El dibujo ha recuperado en este S.XXI una posición de privilegio
dentro de las artes plásticas que pareció haber perdido durante muchas
décadas del siglo anterior. Las exposiciones dedicadas al dibujo a
lápiz, pluma o bolígrafo se multiplican. Museos reputados
dedican retrospectivas y antológicas a viejos y jóvenes dibujantes e
ilustradores que han optado por el trazo desnudo y el papel frente a la
hasta hace poco mucho más solemne y reputada pintura sobre lienzo,
tabla o muro. Fijense que hasta de dibujantes de cómic se están llenando
los museos (afortunadamente).
No sabemos si los nuevos maestros
de la pluma gozarán en el futuro del renombre y trascendencia de los
Hogarth, Doré, Gillray, Cruickshank o Töpffer, pero pocas veces a lo
largo de la historia hemos tenido acceso a tantos dibujantes (algunos casi
anónimos) esparcidos a lo largo del Globo. Internet es un filón, por
supuesto. Vamos a destacar aquí a dos autores que cuentan ya con legión
de admiradores dentro del mundo digital y cuyas obras veremos, seguramente, un
día no muy lejano colgadas de las paredes de algún museo.
Nos encanta, por ejemplo, la delicadeza del ruso Nikolay Fomin y el modo en que se acerca al folklore y la cuentistica rusa con un
trazo minucioso y un exquisito gusto por el detalle. Por un lado, su
dibujo nos recuerda al de algunos de los maestros decimonónicos del dibujo que mencionábamos antes (a los que tendríamos que añadir los
nombres de Tenniel, Walter Crane y otros genios de la ilustración
libresca y el cuento infantil), pero por otro lado, las obras de Fomin
conectan con la modernidad gracias a un tratamiento del erotismo, simbólico, mordaz y provocador. Hay, sin embargo, algo ingenuo y naive en los dibujos de Fomin, que proviene su trazo casi infantil y sus perfiles acentuados.
Mucho menos cándido y evanescente es el erotismo de Apollonia Saintclair. Sus dibujos lindan en intenciones con la pornografía, pero su trabajo gráfico es tan delicado, sugerente y esmerado que resulta difícil abstraerse de su belleza visual o quedarse únicamente con la sexualidad obvia. Las comparaciones con las viñetas hipersexuadas de Milo Manara son inevitables, y como sucede en la obra de aquel, el sexo en los dibujos de Saintclair desprende erotismo y sugerencia más allá de su explicitud. Lo perverso se convierte en guiño procaz y lo que en otro artista pudiera interpretase como obsceno, adquiere en la obra de esta misteriosa ilustradora (que ha decidido camuflarse detrás de sus imágenes y esconderse detrás de la cortina digital) una cualidad sofisticada y glamurosa.
¿Cómo podríamos permanecer indiferentes, por ejemplo, a la poesía innegable y el simbolismo que subyace en su amplia colección de estampas onanistas femeninas (a la que llegamos gracias a PlayGround Magazine)?
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