Cuando Michael Haneke estrenó La cinta blanca en 2009, ésta fue recibida con gran entusiasmo crítico. La película obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes, el Globo de Oro, cuatro Premios del Cine Europeo y estuvo nominada al Oscar a mejor película extranjera. Se reconocía la complejidad y valentía detrás del clasicismo aparente que presentaba su puesta en escena y su fotografía en blanco y negro. Es cierto que la cinta de Haneke recordaba en ciertos momentos al cine clásico de Jacques Becker o de René Clément, pero sobre todo a ciertos trabajos de Bergman, llenos de simbolismo y espíritu crítico. Se especuló mucho sobre el tema y el significado de una obra que "dibujaba" el esbozo sincrónico de un momento histórico que, más que el propio Haneke, podrían haber conocido sus abuelos y sus padres: la Alemania de 1913. Lo curioso de La cinta blanca es que el director austriaco había filmado un cuadro de costumbrismo rural, no el escenario prebélico que haría intuir la Gran Guerra (1914-1918) que se avecinaba como una nube negra de devastación. La acción de la película de Haneke se centra en un pueblecito alemán anclado en su orgullo histórico y en sus tradiciones estrictas; un lugar que parece vivir ajeno al destino inminente del país. Sin embargo, en su atmósfera, en la mirada torva de sus gentes severas e intolerantes, se transluce la tragedia.
Recordamos haber leído críticas que hablaban del "huevo de la serpiente"; que, en sus análisis simbólicos de La cinta blanca, desbordaban el contexto inmediato de la película, para anticipar el surgimiento de una mentalidad racial y una forma de ver el mundo que terminarían por explicar el devenir posterior de Alemania en la Historia. Los hombres y mujeres que protagonizan la película de Haneke son los padres, profesores, pequeños burgueses y trabajadores que educarían a la futura generación de nazis que habría de dominar Alemania; y casi el Mundo.
Se nos vienen éstas referencias culturales y cinematográficas a la cabeza después de haber leído el tercer libro de Berlín, la obra magna que el estadounidense Jason Lutes ha tardado veintidós años en completar. Los tres volúmenes de esta trilogía rellenan el hueco que transcurre desde el final de aquella devastadora primera guerra y los albores del apocalipsis hitleriano. Son los años de la República de Weimar, el tiempo en el que los hijos de La cinta blanca alcanzan los puestos de poder y se empiezan a consolidar en el inconsciente colectivo aquellos pensamientos cargados de intransigencia y supremacismo racial; una huella histórica alimentada por el rencor del castigo europeo a los perdedores de la guerra y por un tratado de paz que marcaba con hierro el límite entre los derrotados y los vencedores. La Alemania de Weimar había salido hacia adelante con éxito, prosperidad y un importante bagaje intelectual, pero sus heridas seguían supurando odio y sed de venganza.
Se nos vienen éstas referencias culturales y cinematográficas a la cabeza después de haber leído el tercer libro de Berlín, la obra magna que el estadounidense Jason Lutes ha tardado veintidós años en completar. Los tres volúmenes de esta trilogía rellenan el hueco que transcurre desde el final de aquella devastadora primera guerra y los albores del apocalipsis hitleriano. Son los años de la República de Weimar, el tiempo en el que los hijos de La cinta blanca alcanzan los puestos de poder y se empiezan a consolidar en el inconsciente colectivo aquellos pensamientos cargados de intransigencia y supremacismo racial; una huella histórica alimentada por el rencor del castigo europeo a los perdedores de la guerra y por un tratado de paz que marcaba con hierro el límite entre los derrotados y los vencedores. La Alemania de Weimar había salido hacia adelante con éxito, prosperidad y un importante bagaje intelectual, pero sus heridas seguían supurando odio y sed de venganza.
En los tres libros que componen Berlín, ciudad de luz, Lutes rastrea el lento despertar de esa Alemania herida y su transformación en una hidra desencadenada. Lo hace, además, de una forma similar a la que había empleado Haneke: sin estridencias o subrayados violentos. Desde el costumbrismo histórico (urbano, en este caso) que facilita el género narrativo de las vidas cruzadas. A lo largo de los tres cómics, el autor desarrolla una galería de personajes de toda condición (ideológica, social, cultural y religiosa), cuyas vidas terminan por entretejerse en una serie de episodios que anticipan la deriva prebélica de un país que, poco a poco, va dejándose atrapar por la tela de araña ideológica del nacionalsocialismo.
El hilo conductor de la obra (la aguja que enhebra todas esas vidas cruzadas) es la figura del periodista Kurt Severing, personaje sumido en un nihilismo desesperanzado y autodestructivo. Augur de la tragedia y cronista de un fracaso social que no deja de autoalimentarse como una bola de fuego. Junto a él, ama, bebe y sufre la artista Martha Müller, consumida también por el (des)amor atormentado de su amante y camarada de pesares. En las relaciones inestables de esta pareja protagonista se refleja la preocupación incesante y la fractura de una clase intelectual y una burguesía que en los años inmediatamente anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial se vieron obligados a tomar partido. Muchos de aquellos hombres de cultura (filósofos, escritores y científicos de entre los más preparados y sagaces de Europa) se dejaron arrastrar por el espejismo febril del desagravio y la apología racial. Al resto no les quedó otro camino que la huida, el tormento o la muerte. Algunos, como el gran Stefan Zweig, huyeron para terminar sucumbiendo a otro tormento aún peor: el de la pena y la desesperanza.
El hilo conductor de la obra (la aguja que enhebra todas esas vidas cruzadas) es la figura del periodista Kurt Severing, personaje sumido en un nihilismo desesperanzado y autodestructivo. Augur de la tragedia y cronista de un fracaso social que no deja de autoalimentarse como una bola de fuego. Junto a él, ama, bebe y sufre la artista Martha Müller, consumida también por el (des)amor atormentado de su amante y camarada de pesares. En las relaciones inestables de esta pareja protagonista se refleja la preocupación incesante y la fractura de una clase intelectual y una burguesía que en los años inmediatamente anteriores al estallido de la Segunda Guerra Mundial se vieron obligados a tomar partido. Muchos de aquellos hombres de cultura (filósofos, escritores y científicos de entre los más preparados y sagaces de Europa) se dejaron arrastrar por el espejismo febril del desagravio y la apología racial. Al resto no les quedó otro camino que la huida, el tormento o la muerte. Algunos, como el gran Stefan Zweig, huyeron para terminar sucumbiendo a otro tormento aún peor: el de la pena y la desesperanza.
Kurt, cuyo futuro no se nos revela en el cómic, es de los que decidió quedarse; al igual que Silvia, la niña comunista que reniega de su padre nazi; o Anna la joven lesbiana enamorada de Martha. Otros personajes de Berlín, como la familia judía del viejo Schwartz o la propia Martha, huyen del país o intentan esconderse dentro de su territorio. Tanto da. Todos ellos funcionan como representaciones simbólicas de un periodo y de una geografía tenebrosos.
Para su recreación, Jason Lutes recurre a una línea clara realista que, con el paso de las páginas y desde sus inicios en el primer tomo de Berlín, va ganando consistencia y fluidez. La rigidez inicial de algunas de aquellas primeras secuencias cede paso a un dibujo más fluido y a un empleo cada vez más insistente del claroscuro (eficaz para la construcción del creciente tono sombrío de la obra). Con cada página, la lectura de Berlín, ciudad de luz (la paradoja del título completo se revela en toda su magnitud a lo largo de esta tercera entrega) se vuelve más densa; las relaciones entre sus personajes, más dramáticas y dolidas; y la atmósfera que dibuja se presiente, en general, más irrespirable.
En este sentido, se agradece el final abierto del cómic, su falta de soluciones fáciles y de respuestas argumentales individuales para personajes concretos. Las cuatro doble páginas panorámicas (splash-pages) que cierran el conjunto son una respuesta diacrónica a una historia por todos conocida. Y, al mismo tiempo, un pequeño resquicio a la esperanza de un presente reconstruido. No por casualidad, los títulos de los tres volúmenes de la serie han sido: Berlín, ciudad de piedras (vol. 1), Berlín, ciudad de humo (vol. 2) y Berlín, ciudad de luz (vol. 3). Esperemos que, efectivamente, a la luz de el presente que estamos viviendo y de los síntomas que se vislumbran, no volvamos a repetir los mismos errores del pasado. La serpiente aún se revuelve en su nido.
En este sentido, se agradece el final abierto del cómic, su falta de soluciones fáciles y de respuestas argumentales individuales para personajes concretos. Las cuatro doble páginas panorámicas (splash-pages) que cierran el conjunto son una respuesta diacrónica a una historia por todos conocida. Y, al mismo tiempo, un pequeño resquicio a la esperanza de un presente reconstruido. No por casualidad, los títulos de los tres volúmenes de la serie han sido: Berlín, ciudad de piedras (vol. 1), Berlín, ciudad de humo (vol. 2) y Berlín, ciudad de luz (vol. 3). Esperemos que, efectivamente, a la luz de el presente que estamos viviendo y de los síntomas que se vislumbran, no volvamos a repetir los mismos errores del pasado. La serpiente aún se revuelve en su nido.
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