En su reciente ensayo "La novela gráfica en el laberinto de los formatos del cómic", José Manuel Trabado Cabado señala que una de las posibles interpretaciones de un concepto tan movedizo como el de la novela gráfica es la de "antiformato":
La novela gráfica en cuanto que antiformato diluyó los moldes férreos de la tradición del cómic; amplió la extensión de las historias y descubrió así nuevos ritmos narrativos vedados a las historias de género basadas en la acción y el suspense.
Tenemos la sensación de que el proceso de desmontaje genérico es un fenómeno que se adentra en el cuestionamiento de las bases narrativas que en las últimas décadas se ha visto asociado a la Postmodernidad artística y a otras marcas asociadas a la misma, como las de la autorreferencia, la interdiscursividad o la autorreflexividad crítica. Desde este punto de vista, el innegable auge presente de las series de TV estaría en gran medidad alimentado por casos similares de ruptura genérica.
Los medios de comunicación y la industria del entretenimiento (el mundo mainstream) tardan entre cinco años y una década en asimilar y digerir cualquier hallazgo que nazca fuera de su órbita pulida de jingles e imágenes publicitarias satinadas. Tarde o temprano, todo lo que parece vanguardia o producto underground, todo lo que en un primer momento sonó a transgresión, termina por incorporarse al flujo del mercado y se convierte en material reciclable y mil veces masticable por la industria (hasta que el sabor original desaparece). A lo mejor ahora el gran público está entendiendo como propias las ideas que unos cuantos lunáticos de vanguardia, como David Lynch o David Simon, esgrimieron ya hace varios lustros. ¡Quién nos iba a decir hace quince años que Sigur Ros o Mum sonarían ahora como amable banda sonora televisiva!
Un amigo nos comentaba hace poco que el fenómeno televisivo, el apogeo de las series ya ha pasado, que lo que ha de llegar ya estaba hecho o nace del molde prefabricado. A lo mejor tiene razón. Jorge Carrión hablaba en Teleshakespeare de rizos rizados en forma de giros manieristas: Espartaco: sangre y arena lo sería respecto a una serie anterior como Roma, Fringe respecto a Expediente X, Mad Men a Los Soprano y Treme por comparación con The Wire. (Y hemos citado algunas de nuestras series -o películas de más de cincuenta horas- favoritas de hoy y de siempre). Jorge Carrión no pretendía establecer jerarquías o marcar niveles de calidad, simplememte señalaba un hecho que tiene que ver con la acumulación de experiencias artísticas y la influencia acumulativa de precedentes televisivos, en este caso:
El giro manierista no puede establecerse, por supuesto, exclusivamente entre dos ficciones; ni puede ser pensado en clave evolutiva. Pero no hay duda de que la teleficción es creada con una alta conciencia de tradición propia, por guionistas que durante varias décadas de vida profesional han participado o participarán en diversas obras, con la memoria añadida de los canales en que éstas se inscriben, con sus tendencias narrativas, estéticas y comerciales. Breaking Bad es un buen ejemplo de la multiplicidad de antecedentes directos que se pueden rastrear, sin caer en la sobreinterpretación, en una teleserie; y de la operación manierista que, respecto a ellas, lleva a cabo.
Pero, ¿qué sucede cuando la serie hace exactamente lo contrario; es decir, cuando desnuda a la ficción genérica de artificio y la sitúa a ras de suelo? Tenemos la impresión de que esa línea de depuración ficcional es la que están siguiendo últimamente algunas series y miniseries británicas. No nos referimos exactamente al caso de Utopía (que sí podría leerse como un caso de thriller conspiranoico manierista), sino a tres producciones de esta temporada: ¿no serían In the Flesh, Southcliffe y Peaky Blinders depuraciones o "adelgazamientos" ficcionales de, por ejemplo, series como The Walking Dead, Hannibal o Boardwalk Empire, aunque casi todas ellas sean coetáneas? Y en este caso, y atendiendo a su contemporaneidad, ¿no podríamos hablar de una sensibilidad británica que conectaría a sus ficciones televisivas con la realidad más cruda, con el fango, la humedad y la sangre sin pigmentos o maquillaje? Entiendasenos.
Transpolando de nuevo el ejemplo de Trabado Cabado respecto a la novela gráfica, las series británicas estarían provocando un deslizamiento del género hacia lo cotidiano, invitando a una asimilación a pie de calle de lo imposible, preparándonos para la tragedia ficcional en el Telediario de las 3 del mediodía.
Acerquémonos a In the Flesh, por ejemplo. El éxito de la factoría Kirkman y sus muertos vivientes auguraba una ración doble de zombies y muertos vivientes (y lo que te rondaré cadaver); el giro antigenérico de la serie (tres capítulos) de Dominic Mitchell y Jonny Campbell, sin embargo, no era tan predecible como el de la sucesión de películas y narraciones que normalmente se asocian al fenómeno zombi: ¿qué sucedería si la condición zombi fuera parcialmente reversible?, ¿si se tratara de una infección crónica que admitiera cuidados paliativos y permitiera una integración social parcial (una especie de sida postmortem)?, ¿qué efectos tendría entre la gente de a pie, cuánto tardaría en saltar la jauría detrá del predicador? No es la primera vez que la ficción intenta normalizar al muerto viviente y convertirlo en ciudadano reinsertable, pero pocas veces se ha hecho desde un tono de realismo social con un trasfondo de crisis moral (acentuada por la iconografía y el sello visual televisivo creado durante los años del conflicto terrorista irlandés de fondo).
El de In the Flesh es un juego ficcional y visual interesante, al que sólo se le ven (nunca mejor dicho) las costuras cuando cae en subrayados y efectismos innecesarios (casi paródicos) o cuando se deja llevar por el sentimentalismo (también muy británico). Un ejemplo de disolución génerica, el de esta miniserie de muertos vivientes, que da claras señales de la buena salud de que disfrutan las producciones de televisión británicas en los últimos tiempos; y que seguramente nos da pistas acerca de por donde van a venir los tiros proximamente, antes de que el mercado que todo lo devora acabe también por asimilarlos.