miércoles, abril 16, 2014

Del desagravio a Jordi Évole muy a pesar de su manifiesto ultraje al honor ajeno de toda una nación.

Me van a perdonar el asalto y cambio de tercio intempestivo (que digo yo que por entrar en casa propia tampoco hay que pedir perdón, pero tal y como están las susceptibilidades mejor anticiparse hasta en la excusa), pero es que uno sospecha que en este país nuestro, después de la ética y la responsabilidad, estamos acabando por perder el sentido del humor...
Leemos ojipláticos y con la certeza de no entender nada que (literal) la "Asociación de Usuarios de Comunicación ha denunciado a Atresmedia y a Évole ante la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (Fape)" (si las siglas dieran autoridad, todos doctos), debido a la emisión de su documental bufo-paródico sobre el 23-F. Ante lo cual nos preguntamos, ¿hasta qué punto soberbio se ha extendido la miopía espongiforme en este país para que, con la que está cayendo, un organismo que se supone serio no entienda un chiste, ni aunque le expliquen el final?
No vamos a hincharnos de cinismo y a proclamar con falsa indignación a agua pasada aquello de "España es asín" o "estamos (elige tu propio epíteto) gilipollas/locos/aviados"; demasiado plano. Hay una explicación, claro que la hay, y tampoco vale recurrir al tópico de la envidia-esa-lacra-nacional o a la mezquindad y ruindad que nos atribuían los flamencos en el S.XV; nos parece más bien que todo esto tiene que ver con esa idea estúpida y molla del orgullo (llámenlo "honor" si prefieren) que en los últimos tiempos se ha recuperado en nuestro país hasta la exacerbación ridícula y panfletaria, con el único y disimulado pretexto de cubrirnos las vergüenzas, corrupciones, desfalcos y atropellos nuestros de cada día (que diría la Condesa de Bornos).
Y así, enfadándonos con un periodista que, por un día, decide dejar de hacer periodismo (uno de los pocos que se atreven) y se decide a tomarnos el pelo, o declarándoles un consejo de guerra a unos muñecos franceses de plástico por llamarnos tramposos (¡injusticia!), así, nos sentimos mucho mejor con nosotros mismos, que ¡menudos somos aquí para que un reporterucho chiquilicuatre venga a tocarnos los maiquelyasons y el robocop!
Puestos ya a regresar a los viejos buenos tiempos decimonónicos de españolío de boquilla y orgullos inflados, podemos recuperar a don Miguel de Unamuno (en el falso prólogo de Niebla), que también se vio envuelto en refriegas similares y que hace más de cien años ya escribió unas palabras con mucha sorna y mala uva en previsión de lo que el canalla de Évole iba a hacer un siglo después:
Nuestro público, como todo público poco culto, es na turalmente receloso, lo mismo que lo es nuestro pueblo. Aquí nadie quiere que le tomen el pelo, ni hacer el primo, ni que se queden con él, y así, en cuanto alguien le habla quiere saber desde luego a qué atenerse y si lo hace en broma o en serio. Dudo que en otro pueblo alguno moleste tanto el que se mezclen las burlas con las veras, y en cuanto a eso de que no se sepa bien si una cosa va o no en serio, ¿quién de nosotros lo soporta? Y es mucho más difícil que un receloso español de término medio se dé cuenta de que una cosa está dicha en serio y en broma a la vez, de ve ras y de burlas, y bajo el mismo respecto.
(...)
Pero este adusto y áspero humorismo confusionista, además de herir la recelosidad de nuestras gentes, que quieren saber desde que uno se dirige a ellas a qué atenerse, molesta a no pocos. Quieren reírse, pero es para hacer mejor la digestión y para distraer las penas, no para devolver lo que in debidamente se hubiesen tragado y que puede indigestárseles, ni mucho menos para digerir las penas. Y don Miguel se empeña en que si se ha de hacer reír a las gentes debe ser no para que con las contracciones del diafragma ayuden a la digestión, sino para que vomiten lo que hubieren engullido, pues se ve más claro el sentido de la vida y del universo con el estómago vacío de golosinas y excesivos manjares. Y no admite eso de la ironía sin hiel ni del humorismo discreto, pues dice que donde no hay alguna hiel no hay ironía y que la discreción está reñida con el humorismo o, como él se complace en llamarle: malhumorismo. 
¡Cuando se enteren esos garantes del honor de la AUC de lo mucho que se han reído de nosotros Matt Groening y ese antiespañol de Hommer Simpson, se van a desatar todos los infiernos!


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