Venimos señalando a propósito de una
nueva hornada de autores de cómic (Deforge, Schrauwen, Hanselmann, José Ja Ja Ja...)
cómo las viñetas contemporáneas están pescando en las aguas de unas vanguardias históricas con las que el cómic apenas compartió inquietudes o
intenciones. Cada vez encontramos más tebeos que bucean en el futurismo, el dadaísmo, el cubismo o el surrealismo, abriendo unas puertas que, al convertirse
en viñetas, nos conducen a estancias que no conocíamos. En otro orden de
prioridades y con una poética diferente, es lo mismo que están haciendo Ware,
Seth y compañía con el cómic y la ilustración de comienzos del S.XX. Lo viejo
hecho nuevo, el pasado transmutado en herramienta y lenguaje moldeable.
Por las mismas causas, y una vez perdido
el miedo, los editores se están atreviendo también a publicar obras de difícil
categorización. La muerte y Román Tesoro, de Lorenzo Montatore, es un ejemplo de
lo que decimos. Un cómic de humor dadaísta, pero negro como una depresión, que
se viste con ropajes cubistas y se teje desde un extraño onirismo surreal, tiene mucho más futuro que pasado (aunque, quizás, Mihura, Tono y Coll nos negarían
la mayor).
Es cierto que en los últimos tiempos estamos leyendo bastantes tebeos que se alimentan de rasgos parecidos a los de este La muerte y Román Tesoro: a saber, la urgencia y la brevedad, el humor tibio bañado de cierto lirismo y un trasfondo surrealista. Nos acordamos de la obra de Kioskerman, Tute o Jim Pluk, aunque en ninguna de sus páginas aparezcan el cante jondo de Camarón o Francisco Umbral y Supermario Bros haciendo cameos. No es algo baladí si queremos entender a Lorenzo Montatore y de qué va su propuesta.
Es cierto que en los últimos tiempos estamos leyendo bastantes tebeos que se alimentan de rasgos parecidos a los de este La muerte y Román Tesoro: a saber, la urgencia y la brevedad, el humor tibio bañado de cierto lirismo y un trasfondo surrealista. Nos acordamos de la obra de Kioskerman, Tute o Jim Pluk, aunque en ninguna de sus páginas aparezcan el cante jondo de Camarón o Francisco Umbral y Supermario Bros haciendo cameos. No es algo baladí si queremos entender a Lorenzo Montatore y de qué va su propuesta.
Con una composición libre, que en algunos
casos se vale de la estética visual de los videojuegos de plataformas (pixelado
incluido), las historias breves de Román Tesoro funcionan como reflexiones
pseudofilosóficas y existenciales cargadas de mucha coña marinera y posthumor absurdo
(valga la redundancia): “¡Universo! ¡Háblame, coño! ¿No ves que estoy sólo?”,
le grita Román al cielo en la primera viñeta. Y espera, hasta que una voz
divina le responde en la tercera: “Tiene tres mensajes nuevos”.
De fondo, reconocemos a los autores de La Codorniz o de Hermano Lobo; a los Summers, Perich, Gila, Chumy Chúmez... En la superficie, brillan los colores estridentes, el uso surrealista del paisaje que inventó Herriman y una caricatura extrema, esquemática y mutante que da buena cuenta de la naturaleza disparatada de este invento viñetero, difícil de clasificar, pero que, desde la imaginación y la inteligencia, mueve a la sonrisa y la reflexión.
De fondo, reconocemos a los autores de La Codorniz o de Hermano Lobo; a los Summers, Perich, Gila, Chumy Chúmez... En la superficie, brillan los colores estridentes, el uso surrealista del paisaje que inventó Herriman y una caricatura extrema, esquemática y mutante que da buena cuenta de la naturaleza disparatada de este invento viñetero, difícil de clasificar, pero que, desde la imaginación y la inteligencia, mueve a la sonrisa y la reflexión.
“¡A la mierda con Freud!”, que diría Román
Tesoro.., o Lorenzo Montatore.