lunes, mayo 13, 2013

El duelo, de Esteban Hernández. El laberinto de la mente.

Ya lo hemos dicho antes. Entre otras muchas, la mejor virtud del historietista Esteban Hernández es que sus cómics no se parecen a los de ningún otro. Y no sólo porque su dibujo, cada vez más depurado expresivo y detallista, sea una marca identitaria inconfundible. Aquello de la voz propia y el discurso personal tiene un sentido pleno cuando analizamos las historias de este joven artista.
Así se demuestra, una vez más, en su último trabajo largo publicado, El duelo, un tebeo extraño y sinuoso como un pensamiento retorcido hasta el paroxismo; como muchas de las historias de Esteban, en realidad:
Adrián y Altuna eran amigos de toda la vida: se partieron la cara entre ellos o contra otros cuando fue necesario y se hicieron las primeras pajas juntos viendo porno...
Con estas líneas arranca El duelo, con una reivindicación de la amistad y, casi inmediatamente, con el anuncio de una muerte que deja la constatación de dicho afecto en punto muerto (y nunca mejor dicho). La muerte de Adrián, protagonista casi invisible del cómic, la sombra trágica que sobrevuela sus páginas, condiciona definitivamente la existencia de su amigo Altuna, seguramente de forma mucho más decisiva que su presencia en vida. 
Es lo que sucede con la muerte, la sentimos por lo que tiene de ausencia en nuestra propia existencia más que por la verdadera falta del finado. En su obra Cada cual a su manera (densa como un tratado filosófico), Pirandello incidía en esa agonía existencial que se aloja en el deceso: no nos duele tanto la muerte como la constatación egoísta de una ausencia, la de todos los momentos que nosotros y sólo nosotros, dejaremos de compartir con el difunto; su ausencia en nosotros mismos.
El trabajo de Esteban Hernández ilustra la degradación psicológica y física del amigo que se ve superado por la desaparición del ser querido, de una forma mucho más profunda y permanente de lo que nunca hubiera podido pensar. La bajada a los infiernos es a la vez el inicio de otro recorrido, una búsqueda interior que deparará múltiples sorpresas y muy pocas certezas. Altuna investiga las causas de la muerte de su amigo y, al mismo tiempo, comienza una nueva vida cuyos avatares le zarandean de un lado a otro sin que, aparentemente, él llegue a controlar sus inercias en ningún momento.
Podríamos leer El duelo en la clave de tantos otros cómics contemporáneos, desarrollados bajo el auspicio temático del llamado slice of life, sin embargo sospechamos que las historias de Esteban Hernández, bajo su apariencia de fábulas urbanas y tragicomedias de situación, tienen una relación muy tangencial con la realidad. En muchos casos, sus cómics se leen como la plasmación gráfica de procesos psicológicos complejos y denodadas luchas interiores (contra el destino, contra el medio o contra la propia existencia). Por eso, las páginas de sus tebeos están casi siempre habitadas por personajes normales, hombres y mujeres anodinos, que en un momento dado revelan secretos insospechados o se comportan como seres torurados y alienados, cuando no dementes. Por eso, un tipo tan anodino como Altuna termina convertido en un marciano mediático y por eso, al final, casi nada, ni la muerte misma, es lo que parecía en las páginas de El duelo.

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