Vamos a cerrar la ronda de reflexiones acerca de El Salón, Picasso y el resto de la prole bohemio-parisina, remitiendo a unas palabras de Domingo Hernández que leímos tiempo atrás. En su obra La ironía estética. Estética romántica y arte moderno, Domingo (experto en estética del arte y buen amigo de este blog -y en el que ya hemos recibido su visita anteriormente) dedica un muy interesante capítulo a "La novela del artista contemporáneo". En él, analiza las relaciones entre la novela y el arte "moderno", dibujando el tratamiento que el arte de la post-vanguardia ha merecido entre los novelistas coetáneos y posteriores al mismo. Previamente, se detiene a modo de introducción en aquellos precedentes que vinculaban a ambos vehículos discursivos, en el salto del S.XIX al S.XX; en un momento dado del capítulo señala:
Cuando Rilke escriba sus Cartas sobre Cézanne (...) será Cézanne el ilustrado y no el ilustrador. El tema se encontrará en esa “visión justa” de la que habla Rilke, la perfecta objetividad de la mirada de Cézanne, el ver como un recién nacido precisamente para que las cosas se muestren también en el momento de su nacimiento. Ver las cosas como si fueran siempre las primeras, en una “objetividad ilimitada” (...), y conseguirlo precisamente a través del color, de las nuevas relaciones entre los objetos, de las infinitas posibilidades que ofrecen.
Pero ahora se da un paso más en la relación de Cézanne con la literatura. Ya no se trata de la incapacidad de Zola para “ilustrar” al verdadero Cézanne, ni del Cézanne “ilustrado” por Balzac. Ahora la transmutación en la manera de ver las cosas por parte del pintor afecta también al escritor: Rilke también aprende a ver, y lo hace en parte desde los cuadros de Cézanne. El viraje de Cézanne en su modo de mirar, de pintar, era también el del propio Rilke, y así lo expresa en carta a Clara Rilke del 8 de octubre de 1907, mediante esa afirmación ya citada más arriba: «Lo que yo reconocí fue el viraje que constituye esta obra, pues a lo mismo había llegado yo con mi trabajo», o, de otro modo, la “visión adecuada” de Cézanne, la búsqueda de la objetividad ilimitada, también remitían al propio Rilke. Es siempre el mismo tema, el de la visión. A partir de ahí surge la vinculación entre Cézanne, Rilke, el Frenhofer de Balzac y, ahora, un nuevo personaje, aquél que llegó a afirmar que Cézanne era su único maestro, Pablo Picasso. Y no será el único en afirmarlo. También Paul Klee escribía en su diario en 1909: «Vi ocho cuadros de Cézanne. Es para mí el maestro por excelencia, mucho más maestro que Van Gogh».
¿Les suena de algo? ¿No es eso mismo (un "viraje" afín al momento-estilo-personaje artístico recreado) lo que en una medida u otra parece perseguir Bertozzi en El Salón? Ya ven, nada está inventado, aunque, cierto es, al cómic le quedan por descubrir muchos de esos conceptos que en otros discursos parecen ya lugares comunes. Algunos, como Bertozzi, están en ello.
2 comentarios :
Despues de todas estas reflexiones sobre "El salón" no nos queda otra que seguir gastando dinero y hacernos con el cómic. Muy interesantes sus artículos, como siempre, por otra parte. Un saludo, amigo Nemo.
Gracias amigos. Como comento en la reseña, El Salón es un cómic interesante y recomendable, aunque resule fallido en algunas de sus propuestas. Me gusta más como experimento que como obra acabada, ciertamente. Un abrazo.
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