Le dedicamos un artículo retrospectivo a Max en aquella revista online, hace tiempo extinta,
llamada Desde el abismo. Luego lo recuperamos para este blog aquí. En
él, recorríamos más o menos extensamente la obra de Françesc Capdevila,
deteniéndonos en los momentos esenciales de su trayectoria; pero en realidad la
finalidad última del artículo era la de abordar el giro filosófico de su
trabajo concretado en las páginas de Bardín, el Superrealista.
Con la aparición de Vapor
en 2012, esa búsqueda de la espiritualidad, y su concreción artística
comicográfica, experimentan una evolución ulterior. Quizá un paso definitivo en
el viaje interior de un artista, en la búsqueda introspectiva de las claves
existenciales y de la esencia de la creación. Vapor es también un paso
definitivo en el proceso de depuración estilística en que su autor se embarcó
ya hace muchos años. Curiosamente (aunque quizás no lo sea tanto), cuanto más
pura es la línea de su dibujo, cuanto más esquemáticas son las formas de sus
personajes y más pautadas las secuenciaciones de sus viñetas, más profundo es
el mensaje que trasmiten sus historias.
Si Bardín funcionaba como cicerone
espiritual de un itinerario interior por los dogmas y creencias (impuestos o adoptados,
ambos), y por el universo de las convenciones culturales que marcaron (y
suponemos que aún marcan) las convicciones culturales de un Max
intelectualizado, ser pensante, autor y creador, Nicodemo (atención a la ironía,
nominal, conceptual e iconográfica, que recorre Vapor de principio a
fin) es también un personaje-guía, un alterego ficcional y un trasunto del
propio Max; pero en este caso de su relación con el mundo más inmediato, el
universo de las necesidades fisiológicas, las pasiones físicas y el contacto
social.
Si Jesucristo vivió cuarenta días de
penitencia en el desierto, el recorrido ascético de Nicodemo, convertido en
eremita lleno de cavilaciones, se desarrolla a lo largo de cuatro semanas, que
le enfrentarán a una lucha incierta contra el hambre, la sed, la lujuria y las
tentaciones, las dudas y el combate interior definitivo; una lucha que le hace elegir
entre una vida imperfecta y la muerte del yo. En cada una de sus encrucijadas,
Nicodemo (como aquel fariseo redimido de los Evangelios) se enfrenta a sus propias convicciones existenciales y personales, a las convenciones sociales que en tantas ocasiones determinan nuestros pasos de
forma inconsciente y nos encauzan en una dirección que no depende tanto de
nuestra propia elección como de las expectativas creadas por fuerzas externas
(sociales, económicas, políticas, culturales). La búsqueda interior de Max a
través de este cómic es una búsqueda simbólica y espiritual.
Simbólica porque su plasmación
visual recurre a fuentes iconográficas que recorren la tradición plástica
universal (el coloso de Goya), la historia del cómic (los ladrillos de Krazy
Kat, el personaje de Herbert E. Crowley de la página 90, que el mismo autor
destaca), así como el corpus de influencias de la propia obra de Max (esa sombra
nariguda y esquemática, los barbudos, el mandala del séquito de la Reina de Saba...). Es
espiritual porque las páginas de Vapor, desde
la primera a la última, rezuman un tono autoconfesional que suena a
ejercicio catártico, a una búsqueda de respuestas que sólo obtendrán un amago
de réplica desde su plasmación gráfica. Lá página como diván. Cuando el gato
Moisés, otro alterego pragmático y lleno de certezas del propio Max, le
pregunta al pesaroso Nicodemo qué busca con su retiro al desierto, éste le
responde: “Sentido. El sentido último e inapelable, si es que lo hay”.
El afán de trascendencia no
siempre ha casado bien con las viñetas: por la obviedad cabezota de las
imágenes, por el peso connotativo de la historieta, por la simplificación del
mensaje... Vapor, sin embargo, funciona como una parábola perfecta en su
ilustración de la búsqueda interior. Lo hace sin circunloquios ni
simplificaciones, con una narración profundamente simbólica, que en ocasiones
rodea el cripticismo, pero que encaja como un guante en la “literatura”
filosófico-mística teleológica. Tras la lectura de Vapor, seguimos sin
saber dónde está el principio, ni cuál es el fin, pero como lectores acabamos
sus páginas sintiéndonos un poco más profundos, más confusos, mejor lectores.