El papel de la mujer en el cómic, que hasta ahora hemos definido con términos como “ornamental” o “comparsa”, empezó a presentar algunas alteraciones sustanciales en la década de los 60. El cambio, de hecho, se integra dentro de un proceso de trasformación más amplio: lo que se ha dado en llamar “el nacimiento del cómic de autor” en Europa.
Hasta esa década dichosa, los tebeos en el Viejo Continente habían sido asunto casi exclusivo de niños. Surgidos (en parte) y promovidos dentro de las revistas infantiles y suplementos periodísticos, el cómic se convierte en vehículo didáctico, ideológico o simple entretenimiento al servicio de la infancia (muy al contrario de lo que sucedía en otras partes del orbe, como ya sabemos). Sin embargo, desde finales de los 50 (época de agitación cultural y efervescencia ideológica), empieza a cuestionarse la firmeza de los cimientos teóricos de casi todas las disciplinas artísticas; entre ellos los que sustentan los preceptos comicográficos, desde luego.
¿Por qué no habría de ser válido el lenguaje de las viñetas para trasmitir mensajes dirigidos a lectores adultos?, parecen preguntarse los incipientes estudiosos de las comunicaciones audiovisuales y las nuevas disciplinas aparecidas desde la lingüística (pragmática, narratología, semiótica…). ¿Quién dictaminaba que no pudieran existir cómics con un mensaje artístico elaborado y con ínfulas elevadas? Se agita una nueva sensibilidad: el cómic empieza a ser objeto de análisis teóricos concienzudos, nuevos lectores inquietos se acercan al medio y, sobre todo, algunos autores empiezan a manejar nuevos temas, más adultos, y deciden experimentar con el lenguaje. Y, como bien sabrán ustedes, pocos temas hay más adultos o más susceptibles de escandalizar a audiencias adultas, posiblemente retrógradas, que el erotismo.
Surgen así toda una suerte de heroínas hipersexuadas y audaces que comienzan a habitar en las páginas de las revistas de cómics europeas. Personajes adultos, llenos de posibilidades, sexys, pero al mismo tiempo muy femeninas y sensibles con su condición sexual (lejos, por tanto, de los personajes cómico-eróticos de publicaciones norteamericanas, como MAD o Playboy). Existen bastantes precedentes, sobre todo en las Islas Británicas, sin embargo, casi todos ellos se ajustan de un modo u otro a esas heroínas descafeinadas que comentábamos en los posts precedentes. Uno de los primeros casos reseñables que nos encamina hacia esta nueva sensibilidad es también inglés; nos referimos a Modesty Blaise, la obra cumbre de Peter O’Donell y Jim Holdaway, creada en 1962 para la prensa británica.
La detective británica, pergeñada a imagen y semejanza del agente James Bond, está ahora mismo en el candelero editorial hispano por la reciente publicación de sus tiras a manos de Planeta. Por esta razón, Álvaro Pons reseñaba la obra recientemente en su bitácora. Señalaba el “carcelero” que si bien Modesty Blaise se alimentaba de la tradición de heroínas británicas antes mencionada su idiosincracia:
…la alejaba de la imagen de mujer-objeto para convertirla en un actor principal, con un carácter fuerte, dominante. Una mujer independiente, inteligente, que rompía los esquemas de la época para ponerse en la vanguardia de las reivindicaciones de las mujeres a finales de los 60 y que representaba una nueva forma de entender las relaciones entre hombre y mujer, alejadas del estándar marido-“esposa-ama-de-casa-sumisa”. Un magnetismo con el que O’Donell supo jugar en sus guiones, en general tópicas historias que no aportaban nada nuevo al género que prácticamente creo Ian Fleming una década antes, pero que supieron encandilar a toda una generación.De hecho, es evidente la relación que existe entre Modesty Blaise y la revolución de la historieta en Francia en los 60, dominada por personajes femeninos de fuerte personalidad claramente inspirados en ella: Barbarella, Jodelle o Pravda no pueden negar ser hijas directas de la creación de O’Donell y Holdaway, lo que convertiría a esta tira diaria británica en el antecedente indirecto del movimiento de renovación de la BD que supuso Metal Hurlant.
Así, pese a funcionar como una simple transposición genérica de los rasgos del Agente 007, Modesty Blaise es una buena piedra de toque para entender la evolución de los personajes femeninos europeos hacia esos modelos “fantaeróticos” que comentaba Román Gubern hace años en la enciclopédica Historia de los Comics, y que veremos en siguientes entregas.
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