En las dos últimas semanas se nos ha cruzado por delante la figura de Lyonel Feininger en dos o tres ocasiones, bien en forma de charlas, recordatorios o apariciones lectoras. Nos referiremos a la última de ellas.
Desde hace un tiempo, entre otras lecturas, compaginamos con interés infinito Mi historia de amor con el arte moderno, de Katherine Kuh. Esta mujer deslumbrante, pionera en el descubrimiento de vanguardias pictóricas, galerista, comisaria, crítica de arte y amiga de buena parte de las estrellas del mundo artístico después de la Segunda Gran Guerra, describe en su libro su experiencia personal con el arte moderno. Lo hace con absoluta sinceridad, sin guardarse nada (o muy poco), sin medias tintas biográficas, pero con respeto hacia los autores retratados. La prosa de Kuh es clara, directa, aunque en su recreación de perfiles psicológicos no faltan la profusión de detalles ni la introspección afinada y en su acercamiento a las obras de arte, se muestra tan profunda como aguda. Entre sus "víctimas" y amigos, algunos genios del Expresionismo Abstracto norteamericano, como Rothko (impresiona la profundidad de su relación con él y la mirada lúcida que aporta hacia un personaje tan complejo como este pintor estadounidense de origen letón), Clyfford Still, Franz Kline; personajes clave de la vanguardia europea, como Brancusi o Fernand Léger o creadores tan destacados como Mies van der Rohe o Edward Hopper. Con todos ellos mantuvo relaciones profesionales que, en algún momento, llegaron a cimentarse en forma de vínculos de amistad o confianza.
Uno de los capítulos está dedicado a Mark Tobey ("Mark Tobey en Basilea"). Tobey fue un nombre importante dentro del Expresionismo Abstracto de Nueva York. Quizás no estuvo en esa primera línea que ocupaban tipos tan populares como Rohtko o Pollock, ni fue un personaje tan extrovertido o extravagante como otros, pero su obra tiene una fuerza y una entidad importante dentro del movimiento. En no pocas ocasiones, a Tobey se le ha adscrito al Action Painting que tan bien simboliza el dripping de Pollock y sus lienzos gigantescos, sin embargo, el propio Tobey rechazaba esa etiqueta y consideraba que su trabajo estaba en una línea mucho más contemplativa y cercana a la obra de Rothko que a la de cualquier otro pintor de su generación. Los cuadros de Mark Tobey son minuciosos, detallados, entramados hasta la asfixia. Sus pinceladas de orfebre se engarzan en densísimos tejidos que parecen conformar un alfabeto imposible, un jeroglífico formado por símbolos inescrutables. Nos recuerdan a las falsas escrituras orientalistas de Michaux, pero filtradas por colores vivos y abigarrados; el aire zen de algunos cuadros de Tobey enlaza a la perfección, sin duda, con ese aire meditativo que baña casi toda su producción y la dota de cierta complejidad psicológica.
Además, a Tobey se le asocia continuamente con la gran ciudad y sus ritmos frenéticos, con el jazz y con las luces de neón, con el tráfico agobiante y con las masas de ciudadanos. En definitiva, con ciudades como Nueva York o Chicago, aunque el pintor pasara parte de su vida en Europa, en la apacible Basilea. Sus lienzos trasmiten ese frenesí gracias a la combinación vertiginosa de colores y líneas, gracias a esa imbricación espesa que señalábamos antes.
El hecho es que, uno de los mejores amigos de Tobey era nada menos que Lyonel Feininger, de quien ya hemos hablado en varias ocasiones por aquí y no sólo por su importante relación con el cómic. ¿Recuerdan su época en la Bauhaus y su emigración a los Estados Unidos a causa de la guerra? Katharine Kuh revela algunos datos interesantes acerca de su amistad con Tobey:
En la primera mitad de la década de 1950, una de las veces en que estuve en Nueva York, Tobey me llevó al apartamento de Lyonel Feininger, en la calle 22 Este. Los dos eran íntimos amigos, que se intercambiaban obras y se escribían recíprocamente los prólogos de sus catálogos. En el pequeño vestíbulo descubrí City Radiance (Fulgor de ciudad) (1944), espléndido ejemplo de escritura blanca; Tobey me dijo después que estaba contento de que aquella pintura al temple estuviera en podr de un pintor que a menudo se las había visto con el mismo tema efímero: la luz mágica de una metrópoli moderna.
Feininger y Tobey, que compartían una actitud semejante hacia el arte, sostenían también estar más próximos a la poesía que a la prosa. Los dos eran asimismo apasionados de la música clásica. Una vez que Mark hubo encontrado un hogar permanente, compró un piano de cola y empezó a dar clases de música y a practicar en serio. Tobey, que consideraba a Feininger, el mayor de los dos, como parte de su familia, se carteó con él durante muchos años; sin duda le resultaba más fácil que hablar con él. Como se sabe, Feininger se había quedado sordo. A menudo, su rostro atento parecía desconcertado. Siempre me parecía estar escuchando.
Curioso. Releeremos sus The Kin-der-Kids o Wee Willie Winkie’s World en busca de luces mágicas y poesías musicales. Volveremos a Katharine Kuh y su obra, también. Mientras tanto, les dejo con algo más de "biografía" acerca de esta peculiar relación entre Tobey y Feininger: "Tobey and Feininger, Epistolary Buddies In the Avant-Garde" (cortesía de The New York Observer).
4 comentarios :
Tremendo!
Tremendo, el libro. Si cae en sus manos, no lo deje usted pasar. Saludos ;)
Muy buena pinta Maese, tomo nota
Hágase usted con él, le va a encantar, seguro.
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