Vamos a ir cerrando nuestro periplo de recuerdos nipones. Hemos dejado para el final una de las mejores imágenes artísticas que nos trajimos de allí.
Hay ciudades que crecen a la vera de un hallazgo arquitectónico. Que se lo digan a Bilbao. Kanazawa era, en Japón, una ciudad reconocida por su barrio ninja, por sus calles de geishas y por disponer de uno de los tres grandes jardines oficiales del Japón. Ahora, a Kanazawa, se la conoce y reconoce también por contar con el museo de arte contemporáneo más importante de Japón, o casi.
El 21st Century Museum of Contemporary Art no luce la barroca espectacularidad del Guggenheim, pero casi. Su forma circular permite una sorprendente organización de los espacios interiores, en sus jardines crecen como flores futuristas obras tan espectaculares como la Colour Activity House de Olafur Eliasson o el Klangfeld Nr.3 für Alina de Florian Claar. Y en la colección permanente de su interior no hay Serras, pero hay falsos agujeros negros de Anish Kapoor, una increíble sala de luz del siempre increíble James Turrell, una piscina reversible de Leandro Erlich (la niña bonita de las piezas exhibidas, según parecen dejar ver los visitantes que se asoman por arriba y desde abajo) y un hombre midiendo las nubes, obra de Jan Fabre.
Precisamente, cuando visitamos el museo la exposición temporal, titulada Alternative Humanities, estaba dedicada a los trabajos enfrentados de dos artistas dispares, el mismo Jan Fabre y el japonés Katsura Funakoshi. Dos creadores unidos por su mirada hacia el arte y el pensamiento pretéritos como motivo de inspiración, como fuente de materias primas sobre las que trabajar y elaborar sus discursos. La obra de Fabre tiene mucho de trasgresión y provocación; su relectura del cristianismo, la realeza y del arte flamenco, por ejemplo, está repleta de alusiones/puñetazos simbólicos, creados a partir de la reutilización de materiales orgánicos y otras desviaciones matéricas (mantos de insectos, osarios de cristal, muros pintados con bolígrafo y cajas de escaleras hacia la nada).Katsura Funakoshi plantea reflexiones similares acerca del pasado, el arte y las religiones filosóficas orientales. También existe cierta intención provocadora en sus bustos y esculturas a medio camino entre la figura antropomórfica y la construcción mítica. Sus materiales son, sin embargo, mucho más tradicionales: lápices y óleos para los bocetos y pinturas preparatorias, madera policromada y escayola para sus esculturas. Curiosamente, la propuesta de Funakoshi le resulta al espectador occidental mucho más críptica que la de Fabre, pese a la compleja puesta en escena de las piezas de este último.
Los bustos del japones están rodeados de cierta imperfecta divinidad, de un aura de irrealidad. Pese a todo, los mirábamos una y otra vez y no podíamos evitar encontrar cierto aire familiar en esos ojos de cristal de mirada animal, en sus pieles celestes, en sus cuerpos mutilados y en sus largos cuellos. ¿Dónde nos habíamos encontrado antes con los ángeles andróginos de Funakoshi, con esas criaturas detenidas entre la tierra y el cielo?
Al final lo recordamos...
2 comentarios :
pues está bien mirado, el simil...
Los nexos artísticos son inextricables, je, je...
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