El palabro del año y uno de los top-ten de esta bitácora ha sido "normalización". Y es que, aunque suene increíble, parece ser que la máxima aspiración del cómic en sus (bastantes) más de 100 años de vida ha sido entrar dentro del grupo de las artes en un grado de paridad. La cosa ha tenido sus obstáculos, de ahí la ansiedad creada, claro. Por un lado estaba la cuestión del público lector: ya se sabe que lo de los dibujitos iba tradicionalmente asociado a la lectura ilustrada, que con colores los niños habían de asimilar más fluidamente (cosas de críos). Luego estaba el asunto del nacimiento a la sombra de las máquinas tipográficas y la distribución sindicada y los condicionantes de la prensa y el público lector que te lee y te tira como un producto de consumo más rápido y "popular" (en el peor de los sentidos), que un folleto publicitario. Y, claro, en la vieja Europa de los fascistillas diletantes se vio bien que el folleto se convirtiera en cómic y el cómic en folleto. Todo un batiburrillo de diretes que llevó al cómic al grado de arte menor o hermano menor de las artes, medio popular sin valor artístico, o vaya usted a saber.
Por eso, ahora (en realidad la cosa viene de hace unas décadas, los años 70 quizás; cuando hasta una lata de tomate podía estar en un museo), decía que ahora a uno se le ilumina la cara cuando descubre que rara es la semana en que no encontramos un tratamiento serio de los cómics en los medios de difusión periodística del país. O cuando resulta que cada vez más y más museos parecen interesarse por los artistas (sí, sí, como los que pintan cuadros, caballero) que hacen viñetas. Se abren los centros de investigación y divulgación, se unen los profesionales, se remueven inquietos los de dentro y los de fuera. Y mire que hasta los políticos, de repente, han decidido que hay que proteger, legislar e incentivar el 9 arte (¿o era el décimo?).
Además, resulta que lo de la normalización dichosa no sólo tiene que ver con la recepción y aceptación social del medio (aunque sí en gran medida), sino también con el hecho de la creación artística; es decir, con que en los cómics se pueda hablar de todo y con que nadie se eche las manos a la cabeza (si resulta que ya no es una cosa sólo de niños, pelillos a la mar) por que una señora o señorita se ponga a dibujar cómics (ahí están en este curso 2006 las Jessica Abel, Roberta Gregory, Hope Larson, etc.) o por que a alguien se le ocurra hablar de sexo con pelos y más pelos, sin importarle la inclinación, posición o paridad genérica. Miren que, quizás, algún día hasta seremos capaces de leer cómics de allá o de acullá con toda la normalidad del mundo, aunque hablen de señores de otros colores políticamente correctos.
Así da gusto. Este 2006 huele a cambio del bueno. A normalidad, a "nos-estamos-haciendo-modernos" pese a quien pese. Huele a que el cómic ha entrado definitivamente en la mayoría de edad y a que ya es un arte con mayúsculas. Que siga.
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