En Little Nemo’s Kat hablamos de Emmanuel Guibert con relativa frecuencia. Es uno de nuestros
autores favoritos. Hemos mencionado con insistencia las excelencias de El
fotógrafo, uno de los ejercicios de interdiscursividad narrativa más
osados y satisfactorios que podemos recordar. En su día, nos referimos también
a Tiempo
de gitanos, una prolongación interesante del hallazgo técnico, pero más
rutinaria. Leímos con interés Las olivas negras y apreciamos su
capacidad para crear ambientes históricos convincentes desde la ironía y el
escepticismo.
Ahora hemos tenido la suerte de hacernos con una copia de La
infancia de Alan, el mismo personaje que Guibert nos presentara en La
guerra de Alan. Ese excombatiente norteamericano con el que el autor se encontró
en la isla de Ré y al que ha dedicado estos dos trabajos biográficos después de
entablar amistad con él. Frente a alguno de los ejemplos mencionados antes, en
estos cómics el francés se hace cargo tanto del dibujo como del guión (a partir
de los recuerdos biográficos del propio protagonista) y, en ambos campos,
demuestra que es un autor todo-terreno, un tipo muy dotado para la escritura y
para el dibujo.
El cómic se subtitula Según los recuerdos de Alan Ingram
Cope. Una descripción precisa de su naturaleza biográfica: un recorrido a
través de los recuerdos infantiles de su protagonista, en realidad. Cada
capítulo recoge un episodio de la historia íntima de Alan, recreado a partir de
su propia voz narrativa. Existe cierta intención temática en la ordenación de
dichos capítulos (dos de los bloques organizativos principales del libro, por ejemplo, responden a los nombres de los dos abuelos del protagonista); cada anécdota, cada reminiscencia de Alan añade una capa de
verosimilitud a la configuración del personaje. Pero junto a esa técnica
acumulativa, la historia también desarrolla el hilo cronológico (no siempre
estrictamente lineal) de los recuerdos del protagonista y lo hace desde la
condición fragmentaria y selectiva que se le supone a la memoria de cualquier
persona.
El conjunto destila credibilidad y convicción narrativa. La
dosificación de detalles vitales, el análisis de sus efectos sobre la
personalidad y la psique del personaje, y su consiguiente filtrado selectivo a
través de la memoria del narrador, terminan por configurar un más que
convincente perfil psicológico del protagonista. En algunos momentos parece
imposible que Alan Ingram Cope no sea el verdadero autor de su propio relato, que
éste sea el resultado de una reelaboración filtrada por la imaginación de
Guibert. La personalidad de Alan es tan convincente como lo eran las de las
grandes creaciones de los autores decimonónicos del realismo inglés, ruso o
español. Desde ese punto de vista, el libro revela clasicismo narrativo, un
sentido de perfección formal y diegética en la descripción de una vida, que no
hemos observado demasiadas veces en el mundo del cómic.
Los recuerdos de Alan son vívidos y detallados (lo cual no
siempre implica una reconstrucción plena de los estímulos, palabras,
situaciones y causas que los motivaron), porque, en muchos casos, y como sucede
en la realidad, Guibert asocia los procesos mentales del protagonista a
estímulos sensoriales y a las (sólo en apariencia pequeñas) vivencias que
marcan la infancia de una persona y acaban por determinar su existencia. En ese
sentido es especialmente elocuente el tercer episodio, en el que Alan explica
las bases de su sentimiento de culpa motivado por una estricta educación judeocristiana
y cómo éste hecho condicionó buena parte de su vida adulta posterior. En
nuestro país sabemos mucho del tema.
En realidad, La
infancia de Alan parece un álbum de fotos, en la forma y en el fondo. De
igual manera que en su día mencionábamos como Igort hibridaba los recursos del cómic con los del reportaje periodístico
en su excelente Cuadernos
ucranianos, ahora Guibert (en un ejercicio de interdiscursividad, también,
pero de naturaleza distinta) recrea la infancia de Alan a partir de la
colección de fotos de su niñez: si Igort recurría a la narración comicográfica
para ilustrar diversos episodios vitales de las víctimas de la deskulakización bolchevique, el francés
inserta, entre su colección de fotos fijas, fragmentos de cómic en los que recrea
anécdotas y episodios de la vida del protagonista. De este modo, la voz narrativa
de Alan y las imágenes congeladas de su recuerdo adquieren vida momentáneamente
a través de las viñetas de Guibert. Unas secuenciaciones minimalistas, en
muchos casos, con unos personajes interactuando sobre el fondo blanco de las
viñetas. El contraste es total con el realismo cuasi-fotográfico de las
imágenes estáticas que contextualizan la narración y describen los ambientes
(las construcciones de la memoria, las instantáneas del recuerdo) de la
infancia de Alan. Guibert recurre en ambos casos, en las imágenes estáticas y
en los fragmentos secuenciados, a su técnica primorosa y a su eclecticismo a la
hora de mezclar recursos gráficos (tinta y fotografía, sobre todo).
Estamos ante un tebeo que se disfruta desde la nostalgia, desde la inevitable empatía que generan los recuerdos ajenos. Todos hemos sido niños, y aunque en muchos casos no nos reconozcamos en las vivencias infantiles del soldado retirado que protagoniza el relato (¡el siglo veinte parece tan lejano!), lo cierto es que muchas de las emociones, descubrimientos e intuiciones de Alan son tan universales como lo puedan ser el nacimiento y la muerte. Cada obra de Guibert es una sorpresa, ¡ojalá todas sean tan gratas como ésta!
4 comentarios :
Es calidad asegurada el señor Guibert...
¡Saludos, Don Gato!
¡Y tanto que lo es!
Saludos, don Josema
es uno de los tebeos del 2013, sin duda.
¡Sin duda!
Publicar un comentario