Extraña y desconcertante como algunos discos de Brian Eno, que parecen hechos para
sonar en aeropuertos, o como los dibujos de las mujeres-casa de Louise
Bourgeois. Así, y tan desasosegante como una pesadilla
de David Lynch, es The Hive, la nueva entrega (el segundo álbum de tres)
de la serie que Charles Burns comenzó con X’ed Out.
La
historia The Hive sigue la línea delirante y fragmentaria del primer álbum.
Como
en aquel, el lector se ve abocado a un extrañamiento inicial que exigirá de él
una dedicación cuasi detectivesca a la hora de poner en orden todas las piezas
de un puzzle que, ni siquiera una vez completado, ofrecerá otra cosa que un
plano distorsionado de realidad: es el precio de navegar por un relato que
intenta bucear por las cuevas del inconsciente, abriéndose paso entre los
miedos, las pesadillas y las obsesiones de sus personajes. Casi nada es obvio
en la obra de Charles Burns. El norteamericano siempre se ha sentido cómodo
entre las derivaciones simbólicas, el mundo del subconsciente y los planos de
la (ir)realidad onírica.
En esta línea, el relato de The Hive se construye a partir de la intersección de múltiples niveles narrativos que ayudan a componer y entender el momento presente de su personaje principal, Doug. Como los hilos de una madeja, en la historia se entrecruzan una y otra vez las pesadillas del personaje con los fragmentos y conversaciones de su pasado. De este modo surgen dos tramas paralelas principales (junto a numerosas ramificaciones): la de la vida real de Doug se nos presenta a base de flashbacks y diferentes anisocronías temporales.
La segunda trama, la de su alter-ego onírico (?) (ese inquietante personaje que surge como homenaje a Tintín), mantiene una
temporalidad lineal, pero funciona en un plano de realidad alienígena absolutamente
alucinada y bastante tenebrosa (un mundo de pesadilla situado en algún universo
a medio camino entre la Taberna Galáctica y el laboratorio de ingeniería ocular
de Blade Runner). Alrededor de estas dos líneas de relato principales,
Burns añade pequeños metarrelatos que ayudan a completar y enriquecer (simbólicamente)
las motivaciones y el perfil psicológico de sus protagonistas: los traumas de
Doug, su relación conflictiva con el entorno (con su padre, con las mujeres), o
los traumas psicológicos de Sarah (su novia) derivados del maltrato, de su dependencia de
los ansiolíticos y de su concepción tormentosa de la femineidad.
Para marcar las elipsis temporales y las transiciones entre las diferentes líneas diegéticas, Burns recurre (como en X'ed Out) a unos peculiares cartuchos narrativos que en algunas ocasiones funcionan como cortinillas de color entre las diferentes realidades del relato y en otras encierran sobre un fondo negrolas confesiones de Doug en primera persona describiendo sus pesadillas como en los cuadernos de una sesión de psicoanálisis.
Entre esos metarrelatos y líneas secundarias que mencionamos (también mostrados de forma fragmentaria y esporádica), en el relato de The Hive se insertan las páginas de falsos cómics pulp: en el nivel de la realidad Sarah lee números atrasados de Young Love, tebeos románticos en la línea de aquellos comic-books que en los años 50 y 60 hicieron la delicia de las jóvenes adolescentes norteamericanas (My Love, Our Love Story, Love Romance...). Los personajes del nivel onírico, por su parte, también leen como no podría ser de otro modo "romance comics" (Throbbing Heart se llaman), pero en este caso adaptados a la realidad alucinada en la que habitan. En otro momento de la historia, en un guiño sorprendente, Doug tiene un álbum entre manos muy parecido a los antiguos álbumes de Tintín (Nit Nit). Su título es "The Secret of the Hive" y los protagonistas que aparecen en su portada no son otros que los mismos personajes que habitan los sueños de Doug, el nivel onírico del relato.
Así, con un cuentagotas de diseño, Burns va dosificando datos acerca de la vida de Doug y de su relación con Sarah. Las imágenes de The Hive se ordenan como las piezas de ese puzzle que mencionábamos más arriba. Sospechamos que Doug tiene un serio problema de autoestima y un perfil problemático por lo que respecta a sus relaciones de pareja; empezamos a entender que Sarah, detrás de su belleza, encierra un mundo interior tormentoso, casi perverso, y un pasado violento (con ese ex-novio que promete sorpresas desagradables en el último número). También empezamos a comprender poco a poco las reglas sociales que ordenan la sociedad alienígena de "La colmena", ese mundo imaginario habitado por hombres-lagarto y mujeres-engendradoras.
No sabemos hacia donde se moverá la serie de Burns en su último número, hacia donde nos dirigirá su intrincado relato, pero ardemos en deseos de seguir excavando hacia las profundidades de ese infierno que se asoma debajo de su talento.