jueves, diciembre 31, 2015

I Love this Part, de Tillie Walden. El amor en los tiempos del iPod

Nuestra historia termina y empieza así:
Tillie Walden is a cartoonist and illustrator born in 1996 from Austin, Tx. Her first book, The End of Summer, came out from Avery Hill Publishing in July 2015. Tillie loves cats, architecture, and going to bed at 8pm every night.
Si no supiéramos que Tillie Walden no tiene 20 años cumplidos, nos faltarían elementos de juicio para entender y acercarnos a I Love this Part. No porque su arte y narrativa presenten algún tipo de inmadurez adolescente, que no es el caso, sino porque su discurso es jovencísimo y a los que ya doblamos su edad nos enseña a entender el salto generacional que se ha producido en las últimas décadas. Y es que I Love this Part es un relato intimista, poético y honesto del amor en estos tiempos de comunicación multitecnológica a jornada completa. 


Como decimos, no parece que Walden acabe de empezar en esto. Su talento como dibujante y colorista demuestra una madurez sorprendente. Su estilo costumbrista y su dominio de la acuarela están cargados de profundidad lírica; y su imaginación como narradora depara, igualmente, momentos evocadores y elipsis reveladoras.
La niñez y adolescencia son periodos de formación, descubrimiento y, muchas veces, desconcierto. A través de los ojos del niño el mundo se ve enorme. Walden, sin embargo, opta por el enfoque opuesto: en I Love this Part las dos niñas protagonistas, como sucede también en la niñez, crean su propia realidad, ellas son las únicas protagonistas de su propia historia, de sus confidencias y secretos, de sus charlas intrascendentes sobre vídeojuegos y del modo en que estas conversaciones tejen poco a poco su futuro... El entorno, el paisaje y la ciudad son sólo escenarios de ese gran teatro que es hacerse mayor. Por eso, la opción gráfica de Walden de convertir a sus dos protagonistas en gigantes que recorren sus escenarios vitales como si no existiera nadie más en el mundo, está cargada de sentido y profundidad metafórica. Sólo cuando empiezan a crecer, cuando descubren los sinsabores de la vida y las relaciones, las niñas que están dejando de serlo se representan con una talla normal en un mundo normal.


Además de todo esto, I Love this Part es una belleza visual. La expresividad de sus personajes y la majestuosidad de sus arquitecturas y paisajes (coloreados en un bitono violeta, primero, y gris, después) dejan adivinar el talento y la inteligencia de una autora de la que vamos a hablar mucho y bien. Atentos, editores.

viernes, diciembre 18, 2015

Chapuzas de amor, de Jaime Hernández. La gran novela chicana, en ABC Color

El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos de realidad.
Las historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles; Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo, en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional (enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia. Realismo mágico.
Con estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como lo fue hacerlo a Penny Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que conforman este libro.
Como sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida, brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas). Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos cumbres del cómic moderno. Atrévanse.

viernes, diciembre 11, 2015

Entrevista a Javier Olivares en SER Soria

Esta semana hemos entrevistado nada menos que a don Javier Olivares para nuestro programita radiofónico "Cómics en la Biblioteca" en la SER. Junto a Chema Díez y Eva Lavilla, hemos hablado con él de su reciente Premio Nacional, del impacto que los últimos galardones recibidos por Las Meninas han tenido en su trayectoria, de su trabajo junto a Santiago García y de la relación entre cómic y arte. Una paleta llena de matices para una charla en la que Olivares nos ha puesto las cosas muy fáciles gracias a su oratoria fecunda.
Compruébenlo aquí.

jueves, diciembre 03, 2015

Los grafiti reflectantes de Ray Bartkus

Hemos hablado aquí de arrozales artísticos, de chorros de agua con efecto pictórico y de muros vivos, pero hasta ahora no nos habíamos topado con grafiti reflectantes como los del lituano Ray Bartkus (residente en Nueva York).
El arte urbano está alcanzando unos niveles de virtuosismo desconocidos. Gracias a la difusión digital y el alcance de las redes sociales, la captación del arte efímero se ha convertido en un valor al alza: no importa que la obra perezca si existe un testigo. ¿No es esa, de hecho, la esencia misma del arte? La obra única e irrepetible; cuánto más si añadimos el instante único. Resulta que al final, señores como Beuys y Vostell iban a tener razón: la obra de arte sólo existe una vez. O quizás, en este caso, al que deberíamos citar es a Gustave Verbeek, que al parecer tenía el mismo buen ojo (torcido) que Barktus.
Nos gusta el trabajo de Bartkus por su poesía y, lo admitimos, porque su esteticismo mural es sólo una excusa para mirar más allá. Todo un reto para estos tiempos en los que tanto cuesta abandonar la superficie.
Vía boredpanda

miércoles, noviembre 25, 2015

Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs, en Culturamas

http://www.culturamas.es/blog/2015/11/18/por-sus-obras-le-conocereis-de-jesse-jacobs-mundos-en-creacion/
Hace unos días publicábamos un artículo dedicado a Jesse Jacobs en Culturamas. Por sus obras le conoceréis es uno de los cómics más sorprendentes, vanguardistas y reconfortantes de este año. Un tebeo libre y ambicioso en el que Jacobs crea su propio modelo cosmológico y una muy personal cosmogonía de dioses y divertidos personajillos mitológicos. Dentro de esa corriente de autores a medio camino entre el underground, el arte low brow y la devoción por Jack Kirby a los que Santiago García llamó "los primitivos cósmicos", Jacobs es un dibujante con un discurso original y un lenguaje visual barroco y deslumbrante.
Les dejamos, sin más, con nuestro artículo: "Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs. Mundos en creación".

miércoles, noviembre 18, 2015

Fuera [de] Margen: Tranvase y modernidad. Un cómic de Martin Rowson

Este mes hemos tenido el placer de publicar un artículo en una revista que nos encanta: Fuera [de] Margen; que en su edición en español dirige Ana G. Lartitegui. En algunos de sus últimos números, la publicación nos ha sorprendido, por ejemplo, con acercamientos monográficos a temas como "La creación y el medio digital", "La escritura literaria" o "El color". Hace unos meses, sus artífices nos invitaron a participar en un número dedicado a "Las adaptaciones", y a revisar en él un cómic de 2014 que nos sorprendió gratamente por su virtuosismo y originalidad: nos referimos a Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson; la adaptación comicográfica de la novela clásica de Laurence Sterne, del S.XVIII.
El cómic de Rowson es un ejemplo de adaptación compleja, libre, pero respetuosa; radical como la obra de Sterne, pero enriquecida con las tradiciones clásicas de la literatura y del cómic (desde sus orígenes decimonónicos, al underground); un trabajo moderno (posmoderno, más bien), exigente, lleno de guiños y cargado de talento gráfico y narrativo.
Les dejamos aquí los primeros párrafos de nuestro texto, que pueden descargarse completo y ya editado aquí:

Vida y opiniones de Tristram Shandy de Laurence Sterne es una obra inclasificable dentro de la literatura europea, no sólo de su época. Ya a mediados del siglo XVIII anticipó muchos de los rasgos esenciales de la novela moderna y la sensibilidad posmoderna. Su empleo de la metaficción y la hacen de esta novela un trabajo “moderno”, en el sentido más amplio de la palabra. No es extraño, de hecho, que una gran parte de la crítica literaria rechace la idea de lo posmoderno como movimiento contemporáneo, aludiendo a ejemplos como Tristram Shandy, para señalar la existencia de una tradición cultural de la “metaficción” muy anterior a estos nuevos tiempos. Para críticos como Jean Baudrillard, Frederic Jameson o Jürgen Habermas la Posmodernidad no sería sino una fase última de decadencia para unos, de repetición irónica para otros– de la Modernidad.

Dicho esto, ¿cuáles son los rasgos modernos de Tristram Shandy? ¿Qué es lo que une a Laurence Sterne con escritores como Thomas Pynchon, Michael Chabon o Jonathan Lethem?

La lengua inglesa está marcada por una gramática y una sintaxis relativamente simples que incide en los periodos breves, las oraciones simples y un sistema de puntuación dominado por el punto (full stop, period). La gramática que teje las páginas de Vida y opiniones de Tristram Shandy es, sin embargo, ejemplo de todo lo contrario: en la novela abundan las frases inacabables; las subordinaciones encadenadas; el uso obsesivo de la puntuación. El resultado es un ejercicio continuado de digresión en el que las frases nunca terminan de completar las expectativas; y en el que el material explicativo y la información parentética acaban por convertirse en contenido diegético. Lo curioso es que la sintaxis sinuosa y acumulativa de Tristram Shandy no es en realidad otra cosa que un espejo formal de la propia estructura del libro y de su misma materia narrativa...
 http://www.revistasculturales.com/articulos/164/fuera-de-margen/1860/1/transvase-y-modernidad-un-comic-de-martin-rowson.html

jueves, noviembre 05, 2015

Originales y arquitecturas superheroicas

Aunque no hablemos mucho de ello por aquí, de vez en cuando seguimos gastándonos algún euro en vicios duros como el coleccionismo de originales y la adquisición fetichista de ilustraciones. Hay que admitir que, desde que el cómic "es arte" y cosa de prestigio, cada vez es más difícil hacerse con páginas que no nos descontrolen la balanza mensual: ¿qué hipster no quiere una joyita underground para adornar su baño o un superhéroe que le proteja de las pesadillas desde la cabecera de su cama?
El otro día, precisamente, caíamos en la cuenta de qué poquitos originales hemos comprado, después de tantos años, sobre el tema superheroico. Es más, al guardar con mimo la última página que hemos adquirido, nos hemos dado cuenta de que la mayoría de las páginas originales de Marvel que tenemos, en realidad, tienen mucho más que ver con las alucinantes arquitecturas urbanas y ciudades míticas que crean sus talentosos artistas, que con sus personajes, grupos y universos heroicos propiamente dichos.
Un juego de agudeza visual. Les presentamos aquí cuatro de esas láminas y les retamos a que adivinen a qué cómics y artistas pertenecen...
 
Difícil, ¿verdad? Retomaremos el tema en alguna próxima ocasión para hablarles de muros y más originales, enmarcados esta vez.

miércoles, octubre 28, 2015

Maestros del anime: Miyazaki, sensibilidad y magia (en ABC Color)

Acabamos de publicar en el suplemento cultural de ABC Color un texto largo dedicado a Hayao Miyazaki y su obra. En él, analizamos algunos de los temas y motivos más recurrentes de sus películas y, de alguna manera, intentamos rendir homenaje a un maestro que se jubila después de firmar algunas de las cintas de animación más maravillosas de la historia del cine. El Suplemento completa nuestra aportación con un estupendo texto de Julián Sorel titulado "Sin miedo a volar".
Les dejamos aquí las páginas impresas del artículo, "Hayao Miyazaki, magia y sensibilidad", y el texto correspondiente.
Caja mágica
Una de las peores noticias de los últimos años, en términos puramente artísticos, fue el anuncio de la jubilación de Hayao Miyazaki en 2013. La llegada del director japonés a las pantallas occidentales en 1997, con el estreno mundial de La Princesa Mononoke, se vivió como un acontecimiento que los espectadores disfrutamos entre la sorpresa entusiasta y la fascinación ante lo desconocido. ¿Se podía hacer eso con dibujos animados? Casi inmediatamente, los grandes festivales y eventos cinematográficos empezaron a hacerse eco de ese nuevo cine de animación japonés que se acercaba a la fantasía con una sensibilidad hasta entonces desconocida. El Studio Ghibli, que el director fundó junto a su amigo Isao Takahata en 1985, se convirtió en una caja mágica de la que regularmente salía una joya de anime destinada a hacer historia y a hipnotizar a su cada vez más ingente legión de admiradores en el mundo entero.
Además de por su perfección y pericia técnica, las películas del mago Miyazaki brillan por dos rasgos esenciales: una imaginación desbordante que le permite crear asombrosos mundos de ficción y un gusto por el detalle que garantiza la verosimilitud de dichos universos, no importa cuán fantasiosos lleguen a parecer.
El detalle, el proceso o el gesto son componentes básicos de las cintas del director japonés. Sus personajes no se comportan como simples entes animados, sino que responden a pálpitos humanos. La niña ensoñada que se aburre mientras reposta el hidroavión de Porco Rosso, sopla a la mosca que se posa sobre el ala, ésta resbala hacia abajo antes de reemprender el vuelo; el pequeño incidente (anecdótico, trivial y, por eso mismo, absolutamente realista) saca a la muchacha de su ensoñación.
En la emocionante Mi vecino Totoro (1988), la niña Mei, en su desesperación ante los negros presagios comunicados por un telegrama, se aferra a una mazorca de maíz, convertida en símbolo de su afecto y de sus esperanzas. Abrazada a la panocha, corre, llora y se pierde en los mundos tenebrosos de sus miedos recién descubiertos. El espectador asiste conmovido a ese gesto de humanidad, a su desamparo. Vida animada.
Proceso y detalle
A Hayao Miyazaki siempre le ha gustado recrearse en los procesos artesanos e industriales o, tan sólo, en las faenas domésticas. Las construcciones, máquinas e ingenios de sus películas (sean éstos castillos andantes, fábricas metalúrgicas, hidroaviones, bicis voladoras o fortalezas defensivas) funcionan porque encierran un diseño y una elaboración artesanal o mecánica minuciosa. Han sido creados por alguien. Sus películas no se conforman con el resultado, nos muestran el proceso: en Nausicaä del Valle del Viento (1984) descubrimos a los habitantes del valle reparando sus molinos de viento, o revisando sus plantaciones en busca de hongos tóxicos; contemplamos a las mujeres milanesas diseñando, construyendo y montando las piezas del avión que pilotará el personaje principal de Porco Rosso (1992); al igual que son mujeres quienes trabajan en la gigantesca forja de la Ciudad de Hierro en La Princesa Mononoke; en Mi vecino Totoro, asistimos a la limpieza y restauración exhaustiva de la casa de campo que va a ocupar la familia protagonista y en Nicky, la aprendiz de bruja (1989), el pan y las empanadas de arenque se cocinan en hornos de leña cuyas ascuas vemos preparar antes de la cocción. Y, como colofón, en su última película, El viento se levanta (2013), Miyazaki ofrece un recorrido diacrónico por la historia de la ingeniería aeronáutica japonesa con un lujo de detalles mecánicos y una precisión tecnológica que apabullan al espectador.
El gusto por el detalle ayuda a dotar de verosimilitud a las construcciones ficcionales del maestro japonés: sus texturas presentan una proximidad casi física. El agua de las cintas de Miyazaki se puede beber, es fresca y apetecible, fluye cristalina por los arroyos de Mi vecino Totoro o se agita amenazante y tempestuosa en El viaje de Chihiro (2001). La madera cruje o crepita en El Castillo Ambulante (2004) en cada vaivén de la ciclópea construcción; el metal rechina con cada martillazo en las forjas de La Princesa Mononoke y con cada vuelta de tuerca de los mecánicos que construyen los aviones en El viento se levanta; el polvo revolotea y adquiere vida a base de escobazos en Mi vecino Totoro, como lo hace la harina en la tahona de Nicky, la aprendiz de bruja.
Vida animada
El realismo del detalle al servicio del relato. Miyazaki construye sus ficciones desde un entramado de realidad en el que la ficción comienza siempre a partir de una chispa que termina incinerando la historia. Una suerte de realismo mágico nipón. Todos reconocemos el mundo (en ocasiones gracias a referencias literarias o a la cuentística popular) que habitan los personajes de Miyazaki: sus ciudades, sus escenas campestres, sus parajes naturales. Sin embargo, la imaginación del creador enriquece esos escenarios realistas a base de fantasía: mediante la recurrencia a criaturas y a fenómenos mágicos que se integran con absoluta normalidad dentro de ese plano de realidad. Son en muchos casos elementos deudores de la espiritualidad japonesa: el animismo sintoísta que dota de vida a la multitud de dioses y espíritus que habitan los universos humanos y divinos. Sólo el espectador vive instalado en la sorpresa. En los mundos de la factoría Ghibli, las personas, los animales y los seres mágicos conviven con absoluta naturalidad, como si habitaran en un melting pot de ensueño.
Esta cohabitación de mundos, nunca enfrentados, unida a la sensibilidad exquisita de Miyazaki, facilita la creación de momentos bellísimos: como esa estela de hidroaviones caídos en combate que asciende hacia el cielo en Porco Rosso; la secuencia de la Princesa Nausicäa hechizada por la lluvia de esporas tóxicas en la Jungla Tóxica; o las escenas del Espíritu del Bosque sanando a Ashitaka en el corazón de la espesura en La Princesa Mononoke. Detrás de la fantasía y la magia, las cintas del artista japonés encierran una carga simbólica, no siempre trasparente, que resguarda valores positivos como la amistad o el amor filial, junto a códigos entroncados con el imaginario espiritual nipón: la memoria de los antepasados y el culto a los espíritus, el respeto a la naturaleza (el agua y el viento son omnipresentes en sus películas) y a las criaturas animales frente a la industrialización urbanita, la búsqueda interior y el ensueño como factores de superación, etc.
Donde se cocinan los sueños
Pero si hay un tema que sobrevuela la filmografía de Miyazaki, ese es el de la infancia como espacio de fantasía, como refugio secreto en el que se cocinan los sueños. Ese es el tema vertebral de cintas como El viaje de Chihiro, pero se repite de forma más o menos directa en casi todas sus películas. La infancia es el refugio que nos salva de los errores de la edad y de la monotonía existencial que encuentra su caldo de cultivo en las grandes ciudades y en las ocupaciones rutinarias que realizan los adultos. Por eso, la infancia se asocia normalmente a contextos rurales y al mundo de la naturaleza, unos escenarios que se cargan de valores positivos y se refuerzan con el peso del folklore y de los oficios tradicionales. En estos espacios, Miyazaki crea a su vez otros refugios habitacionales (el refugio dentro del refugio) en los que sus personajes se protegen de las amenazas exteriores, lugares que nos remiten a nuestros propios espacios de cobijo ante el miedo: en ese sentido funcionan la casa en el bosque de la pintora amiga de Nicky o la acogedora habitación abuhardillada de la panadería en Nicky, la aprendiz de bruja; o el montón de heno dentro del vagón en el que ésta se refugia a dormir durante una tormenta, en la misma película. Los encontramos en todas sus películas, como encontramos en casi todas ellas a personajes positivos y espirituales que se imponen a la mezquindad y bajezas humanas, para salvar al mundo del destino que parecen escribir sus propios habitantes.
Aunque cualquier excusa es buena para repasar su filmografía, ahora que sabemos que no va a volver a hacer más películas (no está aún claro si el Studio Ghibli seguirá los pasos de su fundador), el cine de Hayao Miyazaki se antoja más necesario que nunca: sus historias, cargadas de valores positivos, tienen la extraña cualidad de hacernos sentir mejor con nosotros mismos, las imágenes de sus películas encierran una calidez analgésica y sus construcciones fantásticas son un refugio excelente para esquivar, durante casi dos horas, los peligros de la edad. Ya le echamos de menos.