Pues sí, últimamente estamos pintureros. Pero nadie podrá decir que le perdemos la vista al cómic. Además, como repiten los más pesados televisivos, la actualidad manda. No sabemos muy bien qué, pero manda.
Todo esto, porque hasta el 20 de febrero pueden ustedes acercarse a la Galería Estampa en Madrid, a ver esa exposición de la que últimamente hablan tantos: "Judas Arrieta: Ronín". Su conexión con nuestro foco de atención comiquero es evidente. Javier Rubio Nomblot incluso encabezó su artículo sobre la misma, en el ABCD, bajo el título "El cómic abstracto". Lo cierto es que las referencias directas de Judas Arrieta están muy lejos de la ortodoxia pictórica, incluso de las vanguardia clásicas. En "Ronín" observamos como su pintura se alimenta de fuentes mucho más "populares", que van desde el grafiti al manga, pasando por la cultura televisiva (y el ánime dentro de ella).
No es extraña la redundancia de orientalismos e iconografía manga en la obra de Arrieta. Sobre todo, si consideramos que gran parte de la obra que se expone ahora en Estampa ha sido elaborada durante la estancia del pintor en Asia, en China, más concretamente. Allí se desplazó hace ahora cinco años y allí, en Pekín, tiene su estudio el artista vasco. Desde su posición privilegiada como cicerone artístico entre dos culturas, Arrieta intenta promocionar a pintores jóvenes gracias a iniciativas como fue la residencia Gran Dragón o será la exposición Memorias de China (que comparte nombre con su propio estudio).
La obra de Arrieta, como hemos señalado, se nutre de la iconografía japonesa, sobre todo, aunque en sus últimos cuadros tienen cabida también personajes, grafías y otras huellas culturales de las culturas china y coreana. En ese artículo de ABCD que mencionábamos antes, el propio autor admite que: "Desde mi infancia, la televisión, los cómics y después la iconografía del manga han constituido mi principal fuente de inspiración, que más tarde he retomado para poblar mis imágenes de monstruos, héroes, explosiones y demás elementos". Ni siquiera hay que ser un experto mangaka para reconocer a muchos de los habitantes que pueblan las visiones multitudinarias de Judas Arrieta. Reconocemos, en apenas un vistazo, a muchos de nuestros "héroes" infantiles televisivos (Heidi, Marco, Mazinger Z, Vickie el Vikingo), personajes clásicos del manga (Doraemon, Astroboy o el Kimba de Tezuka), e incluso la versión disneyana de personajes de la cuentística clásica, como Pinocho o Alicia.
Efectivamente, en sus lienzos se impone el concepto de yuxtaposición como técnica predominante. La acumulación aleatoria (sólo en apariencia) de personajes de cómic y televisión, junto a letras, dragones japoneses, logos y brotes esporádicos de pintura (brochazos ligeros, veladuras, manchas o zonas concretas de color en los motivos dibujados), se traduce en una exuberancia visual que justifica ese "barroquismo" con el que se refería Rubio Nomblot a la obra de Arrieta. Salvando las distancias geográficas, temporales o de motivación artística, la obra del artista vaco nos recuerda ligeramente a las creaciones más pictóricas de los artistas del colectivo Fort Thunder (a sabiendas de que categorizar sobre este colectivo underground, contracultural y asistemático, tiene poco futuro); sobre todo, por su militancia obstinada en la búsqueda y trasformación de referentes populares y por su plasmación pictórica liberada de ataduras academicistas. En el fondo, es lo único que le queda a todo ronin, caminar solo, seguir su camino.
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