En nuestra última cita radiofónica en Plan B, nos acercamos a las vanguardias (más o menos escondidas) del cómic del siglo XX: esos autores que intentaron colarse en la modernidad por los escasos resquicios que les permitieron las restricciones formales y editoriales de los syndicates periodísticos estadounidenses. En TBO en la onda (a partir del minuto 21:50) hemos invitado a genios como Winsor McCay, Lyonel Feininger, Gustave Verbeek, George Herriman o Frank King. Nombres esenciales, artistas recuperados y por reivindicar (más que nunca) en estos tiempos de novelas gráficas y nostalgia. Y, de postre, rematamos con algunas reflexiones sobre el nobel a Bob Dylan, que todavía no ha tocado nadie el tema.
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viernes, octubre 28, 2016
viernes, octubre 14, 2016
Hablemos de viñetas: TBO en la onda (en Plan B)
Acaba de nacer una nueva emisora con aires marinos y alma cantábrica, Arco FM. Sin transición, nuestros amigos santanderinos nos han invitado a pasearnos por sus ondas y a participar en uno de los programas más sugerentes que formarán parte de su parrilla: Plan B. Lo contrario a un magazine, nos han aclarado. Cada lunes, de 18:00 a 19:00 En Plan B se hablará cada lunes a las 18:00 de cultura sin prejuicios ni condicionantes, una mirada abierta y abarcadora hacia el presente cultural por encima de modas, tendencias o correcciones políticas. Vanguardia y actualidad, estéticas y poéticas. Y cómic, por supuesto.
Tenía que haber un hueco para los cómic en Plan B, una sección en la que poder revisitar clásicos, analizar tendencias y descubrir cómics escondidos. Nos llamaremos TBO en la onda y cada dos o tres semanitas visitaremos los estudios de Arco FM para charlar de viñetas y pasar un buen rato con nuestros anfitriones Jorge Villasol & Alfredo Santos. Les esperamos.
Para que abran boca y se hagan una idea, les dejamos aquí con el primer programa de Plan B:
viernes, septiembre 02, 2016
Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak, en Culturamas
Abrimos nuestra reseña sobre el manifiesto de Frédéric Pajak con una cita también incierta, por lo que tiene de paradójico viniendo de quien viene:
Resulta curioso que las palabras parezcan una necesidad, un
consuelo, al mismo tiempo que encarnan una equivocación, un desliz, una
fuente de incomprensión. Me dejan perplejo y consternado la desenvoltura
oratoria, esas bocas llenas de sí mismas, esas voces que lucen, que
proclaman alto y claro su permanencia a la “realidad” -quiero decir a la
autoridad-. Naturalmente, ante ese vasto ruido demasiado bien ordenado
se abren abismos, y no me creo ni una palabra. Creo en el balbuceo, en
la palabra hecha añicos entre sus zarzas y su maleza. Creo en una verdad
total y absoluta, y perfectamente inefable.
Se queja Pajak de la oratoria, pero él escribe, con palabras, como un torrente que fluye vertiginoso y cristalino, y con imágenes, en un claroscuro expresionista que dibuja la vida de poesía. Hablamos de su libro, de Walter Benjamin, de Samuel Beckett y de muchas otras cosas en: "Manifiesto incierto, de Frédéric Pajak. Ensayo de una vida dibujada".
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viernes, julio 29, 2016
Intrusos, de Adrian Tomine. Madurez generacional (en ABC Color)
En nuestro último artículo para el suplemento cultural de ABC Color, de Paraguay, hemos hablado de Intrusos, la última obra de Adrian Tomine. Se trata de un libro formado por seis historias breves; género en el que el norteamericano se ha revelado un verdadero maestro desde que publicara sus primeras historietas en su fanzine Optic Nerve. Intrusos es un trabajo complejo y ambicioso; un paso adelante en la capacidad narrativa de su autor y, en cierto sentido, una declaración de principios por parte de uno de los nombres esenciales de la revolución de la novela gráfica. De todo ello hablamos en "Madurez generacional". Acompaña a nuestro texto un afinado perfil biográfico a cargo de Juliá Sorel: "Adrian Tomine, Cazador de rutinas".
Se escucha y se lee mucho últimamente que Intrusos (Killing and Dying, en inglés) es el trabajo más maduro de Adrian Tomine. Analicemos qué hay de cierto en ello, y que hay de nuevo en ésta, su última colección de relatos breves.
Tomine pasa por ser uno de los grandes autores contemporáneos de la narración comicográfica. Las revistas y publicaciones más prestigiosas del mundo se pelean por sus dibujos e ilustraciones y prácticamente todos sus cómics se reciben con elogios unánimes de crítica y público. Lo curioso es que la cosa es así desde que el canadiense tenía 16 años y comenzó a autoeditarse su fanzine Optic Nerve en los 90 y a vender sus entregas por correspondencia antes de que Drawn & Quarterly (nada menos) se fijaran en él. Un talento precoz, un narrador superdotado.
Pero, ¿qué queda en Intrusos de aquel joven creador cuyas historias cortas todo el mundo comparaba con las de Raymond Carver? Sobre todo, precisamente, su gusto por la brevedad, por la condensación de la historia. Uno de los rasgos que más nos gustaban del Tomine de los Optic Nerve, perfeccionado en Sonámbulo y otras historias o Rubia de verano (dos de las recopilaciones de sus historias cortas publicadas en España), era esa capacidad de capturar el instante representativo: ese ojo clínico y quirúrgico que condensaba la vida o la psicología de un personaje en solo unos minutos, días o meses de su existencia. Sus historias parecían en el fondo fragmentos de narración, relatos in media res, que carecían de un principio o un final. Todavía hay mucho de ello en Intrusos, aunque la temporalidad de las historias de Tomine se haya vuelto, en general, más compleja y menos lineal: el relato que da nombre a la edición española, por ejemplo, apenas abarca unos días en la vida de su protagonista, un hombre de quien ni siquiera sabemos el nombre y que parece vivir una de esas etapas vitales de crisis y comportamientos erráticos que invitan más al olvido que a la creación de una historia a su alrededor. De otra situación de crisis personal arranca «Vamos, Búhos», de cronología igualmente breve (unas semanas, de nuevo), construida por pequeños saltos temporales irregulares. Es la historia del encuentro de dos personajes de edades diferentes que no tienen en común más que el estar perdidos y el carecer de una perspectiva futura de redención. Historias breves e instantes escogidos para la reconstrucción de vidas complejas: el Tomine de siempre, si cabe aún más hábil, imaginativo y complejo en la construcción de sus tramas (lo demuestra, por ejemplo, su fabuloso uso de la elipsis en «Triunfo y tragedia»).
De sus orígenes, el autor conserva también su enorme capacidad como dibujante realista, que no ha hecho sino mejorar con el tiempo (como ya dejó claro su excelente primera novela gráfica Shortcomings). Ha desaparecido cierta uniformidad que imprimía a las fisonomías femeninas y a sus personajes más jóvenes, en general. Tomine se ha consolidado como un dibujante sobresaliente: un autor con una línea clara y limpia que consigue capturar la realidad con un nivel de detalle y una apariencia de facilidad que no debe engañarnos respecto a su capacidad gráfica. Además, el Tomine de Intrusos es un dibujante mucho más ecléctico: juega constantemente con diferentes registros estilísticos y experimenta con recursos audaces en los usos cromáticos, como la alternancia entre el color y el blanco y negro en «Una breve historia del arte conocido como “hortiescultura”»; el falso empleo del bitono en «Vamos, Búhos»; el finísimo trazo gris vectorial en «Triunfo y tragedia», en vez de su habitual línea firme; o el gris monocromo en «Intrusos». En cada historia del libro, recurre a un estilo y una técnica de dibujo diferente, demostrando que es un creador en constante búsqueda. Así, mientras su estilo en «Amber Sweet» se parece mucho al de la línea clara y los colores planos que le hicieron célebre, el trazo suelto y modulado de «Intrusos», junto al empleo de la mancha y el sombreado expresionista, nos recuerda mucho más a autores como David Mazzucchelli o, si nos retrotraemos más en el tiempo, a los juegos de iluminación de un maestro como Milton Canniff.
Y es ahí donde tenemos que buscar la madurez del nuevo Adrian Tomine: en su conciencia generacional o, mejor aún, en su aceptación de pertenencia a un grupo privilegiado de autores que desde los 90 están provocando uno de los cambios culturales más excepcionales que ha vivido un discurso artístico en las últimas décadas: la madurez del cómic, que ha sucedido a la consolidación de la novela gráfica como formato. Tomine se sabe uno de los elegidos y, con sus pares, comparte el momento y avanza en una experimentación formal y conceptual intrínsecamente unida, en realidad, a la recuperación del pasado.
Quizás no haya mejor manera de entender Intrusos que por la lista de agradecimientos que el autor publica en las páginas finales. Entre sus nombres, adivinamos a algunos de los nuevos narradores de la literatura estadounidense, como Zadie Smith; encontramos a Chris Oliveros, el mago-visionario que en 1990 fundó Drawn & Quarterly, la casa editorial que tanto ha hecho por la consolidación del cómic moderno; aparece también otra visionaria, Françoise Mouly, que con su marido Art Spiegelman decidió a inicios de los 80 que el cómic podía ser un vehículo de alta cultura, un medio de creación adulta, y fundó la revista Raw.
Pero, sobre todo, en esa lista aparecen nombres como Chris Ware, Daniel Clowes o Seth..., los coetáneos de Adrian Tomine, los miembros de su «hermandad» artística: los que, como él, estaban llamados a cambiar el futuro del cómic cuando empezaron a participar en proyectos como Raw o cuando en el arranque de los 90 comenzaron a publicar y autoeditar revistas y fanzines cuyos nombres están cargados hoy de misticismo fundacional: Eightball, ACME Novelty Library, Palookaville u... Optic Nerve.
Todos ellos se propusieron revitalizar el cómic, ampliar sus fronteras, desde una mirada constructiva al pasado, no solo del cómic, sino también de la ilustración o la tipografía. Construir un nuevo edificio a partir de la obra de genios como Winsor McCay, George Herriman, Frank King o Will Eisner, a los que las historias del arte y de la narración nunca habían puesto en el pedestal que se merecían. Sin ir más lejos, encontramos la influencia de Frank King en «Una breve historia del arte conocido como “hortiescultura”», con su alternancia entre episodios a media página en blanco y negro y otros a página completa en color, claro recuerdo de la transición de las antiguas tiras periodísticas diarias (dailies) a las grandes planchas dominicales a color (sundays). Habíamos visto ejercicios parecidos en la obra de Daniel Clowes (Ice Haven) o Seth (George Sprott). Igualmente, es imposible leer el relato «Traducido del japonés» y no recordar la obra de Chris Ware (y, de rebote, la de Winsor McCay), con esas preciosas postales de espacios apenas habitados, tan frías, detallistas y perfeccionistas que crean una geografía narrativa casi fotográfica (apoyada además por la visión subjetiva que construye el relato).
Es cierto, Intrusos es seguramente el trabajo más maduro y complejo de Tomine hasta la fecha, pero, sobre todo, es un ladrillo más de los muchos que él y sus «amigos» están colocando en la creación del edificio del cómic: el mismo espacio que habrá de cobijar el futuro del medio.
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miércoles, junio 15, 2016
Paciencia, de Daniel Clowes, en Culturamas
Hace unos días publicábamos en Culturamas una reseña sobre Paciencia, el último cómic de Daniel Clowes.
Hablar de Clowes es hacerlo de uno de los grandes renovadores del lenguaje comicográfico, de una de las figuras emblemáticas en lo que ha sido el asentamiento de la novela gráfica y su despegue como medio artístico de prestigio. Todas las obras del estadounidense son reconocibles y valientes; en casi todas ellas encontramos algún hallazgo narrativo o méritos estilísticos que las convierten en obras de referencia. Paciencia tampoco decepciona. Enmarcada dentro del territorio de la ciencia ficción, el nuevo cómic de Clowes desafía las convenciones y desborda las expectativas que se van planteando en cada una de sus páginas.
Se trata de un cómic de género, sí, pero al mismo tiempo su autor nos brinda una de sus habituales y certeras aproximaciones a las alienantes sociedades contemporáneas; con su correspondiente galería de personajes grotescos y personalidades perturbadoras.
Les dejamos con el texto: "Paciencia, de Daniel Clowes. Psicopatías futuristas".
Les dejamos con el texto: "Paciencia, de Daniel Clowes. Psicopatías futuristas".
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jueves, junio 02, 2016
Diez años y muchos cómics después...
Diez años hace, ya, que abrimos esta ventana bitacórica.
Al principio, sólo queríamos un archivador, un cuaderno vivo en el que colgar y dejar respirar los textos que escribíamos aquí y allá: aquellos artículos, por ejemplo, que un buen día Antonio Marcos nos invitó a publicar en un periódico de Salamanca que ya ni siquiera existe. Qué finos son los hilos que se entretejen en el tiempo y la distancia. Hoy aquellas páginas de un suplemento cultural se nos confunden con otras que ahora publicamos en un periódico mucho más lejano y exótico, gracias a una nueva invitación, igualmente amable.
Entre medias, nos dice el contador de Blogger que hemos recibido más de medio millón de visitas. En tanto tiempo tampoco parecen tantas. Bastantes, lo sabemos, son nuestras, porque seguimos siendo tan torpes como al principio y sigue costándonos lo mismo que entonces trastear en las tripas de esta plataforma bloguera que siempre nos enreda y confunde con su html y fuentes cambiantes. También hay mucho rastreador de imágenes en la red, y nosotros hemos colgado centenares de ellas. Pero tiene un eco bonito: medio millón. Sabemos, además, que, entre tanta visita casual, durante esta década nos han visitado muchos lectores de forma regular o racheada. Nuestro Little Nemo's Kat ha sido una barra de bar llena de cómics. Un punto de encuentro en el que nos hemos cruzado con amigos y con desconocidos que luego han sido nuestros amigos. Hemos aprendido de blogueros ilustres que empezaron mucho antes que nosotros y de otros que nacieron casi a la vez y ya son referente. Nos hemos dejado aconsejar, enseñar y sorprender por todos esos socios invisibles que en algún momento han llamado a nuestra puerta para contarnos sus secretos. Gracias a todos ellos hemos descubierto nombres, obras y lugares que ya no vamos a olvidar.
Personalmente, esta pequeña bitácora ha sido la excusa perfecta para atrevernos a airear rincones privados. Fue la parada y posta en la que un editor apasionado e idealista nos empujó a publicar páginas que habían nacido para morir en la academia. En la que otras editoras, igualmente soñadoras, nos invitaron a viajes selenitas copilotando cohetes amigos. Gracias a nuestro pequeño gato (viste mucho salir a las calles digitales con un minino al hombro) nos han invitado a fiestas congresales, guateques revisteros y botellones web. Hemos bailado, viajado, escrito y hablado, solos y en compañía. Y, sobre todo, hemos tenido la suerte de conocer a algunos de los protagonistas de una fiesta en la que los galanes y las divas dibujan y los directores escriben al ritmo de guiones con más estampas que palabras.
Pero, sobre todo, durante esta década hemos disfrutado de una penitencia autoimpuesta que, con religiosidad semanal y contadísimas excepciones, nos ha empujado a leer y escribir sobre páginas y más páginas de tebeos, cómics, novelas gráficas, historietas o como a bien tengan definirlas los señores McCay y Herriman que cada día nos vigilan (junto a nuestros amigos Gaspar, Pejac y López Cruces) desde los márgenes de este blog.
Por todo eso, y hasta que la indolencia crónica o alguna obligación insoslayable nos lo impidan, aquí seguiremos y aquí les esperamos, como cada siete días. Hasta ahora, amigos.
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miércoles, abril 13, 2016
Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo, en ABC Color. La canción de la mala vida
Hace algo menos de una semana se cumplían 101 años del nacimiento de una de las grandes voces del jazz, de la música: Billie Holiday. Decidimos celebrarlo por anticipado en el periódico ABC Color de Paraguay, con una reseña del homenaje que otros dos clásicos, los artistas José Muñoz y Carlos Sampayo, le dedicaron a la leyenda en forma de cómic. Curioso intercambio, en realidad, porque Muñoz y Sampayo son también dos leyendas vivas, de la narración gráfica en su caso.
Nuestra editora Montserrat Álvarez le dedica en el número un perfil biográfico a la gran cantante; el Doctor en Filosofía y melómano, Jorge Manuel Benítez, se acerca a su voz a través de la escucha de All or Nothing at All; y nosotros completamos el homenaje con nuestro artículo: "Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo. La canción de la mala vida".
Nuestra editora Montserrat Álvarez le dedica en el número un perfil biográfico a la gran cantante; el Doctor en Filosofía y melómano, Jorge Manuel Benítez, se acerca a su voz a través de la escucha de All or Nothing at All; y nosotros completamos el homenaje con nuestro artículo: "Billie Holiday, de Muñoz y Sampayo. La canción de la mala vida".
Desde siempre, desde que, vanguardia viva, bucearon en el
nacimiento de un cómic adulto que se dio en llamar «cómic de autor»; desde que
se presentaron como invitados transatlánticos del hermano continental junto a
aquellos tipos del underground y a aquellos atildados auteurs europeos que
ahora entendemos como padres de la aclamada cosa gráfica novelada; desde que
empezaron rasgando la página y la viñeta a machetazos, y los bocadillos con
letras trazadas por un buril; desde entonces, Muñoz y Sampayo parecen arte nuevo
y revelación, más que cómic; o cómic artístico y vanguardia, que puede llegar a
ser lo mismo. Reinventores del lenguaje.
La edición preciosa de Billie Holiday, de Salamandra Graphic
(prestada de los franceses Casterman) se abre como si fuera un museo: páginas
doradas a lo Klein antes de los créditos; retrato plateado de ella, esbozado
sobre negro como una caligrafía arrugada, para ilustrar el título; y luego, la
foto enorme en plano medio de Francis Paudras de una Billie bellísima y
jovencísima: una diosa de la música en plena exuberancia subrayada por un
tocado de flores blancas sobre su pelo ensortijado. Un museo sin casi abrir el
cómic de Muñoz y Sampayo, aún.
«Prostituta, alcohólica, toxicómana. Muere joven... Una vida
sentimental desgraciada», dicta el cronista. La niebla de Billie Holliday es
demasiado densa como para que la realidad llegue algún día a despejar el mito
perfecto del malditismo, la gloria y el amor convertido en jirón de voz.
Con el estilo oblicuo y afilado de Muñoz, y la inclinación
de Sampayo por los relatos seccionados y la mirada múltiple, este cómic aborda
la historia de la gran dama del jazz como un relato construido a partir de
referencias cruzadas y testimonios fragmentarios; recreando, en algún sentido,
la propia vida de su protagonista. En el prólogo del cómic, Francis Marmande
así lo señala:
«Afortunadamente, Billie Holiday vivió varias vidas. Varias
vidas simultáneas, cruzadas, enredadas como el hilo de una madeja, con
suficientes placeres inauditos para transmitírselos a todo el mundo; con
aquella risa, a pesar de todo, sobre un fondo de muerte, y esa locura por los
hombres que la llevaría a la perdición.
»...Tuvo la energía para vivir todas esas vidas mil veces
más intensamente que nuestras vidas cuadriculadas, escrupulosas, renqueantes.
Tuvo, sobre todo, la capacidad dañina de vivirlas todas juntas en sus
intersecciones, en sus brechas, en sus heridas insoportables. Murió a los
cuarenta y cuatro años».
Aquel cronista que mencionábamos, un periodista al que le
han endosado la tarea de escribir sobre el trigésimo aniversario de la muerte
de una cantante de jazz a la que no conoce, es una de las esquinas de este
relato oblicuo, también fragmentario y entrecruzado. Una de las marcas de
estilo de Muñoz y Sampayo. Otra de esas marcas es la presencia protagonista en
Billie Holiday de Alack Sinner, personaje estandarte e icono del dúo creativo;
detective oscuro, torturado, complejo, que representa una de las cumbres de la
serie negra comicográfica, y referente fundamental, en las numerosas historias
protagonizadas por él, para el crecimiento del cómic adulto a partir de aquel
cómic de autor europeo e hispanoamericano de los años sesenta y setenta. En
Billie Holiday, Alack Sinner es un policía primerizo (ignorante aún del
serpenteante universo ficcional biográfico que le espera) que un día, de
niño, conoció a la más grande cantante de jazz; y que luego, ya de adulto,
volverá a encontrarse con ella un luctuoso 17 de julio de 1959, casi sin
saberlo. Vidas cruzadas, viajes autorreferenciales.
La tercera presencia del relato es, claro, la que le pone
nombre: Eleonora Holiday, Lady Day, Billie Holiday… La historia de una
desgracia continuada que llegó a parecer una vida; y que salpicó a quienes la
rodeaban, como a ese pobre Lester «Pres» Young, un hombre invisible que
respiraba a través de un saxofón.
El cronista indaga, recupera los retales de la biografía y
los une, no para ilustrar la imagen luminosa de su éxito y recuerdo póstumo (la
que resiste plastificada en las portadas de sus CDs recopilatorios), sino las
huellas casi perdidas de su fracaso como persona, de su vida infeliz sacudida
por el machismo de los hombres que no la quisieron y por el racismo de sus
conciudadanos, que no la respetaron. De fondo, suena «You might find th’night
time th’right time for kissin», como un mantra. Tonada del anhelo de lo que
nunca fue.
La voz de Billie Holiday encerraba el secreto del arte, y
sus canciones solo nos dejaban constatarlo por una rendija. Este cómic lo da
por hecho, y nos abre otra rendija para que descubramos la fragilidad, la
imperfección y la suerte perra que en realidad respiraban debajo de la
estrella.
El arte gráfico de José Muñoz, dueño del claroscuro, del
tenebrismo, el verdadero expresionista alemán de Buenos Aires, es de nuevo un
prodigio de manchas, intersecciones y rostros cortados por la tinta de una
navaja. Los globos y los textos de Billie Holiday se entretejen, van y vienen,
y, como en una banda sonora impresa sobre papel, crean un contexto, una
atmósfera pesada y densa, hecha de conversaciones anónimas, recuerdos casi
perdidos y muchas noches sin dormir (las del periodista, que necesita terminar
su artículo, las de Alack Sinner, que no sabe que ella se está muriendo en la
habitación contigua, y las de Billie Holiday, que fueron casi todas).
Este cómic está cargado de arte desde la portada hasta las
páginas finales, en las cuales, bajo el título de «Jam session», se recogen los
increíbles bocetos, dibujos rápidos y cuadros de situación creados por Muñoz
para terminar de redondear un trabajo, que es un homenaje a la vida triste de
una voz única.
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martes, febrero 16, 2016
Aquí, de Richard McGuire. El tiempo infinito (en ABC Color)
Ha salido este fin de semana el artículo que escribimos para ABC Color Paraguay sobre el que para muchos ha sido el cómic del año. Podríamos incluirnos en el grupo: Aquí es uno de esos tebeos (llamenlo novela gráfica) que nos cambia la mirada y que habrá abierto puertas y ventanas a muchos creadores; una obra que, estamos seguros, tendrá secuelas y ahijados. En nuestro artículo, repasamos el recorrido del Aquí de Richard McGuire desde aquella versión primeriza y seminal en la revista Raw, de Art Spiegelman y Françoise Mouly. Para completar el cuadro, nuestra editora, Montserrat Álvarez, nos ofrece un perfil biográfico del artista.
Aquí tienen las páginas del suplemento y nuestro artículo: "Aquí, de Richard McGuire. El tiempo infinito".
Aquí tienen las páginas del suplemento y nuestro artículo: "Aquí, de Richard McGuire. El tiempo infinito".
No hay más que echarle un ojo a las habituales listas anuales con las recomendaciones de los mejores cómics del 2015 para darse cuenta de que hay un consenso casi unánime entre críticos y lectores a la hora de situar Aquí, de Richard McGuire, como uno de los acontecimientos viñeteros del año.
RAW: EL INICIO
Cuando Art Spiegelman y su mujer, la editora Françoise
Mouly, comienzan a editar el primer volumen de su revista Raw en 1980, su
objetivo está claro: demostrar que el cómic, considerado por muchos hasta ese
momento un reducto para lectores de prensa y para una masa de niños y jóvenes
aficionados al género superheroico, podía convertirse también en un vehículo de
alta cultura; en un producto con contenidos de calidad. Por su circunstancia vital,
los dos editores de Raw estaban familiarizados con los principales movimientos
del cómic adulto surgidos en los años 60 y 70: el cómic de autor europeo y,
sobre todo, las revistas de comix underground estadounidense; en algunas de las
cuales había participado el propio Spiegelman. Precisamente, con la idea de
cambiar la recepción lectora de los cómics, Mouly y Spiegelman contactan con
varios de los artistas europeos y estadounidenses surgidos de aquellos
movimientos de los años 60 y 70, con la intención de incluir trabajos suyos en
su nueva revista experimental Raw.
El Volumen 1 de Raw (1980-1986) constó de ocho números,
cuidadosamente publicados en blanco y negro, en un gran formato y completados
con diversa parafernalia editorial (cartas, flexi-discs, cuadernillos, etc.).
En esas primeras revistas, que se presentaban bajo epígrafes ilustrativos de
sus intenciones, como "The Graphix Magazine for Damned Intellectuals" o "The
Graphix Magazine That Overestimates the Taste of the American Public", cohabitaron
autores europeos y sudamericanos de prestigio (Jacques Tardi, Joost Swarte,
Muñoz y Sampayo), figuras del underground (Robert Crumb, Justin Green, Kim
Deitch) y gigantes del manga aún desconocidos en Europa (Yoshiharu Tsuge);
junto a prometedores nuevos talentos (Charles Burns, Ben Katchor, Chris Ware),
artistas plásticos conectados con el mundo del cómic (Gary Panter, Mariscal) y
algunos materiales recuperados de la tradición clásica casi olvidada del cómic,
que incluían planchas de Caran D’Ache, Winsor McCay, Milt Gross y George
Herriman.
PÁGINAS VISIONARIAS
También en ese primer volumen, el propio Art Spiegelman comenzaría a publicar y a dar forma definitiva a la serie biográfica sobre el
testimonio de su padre, Vladek Spiegelman, superviviente de Auschwitz durante
la Segunda Guerra Mundial, a la que ya se había aproximado algunos años antes
desde su experiencia underground. El primer libro de Maus se publica
episódicamente en seis ejemplares de Raw antes de ver la luz como una de las
primeras «novelas gráficas»; en realidad, la que estaba llamada a cambiar el
futuro del cómic adulto. El segundo libro de Maus aparecería en el volumen 2 de
Raw (1989-1991), que consistió únicamente en tres números en formato de libro,
con páginas en color y buena parte de los colaboradores que habían participado
en la primera etapa de Raw. En sus páginas terminó de forjarse la leyenda de
Maus: historia de un superviviente, cuya segunda parte, metaficcional, incluye
las reflexiones del propio Spiegelman sobre la creación de la obra misma.
Más desapercibida pasó, en los dos primeros números de ese segundo volumen, la presencia de un joven artista y músico llamado Richard McGuire. Su contribución al primer número de la segunda etapa de Raw se tituló Here: consistía en seis páginas con una estructura simétrica de seis viñetas cada una, ocupadas por el plano fijo de un mismo espacio en diferentes momentos de la historia (la fecha aparecía en una pequeña didascalia informativa situada en la esquina superior izquierda); dentro de cada una de esas viñetas-marco, McGuire insertaba microviñetas (con su fecha correspondiente), con la intención de segmentar aún más la información espacio-temporal y remitirnos a otros momentos temporales dentro del mismo espacio. El efecto final del cómic creaba auténtica confusión en el lector y rompía cualquier marco de expectativas preconcebidas por lo que respecta a la secuenciación narrativa tradicional que
se le presupone al cómic; tal y como se entendía en ese momento, al menos. En su momento, los lectores se acercaron a Here como quien se acerca a un juego visual, un experimento facturado en viñetas.
MAPAS DE LA MEMORIA
Y así hasta el momento presente, en que diferentes editoriales estadounidenses y europeas se han puesto de acuerdo para publicar la versión actualizada y redibujada de aquel Here, con el mismo título de entonces y la nueva pátina de lujo y reconocimiento que ahora otorga la etiqueta «novela gráfica» (una marca de prestigio que no se entendería como tal si no fuera por la importancia de Spiegelman y su Maus). Pantheon en Estados Unidos, Hamish Hamilton (Penguin) en Reino Unido y Salamandra Graphic en España han sacado a la luz la nueva versión redibujada y ampliada de una obra de 1989 que sigue leyéndose como si fuera verdadera vanguardia y que se ha acogido como
todo un acontecimiento.
De aquellas seis páginas originales, el nuevo cómic de McGuire conserva en sus trescientas cuatro nuevas páginas la esencia y las intenciones; pero frente a la antigua organización regular en viñetas, esta nueva edición recurre a la doble página como unidad narrativa. El blanco y negro ha
sido sustituido por un uso muy significativo del color en una clara búsqueda de intenciones cromáticas, relacionadas con las fechas y los instantes transcurridos en el interior de una habitación que sigue funcionando como escenario único de la acción. El estilo gráfico de McGuire ya no responde tampoco al minimalismo y la línea clara de aquella primera obra. En su lugar, el autor elabora preciosistas cuadros espaciales, ilustrados con técnicas muy diversas, que van desde el dibujo a lápiz, las acuarelas y la pintura gouache hasta versiones vectoriales de fotografías reales pertenecientes a su archivo
familiar. Y es que, como confiesa el propio McGuire en una entrevista reciente para la revista teórica online Cuadernos de Cómic, hay una carga muy fuerte de autobiografía en este libro:
La historia sucede en una localización actual, la casa donde he crecido, que está en Nueva Jersey, no muy lejos de Nueva York. He navegado entre cajas de fotos familiares y películas que mi padre hizo, en busca de momentos casuales, imágenes que no parecieran posadas. Recibí una beca de investigación en la biblioteca pública de Nueva York. En sus colecciones encontré viejos periódicos en microfilm, fotos de archivo y mapas. Incluso encontré un diario de alguien que vivió en el mismo pueblo en el siglo XVII. Trabajé durante un año descubriendo hechos históricos interesantes. Entonces tracé una línea temporal en papel a lo largo de toda la pared de mi estudio. En este momento, todavía no sabía de qué iba a ir el libro. Tenía la estructura pero debía rellenarla con el contenido. La historia de seis páginas que hice años antes (y en la que se basa este libro) era poco más que un ejercicio formal. Sabía que tenía que profundizar en las emociones para adaptarla a un libro (entrevista de Mireia Pérez, en CuCo #5).
La base narrativa sigue siendo la misma: McGuire nos monta en su máquina del tiempo para guiarnos en un deslumbrante viaje diacrónico, sin moverse un centímetro de su escenario. La habitación, el espacio que ocupa, en realidad, es el vínculo entre todas esas instantáneas que saltan de un año a
otro, de década en década, de siglo a siglo y que incluso nos proponen el juego imposible de viajar un millón de años hacia atrás para observar el mundo cuando casi ni lo era, hace tres mil millones de años; o para echarle una mirada
escéptica a un futuro que huele a distopía, en un hipotético año 3313. Entre medias, transcurre la historia, la de esa habitación elegida, pero también la del nacimiento de Estados Unidos como país y su conversión en la primera potencia mundial. Intentar descifrar las grandes verdades a partir de su reflejo en las pequeñas cosas es siempre un ejercicio balsámico contra la
angustia existencial. Aquí produce esa sensación placentera en el lector, que, hipnotizado, recorre sus páginas buscando vínculos, claves escondidas y pequeños secretos de biografías anónimas. La lectura de sus páginas produce un
letargo reconfortante contra los efectos perniciosos de los años que se nos escapan entre los dedos. McGuire ha conseguido congelar ese tiempo en mil fragmentos de espejo secuencial, que se conectan y redireccionan entre sí.
Como sucedía en la primera versión de Aquí, dentro de cada gran viñeta-marco a doble página se despliegan viñetas más pequeñas; cada una
de ellas con una fecha en la esquina superior izquierda que la sitúa cronológicamente. De este modo, cada página se apoya en microsecuenciaciones internas que rompen el espacio geográfico con su mera presencia y abren nuevas
puertas temporales que conectan esa estancia mítica, ese nuevo Aleph en viñetas, con su pasado y su futuro; con todos los seres que recorrieron y recorrerán el espacio físico que ocupa la habitación.
Que este no es un cómic al uso, no se le escapará ya a ninguno de los lectores que hayan llegado hasta aquí. No sería justo, de hecho, limitar su valía en términos puramente comicográficos: por el modo en que desborda y renueva las convenciones de la narración secuencial, por el uso que
hace de la imagen estática para añadir capas de significado e intenciones descriptivas, a partir de ahora quizás sería más adecuado hablar de «objeto artístico» cuando nos refiramos al libro de McGuire. Por eso, no sorprende que
publicaciones y revistas especializadas en el ámbito literario hayan incluido también a Aquí en su lista de las novelas más importantes publicadas este curso. Suele suceder con las obras llamadas a marcar un punto de inflexión: ni
responden a categorías estancas, ni encajan en moldes prefabricados.
Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que esa novedad que venimos comentando, la ruptura y la modernidad que anuncia Aquí, ya estaban presentes con todos sus rasgos en un pequeño cómic de seis páginas que se publicó hace más de veinticinco años, cuando la eclosión de la «novela gráfica»
ni siquiera se presentía. Es lo que tienen los viajes en el tiempo: los visionarios siempre llegan antes a todos lados.
viernes, diciembre 18, 2015
Chapuzas de amor, de Jaime Hernández. La gran novela chicana, en ABC Color
El fin de semana pasado publicamos en el suplemento cultural del ABC Color de Paraguay una reseña dedicada a Chapuzas de amor, de Jaime Hernandez; un trabajo perturbador y conmovedor a partes iguales. Una obra que se integra dentro de las grandes novelas río que estos dos hermanos están construyendo para la posteridad de la narrativa comicográfica. Chapuzas de amor es una novela gráfica de madurez, aglutinadora y completista; una historia que se disfruta sobremanera si conocemos los referentes que la justifican y el contexto narrativo en el que se integra; pero que también admite una lectura aislada, que será un hallazgo para el afortunado recién llegado. De todo ello hablamos en nuestro artículo "La gran novela chicana".
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
El artículo vino acompañado en el suplemento de un texto contextualizador sobre la obra de los Hernandez Bros, a cargo de Julián Sorel; y, de postre, una interesantísima reflexión sobre "La filosofía de la máscara" en la ficción, de mano de nuestra editora Montserrat Álvarez.
Aquí tienen las planillas de la edición, y nuestro texto extractado justo debajo.
Se
menciona con frecuencia la dificultad de enfrentarse a una obra, la de Jaime y
Beto Hernandez, en la que, como en la vida misma, todo está interrelacionado y
es interdependiente. Durante su carrera como dibujantes de cómics, los dos
hermanos han construido sendos cómics-río al estilo de otros grandes autores
literarios que han hecho pivotar su narrativa alrededor de un espacio
ficcional, eje rector de sus entregas novelescas: el Macondo de Gabriel García
Márquez, el condado de Yoknapatawpha en la obra de Faulkner, la
Comala mágica y trágica de Juan Rulfo o la ciudad de Santa María en algunos
libros de Juan Carlos Onetti. Son, como las llama Luis Mateo Díez, las "geografías
de la imaginación", espacios de ficción que funcionan como microcosmos
de realidad.
Las
historias de Beto Hernandez transcurren en diferentes momentos de la historia
de Palomar, un pueblo de la frontera estadounidense-mexicana, como hay miles;
Jaime Hernandez sitúa a sus "Locas" en el barrio californiano de
Hoppers y luego dentro de un Los Ángeles reconstruido y reinventado. En esos
dos escenarios, tan vívidos y llenos de humanidad, los hermanos Hernandez
despliegan su muestrario de personajes y les hacen vivir a través del tiempo,
en sendas epopeyas fronterizas que, dentro de su componente ficcional
(enloquecido, a veces), transpiran verdad y algunas dosis de biografía propia.
Realismo mágico.
Con
estos datos en mente, enfrentarse a una obra como Chapuzas de amor (como
lo fue hacerlo a Penny
Century en su día), sin haber leído previamente los diferentes
episodios de su serie Locas, puede parecer un ejercicio complejo por la
falta de una narrativa contextualizadora; ya que los personajes de Chapuzas
de amor, son los mismos que habitan en ese gran cómic-río que Jaime ha ido
construyendo a lo largo de su vida artística. Es más, en este cómic, se nos
descubren algunos secretos de las historias biográficas de Maggie, Hopey, Reno
y compañía; se rellenan huecos de información que explican sus reacciones y
comportamientos en diferentes episodios de la saga. Y, pese a todo ello, esta
obra, no necesita contextos, ni referentes para emocionar. Como bien señala una
de las críticas promocionales en la contraportada del libro:
No es necesario haber leído la
historia de los hermanos Hernandez para apreciar la hazaña, pero para los que
lo han hecho, es imposible llegar al final sin derramar gruesos lagrimones. Es
así de bueno, desgarrador e impresionante, todo en su justa medida.
Así
de bueno es Chapuzas de amor, sí, tanto que su lectura conmueve aunque
no conozcas a sus protagonistas, aunque te tires de cabeza in media res
a bucear entre los fragmentos de vida de sus personajes. Tan bueno es que
empuja al lector a querer saber más de las vidas que muestra y le incita a leer
con avidez por primera vez, o a releer con interés renovado, las circunstancias
existenciales que rodean y contextualizan cada uno de los siete episodios que
conforman este libro.
Como
sucede siempre en la obra de Jaime Hernandez, los capítulos de Chapuzas de
amor no están organizados cronológicamente, ni construyen una línea de
relato única. Se trata de siete episodios que esbozan fragmentos de vida,
brochazos biográficos, no tanto de la existencia de un solo personaje (aunque
Maggie sea la principal protagonista de esta historia), sino de toda una
comunidad. Dentro de este uso maestro de la elipsis, la galería de personajes
que ha construido Hernandez en su saga aparece explícita o implícitamente
representada en cada episodio y acontecimiento, sus acciones tienen efectos
inmediatos en la acción directa, pero, al mismo tiempo, funcionan como causas
latentes e influencia de acontecimientos futuros (algunos de los cuales ya
conocemos como lectores quienes hemos leído los volúmenes de Locas).
Interrelación e interdependencia.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
Aunque conozcamos mucho acerca del futuro y el pasado de los protagonistas (casi siempre, más que ellos mismos), es imposible no estremecerse hasta la conmoción con "Browtown", el relato de infancia de la familia Chascarrillo el día que tuvieron que abandonar Huerta (Hoppers), para mudarse a Cadezza (Browntown); es fabuloso el manejo del punto de vista en el episodio seis, "Vuelve a mí"; y cómo no emocionarse con el empleo de la elipsis y el sumario narrativo del episodio final, el que da título al libro, "Chapuzas de amor", para conducirnos hasta el presente de Maggie a partir de brochazos biográficos.
No
hacen falta excusas para embarcarse en la lectura de una obra maestra, pero en
ocasiones un estímulo o acicate es un buen aliado. Si no conocían a Jaime
Hernandez o a su hermano Gilbert (Beto), quizás la publicación este año de Chapuzas
de amor pueda ser ese empujón definitivo que les ayude a sumergirse en una
narrativa gráfica compleja, rica y mágica que supone uno de los momentos
cumbres del cómic moderno. Atrévanse.
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miércoles, noviembre 25, 2015
Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs, en Culturamas
Hace unos días publicábamos un artículo dedicado a Jesse Jacobs en Culturamas. Por sus obras le conoceréis es uno de los cómics más sorprendentes, vanguardistas y reconfortantes de este año. Un tebeo libre y ambicioso en el que Jacobs crea su propio modelo cosmológico y una muy personal cosmogonía de dioses y divertidos personajillos mitológicos. Dentro de esa corriente de autores a medio camino entre el underground, el arte low brow y la devoción por Jack Kirby a los que Santiago García llamó "los primitivos cósmicos", Jacobs es un dibujante con un discurso original y un lenguaje visual barroco y deslumbrante.
Les dejamos, sin más, con nuestro artículo: "Por sus obras le conoceréis, de Jesse Jacobs. Mundos en creación".
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miércoles, noviembre 18, 2015
Fuera [de] Margen: Tranvase y modernidad. Un cómic de Martin Rowson
Este mes hemos tenido el placer de publicar un artículo en una revista que nos encanta: Fuera [de] Margen; que en su edición en español dirige Ana G. Lartitegui. En algunos de sus últimos números, la publicación nos ha sorprendido, por ejemplo, con acercamientos monográficos a temas como "La creación y el medio digital", "La escritura literaria" o "El color". Hace unos meses, sus artífices nos invitaron a participar en un número dedicado a "Las adaptaciones", y a revisar en él un cómic de 2014 que nos sorprendió gratamente por su virtuosismo y originalidad: nos referimos a Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson; la adaptación comicográfica de la novela clásica de Laurence Sterne, del S.XVIII.
El cómic de Rowson es un ejemplo de adaptación compleja, libre, pero respetuosa; radical como la obra de Sterne, pero enriquecida con las tradiciones clásicas de la literatura y del cómic (desde sus orígenes decimonónicos, al underground); un trabajo moderno (posmoderno, más bien), exigente, lleno de guiños y cargado de talento gráfico y narrativo.
Les dejamos aquí los primeros párrafos de nuestro texto, que pueden descargarse completo y ya editado aquí:
Vida y opiniones de Tristram Shandy de Laurence Sterne es una obra inclasificable dentro de la literatura europea, no sólo de su época. Ya a mediados del siglo XVIII anticipó muchos de los rasgos esenciales de la novela moderna y la sensibilidad posmoderna. Su empleo de la metaficción y la hacen de esta novela un trabajo “moderno”, en el sentido más amplio de la palabra. No es extraño, de hecho, que una gran parte de la crítica literaria rechace la idea de lo posmoderno como movimiento contemporáneo, aludiendo a ejemplos como Tristram Shandy, para señalar la existencia de una tradición cultural de la “metaficción” muy anterior a estos nuevos tiempos. Para críticos como Jean Baudrillard, Frederic Jameson o Jürgen Habermas la Posmodernidad no sería sino una fase última de decadencia para unos, de repetición irónica para otros– de la Modernidad.
Dicho esto, ¿cuáles son los rasgos modernos de Tristram Shandy? ¿Qué es lo que une a Laurence Sterne con escritores como Thomas Pynchon, Michael Chabon o Jonathan Lethem?
La lengua inglesa está marcada por una gramática y una sintaxis relativamente simples que incide en los periodos breves, las oraciones simples y un sistema de puntuación dominado por el punto (full stop, period). La gramática que teje las páginas de Vida y opiniones de Tristram Shandy es, sin embargo, ejemplo de todo lo contrario: en la novela abundan las frases inacabables; las subordinaciones encadenadas; el uso obsesivo de la puntuación. El resultado es un ejercicio continuado de digresión en el que las frases nunca terminan de completar las expectativas; y en el que el material explicativo y la información parentética acaban por convertirse en contenido diegético. Lo curioso es que la sintaxis sinuosa y acumulativa de Tristram Shandy no es en realidad otra cosa que un espejo formal de la propia estructura del libro y de su misma materia narrativa...
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miércoles, octubre 28, 2015
Maestros del anime: Miyazaki, sensibilidad y magia (en ABC Color)
Acabamos de publicar en el suplemento cultural de ABC Color un texto largo dedicado a Hayao Miyazaki y su obra. En él, analizamos algunos de los temas y motivos más recurrentes de sus películas y, de alguna manera, intentamos rendir homenaje a un maestro que se jubila después de firmar algunas de las cintas de animación más maravillosas de la historia del cine. El Suplemento completa nuestra aportación con un estupendo texto de Julián Sorel titulado "Sin miedo a volar".
Les dejamos aquí las páginas impresas del artículo, "Hayao Miyazaki, magia y sensibilidad", y el texto correspondiente.
Caja mágica
Una de las peores noticias de los últimos años, en términos puramente artísticos, fue el anuncio de la jubilación de Hayao Miyazaki en 2013. La llegada del director japonés a las pantallas
occidentales en 1997, con el estreno mundial de La Princesa Mononoke, se vivió como un acontecimiento que los espectadores disfrutamos entre la sorpresa entusiasta y la fascinación ante lo desconocido. ¿Se podía hacer eso con dibujos animados? Casi inmediatamente, los grandes festivales y eventos cinematográficos empezaron a hacerse eco de ese nuevo cine de animación japonés que se acercaba a la fantasía con una sensibilidad hasta entonces desconocida. El Studio Ghibli, que el director fundó junto a su amigo Isao Takahata en 1985, se convirtió en una caja mágica de la que regularmente salía una joya de anime
destinada a hacer historia y a hipnotizar a su cada vez más ingente legión de admiradores en el mundo entero.
Además de por su perfección y
pericia técnica, las películas del mago Miyazaki brillan por dos rasgos esenciales:
una imaginación desbordante que le permite crear asombrosos mundos de ficción y
un gusto por el detalle que garantiza la verosimilitud de dichos universos, no
importa cuán fantasiosos lleguen a parecer.
El detalle, el proceso o el gesto
son componentes básicos de las cintas del director japonés. Sus personajes no
se comportan como simples entes animados, sino que responden a pálpitos
humanos. La niña ensoñada que se aburre mientras reposta el hidroavión de Porco
Rosso, sopla a la mosca que se posa sobre el ala, ésta resbala hacia abajo
antes de reemprender el vuelo; el pequeño incidente (anecdótico, trivial y, por
eso mismo, absolutamente realista) saca a la muchacha de su ensoñación.
En la emocionante Mi vecino
Totoro (1988), la niña Mei, en su desesperación ante los negros presagios
comunicados por un telegrama, se aferra a una mazorca de maíz, convertida en
símbolo de su afecto y de sus esperanzas. Abrazada a la panocha, corre, llora y
se pierde en los mundos tenebrosos de sus miedos recién descubiertos. El
espectador asiste conmovido a ese gesto de humanidad, a su desamparo. Vida
animada.
Proceso y detalle
A Hayao Miyazaki siempre le ha
gustado recrearse en los procesos artesanos e industriales o, tan sólo, en las
faenas domésticas. Las construcciones, máquinas e ingenios de sus películas
(sean éstos castillos andantes, fábricas metalúrgicas, hidroaviones, bicis
voladoras o fortalezas defensivas) funcionan porque encierran un diseño y una
elaboración artesanal o mecánica minuciosa. Han sido creados por alguien. Sus
películas no se conforman con el resultado, nos muestran el proceso: en Nausicaä del Valle del Viento
(1984) descubrimos a los habitantes del valle reparando sus molinos de viento,
o revisando sus plantaciones en busca de hongos tóxicos; contemplamos a las
mujeres milanesas diseñando, construyendo y montando las piezas del avión que
pilotará el personaje principal de Porco Rosso (1992); al igual que son mujeres
quienes trabajan en la gigantesca forja de la Ciudad de Hierro en La Princesa
Mononoke; en Mi vecino Totoro, asistimos a la limpieza y restauración
exhaustiva de la casa de campo que va a ocupar la familia protagonista y en Nicky,
la aprendiz de bruja (1989), el pan y las empanadas de arenque se cocinan en
hornos de leña cuyas ascuas vemos preparar antes de la cocción. Y, como
colofón, en su última película, El viento se levanta (2013), Miyazaki ofrece un
recorrido diacrónico por la historia de la ingeniería aeronáutica japonesa con
un lujo de detalles mecánicos y una precisión tecnológica que apabullan al
espectador.
El gusto por el detalle ayuda a
dotar de verosimilitud a las construcciones ficcionales del maestro japonés:
sus texturas presentan una proximidad casi física. El agua de las cintas de
Miyazaki se puede beber, es fresca y apetecible, fluye cristalina por los
arroyos de Mi vecino Totoro o se agita amenazante y tempestuosa en El viaje de
Chihiro (2001). La madera cruje o crepita en El Castillo Ambulante (2004) en
cada vaivén de la ciclópea construcción; el metal rechina con cada martillazo en
las forjas de La Princesa Mononoke y con cada vuelta de tuerca de los mecánicos
que construyen los aviones en El viento se levanta; el polvo revolotea y
adquiere vida a base de escobazos en Mi vecino Totoro, como lo hace la
harina en la tahona de Nicky, la aprendiz de bruja.
Vida animada
El realismo del detalle al
servicio del relato. Miyazaki construye sus ficciones desde un entramado de
realidad en el que la ficción comienza siempre a partir de una chispa que
termina incinerando la historia. Una suerte de realismo mágico nipón. Todos
reconocemos el mundo (en ocasiones gracias a referencias literarias o a la
cuentística popular) que habitan los personajes de Miyazaki: sus ciudades, sus
escenas campestres, sus parajes naturales. Sin embargo, la imaginación del
creador enriquece esos escenarios realistas a base de fantasía: mediante la
recurrencia a criaturas y a fenómenos mágicos que se integran con absoluta
normalidad dentro de ese plano de realidad. Son en muchos casos elementos
deudores de la espiritualidad japonesa: el animismo sintoísta que dota de vida
a la multitud de dioses y espíritus que habitan los universos humanos y
divinos. Sólo el espectador vive instalado en la sorpresa. En los mundos de la
factoría Ghibli, las personas, los animales y los seres mágicos conviven con
absoluta naturalidad, como si habitaran en un melting pot de ensueño.
Esta cohabitación de mundos,
nunca enfrentados, unida a la sensibilidad exquisita de Miyazaki, facilita la
creación de momentos bellísimos: como esa estela de hidroaviones caídos en
combate que asciende hacia el cielo en Porco Rosso; la secuencia de la Princesa
Nausicäa hechizada por la lluvia de esporas tóxicas en la Jungla Tóxica; o las
escenas del Espíritu del Bosque sanando a Ashitaka en el corazón de la espesura
en La Princesa Mononoke. Detrás de la fantasía y la magia, las cintas del
artista japonés encierran una carga simbólica, no siempre trasparente, que
resguarda valores positivos como la amistad o el amor filial, junto a códigos
entroncados con el imaginario espiritual nipón: la memoria de los antepasados y
el culto a los espíritus, el respeto a la naturaleza (el agua y el viento son
omnipresentes en sus películas) y a las criaturas animales frente a la
industrialización urbanita, la búsqueda interior y el ensueño como factores de
superación, etc.
Donde se cocinan los sueños
Pero si hay un tema que
sobrevuela la filmografía de Miyazaki, ese es el de la infancia como espacio de
fantasía, como refugio secreto en el que se cocinan los sueños. Ese es el tema
vertebral de cintas como El viaje de Chihiro, pero se repite de forma más
o menos directa en casi todas sus películas. La infancia es el refugio que nos
salva de los errores de la edad y de la monotonía existencial que encuentra su
caldo de cultivo en las grandes ciudades y en las ocupaciones rutinarias que
realizan los adultos. Por eso, la infancia se asocia normalmente a contextos
rurales y al mundo de la naturaleza, unos escenarios que se cargan de valores
positivos y se refuerzan con el peso del folklore y de los oficios
tradicionales. En estos espacios, Miyazaki crea a su vez otros refugios
habitacionales (el refugio dentro del refugio) en los que sus personajes se
protegen de las amenazas exteriores, lugares que nos remiten a nuestros propios
espacios de cobijo ante el miedo: en ese sentido funcionan la casa en el bosque
de la pintora amiga de Nicky o la acogedora habitación abuhardillada de la
panadería en Nicky, la aprendiz de bruja; o el montón de heno dentro del vagón
en el que ésta se refugia a dormir durante una tormenta, en la misma película.
Los encontramos en todas sus películas, como encontramos en casi todas ellas a
personajes positivos y espirituales que se imponen a la mezquindad y bajezas
humanas, para salvar al mundo del destino que parecen escribir sus propios
habitantes.
Aunque cualquier excusa es buena para repasar su filmografía, ahora que sabemos que no va a volver a hacer más películas (no está aún claro si el Studio Ghibli seguirá los pasos de su fundador), el cine de Hayao Miyazaki se antoja más necesario que nunca: sus historias, cargadas de valores positivos, tienen la extraña cualidad de hacernos sentir mejor con nosotros mismos, las imágenes de sus películas encierran una calidez analgésica y sus construcciones fantásticas son un refugio excelente para esquivar, durante casi dos horas, los peligros de la edad. Ya le echamos de menos.
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