El
barcelonés Cristian Robles, autor de
Mameshiba, tiene 25 años y se nota.
Pertenece a una generación que ha nacido y crecido en un entorno digital, que
gracias a las redes y plataformas sociales ha tenido acceso a un catálogo audiovisual
sin límites geográficos ni temporales y que, en definitiva, se han hecho
adultos en una sociedad cuyo paradigma cultural se forja sobre una base
radicalmente nueva y diferente a la que configuraba todo el entretenimiento (e
incluso el arte) del S.XX. Cristian Robles no puede tener recuerdos de
Barcelona 92, de la escasa oferta televisiva de aquella España o del acceso a
la música limitado y abusivo que vivimos tantas generaciones. Es un joven que
ha crecido con el manga y la eclosión de la cultura japonesa en occidente; que
ha disfrutado de la difusión musical, fílmica y serial abierta y siempre
accesible que ofrecen Youtube, Spotify o Facebook; que ha escuchado a grupos de
hip-hop en español consagrados; que ha visto como el mundo se abría en el
escaparate mínimo de un iPhone y la distancia y el tiempo perdían su condición
limitante... Todo eso está en su cómic Mameshiba
(y de algún modo en Ikea Dream Makers
y Soufflé, los trabajos
anteriores de Robles), editado por DeHavilland Ediciones para su colección LaMansión en Llamas; que tantas puertas está abriendo a nuevos autores del
panorama nacional.
Cristian Robles es un dibujante
que ha crecido en un momento en el que David Lynch, Todd Solondz o Daniel Clowes ya
están asimilados, y que, seguramente, ha leído a Dash Shaw, a Olivier Schrauwen,
a Carlos Vermut, a Luke Pearson o a Michael DeForge; artista con el que le une una afinidad
estilística y una inclinación innegable hacia cierto surrealismo pop, lineal y
naíf. La sombra de DeForge es alargada en los últimos tiempos: nos parece reconocerle
en bastantes dibujantes del presente que nos gustan mucho, como Ana Galvañ, o Cristian
Robles. Su extrañeza conceptual, la experimentación formal y el afán por la
creación freak se repiten en sus
obras. En Mameshiba, esa inclinación
hacia la otredad, hacia el exotismo psicodélico, está muy conectada con Japón y el
fenómeno fan.
Su protagonista, Bunny, es
una muchacha rapera que vive en una casa de campo con su hermana. Su
aislamiento rural no le impide tener una activa vida social y digital, gracias
a su canal de YouTube y a las redes sociales, así como una intensa actividad cultural.
Un día le llega la oportunidad de participar en un “torneo de gallos” en el que
el rapero ganador podrá asistir al tour
europeo de la gran estrella del hip-hop, Mameshiba, y conocerla en persona.
Hasta aquí todo resultaría más o menos normal, si no fuera porque Mameshiba es
una alubia verde japonesa: una edamame
parlanchina, fanfarrona y bastante viciosa. En realidad, la versión calavera de
un exitoso personaje preexistente de animación nipona, creado por Kim Sukwon.
Robles sitúa su historia
en una geografía tecnológica (no necesariamente futurista, Japón ya es el futuro) y corrupta (elijan ustedes tiempo y país para esta asignación), pero al
lector de la nueva novela gráfica no debería sorprenderle el modo en que su
autor intercala con naturalidad referencias al manga, a los videojuegos y a la
tecnología, o la forma en que alterna entre diferentes lenguas conectadas a los
medios audiovisuales. Después de todo, sólo era cuestión de tiempo que la
generación digital empezara a dibujar y experimentar con el lenguaje del cómic; o que alguno lo hiciera tan bien como Cristian Robles.
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