Una de las muchas cosas buenas de Gipi es que además de ser un dibujante excepcional, colorista superdotado, además, es un gran escritor y, sobre todo, ha conseguido hacer de estas dos virtudes un lenguaje único, reconocible, complejo. El cómic no es palabra o dibujo, es la suma de ambos en fórmula indisoluble, en solución indisociable; hablamos, por supuesto, de los grandes cómics. Un gran cómic “respira” de forma diferente a un gran cuadro o una gran novela, porque lo hace gracias a unos pulmones doblemente articulados, por la letra y por la imagen transformados en un único órgano. Cuando leemos un gran cómic, muchas veces pensamos, esto no se podría haber expresado de otro modo. Le pasaba a McCay, a Eisner, seguramente a Crumb, a Ware y le pasa a Gipi.
Por eso, ni cuando el autor dibuja deliberadamente “mal”, ni entonces se matiza su talento, porque hasta el esbozo es significativo en Gipi y hasta la imagen garabateada comunica unas intenciones narrativas concretas cuyo alcance variaría si ésta estuviera dibujada de forma diferente. Sucede con Mi vida mal dibujada, la última obra de Gipi publicada en España, por Sins Entido.
Gipi recurre a un trazo poco limpio (el suyo nunca lo es del todo), semi-esbozado, más irregular y abocetado que de costumbre, aunque manteniendo su estilo e línea finísima y delicada (parecen sus dibujos trabajos de macramé, frágiles composiciones de hilo). No es una elección gratuita. Este cómic, en la línea de la autoconsciencia biográfica que abriera Crumb hace más de cuatro décadas, es un relato autoconfesional: Gipi nos abre su biografía para mostrarnos sus entrañas, casi literalmente. En Mi vida mal dibujada el autor nos revela algunos de los episodios más sórdidos de su existencia (su relación con olas drogas, con la ley, con la enfermedad, con el desamor y la pérdida, con la traición afectiva…) y lo hace siguiendo una ordenación aparentemente “aleatoria”, con un orden un tanto confuso, como el de los pensamientos y los recuerdos, en realidad. La organización narrativa del desorden suele traducirse en técnicas conocidas como analepsis (flashbacks, rememoraciones…) o prolepsis (anticipaciones, indicios…). En el libro del italiano los sucesos empiezan a cobrar sentido a medida que el Gipi personaje los recuerda y dota de vida: lo hace desde un falso “presente” diegético, desde el que (como haría Crumb) busca la complicidad de un lector que, no obstante, por momentos asiste desconcertado a la exhibición impúdica, torturada y nada autoindulgente de los horrores privados del protagonista.
El relato (como es habitual en el autor, pero con más claridad aún en esta historia de cronologías descabalgadas) se enriquece con multitud de detalles, metarrelatos y guiños autorreferenciales. Uno de los más brillantes lo protagoniza esa metahistoria de piratas en la que Gipi se dibuja como joven prisionero de un abordaje pirata, cuya salvación última dependerá de su habilidad para contar relatos de los que amansan a las fieras filibusteros. Una metáfora brillante que salpica de excitante aventura las tenebrosas revelaciones que se suceden en la vida real mal dibujada, la del resto del cómic: el Gipi real, el que estuvo a punto de sucumbir ante su propia biografía, le agradece la salvación, su exorcismo privado, al Gipi narrador, al cuentista. Por las rendijas de este metarrelato de piratas “respira” Mi vida mal dibujada un poco de ficción. Y todos sabemos que la ficción es siempre mucho más perfecta, más redonda, que la sucia realidad. Seguramente por eso los únicos episodios en el conjunto del relato que están “bien dibujados” son estos fragmentos de aventura pirata: sus páginas son las únicas que tienen color y sus líneas son las que más nos recuerdan al Gipi cuentista de otras obras magníficas, como Apuntes para una historia de guerra, S o, en menor medida, El local.
Gloriosa imperfección. Esta obra mal dibujada lo tenía que estar por fuerza (mal dibujada). Era necesario para reflejar de forma fidedigna (enorme paradoja) unos fragmentos de realidad tan poco pulcros como los que oscurecieron la infancia y la juventud de su autor. En una ecuación casi perfecta de esas que el medio nos regala ocasionalmente, Mi vida mal dibujada conjuga líneas y palabras en el ansiado todo narrativo comicográfico. Aunque la materia prima sea sucia, confusa y rugosa.
A fin de cuentas, la vida pocas veces se muestra pulcra y perfecta, para eso están las ficciones. Gipi lo sabe bien.
3 comentarios :
Hola, qué tal? Soy Roberto. Nos conocimos en la feria del libro de PAlencia. Desde entonces he ojeado el blog alguna que otra vez, aunque un día por otro no te he escrito nada. A ver si me aficiono.
Con el libro de Gipi te diré que a mí me encantó. Hacía mucho tiempo que no me pasaba, algo con lo que se disfruta en todos los sentidos sin pensar en nada más que en lo que tenía delante. HAbría que tener en cuenta además el título oríginal: "La mia vita disegnata male", pudiendo dar lugar a un juego de palabras y entonces el dibujo no estaría, para nada, mal dibujado, sino que sería la vida hecha por uno o por el demiurgo de turno. Una vida mal llevada, mal diseñada.
Un abrazo
No os parece que la portada italiana es mucho mejor?
Hola Roberto, es un placer volver a saber de usted (con pantalla de por medio esta vez). Es interesante tu reflexión acerca del título: en el post intento seguir también una línea de razonamiento similar respecto a los dobles juegos entre forma y contenido que permite esta obra tan compleja. Lo cierto es que sí, el título italiano es más rico en posibilidades interpretativas y ambigüedades.
Sucede algo parecido con la portada, le doy la razón, Silenciario. Esa cubierta blanca deja mucho más a la imaginación que su versión española, bastante más "académica", pero mucho menos evocadora.
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