Hace ya tiempo que la muchachada canadiense de Drawn & Quarterly vino a estas tierras para quedarse. Hemos de reconocer que, como lectores, les debemos bastante a los Seth, Matt, Doucet o Chester Brown. Se nos descubrieron, así de primeras, como unos redescubridores de la técnica autobiográfica. Sin llegar al flagelo del rey Crumb, los canadienses incorporaban a sus autoconfesiones diversos elementos y fórmulas bastante inhabituales en el mundo de las narraciones gráficas allá en los años 90ytantos: el lirismo autorreferencial de Seth en esa pseudoficción gozosa que es La vida está bien si no te rindes; el humor cáustico, cínico autocompasivo de Joe Matt en Peepshow; el exorcismo biográfico manchado por el realismo de alcantarilla de Julie Doucet o la confesión desnuda y frágil de las penurias adolescentes de Chester Brown.
Lo primero que vimos de este último en nuestro país (al menos lo primero que leí yo) fue El Playboy. Un tebeo interesante que La Cúpula publicó en 1995 en tres incómodos cómic-books (por el formato, que no por la edición, cuidada y muy correcta). Precedido por su fama, El Playboy reunía algunas de las constantes en la obra de Brown: un dibujo quebradizo y elegante ("¿cómo consigues hacer todas esas líneas tan finitas?", le pregunta uno de sus personajes a Brown); encontrábamos también la sensibilidad ciclotímica de su autor, ese aire semi-autista que le llevó a crearse un alter-ego en forma de conciencia voladora bipolar (ángel-diablo), con la que poder consultar sus cuitas; y, por último, El Playboy presentaba la técnica organizativa de Brown, con una distribución libérrima de viñetas en la página, únicamente condicionada por los intereses narrativos de la secuencia tratada (que podía consistir en páginas formadas por una única viñeta). Por todo ello, la historia de este Brown adolescente y sus complejos judeocristianos ante el sexo impreso (de ahí el título), nos interesó sobremanera en su día y nos parece recomendable en el presente, aunque no deja de ser un ejercicio tempranero, cuyo mayor defecto reside en su falta de recorrido narrativo y en la limitación (tanto espacial como temática) de su propuesta.
Antes de su relación privada con la revista porno de marras, Brown había trabajado en una obra de claros tintes surrealistas, humor morboso desatado y mucha mala uva, que había aparecido por entregas en Yummy Fur (el fanzine autoeditado por Brown en los 80); hablamos de Ed el payaso feliz (La Cúpula, 2006). Adolecen sus capítulos o gags de cierta anarquía relacional (deuda de un proceso creativo basado en el automatismo surrealista) y digamos que al traje del payaso se le ven las costuras más de la cuenta. Pese a ello, el conjunto presume de un humor dadaísta, cuando no demente, y de esa profundidad intelectual, que sobrevuela casi toda la obra del canadiense.
Porque, ¿sabían que para Seth su amigo Brown es un genio? Se deja entrever en las que, hasta el momento, son sus dos obras mayores, Louis Riel (La Cúpula, 2006; "completa" en 2007) y Nunca me has gustado (Astiberri, 2007). Algún día retomaremos la primera de ellas (en realidad su último trabajo de entidad), vayamos ahora con la otra.
Nunca me has gustado nace de la misma idea que El Playboy y, como aquella, se publica por entregas en Yummy Fur a comienzos de los 80 (cuando Brown ya ha fichado por Drawn & Quarterly). Sin embargo, y pese a las muchas semejanzas que hemos comentado anteriormente, Nunca me has gustado supera a su hermana ampliamente en inteligencia y madurez. Lo hace por lo que respecta a sus contenidos, pero también por la lucidez con la que plantea su desarrollo argumental y por su capacidad para emocionar al más pintiparado. Y es que las confesiones de Brown huelen a verdad, pero, además, tienen un extraño efecto contagioso que nos recuerda a aquel otro autor inclasificable que veíamos no hace tanto. Se trata, imaginamos, de una cuestión de instinto e intuición: la que se necesita para apretar la tecla adecuada que nos muestra el proceso de maduración por el que todos hemos pasado.
Esta obra de Chester Brown habla sobre el paso del tiempo, sobre el nacimiento de la conciencia individual y sobre la aparición (la lucha hormonal) de los primeros sentimientos afectivos (sexuales y sentimentales). El canadiense consigue trasmitir la lucha interior que sacude a todo adolescente, esa incomprensión y falta de empatía con el mundo exterior, que termina convirtiéndose en todo un trayecto de equivocaciones, vacilaciones y aprendizaje a marchas forzadas. Desde nuestra óptica de lectores maduros, de seres humanos más o menos formados (¿se llega a eso algún día?), los protagonistas de Nunca me has besado no dejan de equivocarse; por eso parecen tan reales. El espectador observa impotente su falta de decisión, la incoherencia de sus actos y el egoísmo infinito que guía sus decisiones. No podría haber sido de otro modo. Brown nos sacude con su acto de contricción y, de un latigazo en pleno rostro, nos muestra la facilidad con que nos olvidamos de lo que hemos sido.
Lo mejor de todo es que Brown consigue sus fines con una economía de medios y de discurso admirables. Con un dibujo sutil y una línea clara, casi transparente, pero muy plástica (que líricas son las escenas "bruscas", las que se suponen más agitadas o violentas, como esas peleas de amor entre Brown y Carrie). Con un uso maestro de la elipsis, que le permite al autor avanzar desde la infancia del protagonista hasta la adolescencia, con la suavidad del recuerdo esbozado (fragmentario, como son las imágenes de nuestra primera juventud). En este sentido, la utilización de indicios y repeticiones, permite ligar los sucesos en un hilo discursivo coherente. El empleo del montaje incide también en la disposición del material narrativo y permite subrayar unos episodios en detrimento de otros; o poner de relieve sucesos menores (desarrollados en varias páginas) frente a otros que parecerían más relevantes pero tienen un peso menor (o una inconsistencia mayor) en el recuerdo del protagonista. Así, hechos tan triviales como masticar una galleta, se convierten en hilos rectores de la historia y en ejercicios contemplativos de honda melancolía, gracias a una viñeta aislada en medio de la página.
La obra de Brown sorprende al que se acerca a ella por vez primera, a algunos les puede incluso parecer irritante y condescendiente en algunos momentos, pero, que nadie lo dude, el canadiense ha conseguido elaborar un lenguaje comicográfico absolutamente convincente y personal. Nunca me has gustado es el mejor ejemplo de ello.
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Le hemos tomado prestadas algunas de las imágenes a Pepo. Cuelga varias más aquí.
12 comentarios :
¡Pedazo de reseña, sí señor! Estoy muy de acuerdo con tus apreciaciones, una obra que emociona precisamente por lo desapasionado que parece el discurso. He discutido sobre esto con otra gente. "Qué tebeo más frío", me dicen, cuando para mí es justo todo lo contrario. En fin, para gustos los colores, pero no se puede negar que Brown ha exprimido los recursos que le ofrecía el cómic para retratar su neñez-adolescencia en este tebeo.
Diga usted que sí, no hace falta ser emotivo para ser sensible. La habilidad de Brown reside precisamente en mostrarse humano sin necesidad ser dramático, en parecer vulnerable sin necesidad de recrearse en las heridas... De ahí que la elipsis y lo que no se cuenta sea tan importante como ese pequeño detalle (aprentemente intrascendente) que condiciona un día, una semana o un año de su existencia. No podía estar más de acuerdo con usted... una vez más ;)
¡Muy buena reseña, Little Nemo!. Yo creo que va a estar en el podio de "los mejores tebeos de 2007".
Gracias, amigo Kalashnikov; pues sí, me parece que lo estará (al menos en esta casa :D
Vaya, vaya. Y yo que todavía no me he hecho con él... Me ha convencido, señor Kat: una reseña de las de quitarse el sombrero. A mí Ed, el payaso feliz me encantó; en cambio, éste no me atraía... No soy especialmente aficionado al subgénero autobiográfico o de slice of life, aunque me gusten Doucet, Clowes o Tomine... En fin, habrá que darle una oportunidad, después de leerle a usted le entran a uno las ganas.
Saludos.
Pues, hombre, señor Tetebeos, si le gustan Doucet y Tomine, no se lo piense; lea, lea, que la lectura lo merece.
Gracias por sus palabras amables ;)
Tebeo del año, o casi (veremos lo que nos reserva el último trimestre, así como la lectura de El Fotógrafo 3).
Y en su contexto (no es nuevo), uno del os puntos más importantes en la historia del medio, capítulo "nuevos alternativos" y "miradas adultas" :)
Un capítulo que habla francés e inglés con acento canadiense. Y hablando de franceses, decir que sí, que hay que contar con El Fotógrafo 3, el cierre de una de las mejores obras de los últimos años.
Señor Punch, Nunca me has gustado tendrá que disputar seriamente el título de mejor del año con El bulevar de los sueños rotos, otro pedazo de cómic. Buen año, pues.
Y anda por ahí también esa joyita que es "Por qué he matado a Pierre" de Olivier Ka y Alfred, que las mata callando ;)
No soy buena escritora ni buena lectora. Lo cierto es que esta es mi primera experiencia con la lectura del género gráfico. Todo ha comenzado porque en la universidad tenemos una asignatura sobre el cómic. Es por ello que me he visto obligada a elegir entre una larga lista de títulos que para mí, en un principio nada me decían aparte de: '¡Qué coñazo de asignatura!'. Sin embargo, gracias a ella, he abierto en mi vida un nuevo camino que hace un pequeño hueco para la lectura de comics. Nunca me has gustado fue el cómic que decidí leer y tengo que añadir que aunque no entienda mucho del teme me ha encantado y esoty muy deacuerdo con vuestros comentarios.
Amiga anónima, sea usted bienvenida al club de los "comi-cadictos". Seguro que éste de Brown es el primero de una larga lista. ¿Me deja que le recomiende otro de actualidad?: Por qué he matado a Pierre, de Alfred y Olivier Ka. Verá como lo disfruta también.
Gracias por su visita. Nos seguiremos viendo por aquí, ¿verdad? ;)
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