Interrumpo, sólo momentáneamente, la serie de "Las mujeres en el cómic" para satisfacer una deuda de actualidad de atención obligatoria: me refiero a la visita de Paul Karasik a Barcelona, con motivo del Kosmopolis 2006. Para mi desgracia, no estuve allí, pero por una de esas fotunas que nos sonríen ocasionalmente, la que sí que presenció el acto fue mi buena amiga Elena que, entre sus muchas virtudes cuenta con la de poseer un oído despierto y una pluma agil como pocas. Suya es la crónica que os remito a continuación en lo que se me antoja uno de los posts más interesantes que se han asomado por este blog; una crónica que, además añade vinagre a la herida de la ocasión perdida (Karasik no suele fallar). Next time.
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A las 19 horas del sábado 22 de Octubre de 2006, entre el bullicio y ajetreo del Kosmópolis 2006, aparece en el escenario del Hall Proteu, un personaje insigne, salido del mundo del cómic y que, a su vez, saca cómics de novelas. Hablamos de Paul Karasik y de su magnífica adaptación al cómic (con dibujos de Mazzucchelli) de la novela de Paul Auster: La ciudad de cristal.
La charla tiene por título: “Cómic, literatura y música”, pero con las dos primeras disciplinas tenemos más que de sobra para disfrutar durante una hora y media de una clase magistral. Más precisamente de lo que se habla es de adaptaciones de novelas a cómics. ¿Cuál es la clave de un proceso óptimo?
Según Karasik, hay que aprender de los buenos y de los malos ejemplos. El mal ejemplo que nos propone es la adaptación de una seria televisiva norteamericana, cuyo nombre no recuerdo, y su resultado en el cómic se revela insípido y aniñado. Pero, vayamos mejor a los ejemplos buenos (no comparto la máxima de Karasik de que se aprende más con un mal ejemplo que con uno bueno, y aunque sea cierta, lo que está claro es que se disfruta más con los buenos).
Las neófitas como yo asistimos embelesadas a la explicación, con puntero en mano, de una hoja del cómic adaptado de la novela de Lewis Caroll, Alice in Wonderland [¿la versión de Brian Talbot? Consultaré con mi corresponsal]. La sensación es parecida a la primera vez que la guía del Museo del Prado te hace observar las implicaciones formales del espacio del cuadro de La Rendición de Breda, y permaneces atónita ante la belleza de los juegos de simetrías y asimetrías. Paul Karasik disecciona la hoja, y como si en una clase estuviésemos nos pregunta a nosotros, alumnos improvisados, nuestras percepciones. Ni que decir tiene que el cómic es genial, es una maravillosa adaptación de un clásico literario. Partiendo del dibujo original de John Tenniel, en el que se observa a una cándida Alice que mira una llave depositada en una mesa y a una puerta a sus espaldas (dibujo que todos tenemos archivado en nuestras mentes); nos adentramos así en un infierno de acciones consecutivas en las que Alice va creciendo o decreciendo, según coma galletas o beba pociones mágicas. Su propósito, como todos recordaréis, no es otro que ser lo suficientemente grande como para coger la llave y lo suficientemente pequeña como para pasar por la puerta. La historia en el cómic comienza a ser delirante cuando todo crece y decrece (no sólo Alice), y justo cuando todo parece tener el tamaño adecuado, es la viñeta la que se ha quedado demasiado pequeña… Este recurso metaliterario provoca la carcajada del auditorio, que si bien ya estaba encandilado por este ex barbudo, ahora ya, sin ningún género de dudas, no le dejará marchar fácilmente.
Siguiendo con el análisis de viñetas, como si de un concurso se tratase, Karasik nos concede cinco segundos para visualizar una hoja de Winsor McCay (“coprotagonista” del título de este blog), extraída de Rarebit Fiend, e intentar adivinar de qué se trata. La expectación está creada, el maestro circense deja que el público haga sus suposiciones, hasta que la trama queda resulta y volvemos a la página. En este punto, Karasik nos permite disfrutar de la imagen más de cinco segundos, nos descubre los secretos formales y la importancia de la estructura de la página: es la ausencia de la arbitrariedad.
Después de analizar otra más de esas páginas pesadilla de McCay, llegamos a lo que todo el mundo pensaba que sería el inicio de la charla, aunque no percibo decepción en el ambiente por que el coloquio haya seguido otros derroteros. Llega el momento de explicar el proceso de adaptación: cómo un Paul “guioniza” al otro Paul.
Reconozco que nunca me había parado a pensar en la tarea de adaptación. A veces, cuando miramos el resultado final de un proceso artístico, ninguneamos ese proceso, y en este caso (y en la mayoría) ese ninguneo está totalmente prohibido. Para comenzar, Karasik nos muestra una fotocopia del texto impreso de Paul Auster sobre la que trabajaba. El rosa son las acciones, lo que se puede trasformar en imágenes. El azul se queda, aparecerá literalmente en el libro. El grado de literalidad es elevado y así lo observamos en la primera frase que cómic y novela comparten: "Todo comenzó con una llamada de teléfono equivocada". Frase enmarcada en el centro de una página totalmente negra.
La charla tiene por título: “Cómic, literatura y música”, pero con las dos primeras disciplinas tenemos más que de sobra para disfrutar durante una hora y media de una clase magistral. Más precisamente de lo que se habla es de adaptaciones de novelas a cómics. ¿Cuál es la clave de un proceso óptimo?
Según Karasik, hay que aprender de los buenos y de los malos ejemplos. El mal ejemplo que nos propone es la adaptación de una seria televisiva norteamericana, cuyo nombre no recuerdo, y su resultado en el cómic se revela insípido y aniñado. Pero, vayamos mejor a los ejemplos buenos (no comparto la máxima de Karasik de que se aprende más con un mal ejemplo que con uno bueno, y aunque sea cierta, lo que está claro es que se disfruta más con los buenos).
Las neófitas como yo asistimos embelesadas a la explicación, con puntero en mano, de una hoja del cómic adaptado de la novela de Lewis Caroll, Alice in Wonderland [¿la versión de Brian Talbot? Consultaré con mi corresponsal]. La sensación es parecida a la primera vez que la guía del Museo del Prado te hace observar las implicaciones formales del espacio del cuadro de La Rendición de Breda, y permaneces atónita ante la belleza de los juegos de simetrías y asimetrías. Paul Karasik disecciona la hoja, y como si en una clase estuviésemos nos pregunta a nosotros, alumnos improvisados, nuestras percepciones. Ni que decir tiene que el cómic es genial, es una maravillosa adaptación de un clásico literario. Partiendo del dibujo original de John Tenniel, en el que se observa a una cándida Alice que mira una llave depositada en una mesa y a una puerta a sus espaldas (dibujo que todos tenemos archivado en nuestras mentes); nos adentramos así en un infierno de acciones consecutivas en las que Alice va creciendo o decreciendo, según coma galletas o beba pociones mágicas. Su propósito, como todos recordaréis, no es otro que ser lo suficientemente grande como para coger la llave y lo suficientemente pequeña como para pasar por la puerta. La historia en el cómic comienza a ser delirante cuando todo crece y decrece (no sólo Alice), y justo cuando todo parece tener el tamaño adecuado, es la viñeta la que se ha quedado demasiado pequeña… Este recurso metaliterario provoca la carcajada del auditorio, que si bien ya estaba encandilado por este ex barbudo, ahora ya, sin ningún género de dudas, no le dejará marchar fácilmente.
Siguiendo con el análisis de viñetas, como si de un concurso se tratase, Karasik nos concede cinco segundos para visualizar una hoja de Winsor McCay (“coprotagonista” del título de este blog), extraída de Rarebit Fiend, e intentar adivinar de qué se trata. La expectación está creada, el maestro circense deja que el público haga sus suposiciones, hasta que la trama queda resulta y volvemos a la página. En este punto, Karasik nos permite disfrutar de la imagen más de cinco segundos, nos descubre los secretos formales y la importancia de la estructura de la página: es la ausencia de la arbitrariedad.
Después de analizar otra más de esas páginas pesadilla de McCay, llegamos a lo que todo el mundo pensaba que sería el inicio de la charla, aunque no percibo decepción en el ambiente por que el coloquio haya seguido otros derroteros. Llega el momento de explicar el proceso de adaptación: cómo un Paul “guioniza” al otro Paul.
Reconozco que nunca me había parado a pensar en la tarea de adaptación. A veces, cuando miramos el resultado final de un proceso artístico, ninguneamos ese proceso, y en este caso (y en la mayoría) ese ninguneo está totalmente prohibido. Para comenzar, Karasik nos muestra una fotocopia del texto impreso de Paul Auster sobre la que trabajaba. El rosa son las acciones, lo que se puede trasformar en imágenes. El azul se queda, aparecerá literalmente en el libro. El grado de literalidad es elevado y así lo observamos en la primera frase que cómic y novela comparten: "Todo comenzó con una llamada de teléfono equivocada". Frase enmarcada en el centro de una página totalmente negra.
Después nos muestra también la siguiente página: oscuridad en el centro del número cero, éste dentro del marcador del teléfono, éste dibujado en las páginas amarillas, éstas sirviendo de apoyo a otro teléfono, esta vez el real. Así comienza ese juego de sueños y pesadillas entre papeles dentro de un papel. Karasik nos explica su pasión-obsesión por la división de la página en nueve viñetas, que se mantendrá incluso en las páginas que forman una única viñeta.
Aquí os muestro un ejemplo del proceso: del esbozo de Karasik al dibujo de Mazzuchelli. Lo último, lo que salió publicado (visto en Indy Magazine, Spring 2004).
La forma al servicio del contenido y más concretamente, la estructura de la página, se emerge de nuevo como elemento más que relevante en el proceso narrativo. Las viñetas, su contorno, son compañeras cómplices de los personajes que se derraman entre sueños y pesadillas en blanco y negro.
No sé si esto resume la conferencia de Karasik, pero lo que queda claro es que fue un auténtico placer escuchar al citado personaje, lleno de energía y transmitiendo esa pasión a un más que deleitado auditorio.
Una última reflexión que se me venía a la cabeza con este Kosmópolis: es un encuentro literario, aunque se vean pocos libros y nadie esté agazapado, sumido en el placer escondido de la lectura.