En el post de ahí abajo hablábamos de una exposición, ya claudicada, de artista joven fichada por galería hispana. Uno de los autores que más nos gustan dentro del catálogo de esa misma galería es Alfredo Omaña, quien además de un gran artista es un tipo fantástico.
Lleva años Omaña transitando entre un personal informalismo y los fundamentos matéricos del arte povera. Este artista multidisplinar ha agitado sus cinceles, azadas y negativos, entre camas de hierba, árboles alambrados, papeles de adobe cosidos de botones y sus cajas (escaparates en bruto para zapatos, flores de cristal roto o maniquíes de hilo que lucen como objetos ordinarios embellecidos por la idea). Hace diez años Eduardo Aguirre, con motivo de una exposición del artista, ya hablaba así de su obra:
Hay en él un expresionismo muy personal. Quienes visiten esta exposición podrán comprobar las dotes de mago que tiene para dotar de vida a los objetos. O mejor, para resucitarlos, pues lo que realmente hace es arrancarlos de la muerte, de su condición de cosas rotas o miserables. No se trata tanto de ironía surrealista o de una patada al concepto oficial de arte, como de una tracendentalización. Su visión de estos zapatos, botones o tapas de lata es casi franciscana. Hermano óxido, hermano adobe, hermana montaña. Un lirismo enmascarado bajo la rudeza expresionista, bajo la aparente tosquedad de la ausencia casi total de color.
Como decimos, hace mucho que fueron escritas estas palabras. La obra de Omaña ha crecido y también sus ámbitos creativos. En los úlltimos tiempos el artista castellano parece centrado en el soporte visual en dos dimensiones, en la utilización del papel fotográfico a modo de lienzo sobre el que seguir amplificando la significación de los objeto cotidianos y los materiales humildes. Pero ni Omaña es un fotógrafo propiamente dicho, ni las fotografías del artista funcionan como tales: no recogen un resultado final, sino un proceso constructivo. La foto es lo de menos, es mero soporte, un espacio momentáneamente ocupado por la obra, un papel emulsionado poblado por gigantes de hilo, momias con nariz de payaso y robots de barro, hijos todos del arte "franciscano" de Omaña.
De hecho, si traemos a este autor a colación es por una de esas fotografías, una que nos encanta, porque emparenta conceptos y sonidos que retumban con frecuencia en este blog: arte, infancia e icono. Y quién piense que Mazinger Z (tanto el de Go Nagai como la versión castiza de José Sanchís) no es esto último, un icono, una de dos, o no tiene corazón o tiene menos de 33 años.
Esto es un Mazinger con pies de barro...
6 comentarios :
qué guapo...
como siempre sr.kat gran descubrimiento...
Y que usted vea muchos más. Saludos ;)
"Y quién piense que Mazinger no es un icono o no tiene corazón o tiene menos de 33 años".
¡Qué gran verdad!
Impacientes Saludos.
:)
Buenísimo :)
Te invito a visitar mi otro blog
http://lalengualiteraria.blogspot.com/
Muy interesante, sí señora. Nos pasaremos a leerla. Gracias por la visita ;)
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