Comenzamos nuestra reseña sobre Wimbledon Green con una cita del propio Seth, mejor dicho, con un agradecimiento, el que abre las páginas de este volumen: "Dedicado a mi buen amigo Chris Ware, que sigue mostrándome el camino".
El movimiento se demuestra andando. Cuando Seth publica Wimbledon Green en 2005, está abriendo una puerta que le conecta directamente con el magisterio de Chris Ware, indudablemente, el gran renovador y pope del cómic contemporáneo. En ese momento, se entrelazan sus dos poéticas narrativas gracias al uso de técnicas como la fragmentación y la ramificación de la diégesis, el empleo de microsecuencias insertas en el relato principal, la interdiscursividad y la autorreferencia, etc. Este nuevo camino aleja a Seth de la línea lírico-contemplativa de sus trabajos anteriores y le reconduce hacia el biografismo ficcional posmoderno que se consuma en este irregular Wimbledon Green y que culminará, mucho más satisfactoriamente, en su excelente George Sprott 1894-1975, una de las obras cumbres del 2009 en nuestra opinión.
Seth nos maravilló con el lirismo de lo cotidiano que bañaba su autorretrato en La vida es buena si no te rindes. Después, con Ventiladores Clyde, nos indujo a un sopor profundo, sólo equiparable al hastío con que el anciano vendedor de ventiladores protagonista del relato enfoca su existencia. Por cuestiones de calendario editorial, leímos su George Sprott (recorrido existencial de un personaje de ficción que rezuma vida y veracidad, una obra maestra llena de sensibilidad y de inteligencia narrativa) antes que Wimbledon Green, cómic que la precede en ejecución y que, una vez digerida, se revela muy inferior a aquella.
Wimbledon Green es el perfil biográfico del autoproclamado "mayor coleccionista de cómics del mundo", un personaje obsesivo que, después de turbios tejemanejes, sospechados hurtos y poco escrupulosas operaciones, ha llegado a poseer la mayor colección imaginable de comic-books de la Edad de Oro estadounidense. El cómic completa el retrato de este hombrecillo rechoncho y vivaracho a base de brochazos biográficos, testimonios ajenos, confesiones personales y metarrelatos alternativos, una narración impresionista que intenta ofrecer una sensación de realidad a base de una visión parcial e imperfecta del mundo, la "antiomniscencia" de los testimonios fragmentarios. El primer puesto del listado de debes e influencias lo ocuparía, desde luego, el señor Welles con su Ciudadano Kane.
El problema de Wimbledon Green es que, siendo una obra técnicamente precisa y virtuosa en el plano narrativo, resulta ser tremendamente aburrida. Las cuitas de este coleccionista obsesivo y amante irracional de los cómics no consiguen interesarnos casi nunca y los testimonios ajenos sobre su persona nos atraen tanto como puedan hacerlo, sin ánimo de faltar, la lista de lecturas de nuestro señor presidente del gobierno, es decir, nada en absoluto. Lo sospechoso del caso es que si un trabajo de este tipo no consigue emocionar/interesar a lectores vocacionales de cómics con veleidades coleccionistas, no sabemos muy bien cómo caerá entre un público ajeno a los entresijos del mundo del tebeo y sus paranoías recopilatorias anexas. Nos parece ésta, al menos, una duda razonable.
La obra se pierde en su propia intelectualidad y en la especificidad reiterativa de su tema. La obsesión de Wimbledon Green nos aleja de su discurso. Suponemos que, en el fondo, todo tiene que ver con el propio Seth y con la plasmación de sus obsesiones personales, con sus búsquedas de autoafirmación creativa y personal, como aquella que le llevo a rastrear la existencia (ir)real de Kalo, un viejo dibujante del New Yorker desaparecido para el mundo pero omnipresente en el imaginario de La vida es buena si no te rindes. José Manuel Trabado describe de forma impecable en su último trabajo el autobiografismo de Seth en su obra y en este trabajo en particular:
El personaje que da título al libro tiene la singularidad de ser un coleccionista de cómics, y en ello se parece al propio Seth, autor, y a Seth, personaje de La vida es buena si no te rindes. En el prólogo el autor aclara el origen de esta obra que surge de lo que podría considerarse marginalia. Son bocetos tomados de sus cuadernos, pequeñas historias que nacen a modo de tiras que, finalmente y a través de una dinámica acumulativa, acaban por forjar una historia coral en torno a Wimbledon Green. En esta articulación puede verse el empuje de la influencia de los viejos cómics tal y como reconoce el propio autor (pág. 265).
Sucede que a veces no todas las búsquedas artísticas funcionan igual, ni todas las reivindicaciones autoriales son igual de interesantes. Definitivamente, nos quedamos con el buen sabor de boca que nos dejó George Sprott.