jueves, enero 25, 2007

Rumiko Takahashi. La pequeña gran mangaka.

Una antigua reseñita del Culturas desde Iguazu, para que no se olviden ustedes de que este blog está vivo. Saludos.
____________________________________________________________
Comenzaremos mencionando dos anécdotas, que tras su aparente intrascendencia, encierran un curioso valor simbólico. Rumiko Takahashi es una mujer pequeña, sin embargo su éxito comercial en el mundo es inversamente proporcional a su tamaño: sólo en Japón, ha vendido más de cien millones de ejemplares de sus obras. No, no es un error de imprenta, han leído ustedes bien, más de cien millones de copias ¿Podríamos concebir un personaje dentro del mundo artístico de nuestro país con un éxito proporcionalmente semejante? Parece impensable, pero desde luego una cifra como ésta da muestra de la importancia de la autora que nos ocupa.
En realidad, para el sector juvenil español de lectores de manga, Rumiko Takahashi no necesita mayor presentación. El éxito de sus obras dentro del mercado nacional de comics japoneses habla por ella: Lamu la chica con poderes, Ranma ½, o Maison Ikkoku, son de sobra conocidos en nuestro país. Precisamente, a esta última dedicaremos nuestras líneas, más concretamente a la reedición de Maison Ikkoku que Glénat emprendió hace unos meses. En 1993, la editorial Planeta-DeAgostini hizo un tímido intento por publicar este manga en España (bajo el título de Juliette Je T’aime), pero apenas se sacó a la luz el contenido equivalente a los tres primeros volúmenes de la nueva edición que ahora consideramos. El proyecto de Glénat es mucho más serio, ya que comprende la cuidada reedición en 10 volúmenes (acaba de publicarse el cuarto tomo), de todo el material concebido por Takahashi para la serie, respetando el orden de lectura japonesa original (se comienza por la última página y las viñetas se leen de derecha a izquierda y de arriba abajo).
Decir que Maison Ikkoku es uno de los comics más divertidos que se han publicado en los últimos tiempos es probablemente el mejor halago que se le pueda hacer. La llegada de un joven estudiante japonés a la pensión Ikkoku, regida por una joven viuda, sirve como punto de partida para toda una serie de enredos y aventuras con un claro trasfondo romántico y una impagable vis cómica. De este modo, cada capítulo crea su juego de tensiones narrativas a partir de los desencuentros constantes entre el joven estudiante enamorado (Godai) y la encargada de la pensión, la bella e ingenua Kyôko; alrededor de estos dos personajes principales, Takahashi conforma toda una galería de “actores” secundarios enloquecidos, cuya intervención en la trama genera los enredos más disparatados.
Sin embargo, limitarnos a la anécdota argumental no haría justicia a los méritos de Maison Ikkoku; el cómic que nos ocupa es mucho más que un típico shonen manga (tebeo japonés destinado a un público adolescente, mayoritariamente femenino). A partir de las ocurrencias propias de la comedia sentimental, Rumiko Takahashi desarrolla una doble vertiente narrativa que oscila entre la comedia de situación y el cuadro de costumbres localista. Cada capítulo de esta serie, es cierto, funciona de modo independiente en términos argumentales respecto a los siguientes, como suele ser habitual en series tan largas. Pese a ello, toda la obra está presidida por unas relaciones lógicas de causalidad, según las cuales, cualquier suceso acontecido en el día a día del Maison Ikkoku es relevante y puede tener consecuencias en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Esta consciencia vital favorece un desarrollo cronológico coherente y, sobre todo, un enriquecimiento progresivo del perfil psicológico de los personajes a los ojos del lector; hecho favorecido por la acumulación de peripecias y reacciones cotidianas. A medida avanzamos en la lectura de Maison Ikkoku, nos encariñamos irremediablemente con unos personajes que con el transcurso de las páginas, acumulan a partes iguales defectos y virtudes que los hacen cada vez más humanos y cercanos a nosotros.
Así, aunque Rumiko Takahashi proceda de una cultura que nos es absolutamente ajena, resulta difícil no sentirse identificado con muchas de las vivencias y quebrantos de sus personajes. Tal vez sea porque esta pequeña gran autora a la que en Japón consideran la reina del manga, sabe pulsar esas teclas íntimas del espíritu humano, las que no dependen de lenguas, ni de fronteras, las que tocan la esencia de los sentimientos universales y nos hacen a todos iguales.

viernes, enero 19, 2007

¡Al rico voltio pampero!

Pues eso, que durante unas semanitas me voy a recorrer la Argentina con el corazón henchido de mate y el coco abierto a nuevas vivencias. Los efectos colaterales de tamaño goce, como ustedes entenderán, afectarán casi seguro a las actualizaciones de este blog. Intentaré, no obstante, escribir entradas al menos una vez por semana y recurriré a algunos articulillos del Culturas de esos con que a veces les martirizo.
En todo caso, prometo hacer acopio de Patoruzús, Oesterhelds, Breccias y más Breccias, como para rellenar de reseñas, homenajes y palabrerías los próximos meses (autoridades aeroportuarias mediante). ¡Palabrita del niño gatuno! Pórtenseme bien, boluditos.
PS. En el entretiempo, léanme algo:
La historia del cómic en Argentina (datos a tutiplén, vínculos y más vínculos).
Impresionante página dedicada al cómic argentino y la dictadura (artículos de Federico Reggiani, Alejo Steimberg, etc.)
Más sobre la historieta argentina (página virtuosa de visita obligada).

miércoles, enero 17, 2007

Howard "underground" Cruse

Llevo unos días como niño con zapatos nuevos. Entre que la señorita Iru (una de las blogueras más molonas del mapa internáutico) me ha mandado el muy divertido último número de Malavida y que acabo de recibir un envío de tropecientosmil comix underground ganados en ebay con el sudor (poco, todo sea dicho) de mi tarjeta, no me dan las horas para leer viñetas.
El caso es que entre los diversos lotes de comix underground que he recibido, hay sorpresas gratas y gratísimas (como algunos de los primeros trabajos de Corben o clásicos del cómic feminista como Twisted Sister). Iré desglosando sus excelencias a lo largo de los próximos meses desde este puesto de guardia. Hoy por ejemplo, quiero hablarles de Howard Cruse, uno de los autores de moda en España debido al éxito de la edición de su Stuck Rubber Baby (que ha aparecido en muchas de las listas de lo mejor del 2006). ¿Sabían ustedes que el señor Cruse viene de la etapa del underground?
Pues sí señores, desde comienzos de los 70 publica nuestro amigo sus Barefooz Funnies, una muy divertida y estimable serie underground, que, después de aparecer en tiras en diversas publicaciones durante varios años, se compiló —si no me equivoco— en los tres comix-books que nos ocupan (entre 1975 y 1979). Lo cierto es que el tono alegre y humorístico de Howard's Cruse Barefooz Funnies fue recibido con recelo por los lectores habituales del underground. A saber, un cómic protagonizado por unos personajes más cercanos al cartoon disneyano que al trazo nervioso y feísta underground y unas historias cortas (tiras primero, luego, una o dos páginas) desenfadadas y divertidas, no eran lo que esperaban los lectores habituales de Zap, por poner un ejemplo (el propio autor se "vengaría" de todos aquellos que le acusaban de hacer dibujos "simpáticos", con la contraportada del tercer y último comix-book de Barefootz Funnies).
El caso es que Barefootz Funnies, sin embargo, sí que encierra algunas de las constantes habituales del underground, matizadas por ese aire infantil que caracteriza a toda la serie. En muchos de los capítulos, por ejemplo, existe un indudable surrealismo salpimentado por la psicodelia lisérgica del momento. Además, en la recreación de los personajes, Howard Cruse introduce indirectamente bastantes de las preocupaciones del momento hippy y post-hippy: Barefootz (protagonista de la serie, jovencito cabezón enfundado en un traje y siempre sin zapatos; de ahí el título) es el remedo ficcional de un antiguo compañero de piso de Cruse, un espíritu libre, y es nuestra guía por el mundo loco que habita. Dolly (la amiga íntima de Barefootz) es una chica joven y liberal, que pasa de unos inicios plagados de dudas existenciales a una exhibición libidinosa de su libertad sexual (en la que incluye su deseo por el propio Barefootz); logicamente, muchos de los planteamientos de Dolly coinciden con las dudas e inquietudes postuladas por el movimiento feminista, muy activo durantes esos años. Headrack es el tercer personaje humano habitual de la serie: un pintor en búsqueda constante de la inspiración, un personaje que va adquiriendo fuerza según avanzan las historias, para en el segundo comix-book declararse abiertamente gay, en el memorable manifiesto de reivindicación sexual que es "Gravy On Gay" (en el número 2); desde ese momento, Hedrack es sin duda un vocero y alter-ego del propio Cruse como artista y como personaje gay.
Además de los seres humanos, la casuística de los personajes y situaciones ilógicos que conforman el mundo surreal de Barefootz funnies, encierra personajes esenciales como las cucarachas parlanchinas que conviven fraternalmente con Barefootz y que, en sus palabras, suelen reflejar el sentir colectivo de la sociedad hippy y su ideario comunal. Bajo la cama de Barefootz vive Glory, una suerte de ser fantástico ("a mysterious entity called Glory who made a giant frog materialize from underneath my protagonist's bed") con extraños poderes que parecen representar los efectos de las drogas lisérgicas en el organismo, y que Glory reparte a voluntad entre todo aquel que se asoma bajo la cama.
Todo ello con un tono desenfadado y muy divertido, como hemos señalado anteriormente, que va aumentado los ingredientes más trasgresores (la presencia del componente sexual, la evidencia de los efectos de las drogas, el compromiso social) según avanza la serie. También la faceta gráfica evoluciona con las historias sucesivas y vemos en las últimas (sobre todo en algunos personajes secundarios) un dibujo más cercano al que caracterizará a otros trabajos de Cruse (como Wendell o Stuck Rubber Baby).
Reconozco que reseñar con esta alegría y regocijo un cómic con una disponibilidad tan restringida como la de éste, puede sonar a tomadura de pelo, así que toménselo como una curiosidad anecdótica. Una rareza de esas que gustamos en esta casa. Quizá algún día alguien se anime a publicarlo por aquí y podamos compartir el gozo dicharachero que nos inunda, quién sabe.

lunes, enero 15, 2007

Una de trapenses, paises bajos y líneas claras.

Me disculparán por la ausencia. Regreso de un tour por algunos de los países miembros del Benelux y territorios anexos, y lo hago con una barriga cervecera que parece cobrar vida propia por momentos. De hecho, escribo desde la felicidad del borrachín, porque -aunque nada tenga que ver con los cómics- les confieso que he cumplido uno de mis sueños más viciosos y perversos: probar la séptima de las trapenses, la imposible, la mítica Westvleteren (impresionante la 12).
Comprendan la emoción. Por otro lado, Bélgica y su capital en particular, sí que tienen mucho que ver con los cómics. No nos vamos a poner ahora y aquí a hablar de la línea clara y las escuelas (líneas editoriales, más bien) de Bruselas (Editions du Lombard) y Charleroi (Editions Dupuis), ni de los grandes nombres que forman ya parte de la historia del cómic; ya hay suficientes blogs dedicados a ello, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Nos interesa más bien referirles cómo Bruselas y los belgas viven y respetan el cómic. Cada vez que me acerco allí, me admira la devoción enorme que ese pueblo muestra hacia el séptimo arte y sus creadores. Como ya sabrán, en Bruselas podemos visitar el "Centre Belge de la Bande Dessinée" (el museo del cómic más famoso del mundo; donde es posible encontrar originales de Hergé, Alex Raymond o Hal Foster); existen numerosas tiendas de tebeos por toda la ciudad e incluso una dedicada en exclusiva a Tintín. Pero es que, además, muchas de las fachadas bruselenses están decoradas con grandes murales dedicados a artistas reconocidos de la línea clara (servidor tiene debilidad por el del gran Chaland, que además está en la misma calle que dos ilustres cervecerías locales). Es decir, que existe toda una ruta de la Bruselas del cómic ("les parcours BD"), que nos permitirá disfrutar durante unas horitas de algunos de los nombres ilustres en éste vicio común que compartimos.
Todo un gustazo que pueden ustedes rematar con una buena abadía entre las mas de 2000 cervezas que oferta el Delirium Café o una lambic en el Mort Subite (ninguno de los dos demasiado lejos de la Grand-Place). Lo dicho, a saborearlo.

martes, enero 09, 2007

Reseñita para FHM: Paul y Rabagliati.

Sin que sirva de precedente, voy a ser breve; y es que no merece la pena ahondar en las excelencias de un cómic sobre el que ya hemos hablado largo y tendido, así que me limito a soltaros la mini reseña jocosilla mensual para el FHM tal y como se la envié (en esta ocasión, muy similar a como se ha publicado, todo sea dicho). Por cierto, saludos a los amigos de la redacción, la más entregada y divertida de este lado del océano.
____________________________________________________________
Os proponemos un buen cocktail para las frías tardes de invierno: una editorial novel (Fulgencio Pimentel), una edición primorosa (la de Paul va a trabajar este verano) y un género muy celebrado en los últimos tiempos, el “slice of life” (es decir, historias cotidianas, de gente ordinaria); costumbrismo puro y duro que, aunque parezca increíble, puede ser tan divertido como este cómic de Michel Rabagliati.
Nos situamos: un jovenzuelo ciclotímico se busca un curro como monitor estival para sacarse unos duros. Por el camino, descubre la naturaleza, se descubre a sí mismo y, como no podía ser de otro modo, descubre el amor. ¡Como la vida misma! ¡Que levante la mano el que no se sienta un poquito reflejado en nuestro amigo Paul! Y es que, después de todo, ¿quién no se ha encontrado alguna vez un mapache en su tienda de campaña después de un paseo por los frondosos bosques canadienses? Lo dicho, el pan nuestro de cada día.

viernes, enero 05, 2007

Adiós Eisner (segundo aniversario)

Se cumplen ahora dos años de la muerte de Will Eisner, el último gran nombre de la historia del cómic (con permiso de Robert Crumb). Recuerdo el pequeño-gran shock que supuso la noticia en los caladeros comicográficos. De hecho, se hablo de ello incluso en mares ajenos a la viñeta (menos de lo que se hubiera debido hablar, eso sí). Recuerdo que desde El Culturas me pidieron un artículo con recorrido vital, repaso de méritos y valoración de su influencia en el medio (más o menos).
Se me amontonaban las ideas, el descubrimiento mágico de The Spirit, la asunción de haber encontrado algo nuevo cuando leí A life Force (probablemente el primer cómic que me compré en inglés), los primeros asaltos al discurso desde un punto de vista académico gracias a sus El cómic y el arte secuencial y La narración gráfica; joder, que no podía pensar en cómics sin tener a Will Eisner rondando por ahí. Vamos, que no fue ese típico chispazo amarillista de "mira, se ha muerto mr. x"; de un modo u otro, la muerte de Will Eisner me afectó personalmente porque tocó en fibras de mi pasado. Por eso, ahora, quiero ahondar en el homenaje y recuperar aquel artículo del domingo 9 de enero de 2005 y plantárselo aquí a ustedes. Dos curiosidades: una, adjunto la portada del suplemento cultural del Tribuna (la necrológica comicográfica fue protagonista ese fin de semana); dos, la imagen de P'Gell de la portada es la de una serigrafía firmada por el propio Eisner con la que me hice vía internautica, para que nunca se me olvidara lo mucho que me gustan los cómics, Eisner y sus/las mujeres fatales. Un saludo.
____________________________________________________________
No podía empezar el 2005 de un modo más triste para los amantes del cómic: seguramente, para el gran público el nombre de Will Eisner no diga demasiado; del mismo modo, suponemos que su muerte tampoco será primera plana en los principales periódicos mundiales, sin embargo, para los lectores de The Spirit o de Contrato con Dios, la desaparición de este neoyorquino genial oscurece para siempre una de las páginas fundamentales de la historia comicográfica.
Dibujante y guionista desde la segunda mitad de los años 30, Eisner alcanzaría el primer peldaño de su gloria artística con la creación de uno de los personajes emblemáticos de la historieta: The Spirit (cuyas obras completas están siendo publicadas por Norma bajo el título Los archivos de The Spirit). El aventurero enmascarado hace acto de presencia por vez primera en las páginas dominicales de un 2 de junio de 1940. Denny Colt, alias Spirit, rompía los moldes del héroe al uso en aquellos años dorados del cómic americano: no tenía grandes poderes, escondía un perfil de galán fracasado y casi siempre era el último en enterarse de lo que pasaba a su alrededor. Contaba sin embargo con una baza única a su favor: el talento infalible de Will Eisner.
Muchas páginas se han escrito acerca del estilo ágil y brillante de Eisner o sobre su aguda ironía en el análisis de las relaciones humanas y sociales; muchos han sido los que han bebido de su magisterio creativo, pero ningún halago hará justicia a su enorme aportación al medio. Probablemente desde Winsor McCay y su Little Nemo in Slumberland, 30 años antes, el lenguaje de la narración gráfica no había dado pasos tan firmes hacia su futuro artístico, como haría con The Spirit. Eisner inaugura, sin ir más lejos, el concepto de página como unidad narrativa. Desde ese momento, la página no se limitará a enmarcar filas de viñetas alineadas horizontalmente: las de The Spirit (sobre todos sus portadas) abrieron un abanico de posibilidades gráficas, juegos icónicos y bromas formales, que ayudaron a muchos autores de comics a descubrir el enorme potencial de un medio, a estas alturas, aún balbuciente.
El propio Will Eisner colaboraría en pro de ese activismo didáctico durante sus largos años como profesor en la New York School of Visual Arts y en la Nova University de Florida, desde los años 70. Tiempo después, una parte importante de su erudición acerca de los mecanismos gráfico-narrativos llegaría al gran público a través de dos lúcidas obras teóricas: El cómic y el arte secuencial (1985) y La narración gráfica (1998); las dos publicadas en nuestro país por Norma Editorial. Como sucede con su obra puramente artística, estos dos estudios sintetizan la enorme capacidad de Will Eisner para conjugar la profundidad conceptual con una visión lúdica del arte, que garantiza buenas dosis de entretenimiento al lector.
La misma diversión que Will Eisner nos regala incluso en sus obras más trascendentes, como en sus grandes “novelas gráficas” (término ideado por él mismo). En 1878 publica Contrato con Dios (ya un clásico, su lúcida introspección social de la sociedad americana de los años 30), y a partir de entonces no deja de demostrar que es uno de los grandes en cada una de sus entregas: A Life Force (1979), El soñador (1986), El edificio (1987), etc. Así lo atestigua, igualmente, la creación en su honor en 1988, del más prestigioso de los galardones que se pueden otorgar en el cómic estadounidense, los Premios Eisner.
Hoy, casi todos estos apuntes biográficos, apenas esbozados desde nuestra admiración, han pasado a formar parte de la historia: la historia del arte con mayúsculas, la pequeña-gran historia del cómic, la historia de un artista que acaba de dibujar la última viñeta de su novela gráfica vital y, por supuesto, nuestra historia, la de los lectores que le admirábamos. Gracias por todo, maestro.

martes, enero 02, 2007

Un paseo de cómic por el 2006 (y VII): el LISTÓN

Ante la demanda exigente y pertinaz de los fans y debido a las muchas misivas recibidas de manos de los muchos millares de lectores del blog, hemos tenido que claudicar y, sí, ofrecer una de esas temibles (por su carácter impredecible y dogmático) listas de "lo mejor de". Lo mejor del 2006, en este caso, desde luego. Una forma paradójica de elegiaco elogio la de comenzar el nuevo año rememorando el viejo, pero, que quieren, en el fondo todos somos un poco nostálgicos (cuánto más después de haber leído, tan recientemente y abusando del tiempo vacacional, a clásicos como nuestros cercanos Krazy Kat y Little Nemo. Pelillos a la mar, lo que más gustó el curso pasado en este blog fue (sin orden ni concierto numérico):
- Ganges (Sins Entido), de Kevin Huizenga: por su osadía formal, por su frescura conceptual, por ofrecer más de lo que promete a simple vista y por tener como dueño y gestor a uno de los jóvenes valores más prometedores del cómic actual, nos gusta Ganges y no podemos esperar a que Kevin reaparezca en nuestro país con su Curses.
 - Macanudo (Mondadori), de Liniers: lo más recomendable e ingenioso del humor comicográfico actual (y, quizás, no sólo en castellano). La recopilación de las tiras que Liniers ha ido publicando en La Nación durante los últimos años ya está en España (con la segunda entrega anunciada para febrero). Uno de esos cómics para regalar y quedar (siempre) bien. El que no se ría con Liniers es que no tiene boca.
- Los años oscuros (Edicions de Ponent), de Santiago Valenzuela: última entrega del primer arco argumental de las aventuras del Capitán Torrezno. Sólo por eso ya merece su mención entre "lo más mejor" de este 2006. Verborreico en exceso frente a episodios precedentes, Los años oscuros, sin embargo, ejemplifica a las claras la imaginación desbordada de su creador y pone un punto y aparte a una de las grandes series épicas en viñetas de los últimos tiempos. Abre, así mismo, un nuevo episodio en la poco explorada experimentación interdiscursiva que permite el discurso comicográfico; por todo ello, aquí debe estar. 
- La Perdida (Astiberri), de Jessica Abel: seguramente, la autora indy más comentada y reseñada de este año. Su obra magna es ésta y la edición de Astiberri no ha defraudado. Estilísticamente, en la línea del realismo sobrio de Mazzucchelli, La Perdida arranca como un cómic bañado del slice of life, para terminar convertido en un thriller barriobajero de mafias centroamericanas y amistades defraudadas. Todo un culebrón de prestigio lleno de buenos momentos narrativos.

- Paul va a trabajar este verano (Fulgencio Pimentel), de Michel Rabagliati: hablando del slice of life... Tras la aparente intrascencdencia de la anécdota argumental, Rabagliati construye una honda reflexión existencial acerca de la vida, el paso del tiempo y el abandono de la ingenuidad juvenil. Como, en el fondo, se trata de temas universales y vivencias por las que todos hemos pasado, no hay fibra sensible que resista impertérrita a la andanada sentimental del canadiense; y eso tiene su mérito, que duda cabe.
- Bardín, el superrealista (La Cúpula), de Max: decir que el dibujo de Max es irresistible hasta la hipnosis, no sorprende. Pero es que, además, el conjunto de historias recopiladas bajo esta preciosa e impecable edición de La Cúpula, muestran una coherencia intelectual y un caudal reflexivo, que nos podría llevar a pensar que Max (detrás de su ironía abiertamente humorística) ha engendrado un nuevo género comicográfico: el del ensayo "enviñetado"; divertido, encima.
- Inverosímil, o como perdí mi virginidad (La Cúpula), de Jeffrey Brown: no se dejen engañar, aunque, efectivamente, Jeff Brown dibuja tan mal como parece, sus cómics sorprenden por su pericia narrativa y su capacidad de enganche. Ese emblema de la independencia fanzinera y la edición de mini-cómics que es Jeff Brown, cuenta entre sus méritos con el de la sinceridad imantada y contagiosa; consigue atraernos hacia su mundo privado hasta lograr que nos identifiquemos con las cuitas y miserias biográficas de un treintañero estadounidense de ascendencia grunge-indolente. Todos somos Jeff, gracias al señor Brown.
- Caricatura (La Cúpula) y Ice Haven (Mondadori), de Daniel Clowes: una mención al autor del año, que en realidad son dos, y las dos en puestos de honor. Valga Caricatura, como muestrario del universo clowsiano, ese mundo poblado por infelices, almas desubicadas y personajes de pesadilla interior; un mundo tan dislocado como coherente según las claves narrativas de su autor, una de las personalidades del cómic en las dos últimas décadas. Ice Haven, representa la concreción de una de esas anécdotas que se reparten por su obra. En este caso una con protagonismo coral e ínfulas claramente experimentales; en el plano de lo estilístico, obviamente, pero también por lo que respecta a la técnica narrativa e incluso por lo que tiene de trasgresión de las convenciones del medio. Por todo ello, thanks Mr. Clowes!