Hace unos años, en un episodio de noctambulismo estival, tomamos una de esas resoluciones irreflexivas que sólo tienen sentido a partir de la media noche: encender la televisión y convertirse en estoico espectador de "lo que nos echen". Con la buena fortuna de que lo emitido resultó ser un film de ese polémico autor austriaco, un tal Haneke, por aquel entonces no demasiado conocido (no había, creemos, ni siquiera estrenado La pianista). La película era Funny Games, popular ahora por su innecesario (como casi siempre) remake americano, calcado por el mismo Haneke.
Recordamos que cuando terminó la película nos sentimos cabreados, repugnados y fascinados a partes iguales. En el análisis de sobremesa (sobresofá) achacamos el cabreo a la habilidad (casi perfidia) del director para jugar con las emociones del espectador, utilizándole como muñeco de pimpampúm sacudido por los trucos de guión en un cruel tiroteo catártico: imposible no odiar las cínicas interpelaciones de los personajes mirando a cámara o no empatizar hasta el dolor con los torturados habitantes del chalet.
La repugnancia, obviamente, tenía que ver con la gratuidad de la violencia psicológica (que no física) que la película descarga sobre el espectador, al mismo tiempo que sobre esa misma familia burguesa que se convierte en conejillo de indias de sus asaltantes; una violencia transformada en desafío ético a las expectativas preconcebidas de cualquier espectador cinematográfico, a priori seguro en su butaca o sofá de que lo que va a observar se mantendrá dentro de ciertos límites (no escritos) de control ético. Dicho lo cual, y aquí se vuelve a demostrar la genialidad de un director tan impredecible como Haneke, una vez acabado el film el aficionado debe asumir resignado el veredicto de culpabilidad que recae sobre él en ese mismo juicio moral al acaba de asistir: ¿aparte de quien ejerce el delito no es también culpable el que se deleita en su contemplación, aunque sólo sea por el placer morboso que produce el distanciamiento aliviador? ¿No es a ese espectador a quien se dirigen una y otra vez los personajes torturadores de la película, buscando su complicidad, al mismo tiempo que su implicación directa en el desmán? En Funny Games Haneke demuestra que es un gran narrador y un rupturista del relato tradicional, un malabarista de los entresijos de la historia. Por eso, no podemos sino mostrarle admiración, al margen de cómo sus películas afecten a nuestro aparato digestivo.
Viene todo esto a cuento de algunas sensaciones encontradas que nos han sobrevenido con la lectura de una obra de Hiroaki Samura (ya muy comentada y reseñada) que se editó en Espana el curso pasado: Los carruajes de Bradherley. La obra entró en nuestro mercado precedida por una merecida fama de cómic truculento y espinoso. Su lectura y sus intenciones guardan relación con las de Haneke en el filme que acabamos de comentar, aunque el dibujante japonés no llega a lograr la maestría del austriaco en la plasmación artística de dichos presupuestos temáticos, ni sus juegos narrativos alcanzan el refinamiento de los de éste.
Por supuesto, por respeto a sus posibles futuros lectores, no vamos a destripar el secreto que esconde el argumento de Los carruajes... y que funciona como catalizador de todos sus capítulos, pero es necesario comentar al menos el arranque de la historia; nos limitaremos a la nota de contraportada:
Convertirse en hija adoptiva de la familia Bradherley era el sueño de todas las niñas del orfanato. El deseo de triunfar en la Compañía de la Ópera Bradherley, era la esperanza que tenían las niñas, pero el destino que alcanzaron era una especie de fosa oscura sin fondo. Es el comienzo de una pesadilla de terror y de crueldad.
Hasta aquí podemos leer, que decían en el Un, dos, tres. Efectivamente, Sakamura plantea su historia como un descenso a los infiernos. Una mirada de soslayo a las cloacas del alma humana, a esas fosas sépticas que rezuman una mierda moral que, preferiríamos pensar, está más allá de la razón. Pero a las cuales no podemos evitar mirar de soslayo, aunque sólo sea para limpiar nuestra conciencia y ganar en salud con la observación impermeabilizada de las atrocidades ajenas (¿les suena?).
Surgen varias dudas razonables después de una lectura como Los carruajes de Bradherley. ¿Hasta dónde puede/debe llegar el arte en su indagación de las miserias humanas? O dicho de otro modo, ¿desde un punto de vista ético, existen barreras no traspasables dentro de los afanes de provocación de una obra de arte? ¿Debe el autor hacer un ejercicio de autocensura a la hora de abarcar ciertos temas sensibles o la reformulación artística de cualquier tema es ya en sí un elemento de control inherente a la naturaleza ficcional de narraciones como Los carruajes de Bradherley? No se trata de crear polémicas, el tema está ahí mismito; además, quien siga este blog sabe lo poco dados que somos a castraciones intelectuales o creativas.
Por lo demás, superado el impacto inicial con que Samura sacude al lector en el primer capítulo, Los carruajes... no deja de ser un cómic manga al uso, muy en la línea de ese nuevo género a medio camino entre el thriller y el terror-psicológico que desde hace unos años nos llega vía Sol Naciente y que tan bien han desarrollado en viñetas autores como Junji Ito o Naoki Urasawa (sobre todo en Monster); en este caso, con ambientación de época (finales del S.XIX, principios del S.XX), eso sí. Hiroki Samura recurre también a otro recurso muy habitual en los modos de narración del manga: la explotación a lo largo de varios capítulos de ese feliz "hallazgo" argumental que fundamenta el relato, mediante recursos narrativos como el constante cambio del punto de vista, el uso de flashbacks narrativos a partir un final anunciado (ya saben, crónicas de una muerte...), la revelación de pequeños detalles, si no trascendentes sí efectivos a la hora de avivar el guión, etc. Recursos de autor que demuestran un conocimiento de los mecanismos de la intriga y el suspense narrativo y que, al mismo tiempo, permiten estirar un relato alimentado por aquella chispa de ingenio argumental que mencionábamos.
Por supuesto, el dibujo de Samura trabaja en la misma dirección, evitando las formas redondeadas y las líneas moduladas del manga tradicional y apuntando más bien a un estilo que encuentra parentescos lejanos en los rayados sobreabundantes de Eddie Campbell en el From Hell y mucho más cercanos en el ya mencionado Urosawa; un dibujo que en algunos momentos puede parecer un grabado de hace cien años, a la japonesa.
Por cierto, suponemos que debe formar parte de la idiosincrasia nipona y de su reconocido gusto por la paradoja y la broma macabra, pero, una vez más, nos hemos quedado con cara de tontos cuando, después de asistir al festival de mezquindades desatadas y angustia contenida de Los carruajes Bradherley, el bueno de Hiroaki se nos descuelga en el epílogo con un: "Hace unos tres años me enganché a la serie de libros de Ana de las Tejas Verdes y le anuncié a mi jefe editorial: 'quiero hacer una historia del estilo de Ana de las Tejas Verdes' y así fue como empecé este manga". Leer para creer. Todo nuestro discurso pulverizado de un plumazo surrealista.
Quien no resista su inquietud morbosa y no pueda esperar un minuto más sin conocer el oscuro secreto de la famila Bradherley, puede echar un vistazo aquí... pero sólo por curiosidad, ¿eh?
12 comentarios :
Excelente reseña. De todos modos, me da la sensación que el autor podría haber sacado más partido del planteamiento inicial y se limita a retratar el sadismo de las situaciones que él plantea desde diferentes enfoques sin llegar a desarrollar realmente la historia.
Muy buena la reseña.
Impacientes Saludos.
Gracias, PAblo. Estoy de acuerdo contigo. Me refería un poco a eso cuando señalaba el saber hacer de Samura en el dominio de ciertos recursos narrativos muy propios del manga. Se trata de "estirar" la idea inicial recreándose, como tú dices, en el sadismo de su trama. En ese sentido, es cierto que el cómic no desarrolla todas las posibilidades latentes y su formato termina pareciendo el de una serie televisiva, con final abrupto.
Gracias por la visita ;)
bueno, para mí Los carruajes tiene otro valor. Su brevedad argumental (una idea vista desde distintos puntos de vista, poco más) tiene un efecto espejo. Es un mero planteamiento ético (o anti-ético, mejor) que no sobliga a mirarnos sin máscaras, a preguntarnos si el poder absoluto nos libera en una esencia monstruosa. ¿Es el hombre bueno por naturaleza, o todo lo contrario? ¿Lo so yo, cómo actuaría en una situación como la que plantea el cómic?¿-ojo, posible spoiler- Cómo sería yo de ser un preso, un carcelero, el señor Bradherley?
En la época en que leí el tebeo vi un documental, un grupo de psicólogos pusieron a gente decente a dirigir con poder absoluto un presidio, y no veais cómo terminaron los pavos (dentro de un orden, claro: era un experimento controlado que no pretendía agredir a los cobayas desestructurando su psique, sino comprobar si su civismo cedía ante posiciones de dominio despótico, totalitarista).
Es posible que esta obra sea una de esas felices coincidencias donde un autor consigue evocar mucho más de lo que intentaba expresar....
Trasladando este temática a una noticia actual y real. NO resultaría escandaloso un comic que contara la historia gráfica del tipo ( no recuerdo el nombre)que violaba a su hija y la tuvo encerrada 20 años. No quiero decir que sea equiparable, pero a veces conviene hacer este tipo de traslaciones.Eso sería asqueroso, y si es ficción no lo es?. NO lo se, se trata de un interesante debate. Donde esta el límite a la censura?. Muy interesante la reseña
Saludos desde Santander
Miguel
Efectivamente, por ahí va la intención del post y la comparación con Haneke, Señor Punch, por el camino de los muchos interrogantes éticos que levanta la obra (probablemente desde cierta inconsciencia autorial, como señala Álvaro) y por su valía como espejo moral en el que reflejar esas dudas aplicadas a nuestra propia persona; como bien dice usted (por cierto, ¿se acuerda del título del documental?).
Respecto al comentario que hace Miguel, no estoy tan seguro de que una adaptación ficcional del caso del monstruo de Amstetten fuera una transgresión artística o aberración de tal calibre; de hecho, narrativamente la historia, hay que reconocerlo, daría mucho de sí. Evidentemente, la idea echa para atrás por la cercanía temporal del suceso y por el componente morboso con el que se ha tratado en los medios. No obstante, no me extrañaría que el caso terminara en el cine en poco tiempo.
Me interesaba el debate en torno a Los carruajes..., sobre todo por ese planteamiento ético, que señala el Señor Punch, y por las consiguientes dudas existenciales que surgen de un análisis psicológico profundo de los personajes y sus motivaciones. Un asunto peliagudo, sea como fuere. Es interesante, además, ver como los artistas que menciono traducen esa parte de provocación en forma de técnicas narrativas relacionadas con la ruptura de la ilusión (comentarios a cámara), la elipsis visual de la violencia y la creación de suspense. Da que hablar este Hiroaki Samura, la verdad.
Estimado amigo, nosotros no dejamos de visitar su blog. Ahora usted está invitado a nuestra rehabilitada casa.
Saludos de Óscar y Daniel.
Probando, probando...
Creo que lleva usted razón Don Ruben, en un máximo de dos años "El Monstruo de Amstettenten" en los mejores cines del mundo, con Donald Sutherland(al que harán engordar unos kilillos)como protagonista...Por supuesto él aceptará el papel para denunciar tal aberración humana....se está cociendo un Oscar.
Gran reseña por lo que nos cuenta y por el debate que suscita.
Un saludo
Je, je, Donald Sutherland, buen ojo! Gracias por la visita y el vaticinio; se lo recordare en dos anos!
Bien rehabilitada, seguimos viendonos Canibalibros, se le echo de menos!
Probando?
PS. Estoy en Alemania, por eso ni reciclo ni acentuo! Vuelvo en breve.
"¿Hasta dónde puede/debe llegar el arte en su indagación de las miserias humanas?"
Precisamente, amigo, ahí está el quid de este tebeo, que no por ser estimulante com obra deja lejos el planteamiento:
¿Y sí Hiroaki Samura pretendió -no lo sabemos- estimular el morbo del respetable usando para su cárcel de hambrientos a protagonistas niñas?
Es lo que decía yo en:
http://www.tebeosfera.com/documentos/documentos/los_carruajes_de_bradherley_el_terror.html
Podrían haber sido mujeres, a lo mejor...
El debate no es si debe haber censura (eso está fuera de debate: no debe). El debate es si debemos autocensurar la frivolidad en según qué casos.
Una reflexión interesante la que enciende en su post, don Manuel. Efectivamente, da toda la sensación de que, en su búsqueda de la provocación, Hiroaki Samura se acerca peligrosamente al sadismo (un tanto ¿frívolo?). El cómic alcanza casi todos los objetivos que persigue por lo que respecta a su creación de suspense, primero, y tensión, después. Que en la búsqueda de ese fin podía haber empleado otros medios (el debate de las niñas, de nuevo), es obvio, pero ¿hubiera conseguido los mismos resultados?
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