El título del cómic más personal y heterodoxo de Frederik Peeters no sólo tiene resonancias ecologistas, sino que, en un sentido holístico y desesperanzado, podría interpretarse como una mirada diacrónica a la historia de la humanidad. Nos marca el camino hacia el fin de los días.
En el prólogo de la obra, el dibujante suizo comenta que Saqueo recoge "la gran destrucción del mundo, el alboroto frenético de los seres humanos, el hundimiento del sueño salvaje, la enorme melancolía occidental, y la tendencia que tengo desde hace años de volver una y otra vez a la novela Stalker. Picnic extraterrestre, de los hermanos Strugatski, por sentir que en ella hay una puerta de entrada para crear paralelismos y dar forma a esas sensaciones". Vayamos por partes.
Saqueo arranca con intenciones distópicas que no resultan novedosas (menos aún en estos días pandémicos): sitúa al lector en un contexto postapocalíptico nuclear y le embarca en un viaje vertiginoso y desordenado por los escenarios de la catástrofe. Nuestro guía en ese periplo será un hombrecillo fosforescente, un viajero mutante y silencioso que por momentos parece deshacerse en hebras de carne sintética para después reconstruirse y retomar el camino. A su lado, como un escudero sin rostro, camina un niño-espejo delicuescente, reflejo inmaterial de su acompañante y remembranza de un tiempo que nunca volverá.
Parece que estamos cayendo en la abstracción, pero ese es precisamente el tono que nos marca este cómic inclasificable. Cada página está ocupada por una única ilustración repleta de ideas, personajes, conceptos y lecturas diferentes. Como si Peeters hubiera intentado capturar la inmensidad cuántica en cada una de ellas. El empleo del bolígrafo añade una riqueza inabarcable de detalles y texturas a cada una de sus planchas. Las define Peeters como "visiones bulímicas"; imágenes que se alimentan de tantas referencias artísticas e iconográficas que resulta inútil intentar describirlas de forma aislada. La narración en la que se integran nos invita a dejarnos llevar por el vértigo de un viaje a ninguna parte: desastres naturales, guerras, catástrofes ecológicas y dramas humanos se suceden en una cronología del apocalipsis que define la historia de la humanidad desde sus orígenes. Las ideas y las imágenes implosionan, como descargas surrealistas, en conceptos e ideas que nos permiten intuir la huella de alguna verdad superior que nunca llegamos a descifrar del todo, pero que empuja siempre en una misma dirección: la de una desolación atemporal que, lamentablemente, parece no tener solución.
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