mostrar todas las entradas

jueves, diciembre 28, 2023

La normalización postmoderna (1989-2021). El prólogo de Pons

Anticipándonos al final del partido, podemos presumir de que este año nos hemos portado tan tan bien que ese de Rey Oriente que es Álvaro Pons nos ha regalado un prólogo ilustrado para nuestro libro morado. Ya era un regalo que Kiko Sáez, editor de Marmotilla, se atreviera a publicarlo o que Violeta Sirera lo editara lustrosamente; pero, como no hay obra más redonda que aquella que abre y cierra bien, tenemos que agradecerles a Pons y a nuestro admirado Federico del Barrio que se prestaran a prologar y epilogar nuestra La normalización postmoderna (1989-2021).

Por eso, y porque nos apetece también cerrar este 2023 de forma redonda, les dejamos aquí el prólogo elogioso y erudito que Álvaro Pons le ha dedicado a nuestra obra:

 

Un objeto cultural cuántico

Hace unos años se reclamaba habitualmente en el ámbito del tebeo la “normalización”, entendida como un concepto amplio que superara la consideración peyorativa de la historieta como un objeto de poca relevancia cultural y nula importancia artística, relegado a la funcionalidad de entretenimiento infantil y juvenil que debía ser olvidado en la madurez. Es posible que la buena fe de los impulsores del término pensara en la acepción que establece su definición como la de un proceso de inclusión en la normalidad, sea lo que sea eso, pero lo cierto es que hay otra significación que habla de “poner en orden lo que no lo estaba”. Y, sin querer dejar de lado la necesaria superación de la mirada paternalista que se tenía hacia el tebeo, lo cierto es que, como objeto, el cómic es un fenómeno poliédrico y fascinante que elude su propia definición y parece precisar de cierto orden. Decía Thierry Groensteen que es un “objeto cultural no identificado”, un OCNI que nos recuerda a las investigaciones de Mulder y Scully y entronca el noveno arte con los misterios esotéricos en tanto es demostrable por inducción que elude su definición y se oculta al interés de los estudiosos y académicos. Sin embargo, es una aproximación que cualquier mente científica debería evitar: a aquellos que fuimos criados con la cálida voz de José María del Río doblando a Carl Sagan en Cosmos, cuando se emitió en TVE allá por los 80, se nos quedó grabado a fuego la necesidad de la prueba empírica y un espíritu de apertura humanista incompatible con la cerrazón esotérica. Por eso, quizás es más lógico pensar en el cómic siguiendo los postulados de la Mecánica Cuántica, como un objeto indefinido que se extiende por tiempo y espacio con cierta probabilidad de manifestarse cada vez de una forma según cómo nos aproximemos a él. Ni siquiera el amigo de Wigner, dueño del gato de Schrödinger, sabría decirnos con seguridad qué es una historieta mientras se encuentra cómodamente leyendo una en el sofá esperando la muerte o salvación por colapso de la función de onda. Si entendemos el cómic como una encarnación cuántica, es fácil comprender la multitud de discursos encontrados que se han dado a lo largo de los años alrededor del cómic: debates encendidos sobre la naturaleza del cómic que, en el fondo, solo estaban demostrando la multiplicidad de estados cuánticos que el noveno arte puede alcanzar simultáneamente, hasta el punto de que un lector puede estar leyendo uno de ellos mientras otra persona puede estar encontrando otra plasmación aparentemente contraria. 

La riqueza del cómic nace de esa naturaleza inaprensible, a la que Rubén Varillas se acercó con destreza en La arquitectura de las viñetas, aprovechando la semiótica como herramienta de deconstrucción de la forma en constante mutación del cómic, buscando una estructura básica que, a modo de ADN, permitiera encontrar una formulación de la combinatoria de la historieta que pudiera argumentar la normalización más allá de toda duda. 

Es posible que, en ese proceso que se inicia en el cómic, Varillas tuviera la primera revelación que lanzara conexiones entre la naturaleza cuántica del cómic y la de otro objeto que se resistía con uñas y garras a la codificación académica: la postmodernidad. Analizada prolija y profundamente desde todas las ramas del conocimiento, la postmodernidad ha intentado ser definida, catalogada e incluida en todo tipo de taxonomías de la cultura y el arte. Lo que en principio se definía por la clásica argumentación de contraposición al periodo anterior, la modernidad, pronto evidenció la endeblez del razonamiento: la postmodernidad se presentaba como un ente en continua mutación, como esa estructura cristalina inestable del Incal o como una de las manifestaciones amorfas de las dimensiones místicas que dibujaba Steve Ditko, tan próximas a la espuma cuántica que concibió John Wheeler. Y no solo eso, sino que, como The Blob, comenzaba a expandirse para invadir de forma silente todos los ámbitos posibles. La postmodernidad dejaba el círculo artístico para entrar en lo sociológico, empapando por ósmosis el discurso entre individualidad y colectividad para, a su vez, saltar a la propia esencia de la historiografía para tambalearla. Y, antes de que se dieran cuenta, la masa informe comenzó a descomponerse, emitiendo rayos-C que brillarían más allá de la puerta de Tannhäuser, regenerándose como la fuerza Fénix en hipermodernidad para sorpresa de la filosofía. 

Pero tener una revelación no implica tener las claves: lo que tenía en su mente Rubén Varillas era el germen de una forma de analizar la postmodernidad que, necesariamente, precisaba de la ciencia para expresarse. Si el objeto no permite su medida, si cada vez que abramos la caja el gato de Schrödinger se ha trasmutado en el de Cheshire, la única opción es el método científico. Y la ciencia nos dice que la forma adecuada de encarar el problema es crear un modelo, una reproducción en condiciones controladas de la materia a estudiar que permita reproducir lo que ocurre a gran escala. 

La normalización Postmoderna (1989-2021) es el instrumento que Rubén Varillas ha creado para analizar la postmodernidad creando un libro que, en sí mismo, es un modelo a escala de ese movimiento, encauzando sus reflexiones no desde la ortodoxia académica, sino desde una aproximación poliédrica y múltiple que encuentra en el cómic un andamiaje para su análisis y sigue la deriva postmoderna. La similitud de ADNs entre cómic y postmodernidad sirve para crear un nuevo ser vivo y palpitante al que la técnica CRISPR permite introducir quirúrgicamente los elementos necesarios de la cultura popular que definen el moderno Prometeo como logro transgénico: Shelley y Martínez Mójica conjugan la literatura con una concepción romántica de la biología que Varillas toma a la carrera para comenzar a componer la sinfonía acelerada de la información de la postmodernidad. La única forma de entender ese objeto es enfundarse en el traje de Flash y comenzar a correr alrededor de él a hipervelocidad, saltando entre las dimensiones culturales para hacer fotografías mientras muta, que permitan construir a ese monstruo polifacético como un ente probabilístico, como una función de onda que luego permitirá estudiarlo empíricamente. Es posible que abordar la metaficción con una línea de razonamiento que une la metapoesía, Tristram Shandy, El Quijote, Pirandello, Maus, Scott McCloud, Emmanuelle Carrère, Vila-Matas, el postestructuralismo, Crumb, La mujer del teniente francés, Barthes y Foucault pueda parecer una expresión de puro caos. Pero la reflexión de Varillas trasciende la linealidad de pensamiento para expandirse en una pasmosa multilinealidad que crea una jaula alrededor de la postmodernidad, atrapándola durante un nanosegundo, lo justo para que la sensación de caos desaparezca convirtiéndonos en un Ozymandias que puede ver todas las imágenes a la vez, las 14.000.604 posibilidades en las que Thanos salía triunfante, millones de iconografías furiosas que componen la nueva realidad en una pantalla global hipermoderna. Los diferentes capítulos que componen la obra enfrentan mirada y antimirada, realismo y antirrealismo, intelectualismo y antiintelectualismo… Conjugan pares de partículas y antipartículas para que la descarga energética dinamite sus cabezas, para obligarles a escoger entre la píldora roja o la azul, para ver la verdad de Matrix o perderse en la comodidad de la ignorancia catódica. 

La normalización Postmoderna (1989-2001) es un objeto cultural cuántico, con millones de estados posibles definidos por cada una de sus lecturas, pero que en su conjunto define la postmodernidad por mímesis a escala para poder asirla y comprenderla. Y que, de paso, encuentra en la historieta los cimientos de la cultura popular moderna. (Continuará…)

viernes, octubre 27, 2023

La arquitectura de las viñetas is back

Este octubre de 2023 ha sido, sin duda, el mes más prolífico que hemos vivido nunca en el plano editorial. A la publicación de La normalización postmoderna (1989-2021), tenemos que sumar una noticia que nos llena de ilusión. Cuando nuestro amigo José Manuel Trabado nos sugirió reeditar La arquitectura de las viñetas dentro de la colección Grafikalismos que él coordina para el servicio de publicaciones de la Universidad de León, aceptamos sin pestañear. No se nos ocurre mayor honor que compartir catálogo con tanto nombre ilustre de la crítica comicográfica, ya saben los Antonio Altarriba, Yexus, Viviane Alary, Enrique del Rey o el mismo José Manuel Trabado.

La reedición, además, es espectacular y mejora a su antecesora con una detallada revisión de erratas y una lujosa impresión a color en papel de alto gramaje. Cuando llegó el volumen a nuestras manos casi se nos cae una lagrimita: ¡Espectacular!

Por eso, y a modo de reencuentro con una obra que ha sido muy importante en nuestro recorrido dentro de la crítica de cómics, no se nos ocurre mejor celebración que recuperar el prólogo que en su día le dedicó el maestro Román Gubern. Se lo dejamos aquí abajo:


EL NOVENO ARTE A LA LUZ DE LA NARRATOLOGÍA 

Lo primero que hay que agradecer a este libro de Rubén Varillas es su reivindicación de la llamada “literatura de kiosko”, una reivindicación cultural tardía entre nosotros, pero que hace casi un siglo ya habían efectuado Guillaume Apollinaire y los surrealistas franceses, fascinados por las aventuras de Fantomas, de Nick Carter y de Arsène Lupin, tanto como por los trepidantes seriales norteamericanos y franceses de aventuras que llegaban a las pantallas en las primeras décadas del pasado siglo. Percibieron, de modo pertinente, que las narraciones icónicas –que desde los años sesenta fueron englobadas en aquel país por Claude Moliterni en el ámbito de la “figuración narrativa” - proponían sueños libérrimos materializados sobre soportes físicos que se ofrecían a la contemplación y al placer del público. Y es esta oferta de imágenes, en su modalidad de tebeo o cómic, la que el autor ha elegido como corpus para su análisis narratológico. Es cierto que el autor de cómics, a diferencia del autor literario –cuyos textos constituyen el objeto de estudio privilegiado tradicionalmente por la narratología-, debe poseer dos habilidades distintas, las del dibujante y las del narrador, para satisfacer las exigencias de la mímesis (de las apariencias visibles) y de la diégesis (del flujo del relato). Aventurándose en un territorio poco explorado, y armado de los saberes de la tradición narratológica (Genette, Greimas, Propp, Barthes, Chatman), el autor se enfrenta a la morfología específica del cómic, en su condición de estructura secuencial de imágenes fijas consecutivas y discontinuas, para representar, a veces con apoyo de textos lingüísticos, una acción narrativa según un vector cronológico. 

Llevando a cabo un meticuloso despiece de este medio de expresión desde el punto de vista narratológico, el autor cataloga y describe una sistematización de procedimientos formales utilizados por los creadores para construir el “efecto narración”. Y esto le lleva a un análisis pertinente de los personajes, del espacio narrativo, de las acciones, del punto de vista, etc.

Hace años Marshall McLuhan explicó con elocuencia la atracción que algunos artistas de vanguardia sintieron hacia los cómics, señalando que “Picasso ha sido por mucho tiempo aficionado a los cómics americanos. La cultura highbrow, de Joyce a Picasso, ha admirado desde hace tiempo el arte popular norteamericano porque encuentra en él una reacción auténticamente imaginativa a la cultura oficial”. No sólo Picasso admiró los cómics, sino que cultivó también tempranamente esta modalidad expresiva, como cuando dibujó seis viñetas para describir su viaje a París en compañía de Sebastià Sunyer en abril de 1904 , por no mencionar su narración seriada de Sueño y mentira de Franco (enero-junio de 1937), que precedió a su Guernica. Y lo mismo hizo el pintor expresionista germano-americano Lyonel Feininger, autor desde 1906 de dos magníficas series para el periódico The Chicago Tribune: The Kin-der-Kids y Wee Willie Winkie´s. Esta fructífera ósmosis o interacción entre la cultura highbrow y la masscult tuvo un esplendoroso despliegue didáctico en la soberbia exposición que exhibió el Museo de Arte Moderno de Nueva York (de octubre de 1990 a enero de 1991), con el sugestivo título High & Low. Modern Art, Popular Culture

Dicho esto, hay que añadir que la calidad o la excelencia estética de un cómic tiene poco que ver con su respeto a las prescripciones del canon, pues existen tanto obras maestras “clásicas” (o tradicionales, como el Flash Gordon de Alex Raymond), como obras maestras “innovadoras” (o vanguardistas). En este segundo apartado descolló muy tempranamente Winsor McCay, primer autor que exploró, con una imaginación y un atrevimiento prodigiosos, las convenciones formales del medio. Gracias a McCay, que cultivó este género desde 1903, la experimentación vanguardista en este medio periodístico y masivo precedió a la que se expandió luego en la pintura (desde el cubismo, en 1907), en la escultura, en la fotografía y en el cine. Esta línea experimental se prolongaría gracias a artistas como George Herriman, Guido Crepax, Guy Pellaert o Jean Giraud. De modo que si es cierto que han existido cómics inventivos y cómics rutinarios, o cómics innovadores y cómics canónicos, han sido los segundos los que han proporcionado al mundo académico el corpus normativo para la mayor parte de estudios sistemáticos acerca de su lenguaje y sus convenciones. 

Este libro no sólo reivindica la usualmente desatendida “literatura de kiosko”, sino que presta atención, y recupera con toda justicia, la demasiado olvidada producción española anterior a la Guerra Civil, con figuras tan brillantes y atrevidas como K-Hito (Ricardo García López), que en no pocas ocasiones bordeó la “poética del absurdo”, como en la serie protagonizada por su estrafalario Macaco. Se trata de un justo y sano ejercicio de recuperación de nuestra memoria histórica en este terreno estético, que tan frecuentemente se margina y orilla en el descampado de las subculturas. Como no podía ser de otro modo, abundan en este libro las observaciones acerca de las convergencias entre los cómics y la expresión cinematográfica, su pariente más próxima en la cultura icónica de masas, al punto de que a veces los cómics han sido calificados, de modo harto injusto, como “cine para pobres”. Algunos álbumes de cómics han desmentido con su lujoso look y su precio tal condición indigente. Y, claro está, el parentesco entre cómics y cine se extiende, no sólo al campo de las convenciones formales y narrativas, sino a sus trasvases arquetípicos y mitológicos y que hoy habría que prolongar todavía hacia el territorio de los videojuegos, nuevos y prósperos agentes en el abigarrado diálogo de la intermedialidad audiovisual contemporánea. A partir de ahora, esta documentada y pertinente incursión de Rubén Varillas en el análisis narratológico del universo del llamado Noveno Arte –de su anatomía y de su fisiología, podría decirse- se ha convertido en un trabajo de referencia insoslayable para los estudiosos de este medio

martes, septiembre 12, 2023

La normalización postmoderna (1989-2021). El índice

Los visitantes esporádicos de este blog se habrán percatado de que en los últimos tiempos las actualizaciones no han tenido la frecuencia y continuidad recomendables. Hay dos razones para ello: la primera tiene que ver con esas demandas de la paternidad de las que ya advertimos en nuestra side bar; la segunda, es el libro que inspira este post (y que será protagonista de algunos otros en un futuro próximo). La primera razón mencionada ha influido también decisivamente en el largo tiempo de cocción que le hemos dedicado al texto.

Hace ya siete años que concebimos y empezamos a ensamblar las piezas del puzle teórico que es La normalización postmoderna (1989-2021). Ahora por fin sale a la luz gracias a Ediciones Marmotilla y su promotor Francisco Sáez de Adana (por cierto, durante el periodo de preventa, el libro se puede adquirir con un 10% de descuento). Hemos tenido, además, la enorme suerte de contar con la colaboración y el saber de Álvaro Pons para la introducción y con el talento gigantesco de Federico del Barrio para el epílogo de la obra. 

Explicamos los objetivos e intenciones de La normalización postmoderna (1989-2021) en una de las solapas del libro:

¿Qué es la postmodernidad? ¿Cuándo comienza? ¿Cuál es su relación exacta con la modernidad? Y, sobre todo, ¿qué pinta el cómic en toda esta historia? 

En este libro intentaremos arrojar luz sobre algunos de esos interrogantes. Nos moveremos sobre arenas movedizas y lo haremos sin más ayuda que el razonamiento especulativo y el bagaje subjetivo de un consumidor compulsivo de cultura popular. Nuestro objetivo: demostrar que, en las últimas dos décadas, toda la complejidad de la teorización postmoderna se ha diluido en el océano de la cultura popular, hasta ser aceptada y asimilada por el gran público. 

Éste no es un libro sobre cómics. Pero el noveno arte sobrevuela casi todas sus páginas y dialoga con muchas de las ideas y razonamientos que en ellas se exponen. No debe sorprendernos: la consolidación del cómic, el cine, las series televisivas, el arte urbano o los videojuegos es, en buena medida, responsable del sorpasso desde una cultura textual a la cultura icónica que caracteriza este presente digital, autorreferencial, cuántico y fluido en el que nos encontramos.

Bienvenidos a la postmodernidad avanzada.

Como se intuye, la postmodernidad es un periodo complejo y escurridizo que admite una lectura fractal. Por eso, y aunque la reflexión se nos ha ido larga (por encima de las 550 páginas), el libro está estructurado en diferentes capítulos que, a su vez, se subdividen en pequeños epígrafes (de 3 ó 4 páginas, normalmente). Esa fragmentación ayuda a que su lectura sea mucho más fluida y amena de lo que anuncia su extensión. Les dejamos aquí el índice del libro. Curioseen.



lunes, junio 20, 2022

Jot Down Cómics 2021 (con ACDCómic)

Este año llegamos un poco tarde al anuncio, pero como sucede desde hace ya seis años, Jot Down también ha publicado este curso, en colaboración con ACDCómic, un libro con los mejores cómics del año glosados por los críticos más conocidos del país. Se mantienen este año los cambios en maquetación y estructura que introdujo el libro en su anterior edición ("obras de interés", "apéndices", etc.) y se incluye además una charla a tres voces entre Javier Olivares, Ana Penyas y Gerardo Vilches, nada menos. Lo explican muy bien desde la página de Jot Down:

Jot Down Cómics es una revista anual de 244 páginas a todo color con reseñas de los mejores títulos de cómic publicados en España a lo largo del último año. La selección, que corre a cargo de la Asociación de Críticos y Divulgadores de Cómic de España (ACDCómic), ofrece una muestra del rico panorama del cómic en España y constituye un repaso imprescindible para ampliar la perspectiva tanto de lectores habituales como de aquellos que se interesan en el mundo del cómic por primera vez. 

En Jot Down Cómics, cuya nómina de firmas está compuesta por miembros de ACDCómic y los redactores de Jot Down, visitamos uno a uno todos los títulos del año, incluyendo algunas muestras de las obras de referencia, y ampliamos la panorámica del medio con una selección de otras obras de interés categorizadas por género. Este número también incluye una entrevista a Ana Penyas y Javier Olivares, autores de su portada. 

Esta vez, nuestra participación en el volumen está dedicada a Warburg & Beach, el cómic heterodoxo y sorprendente que Jorge Carrión y Javier Olivares le dedican a la pasión bibliofila en su relación con el mundo de las librerías, las bibliotecas y la edición. Un trabajo que, a través del trazo oblicuo y las deslumbrantes composiciones de página de Javier Olivares, teje una red de relaciones sutiles entre las figuras de la librera y editora Sylvia Beach, el coleccionista Aby Warburg y figuras tan improbables como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp.

Pueden adquirir el libro en la tienda web de Jot Down. Si tienen alguna duda, échenle un ojo al índice y se les quitarán. Les dejamos también las primera líneas de nuestra participación en el tomo.


 

Una red de libros

Por Rubén Varillas

Reconocido principalmente por su labor como novelista y ensayista, el escritor Jorge Carrión se adentró en el mundo de las viñetas con el guion para ese notable ejercicio de cómic-periodismo que fue Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Norma, 2016), junto al dibujante Sagar Forniés; también con él realizó su segunda novela gráfica, Gótico (Norma/MNAC, 2018). El cómic Warburg & Beach, sin embargo, enlaza directamente con uno de sus ensayos más conocidos, Librerías (finalista del Premio Anagrama en 2013). El título del cómic alude a uno de los principales personajes que aparecían en aquellas páginas, la librera estadounidense Sylvia Beach, a quien sitúa ahora al lado del historiador alemán Aby Warburg. Beach fue la responsable de la primera edición del Ulises de Joyce y la propietaria fundadora de Shakespeare & Company, la librería parisina por la que pasó la flor y nata de la intelectualidad de su tiempo. Warburg, por su parte, fue el compilador de la célebre biblioteca que lleva su nombre en Hamburgo, lugar donde surgió el Atlas Mnemosyne. En Warburg & Beach las vidas de ambos encuentran tangencias con las de otros personajes de trayectoria libresca y pasión bibliófila, como Mary Wollstonecraft, la primera escritora feminista de la historia, la librera neoyorquina Frances Steloff o Marcel Duchamp, padre del arte contemporáneo. 

Para abrazar el homenaje a la edición literaria y a los libros que es Warburg & Beach, sus autores han decidido publicar una obra original y sorprendente en su concepción formal: se trata de un cómic-objeto desplegable y reversible (al estilo de La Gran Guerra, de Joe Sacco); un friso con dos caras que, detrás de su aparente linealidad, se descompone como un gran collage en el que conviven las dos biografías que dan título a la obra (una en cada lado del desplegable), junto a episodios dedicados a los ya mencionados Mary Wollstonecraft (prólogo), Frances Steloff y Marcel Duchamp (epílogo). Como compañero necesario para tan singular proyecto, Carrión ha elegido a Javier Olivares, una de las figuras del cómic español; un dibujante heterodoxo y especialmente dotado para el trazo expresionista y la mirada oblicua. Un autor, además, que en los últimos tiempos ya se había acercado al género de los perfiles biográficos atípicos con Las Meninas (Astiberri, 2014), la biografía de Velázquez que realizó junto al guionista Santiago García, o Shakespeare & Cervantes, el relato ilustrado que realizó junto al propio Carrión en 2018. 

viernes, noviembre 19, 2021

Con Shin’ichi Abe en Jot Down Cómics #5

Con lavado de cara y alguna novedad que lo hace aún más atractivo, hace unos meses Jot Down publicó, por quinto año seguido, su anuario con los mejores cómics del curso a partir de la selección de esenciales de ACDCómic. En el encontramos a algunas de las voces más autorizadas del país en la crítica de cómics.  

Y, por quinto año también, hemos tenido la suerte de que su editor, Iván Galiano, se acordara de nosotros. Elegimos Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin'ichi Abe, para nuestra colaboración; un cómic peculiar y heterodoxo, incluso dentro del panorama del manga. Ya hemos hablado en nuestro blog de un compañero de generación de Abe, como fue Oji Suzuki, y volveremos en el futuro a referirnos a otros dibujantes de watakushi manga (‘manga del yo’) que colaboraron junto a ambos en Garo y otras revistas de vanguardia. En nuestro artículo para Jot Down hablamos un poco de todo ello y diseccionamos algunas de las peculiaridades de Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, una colección de relatos autobiográficos tormentosa y sorprendente en el apartado estilístico. 

Aquí tienen el sumario de Jot Down Cómics #5 y los primeros párrafos de nuestra colaboración:


Entre la apatía y la autodestrucción

Por Rubén Varillas 

Los relatos breves que componen Los sentimientos de Miyoko en Asagaya conforman un extraño collage autobiográfico. Lo cierto es que Abe, es ya en sí mismo un autor extraño, diferente. Junto a Oji Suzuki, Seiichi Hayashi y Kuniko Tsurita pertenece a ese grupo escogido de mangakas que se encuadraron bajo el influyente magisterio de Yoshiharu Tsuge y su watakushi manga (‘cómics del yo’). Como hicieron Yoshiharu Tsuge y su hermano Tadao en su día, y como también hace Abe en las historias cortas de este volumen, casi todos ellos recurrieron a episodios de sus propias biografías para proyectar una mirada extrañada de la realidad. Y también como ellos, Abe, Suzuki, Hayashi y Kurita desarrollaron buena parte de su producción en publicaciones alternativas como la emblemática revista Garo, con unos mangas que discurrían entre la experimentación narrativa y cierto simbolismo poético. 

Los sentimientos de Miyoko en Asagaya está presidido por un tono decadente y sombrío, por una suerte de pesimismo existencial que empuja a los protagonistas de sus historias a dejarse ir cuesta abajo y malvivir precarias vidas bohemias. Son los hijos de la postguerra, una generación castigada por la desesperanza y los estigmas de una derrota traumática. Las imágenes poéticas de paisajes nocturnos conviven con un diseño de personajes deliberadamente descuidado; un estilo caricaturesco que deforma cuerpos y rostros con la intención de transmitir las emociones particulares de cada instante y situación. El dibujo antirrealista de Abe y su renuncia a una narración convencional en términos de fluidez narrativa consiguen dotar a sus relatos de un lirismo intimista que termina por atrapar al lector dentro de su red de significados e insinuaciones. 



 

sábado, marzo 13, 2021

De listas y deudas: crónica negra de la corrupción política española

Lo peor de las listas culturales es que nunca se cierran, aunque quizás en esa falta de clausura esté también su mayor virtud: la de invitar siempre a una revisión continua, a una actualización del gusto y de las convicciones propias.

Nos pasa todos los años. Cada vez que llega el día de Reyes y publicamos nuestro listado con los mejores cómics de ese curso, lo hacemos con la certeza de estar traicionando a aquellas lecturas a las que no pudimos llegar. Desde hace un tiempo, junto a nuestra selección anual, publicamos en papel (en el periódico ABC Color de Paraguay) una lista depurada de sólo diez cómics, un resumen del resumen.

Después de jugar a las quinielas y disfrutar de selecciones ajenas, mucho más completas y cualificadas, teníamos claro que este año se nos habían quedado en el debe algunos cómics importantes. El arranque de 2021 ha sido generoso a la hora de permitirnos actualizar unas lecturas que, prácticamente, nos han empujado a escribir este post a modo de epílogo tardío a nuestra selección de "cómics para una pandemia". Y es que, aunque Blogger invita a la trampa y a la "reescritura" (ortográfica, gramatical e incluso conceptual e ideológica) del pasado, hemos preferido entonar el mea culpa en vivo y en directo por no haber incluido en nuestra lista dos cómics superlativos; ambos con bastantes puntos en común, pero con diferentes intenciones.

Con su primorosa edición en páginas doradas Primavera para Madrid (Autsaider Cómics), de Magius, es la gran crónica carnavalesca y bufa de la reciente historia política de nuestro país. Con toda la mala leche que exigen las circunstancias y con escaso disimulo (tanto en nombres como en caracterizaciones), Magius disecciona el circo político de la corrupción postaznarista y sus acólitos borbónicos: una galería esperpéntica de personajes instalados en el chantaje, la ostentación chabacana, los puñales por la espalda, los sobres con mordidas y las prácticas mafiosas. Ante el cutrerío sórdido de lo narrado y la impunidad de sus actores, el visitante foráneo podría pensar que la farsa de Primavera para Madrid cobra fuerza a partir de una deformación hiperbólica de la crónica política. Lo cierto es que, si no hubiéramos sido testigos diarios del descalabro, con asiento en primera fila de noticieros y confesiones judiciales, ni los mismos españoles hubiéramos comprado la historia. Seguramente, lo peor de todo es que algunos siguen pensando que aquel lodazal fue la mejor de las realidades posibles. Un ejercicio obligatorio de memoria, una obra para leer y releer cada pocos años.

Esos dos clásicos del cómic español que son Altarriba y Keko, concluyen su inmaculada trilogía del ego (Yo, asesino, Yo, loco y, ahora, Yo, mentiroso). Yo, mentiroso (Norma) rebusca en la misma materia prima que el cómic de Magius, la corrupción de la política española, pero prescinde del humor paródico para centrarse en un doble enfoque socio-psicológico que, bajo su apariencia de thriller político, intenta destejer las urdimbres maquiavélicas de la corrupción, el engaño y el poder a cualquier precio. El claroscuro tenebrista de Keko nunca había brillado tanto como en este cómic. Su empleo realista de collages de situación funciona con pasmosa naturalidad a la hora de crear las localizaciones macabras de una escena del crimen que se multiplica en todas las direcciones posibles que permiten la codicia y la iniquidad humana. Como sucedía en Primavera para Madrid, los personajes de Yo, mentiroso apenas disimulan los nombres reales que protagonizaron algunos de los episodios más negros de la democracia española. Detrás del andamiaje de ficción que ofrece el episodio criminal de la trama (con los guiños irónicos y autorreferenciales habituales en Altarriba), reconocemos casi todos los rostros funestos de sus personajes y nos acordamos de sus acciones. Yo, mentiroso es un cómic sobresaliente (el mejor de la trilogía, pensamos), pero le deja a uno mal cuerpo para varios días. Avisados están.  

Y todavía no hemos tenido tiempo de leer Cheminova, el quinto y último tomo de esa saga brillante y llena de humanidad que Luis Durán ha facturado a lo largo de años con su serie Orlando y juego, así que no descarten alguna nueva operación de enmienda.

miércoles, febrero 17, 2021

Ethel y Ernest, de Raymond Briggs. Una vida en viñetas

Después de muchos años, al fin se publica en español uno de esos cómics que inventaron la "novela gráfica" antes de la novela gráfica. Ethel y Ernest es, además, un cómic que arroja luz sobre la verdadera dimensión de Raymond Briggs, un autor capital para entender los muchos puentes que conectan al cómic con la ilustración y uno de los dibujantes de cómics más minusvalorados del panorama contemporáneo. De esto, de la importancia de Briggs en la consolidación del cómic autobiográfico y de muchas otras cosas hablamos en el estudio que publicamos recientemente en Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado, el estudio colectivo coordinado por José Manuel Trabado sobre las intersecciones entre los lenguajes del cómic y de la ilustración. 

Vamos a recuperar en este post algunas de las reflexiones que hicimos en aquellas páginas sobre Ethel y Ernest, publicado este año por Blackie Books. El artículo completo, lo tienen en este libro:

 

UNA VIDA EN VIÑETAS: ETHEL & ERNEST

Raymond Briggs siempre ha reconocido que Jim y Hilda, los personajes protagonistas de Gentleman Jim y When the Wind Blows, estaban directamente inspirados en sus propios padres. Pero la distancia ficcional motivada por el cambio de nombres y por el fuerte caricaturismo de su dibujo desaparecerá definitivamente en Ernest and Ethel (1999), la novela gráfica que Briggs dedica, ya sin disimulos argumentales o nominales, a la biografía de sus padres.[1]

Junto al título, la primera página interior de Ernest and Ethel muestra dos marcos ovalados con las fotografías en tonos sepias de los progenitores de Raymond Briggs. Las páginas que siguen abordarán el periplo vital de los protagonistas, una pareja trabajadora de clase media-baja que progresa lentamente y con gran esfuerzo en las difíciles condiciones la Inglaterra pre y postbélica.

En lo que es una constante dentro de la narrativa de Briggs, la historia comienza con una secuenciación reticular de pequeñas viñetas que describen un acontecimiento rutinario. Estamos en 1928 y, desde la ventana de una casa burguesa, vemos asomarse cada día a la joven sirviente, Ethel, para saludar el paso de Ernest en su bicicleta. Este breve preámbulo muestra el cortejo anterior a la boda entre ambos y al comienzo real de la historia: su vida como pareja. A partir de ahí, el cómic se divide en cuatro capítulos estructurados y titulados a partir de las cuatro décadas que Ethel y Ernest compartieron en común (“1930-1940”, “1940-1950”, “1950-1960”, “1960-1970”); y un quinto episodio breve que, a modo de epílogo, cierra el círculo con sus fallecimientos (“1970-1971”).

Al margen de las referencias cronológicas, la narración introduce varios hilos conductores que cohesionan el relato alrededor de ciertos indicios temáticos. Uno de los más obvios es el de la vivienda: una de las principales marcas de estatus social y un referente simbólico de la prosperidad burguesa en el siglo XX. A partir de 1945, el mercado de alquiler subvencionado (alquiler social) fue la opción de vivienda habitual en Gran Bretaña para las clases medias (gracias, en gran medida, al Plan Nacional de Vivienda impulsado por el Laborismo), frente a otras opciones más gravosas como la adquisición de inmuebles en propiedad. Por eso, a lo largo del libro, la vida del matrimonio Briggs orbitará alrededor de esa vivienda adosada de estilo eduardiano que compraron en 1930 gracias a una hipoteca de 825 libras, y en la que vivirán durante los siguientes cuarenta y un años. La narración estará parcialmente construida alrededor de varias páginas-viñeta que mostrarán la evolución histórica de esta casa familiar en los diferentes periodos de la vida en común del matrimonio Briggs.

En la narrativa de Briggs el espacio interior y cerrado de la vivienda familiar viene asociada generalmente a connotaciones positivas: el hogar es ese lugar protegido en el que los personajes no pueden sufrir ningún mal; el peligro proviene siempre del mundo exterior. Como observamos en obras como When the Wind Blows, The Man o The Bear, sólo cuando los protagonistas se asoman a las ventanas de sus casas son capaces de percibir esa amenaza exterior que amenaza con socavar la armonía familiar y la concordia que se vive en el interior de la casa.

La vivienda de Ethel y Ernest es el decorado en el que transcurre su vida y donde verán nacer a su hijo Raymond; pero también es el escenario del que se valdrá Briggs para mostrarnos el devenir histórico del siglo XX y algunos de sus acontecimientos más importantes. De este modo, su cómic se convierte en un cuadro de costumbres de la vida trabajadora en el agitado contexto socio-político del siglo XX. Al mismo tiempo que presenciamos el desarrollo cotidiano de las actividades domésticas y laborales de este matrimonio de clase media-baja, seremos testigos de sus esfuerzos por sobrevivir dignamente durante los duros años de la postguerra; de su escepticismo ante las promesas y las medidas gubernamentales de la clase política; o de su admiración ante el progreso tecnológico del siglo XX.  A partir de la mirada subjetiva de los personajes, el lector asiste a algunos de los acontecimientos históricos fundamentales del periodo, pero también a los pequeños hitos que modificaron definitivamente la vida diaria de las personas: como la llegada de la electricidad a los hogares y el abandono del carbón, la consolidación de consumismo como marca de estatus, la implantación de electrodomésticos como la lavadora o el horno eléctrico, el éxito masivo de la televisión en detrimento de la radio, etc.

Si bien es cierto que muchos de los motivos temáticos que mencionamos ya habían aparecido en Gentleman Jim y en When the Wind Blows[2], su repetición en Ethel & Ernest responde a una propuesta más amplia y cohesiva que prescindirá de otros subtextos (como el de la especulación fantasiosa), para centrarse exclusivamente en la construcción del perfil existencial de sus personajes. El diseño de éstos es más realista (aunque ligeramente impresionista en su trazo) que el de los personajes de obras precedentes. Aunque podemos ver claramente en ellos el reflejo del Jim Bloggs de Gentleman Jim o de los Jim y Hilda de When the Wind Blows, en esta ocasión la mirada de Briggs sobre sus personajes es más benévola. La ternura sustituye a la ironía, y el humor de Ethel & Ernest resulta más indulgente con la dignidad esforzada de sus ineducados protagonistas.

También la planificación narrativa del cómic plantea algunas soluciones diferentes de las que encontrábamos en sus predecesores. La historia no organiza sus acontecimientos a partir de una linealidad estricta, sino que se compone más bien de secuencias sucesivas encadenadas, que en muchos casos no ocupan más de media página. Mediante este recurso, Briggs compone un fresco impresionista —que, como acabamos de mencionar, encuentra su reflejo en el diseño de personajes— en el que la narración se debe a una acumulación de situaciones cronológicas encadenadas temáticamente, más que a una contigüidad temporal estricta. Son las elipsis (nunca demasiado extremas) las que nos ayudan a completar el tejido de los acontecimientos. Dentro de esta organización un tanto azarosa, Briggs combina las viñetas panorámicas con otras más pequeñas, en un juego de alternancias secuenciales que consigue dotar de dinamismo al conjunto; y que, cada ciertas páginas, verá aparecer la página-viñeta con el leitmotiv de la casa familiar. 

La adaptación a dibujos animados de Ethel & Ernest, dirigida por Robert Mainwood, se estrenó en 2016 directamente en la cadena inglesa BBC 1. La película sigue fielmente —secuencia a secuencia, prácticamente— la historia del cómic; si bien, desarrolla con más detalle algún pasaje concreto, como el de los bombardeos alemanes sobre Londres. El dibujo del filme es más estilizado y realista que el del cómic (excepto, quizás, en las escenas finales de la muerte de los protagonistas, en las que se recupera el trazo impresionista de la obra impresa). No obstante, salvo licencias mínimas, como la inclusión de los audios radiofónicos originales que se emitieron durante la contienda bélica o una banda sonora muy heterogénea y descriptiva, la versión animada de Ethel & Ernest se ciñe a las intenciones originales del cómic: las del relato sencillo y emocionante de una vida en común, la de la entrañable pareja que formaban los padres de Briggs.

Precisamente, a esa modesta normalidad se refiere el propio Briggs en el breve preámbulo documental que sirve de introducción a la película (recurso que ya habíamos presenciado en la primera versión de la adaptación animada de The Snowman). El prólogo se compone de dos escenas interrumpidas por el título de la película sobreimpreso sobre un fondo negro: en la primera, el dibujante está en la cocina sirviéndose un té en una taza decorada con motivos de The Snowman; en la segunda, le vemos en su estudio a punto de sentarse ante la mesa de dibujo para comenzar a realizar una caricatura de sus padres. De fondo, escuchamos su voz:

Mis padres no tenían nada de extraordinario. Ningún drama. Nada de divorcios ni cosas así. Pero eran mis padres y quería recordarlos haciendo un libro ilustrado. La verdad, es un poco raro tener un libro sobre mis padres entre superventas de futbolistas y libros de cocina. Supongo que les haría estar orgullosos. Y, probablemente, también algo avergonzados. Me los imagino diciendo: “No fue así”. O: “¿Cómo puedes hablar de esas cosas?”. Pues lo he hecho. Y esta es su historia.


[1] La figura de su padre ya había aparecido en Sledges to the Rescue (1963), la tercera novela juvenil que el autor escribió en los años 60, antes de decantarse laboralmente por la vía de ilustración. La novela —parcialmente autobiográfica— describía la historia de un niño que ayudaba a su padre Ernie en su trabajo como repartidor de leche.

[2] Algunos de estos motivos, como el de la preparación de los protagonistas ante un conflicto bélico inminente, son prácticamente idénticos en When the Wind Blows y en Ethel & Ernest; con la salvedad de que en el primer caso se trataba de la ficción especulativa de un posible ataque nuclear, mientras que en el segundo título se centraba en el contexto muy real de la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos, los relatos incluyen escenas muy similares, como las de la adecuación de la vivienda para resistir a un ataque aéreo, la construcción de un refugio o la ansiedad de los protagonistas ante las funestas noticias que reciben desde la radio y la prensa.

lunes, noviembre 23, 2020

Mono de trapo, de Tony Millionaire. La juguetería mágica (en ABC Color)

Afirman desde la editorial sevillana Barrett que sólo publican un libro infantil y un cómic al año. Ojalá mantengan siempre el nivel de la antología de Mono de trapo que acaban de editar este 2020. Palabras mayores. Por el continente en sí, una preciosa edición limitada de pastas duras que combina con acierto el blanco y negro con el color, y por el contenido: una de las obras de referencia del estadounidense Scott Richardson, más conocido como Tony Millionaire; uno de los dibujantes y guionistas más heterodoxos y fascinantes del cómic actual.

Dentro de aquella generación de autores independientes que irrumpieron en Estados Unidos a mediados de los 90, a caballo entre la edición en papel, los blogs y el webcómic (los Kochalka, Arkham, Shaw, Weing, etc.), Millionaire fue uno de los que más éxito y reconocimiento tuvo gracias a la multipremiada Maakies; su celebrada y enloquecida galería de "animales sabios" que nació como tira de prensa para el New York Press en 1994. Luego llegarían sus series Billy avellanas (editado en español por La Cúpula en 2007) y Mono de trapo (que vio en nuestro país una primera edición parcial a cargo de la Editorial Rossell en 2008), en las que “recicla” y adapta algunos de los personajes aparecidos en sus tiras.  

Aunque suele adscribírsele al nuevo underground, el trabajo de Millionaire desborda escuelas o etiquetas y se alimenta de fuentes muy dispares. Herencia de un linaje familiar repleto de artistas y pintores, seguramente. En su estilo encontramos huellas del underground más sofisticado y abigarrado de Robert Crumb, efectivamente, pero su empleo minucioso de las tramas y del rayado demuestra también una influencia de la ilustración decimonónica y los grabados xilográficos de Tenniel o Cruikshank; o de pioneros del cómic como Winsor McCay o Lyonel Feininger. En su actualización de lo gótico y de lo macabro (una original combinación de tópicos y parajes románticos junto a referencias a la cuentística popular) y en su construcción de personajes antropomórficos podemos ver también la huella de ilustradores como Gorey o Sendak.


En toda su producción, desde sus cómics a sus películas de animación, el bostoniano hace gala de buenas dosis de extravagancia para configurar un imaginario visual que discurre entre lo grotesco y el cartoon macabro de Gorey. Sus tebeos son como una tienda de antigüedades repleta de juguetes parlantes, cacharrería mágica y muñecos de trapo. El propio Millionaire se encarga de cultivar esa imagen de chamarilero loco. No hay más que rastrear las fotos que de él circulan por Internet: tan pronto aparece con un smoking de gala con chorreras imposibles, como disfrazado de guerrero carnavalesco, con melenaza y casco alado con pico de pato. Ese es el espíritu que preside sus cómics: un espacio mágico en el que conviven lo extravagante y lo inesperado, las referencias infantiles con temas y contenidos claramente adultos. La Villa Kunterbunt de Pippi Langstrum filtrada por el oscuro realismo mágico de Tim Burton. 

Las tragedias autoconclusivas que conforman los episodios de Mono de trapo tienen lugar en fastuosas mansiones victorianas ubicadas en un Estados Unidos que ya no existe, pero todas ellas están protagonizadas por Tío Gabby, ese mono remendado de un calcetín que da título al cómic (sock monkey), y por su amigo Don Cuervo, un pájaro de trapo con botones por ojos; son los personajes ideales para unas andanzas imposibles que siempre acaban mal. Juntos, viven las aventuras menos infantiles que uno pueda imaginar: incendios catastróficos, naufragios en Borneo junto a cabezas jibarizadas, matrimonios entre roedores que terminan en canibalismo, cacerías de insectos, etc.


Mono de trapo nos devuelve a un tiempo en el que la infancia estaba habitada por muñecas de porcelana, caballitos de mecedora y cuentos de criaturas fantásticas. Cada página del cómic nos remite a ese pasado que sólo sobrevive en ilustraciones y fotografías sepias. Cuando Millionaire decide añadir un texto al pie de cada página, está apuntando directamente a los grabados del siglo XIX; de este modo, la página funciona, no sólo como parte de una secuencia, sino como una unidad en sí misma que nos recuerda a viejas ilustraciones llenas de encanto. De este ejercicio de nostalgia que enhebra el imaginario infantil tradicional con el tenebrismo de las historias góticas nace la narrativa mágica y el riquísimo imaginario gráfico de Tony Millionaire.


Junto a los ocho episodios alrededor de las aventuras de Tío Gabby y Señor Cuervo, la antología de Barrett incluye tres capítulos más (dos de ellos en color): "El pomo de cristal" (construido como un cuento ilustrado), "El episodio de Pulgadas" y el brillante cierre que supone "Tío Gabby"; un pequeño relato en sí mismo, que nos habla de los anhelos imposibles de la infancia perdida, y que consigue cerrar el círculo de forma emocionante.

No exageramos si decimos que Mono de trapo es uno de los acontecimientos viñeteros de este año complicado. Un libro que nos invita a huir de la realidad para refugiarnos en el desván de la infancia y los recovecos de la nostalgia. 

____________________________________________ 

Y así ha quedado la cosa en la edición impresa del cultural dominical del periódico paraguayo ABC Color

lunes, noviembre 02, 2020

Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado. Entre el cómic y la ilustración

Sigue la Universidad de León, con José Manuel Trabado Cabado al frente, haciendo una labor impagable en su empeño de impulsar los estudios académicos en torno al cómic y su historia. En esta ocasión, para la publicación de Encrucijadas gráfico-narrativas. Novela gráfica y álbum ilustrado la Universidad ha colaborado con la editorial asturiana Trea, que cuenta con un más que interesante catálogo sobre estudios académicos de las más diversas áreas y materias. Trabado ha planteado este estudio colectivo como una incursión en el análisis de las intersecciones y territorios afines entre los lenguajes del cómic y de la ilustración. Entre la nómina de participantes, que han colaborado bajo el paraguas académico que proporciona Greconagra (Grupo de Estudios sobre Cómic y Narración Gráfica). En el índice de participantez encontramos algunos de los nombres más importantes de la investigación comicográfica reciente, como Roberto Bartual, Inés González Cabeza o el propio José Manuel Trabado Cabado, quien participa con un estupendo estudio dedicado a las incursiones de Neil Gaiman y Art Spiegelman en el campo de la ilustración infantil.


Como pueden ver en este índice, una vez más, la Universidad de León nos ha invitado a participar en el volumen con un estudio acerca de la figura de uno de los ilustradores más relevantes e influyentes del siglo XX: el británico Raymond Briggs. Hemos tenido la oportunidad de releer sus obras más importantes y acercarnos a trabajos que desconocíamos; hemos profundizado en los vínculos estrechos entre su obra y su biografía, analizando la evolución de una poética que no dejó de enriquecerse a lo largo de su vida y de su evolución como autor. El título de nuestro ensayo, Una industria llamada Raymond Briggs, se explica por la capacidad que sus libros han tenido para desbordar cualquier tipo de género, audiencia e incluso vehículo discursivo. Difícilmente encontraremos un autor mas exitoso y adaptado (interdiscursivamente) que Briggs; y difícilmente hallaremos un autor de su relevancia al que se le haya dedicado menos atención académica. Con nuestro ensayo esperamos añadir un pequeño aporte, por lo que respecta al menos a su difusión y estudio desde la crítica en español.

Les dejamos ahora con la información promocional proporcionada por el propio coordinador del volumen:

El presente libro pretende mostrar un diálogo entre dos formas de narración gráfica —el álbum ilustrado y el cómic— que pertenecen a tradiciones diferentes y que han poseído, también, una consideración cultural muy dispar. Sin embargo, es posible rastrear numerosos puntos de encuentro que sirven para ilustrar parcelas menos atendidas de la la obra de autores consagrados dentro del panorama de la novela gráfica. En esa intersección de formas y poéticas se instalan ejemplos refractarios a la clasificación estricta. Estas páginas surgen de la voluntad de documentar una necesidad de contar que desborda y enriquece los moldes formales.



jueves, agosto 27, 2020

Cómics esenciales 2019, de Jot Down y ACDCómic

La publicación con los mejores cómics del año a cargo de Jot Down y la ACDCómic va camino de convertirse en (gloriosa) tradición. Por cuarto año seguido, se ha editado el anuario con los mejores cómics de este curso. Y, por cuarta entrega, hemos participado en Cómics Esenciales 2019 reseñando una de nuestras lecturas favoritas del año. En esta ocasión hemos juntado algunas letras sobre esa bendita rareza que es Guy, retrato de un bebedor, de Olivier Shrauwen y Ruppert & Mulot, publicada por Fulgencio Pimentel. Un cómic que desborda cualquier etiqueta estilística para poner patas arriba el género de aventuras y reflexionar acerca de la condición humana.

Como siempre, pueden adquirir el anuario a través de la tienda web de Jot Down. Les dejamos aquí con el índice del volumen y con los primeros párrafos de nuestro artículo para abrir boca e invitarles a morder el anzuelo.

Parecía un cómic de piratas

Por Rubén Varillas

Olivier Schrauwen lleva años descolocando a sus lectores y a la crítica con una sucesión de cómics ajenos a géneros o escuelas. Es belga, sí, y su estilo parece una línea clara actualizada y despojada de adornos, pero sólo a veces. Otras, creemos estar ante un adepto anacrónico del underground más alucinado y surrealista de los 60-70; y, en ocasiones, tenemos la tentación de situarle dentro de ese expresionismo esquemático contemporáneo que ha encumbrado a autores como Gipi, Blain, Blutch o Sfar… No es fácil encasillar su obra, sin embargo, sí que podemos reconocer en su trabajo una línea creativa que le vincula con las vanguardias históricas mediante un proceso de actualización postmoderna. Es ese el nexo que conectaba a Mi pequeño con el modernismo y con el surrealismo, con el ornamento art déco y con los cadáveres exquisitos; o el que explicaba el dadaísmo de Arsène Schrauwen, igualmente salpicado de ensoñaciones surrealistas freudianas.

También encontramos esa devoción hacia la vanguardia y sus mecanismos en la obra de Jérôme Mulot y Florent Ruppert; en muchos casos, como paso previo a una deconstrucción de sus convenciones y su manipulación metaficcional. No faltan ejemplos en su bibliografía: cómics que desbordan los límites impuestos por los géneros tradicionales (Le Tricheur), ruptura de expectativas (Maison Close; La técnica del perineo), composiciones vanguardistas (Safari, Monseigneur; Panier de singe), etc. Los juegos del lenguaje de Ruppert & Mulot beben de la autorreferencialidad contemporánea y de su atracción por la experimentación interdiscursiva, sin dejar de mirar a los hallazgos modernistas de las vanguardias clásicas...