Si miramos atrás, la I Guerra Mundial había dejado más muertos que ninguna otra hasta la fecha, pero al acabar el conflicto todos los países se preocuparon por recuperar a los miles de desaparecidos. / Esta gran campaña internacional tenía como fin devolver los cuerpos a sus familiares para que los pudieran enterrar dignamente y de forma individual, sin importar cuál fuera su bando.
En los últimos años, gente como Antonio Altarriba, Felipe Hernández Cava o Paco Roca están haciendo algo que las autoridades deberían haber dejado cerrado hace muchos años, pero que (poco sorprendentemente) algunos partidos de un signo político muy determinado se niegan a llevar a cabo incluso a día de hoy: restablecer la dignidad de los represaliados y encontrar a los desaparecidos. Mucha gente dice estar cansada de la Guerra Civil pero se niega a cerrar ese episodio de forma ética y de acuerdo con los dictámenes de Naciones Unidas. Hace unos años le dedicamos un texto a este asunto dentro de esta obra colectiva (pueden leerlo aquí).
En la guerra hubo buenos y malos, repiten esas mismas personas. Como si con tal perogrullada se pudiera eximir de responsabilidades históricas al proceder de todo un régimen, como si el proceder individual o la humanidad de las personas descargara a una ideología de su contenido. Como si la ideología, la Historia, pudiera disolverse en el destino individual. Lo acabamos de constatar, de nuevo, en Zona de interés, la cinta de Glazer que acaba de obtener el Oscar a mejor película extranjera. Entre los soldados de las SS tuvo que haber individuos sensibles, padres afectuosos, buenos amigos de sus amigos, pero, esa obviedad, ese reduccionismo deliberadamente ingenuo y cínico, no justifica ni una sola de las atrocidades del nazismo ni puede dar cobertura a equidistancias estúpidas.
En las guerras no hay buenos y malos, la barbarie es colectiva, se nos dice. Un aforismo cargado de verdad, como demuestran las atrocidades que se cometieron en la Guerra Civil en ambos bandos (aunque sólo fue uno de ellos el que quebrantó la legalidad vigente con su levantamiento). El abismo del olvido no esquiva los episodios sangrientos y la represión que se produjo en el lado republicano después del levantamiento, y se acoge a la objetividad de los datos: “Algunas milicias que se habían armado en respuesta al golpe sintieron por primera vez la impunidad que da el poder absoluto. Era la oportunidad de hacer la revolución para acabar con una desigualdad ancestral, y eliminaron a todo aquel que consideraban un opositor a la transformación social. / La sangrienta represión inicial poco a poco fue sofocada por el Gobierno según este se recomponía y volvía a tomar el control. Aun a pesar del desfavorable avance de la guerra para la República, la represión en su territorio llegaría casi a desaparecer.”
Este nuevo (viejo) argumento de “buenos y malos” obvia que con las leyes de “memoria histórica” no se busca una reparación de los caídos en combate durante el enfrentamiento, sino una reparación (moral y económica) para con aquellos españoles que fueron represaliados (bonito eufemismo) cuando el conflicto había concluido y había ya un claro vencedor. Una limpieza ideológica en toda regla (con nocturnidad, paseíllo y ajuste de cuentas). El periodista de El Mundo y guionista de El abismo del olvido, Rodrigo Terrasa, nos lo recuerda: “En el Cementerio Municipal de Paterna existen unas 135 fosas comunes. En sus alrededores fueron asesinadas más de 2.200 personas provenientes de todo el territorio español. Es el lugar donde se constata la ejecución del mayor número de crímenes contra la humanidad una vez acabada la guerra civil.”
El cómic de Terrasa y Roca nos acerca a la memoria de algunos protagonistas de aquella limpieza ideológica. Leoncio Badía, hombre de fuertes convicciones republicanas y superviviente de una sentencia a muerte, fue el sepulturero de muchos de aquellos hombres asesinados (“¿Quieres comer? –le dijeron. Pues ve a enterrar a los tuyos”). José Celdá fue uno de tantos hombre y mujeres fusilados juicio previo (el famoso paseíllo), acusado por crimen cometido a cientos de quilómetros de distancia mientras el trabajaba los campos. El régimen le concedió la absolución meses después de la ejecución de la sentencia. Un pobre consuelo para su mujer y su hija pequeña, Pepica. Precisamente, una de las protagonistas de El abismo del olvido. Su historia real, la perseverancia de una mujer octogenaria por encontrar los huesos de su padre y poder darle digna sepultura, es uno de los motores narrativos que inspiraron las páginas del cómic. Un ejercicio de esa dignidad humana que algunos denominan caridad cristiana.
Paco Roca y Rodrigo Terrassa han obtenido este año el Premio de la Crítica con El abismo del olvido. Esperemos que sea un superventas, como casi todo lo que toca el valenciano. Sería un bonito homenaje para todos esos nietos e hijos (quedan pocos vivos ya) que siguen buscando los huesos de sus familiares fusilados, esos que no se agarran a la excusa cínica de “no hay que remover el pasado”. Viendo la inercia política de nuestro país y la deriva global hacia los populismos, nacionalismos y fundamentalismos, parece que le queda poco recorrido a nuestra Ley de Memoria Histórica. Que las gentes de la cultura hagan aquello en que los políticos dimiten.
Cuando publicamos la lista con nuestros cómics favoritos de 2023, no habíamos leído aún la obra de Roca y Terrasa. Debería haber estado ahí, por supuesto. Es un cómic sobrecogedor, una disección de la desmemoria y el olvido traidor como pocas. El año pasado se publicaron algunos cómics increíbles, muchos de ellos españoles, entre todos ellos, éste es uno de los mejores si no el mejor; el premio de la crítica así lo reconoce, justamente.
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