Llevamos un tiempo hablando de metáforas, símbolos y alegorías (tropos ma non troppo). Nos faltaba una fábula. Ya saben, una historia breve protagonizada por animales, normalmente humanizados, tras cuyos actos el autor suele esconder una enseñanza moral, resumida en una moraleja final. Como aquellas que crearon los Esopo, La Fontaine o Samaniego, aquellas que hablaban de cigarras y hormigas, gatos y ratones o zorras y uvas.
El cómic actual no abunda en este tipo de narraciones, quizás porque su destinatario suele ser un público infantil, al que las narraciones gráficas han relegado en los últimos tiempos a la sección de manga. Por eso y porque, no nos engañemos, algunas de las enseñanzas fabulísticas se han quedado un poquitín desfasadas en este S. XXI (aunque sus recreaciones comiqueras fueron bastante habituales a finales del XIX y comienzos del siglo pasado).
No obstante, aunque las fábulas tradicionales stricto sensu no sean fuente de inspiración para nuestros dibujantes, lo cierto es que su espíritu ha sido y es una constante en el cómic desde sus inicios. Lo es gracias a la proliferación de funny animals (animales sabios) en series clásicas como son Pogo, Krazy Kat, Charly Brown o las creaciones de la factoría Disney. Animales que piensan, hablan y actúan como seres humanos, pero que añaden a sus características algunas de las peculiaridades de su estereotipo animal.
Este es el caso de la obra que nos ocupa, Fox Bunny Funny, de Andy Hartzell, un trabajo adornado por una importante ristra de buenas críticas y alabanzas. Hartzell juega a la creación de mundos paralelos, calcando situaciones y contextos humanos en un país habitado por zorros y conejos. La fábula está servida y juega con un paralelismo ampliamente asentado en la conciencia colectiva: el que asigna al blanco y tierno conejito el papel de víctima ante el pérfido y astuto zorro. Con esta premisa sencilla, la obra plantea en su solapa de cubierta un interrogante implicatorio: “Las regla son simples: tú eres un zorro o un conejo. Los zorros oprimen y devoran, los conejos sufren y mueren. Cada uno conoce su lugar. Todos se sienten satisfechos en él.”
El lector asume su rol y comienza la lectura, sintiéndose depredador o presa. Todos, los zorros y los conejos de Fox Bunny Funny tienen algún rasgo amable y alguna faceta cuestionable, aunque, como es lógico, la tentación obvia es la de alinearse con las víctimas, con esos conejos bobalicones, felices hasta lo cursi y sumisos hasta la exasperación. Personajes que se mueven en un mundo reconocible en su “humanidad”, con sus ciclistas, sus tiendas (tremenda la carnicería), sus jóvenes boyscouts y sus iglesias llenas de fieles… Un mundo que parecería el nuestro si no fuera porque en él los zorros parecen imponer una ley xenófoba e injusta, que obliga a los conejos a vivir anclados en el miedo y en la precaución enfermiza. Bueno, en realidad, quizás este matiz sea el que hace de Fox Bunny Funny un cómic mucho más cercano a la naturaleza humana que cualquier otro protagonizado por personas, héroes o superhéroes.
Somos conscientes de que lo que les venimos contando suena más a tragedia que a fábula. Son el dibujo caricaturesco (muy “disneyano”) de Hartzell y su indisimulada ironía, con momentos y detalles volcados hacia el franco humorismo, los que aportan el carácter fabulístico y dotan al conjunto de cierta frescura infantil. Eso y el hecho de que ésta sea una obra completamente muda: seis viñetas regulares por página, que dotan al conjunto de un impacto visual similar al de aquellos pequeños cuentos ilustrados del S.XIX. No quiere ello decir que ésta sea una obra para niños, ni mucho menos; Fox Bunny Funny encierra un mensaje complejo que nos habla del hombre como ser social, de la tolerancia, de los mensajes complejos que debemos leer en las páginas de la historia, de la modernidad y de nuestra capacidad para sobrevivir… Claves adultas que se esconden detrás de una narración sencilla, ligera y divertida, como una fábula de las de antes, para todos los públicos, vamos:
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