Un cómic con ingredientes, peso neto y valores nutritivos en 100 gramos. Una edición cuidadosa de Reservoir Books con olor a sardina. Y un prólogo de Paco Roca, que nos cuenta cosas tan sustanciosas como que:
Un océano de amor habla de gente que vive junto al mar, en un pueblo evocador, con todo el sabor de las poblaciones costeras de novelas como La isla del tesoro o El canto de la tripulación. Este relato es un homenaje al mar, a ese mar que tanto a hecho soñar a aventureros y escritores y que en la actualidad está amenazado por el progreso humano. En una entrevista, Lupano cuenta cómo la semilla que hizo nacer esta historia se remonta a 2005, cuando viajó al estado de Chiapas y se encontró con un río de residuos en lugar de las aguas cristalinas que esperaba disfrutar.
Un oceano de amor es, efectivamente, un libro marinero, un relato de aventuras y una ensoñación romantica; pero el guión de Wilfrid Lupano encierra igualmente un gran vodevil con trazas de comedia costumbrista, un enredo en el que tienen cabida piratas del Índico, guapas modelos de revista, plañideras bretonas y hasta un Fidel Castro convertido en bailarín improvisado... Como lo oyen.
El arranque del relato es una pequeña maravilla de romanticismo cotidiano: como cada mañana, Monsieur se levanta antes del amanecer y se enfrenta a su miopía de Rompetechos y a un día que se antoja largo y tempestuoso; su mujer, le espera en el comedor con un desayuno contundente de tortitas, jamón y huevo que Monsieur devora como un niño pequeño; en la tartera con el almuerzo, como todos los días, una lata de sardinas..., sus odiadas sardinas, que, paradoja del sino Romántico, habrán de salvarle la vida. Estas primeras páginas están cargadas de cariño y sensibilidad, de heroicismo de zapatillas, gafas de culo de vaso y sartén oxidada. Un matrimonio que sobrevive al mar día a día con ánimos renovados, un homenaje a la dura vida marinera y un ejercicio de respeto silente y admiración respetuosa al mar que a tantos da de comer y a muchos otros entierra.
A partir de ese arranque, la historia comienza a girar en un vértigo de enredos, situaciones imposibles y comedia muda que, por momentos (casi todos los protagonizados por la mujerona de Monsieur), nos remite al slapstick más gestual y bufo de Jacques Tatí o de los clásicos del cine mudo (o el cómic mudo, como el de Milt Gross, por supuesto).
Porque, no lo hemos dicho, pero Un océano de amor es también un cómic sin palabras, silente, mímico, pero al mismo tiempo vívido, expresivo y dominado por un mar estruendoso. No hubiera sido posible sin el arte admirable de Grégory Panaccione, sin sus efectos digitales que brillan como pinceladas de acrílico, o sin su uso expresionista de la línea y el paisaje. Los escenarios de Panaccione componen una colección de frescos y naturalezas que nos invitan a embarcarnos en un crucero transatlántico, no siempre gozoso: la belleza agreste de la costa bretona se cruza con los amaneceres marinos y la calidez caribeña de La Habana, pero en la travesía descubriremos también la sal en la herida, la pesca incontralada, los vertidos ilegales, la "sopa tóxica" del Atlántico o a los nuevos y terribles piratas del Caribe.
Un océano de amor es una tragicomedia con conciencia y corazón, un cómic sin palabras que, gracias a los lápices de Panaccione, tampoco parece necesitarlas.
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