Una confesión sin preámbulos (con retraso insinuado): Emigrantes es uno de los cómics que más hondo nos ha calado en los últimos tiempos. No sólo por lo que cuenta, que es mucho y muy profundo, sino por la belleza misma de la propuesta y por la habilidad con la que su autor, el australiano Shan Taun, genera expectativas con ingredientes tan viejos como los que ofrece la ilustración.
Con un aire a retrato de carboncillo antiguo, Emigrantes nos regala páginas fraccionadas con la regularidad de un damero, repletas de pequeñas instantáneas dibujadas con un detalle tan primoroso que, en su arranque, por momentos se nos viene a la cabeza la impresión del retrato fotográfico: inevitable, precisamente y sobre todo, cuando ojeamos esas cubiertas interiores plagadas de fotos de carnet dibujadas, retratos anónimos que se parecen siempre a alguien, a personas reales. La filigrana, la escena detallada y, de repente, esas plancha gigantescas, bellísimas (fotos vivas otra vez), con un matrimonio que empaqueta su vida, una ciudad que se consume a sí misma o un barco que busca una luz en la niebla. Todo ello en una edición de Barbara Fiore Editora, preciosa y preciosista, de las que parece que sólo pueden permitirse los editores aventureros y los valientes de la independencia. Bueno, en realidad, una edición de cuento ilustrado de esas a las que están más acostumbrados los lectores de Kokinos o la misma Barbara Fiore, que los de cómics. Si nuestro pasmo se quedara ahí, no obstante, podrían tacharnos de fariseos desubicados, con toda la razón del mundo. A fin de cuentas, si nos proponemos un análisis más o menos serio de Emigrantes, deberemos ceñirnos a su condición última y primigenia: se trata de un cómic, aunque sin palabras, no de un cuento ilustrado (ya lo decía Barbieri).
Sucede que, como señalábamos antes, Emigrantes brilla tanto por dentro como por fuera. Lo hace a partir de un recurso tan viejo como la literatura misma, el de la metáfora. Taun comienza por pintar una realidad genérica y reconocible, que se anuncia desde el título: la del emigrante que se ve obligado a abandonar su hogar. Lo hace desde cierta abstracción emparentada con el realismo mágico: sitúa a su personajes en un contexto indefinido, por lo universal, genérico, por sus obviedades referenciales fácilmente identificables (y asumibles como propias por todos y cada uno de nosotros). Sin embargo, la realidad deformada, desidealizada, con la que arranca Emigrantes no nos recuerda en absoluto al género literario que acabamos de mencionar (el de los Gabriel García Márquez o Miguel Ángel Asturias -me permitirán que discutamos entre "realismo mágico" y "lo real maravilloso" en otro momento), sino a otro referente más cercano a la fábula existencialista y a la desesperación simbólica: a Kafka.
Pese a la aparente simpleza de su mensaje, Emigrantes muestra (como casi todas las buenas obras) varios caminos y referentes. Lo que en la breve primera parte (la de la huida forzosa del emigrante) se nos aparece como una huida hacia adelante desesperanzada, en las siguientes empieza a adquirir tintes de fábula fantástica (no llegamos a hablar de una alegoría) en la que los referentes familiares empiezan a mutar y a convertirse en en otra cosa, metáfora de algo, suponemos al principio. El shock es fugaz. Todos esos seres extraños, animales metamorfoseados, alimentos afilados, jeroglíficos incompresibles y parajes alucinados del nuevo destino vital que recibe a nuestro emigrante son, en verdad, bien familiares: son nuestros paisanos, nuestras mascotas, el cocido y la manzana diarios o nuestro español leísta y laísta; somo nosotros traducidos por "el otro", el que llega en patera. Asombrosamente efectivo: el emigrante convertido en metáfora de nosotros mismos, su desesperación inicial convertida en la nuestra, como lectores. Shaun Tan consigue implicarnos en la aventura del desaventurado y, todo, con una simple metáfora; con varias, en realidad.
El ejercicio, el tropo, llevado al estadio de cuento ilustrado, no funcionaría, evidentemente, sin la fuerza de las imágenes asombrosas que mencionábamos al principio, que son las que consiguen convertir el cuento Kafkiano en opresiva fábula futurista con final esperanzado. Son ellas también las que llegan a dotar de vida, de verosimilitud, a esa ciudad distópica, llena de burócratas y ciudadanos alienados, que tanto nos recuerda a la que veíamos en el Brazil, de Terry Gilliam (influencia que reconoce el propio Tan). Una curiosidad más en el orden de la transferencia de significados: el hiperrealismo gráfico se convierte en herramienta para dibujar el más irreal de las ciudades posibles.
Lo dicho, para que abundar si, como ven, apabulladitos estamos.
5 comentarios :
comparto los razonamientos. Es un buen cómic, aunque personalmente hay un algo general que me hace ver el todo con cierto deja vu. Originalidad y tópico en convivencia, algo curioso.
Por otro lado, ciertos fallos de "raccord" me llamaron la atención en su día, no de modo positivo, por cierto.
No obstante, con su espectacularidad bien entendida, sus bellas ideas (lo metafórico de impacto, vamos) y ese cuerpo que te deja su lectura, hay que recomendarlo.
Sí, precisamente es ese sentido de novedad a partir de elementos tradicionales (o convencionales), lo que más nos ha llamado la atención; aunque en nuestro caso lo que ha perdurado es la sensación de descubrimiento más que la de estar ante algo conocido.
Le reconozco también su apreciación respecto a ciertos desfases de raccord, pecados de ilustrador convertido en narrador, me temo; aunque en algunos casos, me parece, son discontinuidades provocadas. Sea como fuere, ¡un pedazo de cómic! Saludos ;)
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Sin duda no deja indiferente. Especialmente por su espectacular grafismo. No sé si funcionaría igual de bien con un dibujo más pobre.
Seguramente no, Max. De hecho, en mi ópinión, parte del encanto simbólico del trabajo recae en esas imágenes hiperrealistas que huelen a foto vieja. Son las que generan ese contraste entre realidad soñada y crudeza realista. Un gran trabajo en todos los sentidos.
Ah, y gracias por la visita ;)
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