En muchos casos, la narrativa rusa del siglo XIX orbitaba alrededor de conceptos morales amplios, la culpa en Crimen y castigo o la pasión desordenada en Ana Karenina, por ejemplo. Es ese el caso también de Cuánta tierra necesita un hombre, el cuento de León Tolstói, que hace de la codicia y la pequeñez de la existencia el punto sobre el que pivota su trama.
El de Martin Veyron es uno de esos nombres clásicos autores franceses que toda una generación de lectores recordamos por sus apariciones frecuentes en revistas como Címoc o El víbora. Sus historias estaban cargadas de diálogos y relaciones, también morales, en las que se entretejían el sexo, los conflictos interpersonales y el desamor. Un tipo de autor, Veyron, que como Gerard Lauzier, conectaba el cómic con una forma muy francesa de entender el arte y la cultura, emparentada por ejemplo con el cine de la Nouvelle Vague.
Le habíamos perdido la pista a Martin Veyron hasta que ha llegado a nuestra manos este Cuánta tierra necesita un hombre. Se parece en poco al autor que recordábamos, sobre todo en el plano gráfico. Aquellas escenas cotidianas de línea clara, planos cerrados y entornos íntimos, han dejado paso ahora a un cómic que respira en un contexto rural de grandes espacios abiertos. Abunda el nuevo trabajo de Veyron en escenas paisajistas y estampas de bosques, lagos helados, trigales y estepas. Esos paisaje rurales latifundistas que tan importantes fueron en la narrativa de Tolstói y a los que el propio autor regresó en su vejez cuando la tierra ya no estaba en manos de los grandes terratenientes imperiales. De este modo, el propio escritor respondió a la pregunta de su cuento cuando abandonó todo cuanto tenía (incluida su familia), se despojó de posesiones y de los oropeles de la fama, y regresó a la vida sencilla del campo.
Esa idea esconde, en realidad, la historia y el trasfondo de Cuánta tierra necesita un hombre. La historia pequeña de Pajom, granjero y vecino de una aldea siberiana, que vive al día con su familia gracias a sus animales y una pequeña parcela para alimentarlos. La suya es también la historia de sus vecinos, con quienes comparte penurias y lindes con las vastas posesiones de otra vecina, una noble boyarda que hace ojos ciegos a las constantes intromisiones de sus vecinos en sus tierras de pasto, a los capturas que éstos pescan en los ríos de su propiedad y a los árboles que talan de sus bosques. Un día, sin embarga, la boyarda, por mediación de su hijo Andreï, contrata un capataz para que vigile sus latifundios y propiedades. Ese será el punto de inflexión decisivo en la vida de Pajom, su familia y sus vecinos.
Para recrear la historia de Tolstoi, Veyron recurre a un convincente realismo de líneas sueltas y ágiles que, en algunos momentos, nos recuerda al trazo de Blain y en otras ocasiones al estilo naturalista de Rubén Pellejero. Su recreación de los paisajes rurales y de las grandes planicias siberianas es de una belleza sobrecogedora, pero íntima y sencilla. El recorrido del protagonista por los paisajes de la Rusia antigua está subrayado por secuencias mudas de bellas postales que, por momentos, transforman una historia costumbrista con moraleja en un cómic de viajes y de miradas. Un disfrute para el lector-pasajero de unas viñetas con historia y con mensaje.
Esa idea esconde, en realidad, la historia y el trasfondo de Cuánta tierra necesita un hombre. La historia pequeña de Pajom, granjero y vecino de una aldea siberiana, que vive al día con su familia gracias a sus animales y una pequeña parcela para alimentarlos. La suya es también la historia de sus vecinos, con quienes comparte penurias y lindes con las vastas posesiones de otra vecina, una noble boyarda que hace ojos ciegos a las constantes intromisiones de sus vecinos en sus tierras de pasto, a los capturas que éstos pescan en los ríos de su propiedad y a los árboles que talan de sus bosques. Un día, sin embarga, la boyarda, por mediación de su hijo Andreï, contrata un capataz para que vigile sus latifundios y propiedades. Ese será el punto de inflexión decisivo en la vida de Pajom, su familia y sus vecinos.
Para recrear la historia de Tolstoi, Veyron recurre a un convincente realismo de líneas sueltas y ágiles que, en algunos momentos, nos recuerda al trazo de Blain y en otras ocasiones al estilo naturalista de Rubén Pellejero. Su recreación de los paisajes rurales y de las grandes planicias siberianas es de una belleza sobrecogedora, pero íntima y sencilla. El recorrido del protagonista por los paisajes de la Rusia antigua está subrayado por secuencias mudas de bellas postales que, por momentos, transforman una historia costumbrista con moraleja en un cómic de viajes y de miradas. Un disfrute para el lector-pasajero de unas viñetas con historia y con mensaje.
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