viernes, julio 23, 2010

Wilson, de Daniel Clowes. El estilo produce monstruos.

La última obra de Daniel Clowesse llama Wilson y, como casi toda su producción reciente, está protagonizada por un sociópata, por un ser marginal, el mismo que da nombre al cómic. Como hacía en Ice Haven, Clowes se apoya en los episodios vitales de su personaje, en su sucesión de fracasos, para dar rienda suelta a la experimentación estilística y a la probatura de diferentes técnicas gráficas: se reconocen en las páginas de Wilson reminiscencias de la línea clara, un caricaturismo cercano al de la escuela Hanna-Barbera o ese estilo tan Clowes influido por el rayado underground y el cómic clásico americano de la Edad de Oro. Estamos ante un cómic "multiestilístico", pero, en esta ocasión, el recurso no atiende siempre a necesidades narrativas y, por momentos, huele a virtuosismo retórico; queremos decir que la historia hubiera funcionado igual de bien (o de mal) sin necesidad de señalado exhibicionismo técnico.
Como casi siempre, la fuerza de Clowes reside en su capacidad innata para la creación de outsiders, sean estas niñas friquis (Ghost World), jóvenes hipersensibles y depresivos (David Boring) o cabrones malnacidos, como Wilson. Cada una de las creaciones de Clowes rezuma humanidad y deshumanización. Quizás sea el momento de reconocer, de una vez, a Caricatura como su mejor y más completo muestrario de excentricidades, todo un bestiario de personajes degenerados y perdedores en el que sin duda hubiera tenido cabida una versión comprimida de este Wilson.
En este libro, Clowes compone el perfil de su protagonista a base de episodios cortos de una página (normalmente secuenciada en seis viñetas regulares), que construyen diferentes fragmentos vitales parcialmente autoconclusivos. Sólo cuando el lector ha leído varias de estas secuencias, reconoce la estructura lineal de la historia narrada y el hilo que constituye la estructura narrativa. Como señalábamos antes, cada página opta por una solución estilística diversa, aunque, mayormente, la naturaleza de dichas elecciones responde a cuestiones azarosas (si bien, en algún momento se intuye cierta lógica asociativa entre lo contado y la opción estilística elegida). Sea como fuere, insistimos, dudamos de que ese eclecticismo gráfico aporte una verdadera relevancia semántica al conjunto.
Nos quedamos por tanto con el personaje, con ese Wilson, un ser mezquino, egoísta, verborreico y cruel que se hace odiar desde la primera viñeta. Un personaje que demuestra a las claras aquella idea de que la sinceridad sistemática, incluso cuando ésta no es demandada, puede llegar a ser una forma de tortura. No necesitamos que "el otro" nos diga siempre todo lo que se le pasa por la cabeza; la honestidad no reside en decirle a tu esposa, novia o amiga que hoy no está tan guapa como siempre, ni en confesarle a un desconocido que su peinado es ridículo. La elipsis, el silencio, la tolerancia son factores que nos ayudan a vivir y a soportar nuestras diferencias. En Wilson, Clowes dibuja a un personaje anclado en el exabrupto y en la confesión intolerable, en el desprecio sistemático al prójimo y en el egoísmo más cerril. La creación de un perfil tan negativo satura parcialmente la tolerancia del lector y apacigua la capacidad de sorpresa de un trabajo que se construye cai exclusivamente a base de la acumulación de los desplantes y las insolencias del personaje principal; un ser con el que resulta del todo imposible establecer cualquier tipo de empatía y que, por esa misma razón, roza peligrosamente el terreno del estereotipo maniqueo.
Dicho lo cual, un cómic de Daniel Clowes siempre aporta alicientes y satisfacciones. No es necesario señalar que estamos ante uno de los dibujantes más agudos e inteligentes del panorama comicográfico actual. Las historias de Clowes están construidas a partir de una observación profunda de la realidad, sus personajes (incluso cuando rozan lo esperpéntico, como en este caso) son creaciones de carne y hueso; y sus diálogos son siempre convincentes y descubren la presencia de una pluma hábil y un oído atento a la palabra precisa y el giro cotidiano.
Clowes es, así mismo, un maestro en la plasmación visual de la rabia y el desconcierto de los desheredados. Lo hace a través de sus atmósferas sofocantes y el extrañamiento que sobrevuela toda su creación. Wilson puede que no sea su mejor trabajo, pero es, de nuevo, un buen cómic, un cómic de Clowes, en definitiva.

No hay comentarios :