Conocimos a la
jovencísima Tillie Walden gracias a I Love this Part (2015), un cómic pequeño y emocionante; un ejercicio de
lirismo a partir de bellas páginas-viñeta y una narración en primera persona que
descubría la sensibilidad de una autora tremendamente dotada para un dibujo
realista y ligero.
The End of Summer (2015), la que por unos meses fue su primera obra publicada, es todavía un trabajo más ambicioso y con un
recorrido narrativo más elaborado que I
Love this Part (debido a ello quizás es también menos redonda y perfecta que ésta). Pero ambas comparten cierta mirada
poética y un estilo gráfico deslumbrante.
Imaginemos una infancia
eterna en el entorno resguardado de una familia protectora y adinerada. Imaginemos
que se nos ofrece una existencia despreocupada en un suntuoso palacio de
fantasía, como ideado por un Piranesi juguetón, lleno de rincones secretos,
salones de juego, camas con dosel cubiertas de colchas de plumas, piscinas de
agua tibia, toboganes, pasadizos de juego y lujosos salones para celebrar
banquetes familiares. Como si por fin hubiéramos llegado a aquella mítica
Slumberland sobre el lomo de un gato gigante y nos tocara interpretar el rol de
un Pequeño Nemo agasajado por sirvientes y vasallos. Imaginemos, por último,
que desde la cálida protección de nuestro palacio familiar, con sus alfombras
persas, sus almohadones de plumas y edredones de patchwork, pudiéramos observar
desde unos ventanales enormes, ociosos, el transcurso de un invierno detenido
en el tiempo durante más de tres años.
¿No seríamos felices? ¿No
es ésta la descripción perfecta del refugio protector de la vieja poesía?
Probablemente lo sería
si la primera sentencia en primera persona del cómic no fuera “I am going to
die before the winter ends”. En la primera viñeta aún no lo sabemos, pero la afirmación,
severa y autoconsciente, pertenece al pequeño Lars, el protagonista de The End of Summer. Su familia, como muchas familias, encierra secretos asfixiantes y una colección de rituales extravagantes que dirigen la vida de sus miembros hacia una endogamia enfermiza. Así, por debajo de la aparentemente estólida felicidad, discurre una corriente subterránea de misterios larvados que crecen y corroen la plácida cotidianidad. Es quizás en esta búsqueda etérea del oscurantismo familiar donde reside una de las inconsistencias de The End of Summer. Sobre todo en sus páginas finales, el cómic peca de cierto cripticismo que funciona en un nivel poético, pero que espesa la línea argumental y su resolución. Quizá sea una decisión estilística de la autora en su búsqueda de cierto lirismo visual, pero, en este mismo sentido de facilitar el seguimiento de la trama, no ayuda tampoco el hecho de cierta indefinición física de los personajes, cuya similar fisonomía e identificación resulta confusa en ciertos momentos.
Pero no nos engañemos, el dibujo de Tillie
Walden apabulla desde la portada misma del cómic. Su recreación minuciosa de
salones y habitaciones, techos, suelos y escaleras, cúpulas y columnatas
convierte este cómic en un maravilloso ejercicio gráfico de arquitecturas atemporales,
preciosistas detalles arquitectónicos y profusas decoraciones ornamentales. Lo
más curioso de todo es que, en su minuciosa construcción gráfica de un universo
basado en el detalle arquitectónico y la intrincada miniatura decorativa, pareciera
que Tillie Walden (estamos por asegurarlo) ha disfrutado con cada línea
proyectada y cada una de las filigranas que adornan puertas, colchas, bóbedas y
doseles. Nadie se embarcaría en una tarea de miniaturista medieval como ésta si
no estuviera realmente enamorado de la idea que la cobija y enciende.
Detrás de los
palacios fastuosos y los oropeles de The
End of Summer, se esconde, sin embargo, una idea simbólica mucho más humilde y profunda
que su lujoso envoltorio: la que convierte a la infancia
en el refugio de toda nuestra existencia posterior. La juventud de Tillie
Walden (nacida en 1997) todavía la mantiene cerca de un tiempo que para muchos
de nosotros es un recuerdo lejano, pero al cual todos nos aferramos e
intentamos regresar en nuestros peores momentos. Son los años protegidos de la
felicidad inconsciente, del ocio infinito y de la invulnerabilidad ante el
mundo exterior; es el tiempo de la familia y el hogar, en los que nos guarecíamos
cada vez que se acababa el luminoso verano y llegaban aquellos inviernos que
parecían eternos.
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