Salimos con un título indescifrable mas con base documental. Andábamos este fin de semana intentando poner al día nuestras deudas cinéfilas y decidimos apostar a caballo ganador: un clásico motorizado con hippies, rebeldes sin causa, orgías estupefacientes y un mucho de road-movie. Acertaron, Easy Rider, la cinta mítica de Dennis Hopper de 1969, protagonizada por él mismo, Peter Fonda y un jovencísimo Jack Nicholson. Una película, ésta, que marcó decisivamente a toda una generación de adolescentes, en medio de las convulsiones sociales y culturales de la Norteamérica (aunque no sólo) de finales de los 60.
El underground, el movimiento hippy, las corrientes pacifistas, la psicodelia, el pop-art, la rebeldía montada sobre dos ruedas... todo ello forma parte de Easy Rider y ayuda a establecer las marcas genéricas de un film que, dentro de su aparente anarquía narrativa, funciona como perfecto ejemplo de ese tema eterno que es "el viaje" y que casi siempre funciona desde el doble plano físico-simbólico. Easy Rider es cine de carretera (la versión post-moderna del viejo relato de viajes), sí, pero también un recorrido por la decadencia de un país, aparentemente más viejo de lo que dicta su historia, y en pleno proceso de degradación social y moral: los Estados Unidos de América de los 60 (que tanto nos recuerdan a los Estados Unidos pre-Obama).
El hecho es que, entre tanto hippy drogota y forajido heróico, la película se alimenta de aventuras alucinadas y trifulcas motorizadas que, en bastantes casos, acaban con los huesos de sus protagonistas magullados o, en el mejor de los casos, entre rejas. En una de esas algaradas carcelarias, "Captain America" Wyatt (Peter Fonda) y Billy the Kid (Dennis Hopper) terminan en una celda donde conocerán e incorporarán a su travesía al escasamente juicioso abogado George Hanson (Jack Nicholson). En un momento dado de esa escena, mientras nuestros anti-héroes descansan en el catre, la cámara con aires documentales de Hopper recorre la celda y... descubrimos que los presidios estadounidenses de los años 60 y 70 estaban llenos de amantes del cómic. En apenas unos segundos, la cámara recorre los muros de la celda para descubrirnos sus tesoros.
Ya ven, en sólo unos metros cuadrados de celda, encontramos a dos soldados de Beetle Bailey, a uno de nuestros personajes favoritos (recreado grafiteramente a partir de la versión de Vernon Green) y de regalo un personaje de cartoon entrañable, Mr. Magoo. Sin duda, esto merece un hurra por los comiqueros forajidos hippies, hip, hip...
2 comentarios :
Lo cual demuestra algo que ya sospechabamos algunos... que la cárcel es el lugar más indicado para aquellos degenerados aficionados a los tebeos ;o)
Ya en serio, es curioso cómo se repite sin finel ciclo de lo "contracultural" que deviene en "alta cultura" . De tal manera que Easy Rider ha pasado de peli serie B a hito en la historia del cine, mientras que el hippie Denis Hopper se dedica a coleccionar arte moderno.
En el cómic también tenemos buenos ejemplos, como la elevación a los altares del ARTE de R.Crumb (ojo, merecida, merecida) No deja de ser chocante, teniendo en cuenta que es un tipo que si no llega a ser por su talento en bruto para dibujar, probablemente habría acabado tan trágicamente como sus hermanos. Es decir, muerto o loco.
En fin... y la vida sigue
Sí, además, lo de Crumb se veía (o se ve) venir. Hace años estuve visitando una exposición de sus planchas en el museo de arte moderno de Colonia y lo cierto es que no desentonaba demasiado entre Klees, Marz y Kandinskys y eso que, como dice el Pons, aunque queden bien en ellas, los cómics no se han hecho para colgar de las paredes.
Recuperando el hilo de tu interesante reflexión, el caso de Hopper es una gota más en el mar de transfusiones entre las corrientes culturales que nacen con un espíritu trasgresor y la cultura más institucionalizada (entendiendo a la alta cultura dentro de ésta). Sucede lo mismo con los polémicos niveles de recepción (apreciación) cultural: alta-baja cultura. Recordamos lo muy discutidas que fueron las películas de los hermanos Marx o Hitckock y, más recientemente, obras maestras como Blade Runner, que fueron atacadas por su carácter excesivamente "popular".
Lo que me llama más la atención de este tema es que durante décadas el cómic en general (como medio discursivo, así sin matices), ha sido considerado un discurso popular (en su sentido más próximo a baja cultura). Las causas que explican este hecho atienden a numerosos y muy diversos factores, pero lo que más sorprende es como en menos de una década casi todas ellas han sido puestas en cuarentena para aceptar de forma unánime (crítica, medios académicos, público lector) las excelencias de la narración gráfica y sus posibilidades artísticas. He aquí una muestra de trasvase valorativo sin precedentes, me parece.
Nos acercamos al día en que no haya que ser ni fugitivo, ni filibustero para encontrarle el gustillo a los tebeos. Cárceles, sólo las de papel ;)
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