miércoles, diciembre 22, 2021

Oleg, de Frederik Peeters. Autoficciones y metarrelatos

Pues ya tiene Frederik Peeters su autoficción. Parapetado detrás de la tercera persona narrativa y de ese alter ego apenas disimulado llamado Oleg, que da título al volumen, el dibujante abandona los cómics de género (ciencia ficción, western, noir) a los que ha dedicado buena parte de sus años recientes para retomar la senda de la autobiografía que abrió con Pildoras azules, el cómic que le dio fama universal y cuya estela le persigue desde entonces; un trabajo mucho más cercano a la biografía que a la ficción. En un guiño a aquel momento creativo epifánico, casi todos los personajes que se cruzan con Oleg le preguntan cuándo piensa publicar la segunda parte de su exitoso cómic El reparto del mundo, una obra que el autor, en realidad, sólo pretende dejar atrás. 

Oleg pertenece al género del slice of life (fragmentos de vida), sí, pero es también un cómic de cómics, un metacómic en el que el autor enhebra realidad y ficción a través de diferentes relatos inconclusos (esbozos de relato, más bien), que ilustran su fecundidad creativa al mismo tiempo que explican su situación presente, personal y creativa. En este sentido, Oleg vendría a ser La tía julia y el escribidor o el Si una noche de invierno un viajero de Frederik Peeters. Desde una mirada menos experimental y novedosa que aquellos, es verdad. 


Hace Oleg un recorrido inductivo de lo particular a lo general, de las pequeñas miserias laborales e intelectuales al drama universal de la vida y la muerte, y, entre medias, se insertan de forma natural las historias que discurren a la deriva por la mente del creador; las que habrán de germinar en las páginas de una posible siguiente obra o naufragar definitivamente en el olvido de los cómics nunca realizados. Estas semillas de relato, como no podía ser de otra manera, se alimentan de la vida propia y de los pensamientos que en ese momento ocupan el cerebro del artista. Son y se explican, únicamente, por las circunstancias que les dan vida. Y todas ellas, todas esas posibles historias (que en esencia podrían llegar a ser) colapsan y se derrumban cuando a su hacedor, Oleg el dibujante (que es Frederik Peeters el dibujante de Oleg), le toca vivir un cataclismo existencial, un accidente en forma de la enfermedad de un ser querido, de esos que le cambian la vida a uno. 

 

Hacia la parte final del relato, una vez superada la crisis que vertebra su argumento, Alix y su marido Oleg mantienen una conversación que, de alguna manera, encierra el germen autobiográfico de esta obra y explica la oportunidad de su aparición con honestidad y sutil ironía: 

- Lo que me pregunto es qué te lleva a hacer algo así. En cierto sentido, es muy pretencioso dedicar todo un libro a hablar de la vida de uno. De hecho, a principios de los años 2000, cuando estaban de moda los cómics autobiográficos, decías que odiabas el género, que era una exhibición de la propia intimidad y que nunca caerías en eso. Es como decir “de esta agua no viviré” y luego… 
- “No beberé”… 
- Ya, bueno. ¡Pero es que es eso! Parece un cómic de los años 1990-2000. 
- Lo sé. Pero es que me ha salido solo. Tú misma no dabas crédito ante aquel interés por las historias “clásicas”. Tienes que verlo sencillamente como un intento de contar una vida desde lo cotidiano. La velocidad del mundo. La neblina ideológica. ¿En qué consiste ser un autor de cómic que ya va teniendo una edad en el siglo XXI? ¡Ah! ¡Y hablar también del amor a largo plazo! 
- ¡Ya, o sea que es tu cuenta de Instagram, vamos! 
- Qué rabia me da cuando metes el dedo en la llaga. 
- ¡Qué va! ¡Si me adoras por eso! 

En lo que tiene de declaración de amor y de ejercicio de ubicación personal, Oleg es un cómic valiente, un ejercicio catártico apenas disimulado detrás de una ficción desplegada en múltiples metarrelatos, que funcionan como contrapunto de momentos mentales y procesos creativos. Un cómic que se pega al momento presente de las ficciones contemporáneas sin caer en lugares comunes.