Cárcel de amor, de Sergi Puyol, se mueve en esas coordenadas postmodernas del extrañamiento, que van camino de convertirse en fórmula de normalidad narrativa. En un excelente artículo de 2006 dedicado al metacine ("El cine en, desde y sobre el cine: metaficción, reflexividad e intertextualidad en la pantalla"), José Antonio Pérez Bowie desarrollaba algunas de las claves de este tipo de discursos:
Íntimamente relacionada con esa puesta en relieve de la materialidad de la significación está la enfatización consciente y deliberada por parte del cine de una serie de marcas definidoras de lo teatral: artificiosidad de la escenografía, interpretación desmesurada de los actores, explicitación del proceso y acto de enunciación, etc.
Los habitantes de Cárcel de amor son personajes alienados que actúan guiados por instintos irracionales e intentan sobrevivir en un entorno social asfixiante. Hablamos del mismo paisaje artístico que pueblan las creaciones de David Lynch o de Daniel Clowes. Sus protagonistas son, en muchos casos, individuos amargados, freaks con nula inteligencia emocional, habitantes del infierno interior.
“A veces me pregunto si el problema es realmente de los demás o mío. / Yo formo parte de los demás. ¡Yo mismo soy una de esas personas que me molestan! Así que, en todo caso, el problema es de todos”. Podrían ser palabras de Wilson, la creación misantrópica de Clowes, pero en realidad tales lindezas sociopáticas pertenecen a Pierre Larrard, el igualmente odioso protagonista de Cárcel de Amor. Un personaje creado a partir de su propio rencor y que hará las delicias de lectores asociales e inadaptados, aunque, como ya hemos señalado, la fórmula dista de ser nueva.
En este tipo de obras, el contexto narrativo de los personajes aparece filtrado por la mirada perversa y pervertida de sus protagonistas (otra variante es la del falso costumbrismo, en la que el autor-director opta por un punto de vista objetivo, de modo que la realidad misma se filtra por un espejo deformante y todos aquellos que la habitan aparecen ante los ojos del lector como habitantes de una sociedad enajenada -léase Twin Peaks). En Cárcel de amor y obras similares adoptamos el punto de vista enfermizo de quien se siente perseguido: ese es uno de los secretos de ese factor de extrañamiento que venimos comentando. La ciudad, el barrio, el resto del paisanaje adquieren entonces un aire de irrealidad. Como si las coordenadas de la lógica o los sentidos (el común y el sensorial) no fueran suficientes para asir la realidad. En este cómic, el dibujo de Sergi Puyol ayuda a ahondar en esa situación de anormalidad: su estilo es naif y un tanto tosco. Aunque su muy cuidado empleo del color (con abundancia de tonos pastel) nos evita la tentación de asignarle inclinaciones art brut (todo lo contrario, encontraríamos más afinidades en la línea clara para referirnos a su estilo), sí que es cierto que Sergi Puyol juega en un plano de infantilización visual y esquematización evidentes. Funciona. Está por ver, no obstante, como encajaría esa opción estilística en otro tipo de planteamientos narrativos y argumentales.
Efectivos son también la organización narrativa y el ritmo secuencial de la obra: Cárcel de amor se estructura en pequeñas viñetas regulares, con esporádicas rupturas del esquema reticular que buscan intensificaciones o rupturas narrativas concretas. Es éste un esquema eficiente a la hora de situar la historia bajo ese falso foco de normalidad en el que se mueven sus personajes, su protagonista principal especialmente. Y es que, ¿no parecía también Astete un pueblo normal? ¿Están ustedes seguros de que Natascha Kampusch, en algún momento de su cautiverio, no sintió que su existencia era, después de todo, la de una chica normal? Hay muchos tipos de cárceles y no todas tienen barrotes; en este cómic las hay de los dos tipos.
La realidad encierra secretos oscuros en la trastienda de su escenario. Todavía no podemos adivinar que otros misterios esconderá la obra de Sergi Puyol, pero lo cierto es que lo que hemos encontrado detrás de esta primera puerta nos ha parecido interesante (aunque no haya llegado a quitarnos el aliento aún).