En la introducción y el epílogo de Nada se condensa su espíritu, en el título se resumen
modestamente sus pretensiones. El protagonista-autor se desnuda ante el lector
cuando confiesa su falta de rigor narrativo en las primeras páginas del tebeo.
La voz narrativa del epílogo nos termina por descubrir el truco cuando revela el carácter convencional y artificioso de toda construcción humana
(social, artística o personal). Somos poco más que pensamiento.
El último cómic autoeditado de
Esteban Hernández no es una historia al uso; por momentos no es ni siquiera
una historia, sino una divagación, una digresión existencial mantenida con carga
filosófica de fondo, una búsqueda. Como suele, Esteban no nos pone las cosas fáciles.
No es sencillo su
dibujo: abigarrado y barroco desde la transparencia de una línea clara
que, en ocasiones, se enreda como un jeroglífico azteca. El trazo de Esteban Hernández es inconfundible, como lo son sus personajes hechos de parches y
líneas moduladas. Un puzzle en el que todas las piezas encajan.
Tampoco son fáciles sus historias: ¿se puede contar una vida a base de detalles triviales, a base
de gestos y pensamientos racheados? ¿Se puede escribir una biografía huyendo
del tiempo y saltando de espacio en espacio sin un mapa? Ese es el objetivo de
Nada. Cuánto hay en estas páginas de confesión, de catarsis, de elaboración
ficcional o de simple juego predictivo, sólo su autor lo sabe.
Al lector únicamente le resta dejarse llevar expectante por el relato fragmentario, en algunas
páginas; por la fe en el narrador (como el ciego que da pasos confiado en su
lazarillo), en otras; o embelesado ante la retórica existencialista y la
filosofía de las pequeñas cosas que se construyen a partir del monólogo del
protagonista de Nada. Porque, en realidad, esa nada que titula el cómic de Esteban
Hernández se traduce en una colección de vivencias y reflexiones que nos ayudan
a dibujar la personalidad de un ser humano tan extraño, tan único, que
podríamos ser cualquiera de nosotros.
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