Goya. Saturnalia es un cómic ambicioso. Mucho. Arranca de aquella premisa que sitúa a Goya en el origen de todas las vanguardias (desde el impresionismo y el expresionismo, hasta la astracción y su implosión en el expresionismo abstracto norteamericano), para concluir en una tesis aún más ambiciosa que otorga al genio de Calanda cierta paternidad sobre el arte moderno y buena parte de la cultura contemporánea, y, especialmente y por lo que más nos interesa a sus compatriotas, sobre una forma trágica de sentir a España y a Europa que ha terminado por impregnar todo el arte, la cultura y el pensamiento de nuestro país. Son reveladoras esas páginas finales (no se preocupen, no hay gran spoiler aquí) en las que un Goya febril y alucinado sueña-proyecta-grita (desde la cabeza, la pluma y el pincel de Gutiérrez y Romero): "Soy Velázquez... Soy Baldomero Romero Rosendí... Soy Géricault... Soy Cayetana de Alba... Soy Josefa Bayeu... Soy Leocadia... Soy William Blake... Soy Beethoven... Soy Picasso... Soy Käthe Kollwitz... Soy Zoran Mušič... Soy Lorca, soy Enrique Morente, soy Camarón... Soy Bacon...". Biografía, España, Historia, crítica del arte y patrimonio cultural mezclándose en el mortero metaficcional de Saturnalia.
Los lápices, pinceles y técnicas digitales del pintor Manuel Romero ahondan en esa búsqueda de vínculos e itinerarios plásticos. En éste su primer trabajo como dibujante de cómics (el primero de muchos, deseamos), su estilo se mueve dentro de un expresionismo exuberante y desgarrado, pero no únicamente. Su trabajo va varios pasos más lejos: sin escaparse del todo de la impronta goyesca, Romero evita caer en la tentación de la mímesis estilística, para perseguir esa línea que conduce desde don Francisco hasta las primeras vanguardias pictóricas y concluyen en el océano de la abstracción. Por momentos, Goya. Saturnalia se zambulle dentro de esa abstracción (sus primeras páginas producen perplejidad, hasta provocar cierto desencuentro narrativo); el lector se ve obligado a rastrear las escasas huellas figurativas y a unir los brochazos expresionistas en la recreación de paisajes y personajes para construir el relato que se esconde detrás de las imágenes. Según avanzan las páginas, la historia va adquiriendo claridad (sin abandonar esa búsqueda deliberada del constructo expresionista y fragmentario que preside todo el libro); empezamos a atar cabos, a reconstruir la historia de Goya dentro de la historia de España; a descubrir la naturaleza de sus dramas personales (físicos, mentales e ideológicos); a penetrar en las penumbras de una época (el siglo XIX español) que enfrentaba a hermanos, vecinos y conciudadanos en una batalla ideológico-política (entre tradición absolutista e ilustración), que terminaría por apartar a España del camino Europeo, sumiéndonos en una era de zozobra nostálgica y orfandad.
El guion de Manuel Gutiérrez confía en las imágenes perturbadoras de Romero para huir de la linealidad narrativa y construir el marco expresionista de los últimos años de vida del protagonista en la Quinta del Sordo. Los años de sus Pinturas negras, los años lacerantes de su sordera y su inercia hacia la locura paranoide. Hay algo trágico y lorquiano en los textos de Romero, siempre ambiguos, esquivos y simbólicos. La conjugación de las cartelas narrativas, los diálogos de los personajes, sus silencios (expresados gráficamente por los globos vacíos de aquello que Goya no puede oír), las transiciones digresivas casi abstractas y las viñetas más figurativas consigue componer un texto (un marco) que asciende de lo narrativo a lo pictórico, de lo discursivo a lo visual: una obra ecléctica e interdiscursiva a la que palabras como "cómic" o "narración gráfica" se le quedan cortas en términos descriptivos. Goya. Saturnalia es un trabajo complejo y exigente, incómodo, muchas veces, pero siempre enriquecedor.
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