Blacklung es uno de los cómics estadounidenses más
alabados y premiados del 2012. Su rareza es su virtud, su originalidad, el mayor de sus atractivos.
Hablábamos el otro día de animales antropomórficos y de
seres humanos animalizados con motivo de la comparación entre la pintura alegórica flamenca y renacentista y cierto underground. El cómic de Chris Wright está obviamente influido por el estilo underground clásico (su trazo nervioso, el abundante entramado y rayado manual, la espontaneidad de su acabado), pero el diseño de sus páginas y personajes, más que a las caricaturas gamberras y transgresoras de los Crumb, Shelton o "Spain" Rodriguez, nos recuerda a la turbadora visión del mundo de William Blake (infiltrado en un mundo de piratería ilustrada).
Estamos ante un trabajo complejo y rico en matices, una de esas obras que requieren de una lectura atenta. Resulta curioso, de algún modo, porque la historia que se plantea en Blacklung es en realidad un ejercicio de género puro y duro, un relato de aventuras de piratas. El resultado final está muy lejos, sin embargo, del simple distraimiento o de la aventura heroica. Chris Wright utiliza el molde genérico para hablar de temas tan profundos como el sentido de la trascendencia, la pérdida de la fe, la predestinación frente al libre albedrío o la brutalidad humana. Sobre todo la irracional, desnuda y primitiva brutalidad
humana.
Los personajes de Blacklung no son exactamente personas, tampoco animales, son “entes” animados, seres primarios, sólo a veces guiados por una chispa racional, golems de barro, arpillera y paja destinados a simbolizar todos y cada uno de los defectos y vicios humanos. Sus rostros están diseñados como aquellos muñecos de hierba que regábamos de niños hasta que las raíces y brotes que crecían desde su interior terminaban por formar un rostro vegetal deforme. Sus actos discurren entre una espiritualidad religiosa cuasi-esotérica y la barbarie en estado puro. Fuego y tierra.
Hablábamos hace unos meses de la lucha animal y del darwinismo inclemente de una obra como Pudridero, tan poblada de bestias y monstruos. Los personajes de Blacklung son aún más bestiales que aquellos, porque la suya no es una simple lucha animal por la supervivencia, sino un struggle
for life matizado por la búsqueda de explicaciones a nuestra existencia, una orgía de deshumanización salpicada por la culpa y el temor de dios (de algún dios). Esta visión más compleja de la existencia es la que, en nuestra opinión, hace de Blacklung una obra superior a la de Johnny Ryan; un trabajo más cargado de matices y segundas lecturas.
La historia, las historias que se cruzan en el trabajo de
Wright son las que marcan a su vez las vidas cruzadas de sus numerosos personajes (a los cuales no es siempre sencillo distinguir, ya que sus rasgos fisiológicos son más icónicos que humanos -otra vez).
Tampoco es fácil seguir el hilo de sus parlamentos (por lo alegórico, en ocasiones, por lo arcaizante de su lenguaje, en otras), ni una línea de acontecimientos que depende, tantas veces, de la naturaleza simbólica del relato. Pero el reto, la inmersión, vale bien la pena: el lector profundizará con desconcierto e interés, primero, en la leyenda cruenta del pirata Towart; se posicionará con cierto escepticismo al lado del profesor Isaac, protagonista involuntario de la aventura; y se embarcará, finalmente, en la travesía definitiva junto a la terrible tripulación del Pirata Brahm, tan místico como sanguinario: "...he conocido a un buen número de tripulaciones y capitanes, y este Brahm es otra cosa. Es fiero pero no está loco, tiene medida, alma, podríamos decir...", señala uno de sus marineros.
La apuesta de Wright es al todo o nada: ni le ahorra al lector esfuerzos, ni evisceraciones. Sus escenas de castigos y batallas son algunas de las más explícitas y cruentas que hemos visto en una viñeta, mientras que las páginas que ilustran los sueños, las visiones y los metarrelatos espirituales del Capitán Brahm, funcionan en un plano simbólico, casi abstracto, que no habíamos leído nunca en un cómic. La secuenciación geométrica, totémica, de sus viñetas tiene una fuerza primitiva que entronca con una visión atávica y ancestral del mundo y de la espiritualidad, y aporta una buena dosis de simbolismo a las páginas de Blacklung.
Un cómic con mayúsculas. No sabemos si hay alguna editorial española que se haya hecho ya con los derechos de la novela gráfica de Chris Wright, pero la que se atreva, se apuntará un tanto ganador. Eso sí, no sería mala idea regalar un pañuelo junto al libro. Para limpiar las salpicaduras de sangre, decimos.
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