lunes, mayo 27, 2013

Ciudades vacías y latidos de hombres abandonados.

Hace unos días asistimos a una charla sobre la situación del arte urbano contemporáneo. Se habló mucho de post-grafiti y de las nuevas instalaciones e intervenciones que están ocupando los espacios vacíos de nuestras ciudades, "esculpiendo" sus muros, señales y mensajes institucionales.
Se habló de stencils y serigrafías pegadas sobre paredes, de manipulaciones creativas del mobiliario urbano y del nuevo estadio del grafiti que, parece, va dejando atrás el simple ruido de la firma monocroma arrojada sobre el muro, para adentrarse en campos mucho más fructíferos y valiosos, artísticamente hablando. La pregunta es, después de trabajos como éstos, ¿tiene sentido perpetuarse en lo ya hecho una y mil veces? Cada vez hay más artistas urbanos que han aceptado el órdago y envidan por nuevas vías y soluciones imaginativas. Aquí ya hemos hablado de varios de ellos en más de una ocasión.
Volvemos con la cantinela con motivo de un artículo que acabamos de publicar en casa ajena. Una segunda casa, en realidad, porque también han sido varias las ocasiones en que nos hemos referido al colectivo artístico Latidos del Olvido. En su día nos acercamos a sus intervenciones en pueblos abandonados de la "estepa" castellana, a su peculiar y rabiosa visión de la mancha y la huella sobre el recuerdo. No obstante, nos parece que su trabajo reciente tiene mucha más densidad y peso que aquellas revisiones asperas y locales de cierto regusto povera. En realidad, se trata de una mudanza en toda regla: del campo a la ciudad. De la nada a la nada. De los pueblos abandonados a los infaustos PAUs (Programas de Actuación Urbanística), también desolados. Sí, es lo que están pensando, hablamos de los polígonos abandonados que se erigen en las afueras de nuestras ciudades como metáforas perversas y vergonzantes del pelotazo del ladrillo: esas ciudades ideales que se levantaron bajo la burbuja inmobiliaria y que sólo habitan fantasmas y sombras.
Los componentes de Latidos del olvido han decidido "intervenir" con su obra sobre esos cementerios de especuladores y compañías inmobiliarias: Paye Vargas a través de la palabra, con sus caligrafías y videoinscripciones que ponen voz a espacios en los  que nunca habló nadie; Diego Llorente Domínguez, fotografiando el vacío, el desierto habitacional; y el Sr. Arribas modelando los habitantes ficticios que habrán de poblar el huero espacio.
Las esculturas a tamaño real del Sr. Arribas no están hechas del barro primigenio, ni de la carne perecedera, sino de cemento; del mismo material del que estaban hechos los sueños en nuestro pobre país hace sólo un instante. Parece. Así, los titanes de piedra que Arribas abandona en los espacios de obra de las urbanizaciones (madrileñas y castellanas) se convierten en guardianes mudos de la desfachatez; en símbolo perfecto de aquellas presencias ideales e idealizadas que nunca llegaron a concretarse (de cuando concrete significa hormigón, ¡qué paradoja!). Son algo más que sombras, pero algo menos que personas. Pensadores, como los de Rodin, que indefectiblemente nos hacen pensar a nosotros en todo aquello que nuestras autoridades, las grandes fortunas, nuestros paisanos, nosotros mismos, pasamos por alto cuando realmente tocaba: pensar, decimos.
De ello hablamos en ese artículo que mencionábamos hace unas líneas: "La náusea y el hormigón". Empieza así:
La Náusea no me ha abandonado y no creo que
me abandone tan pronto; pero ya no la soporto,
ya no es una enfermedad ni un acceso pasajero:
soy yo.
Jean Paul Satre
Miles de quilómetros cuadrados totalmente huecos. Vacíos como enormes carcasas de hormigón y ladrillo. Casas, calles, esquinas, rotondas, todas muertas y yermas. La proyección desolada de la prosperidad. El final del banquete.
España asiste perpleja a un funeral, el suyo. No se lo esperaba, no nos lo esperábamos. Apenas había síntomas: sólo algún acceso febril después de los excesos, vagas recomendaciones de los facultativos extranjeros y los achaques propios de la corrupción, nada raro. Y resulta que nuestros órganos vitales llevaban ya años carcomidos por la metástasis, un tumor pegajoso y agresivo que atiende a mil nombres, que se llama codicia, irresponsabilidad, depravación, soborno… La náusea.
Los PAU (Programas de Actuación Urbanística) se propagaron en el país como un virus cuidadosamente administrado por unas autoridades que veían posibilidades económicas ingentes en la expansión descontrolada del ladrillo. Dinero fácil sin consecuencias, la ética mezclada con agua y grava dando vueltas en una hormigonera a un ritmo mantenido de veinticuatro mil euros por metro cuadrado. Hoy en día, esas colmenas deshabitadas (nunca habitadas) se erigen como islas en medio de páramos y descampados, testimonian el fracaso de un modelo y la corrupción infinita de los políticos, banqueros, constructores y tecnócratas neoliberales que las auspiciaron. Son la prueba muda del delito, el carcinoma testimonial que consume a nuestra sociedad y que los sorprendidos ciudadanos sólo hemos sabido detectar cuando el dolor era ya insoportable. No hay más ciego que el que sólo ve lo que quiere ver.

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