Mostrando entradas con la etiqueta resumen del año. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta resumen del año. Mostrar todas las entradas

lunes, enero 11, 2016

Lo mejor de 2015: quince cómics (más uno) que no deberían perderse

Como cada año, esos Reyes Magos multiculturales y reivindicativos que tan bien nos caen, nos han dejado en el zapato la lista de cómics imperdibles publicados en 2015 en nuestro país. Este curso el inventario tiene tintes inmobiliarios y está sazonado de experimentos visuales, fantasía mutante y una pizquita de reivindicación socio-política. Sin orden ni preferencia, nuestros quince cómics favoritos (más bonus track) del 2015 han sido.
Aquí (Salamandra Graphic), de Richard McGuire: pura vanguardia contemporánea rescatada de 1989. Seguimos con las paradojas en un cómic que a través de un plano fijo y múltiples transiciones espacio-temporales, lleva la secuenciación a su expresión mínima prácticamente sin abandonar una habitación, la que da título al cómic: ese "aquí", que no "ahora". Cuando McGuire publicó su primera versión de Aquí en el volumen 2 del Raw de Art Spiegelman y Françoise Mouly, aquel ejercicio fascinante parecía arte más que cómic (muy en la línea de lo que buscaban sus editores). Era cómic de ciencia-ficción. Ahora, en los tiempos de la novela gráfica, el nuevo Aquí de McGuire, redibujado, coloreado y mucho más redondo y cerrado, lo hemos redescubierto con entusiasmo lectores de cómic, de novela y amantes de la cultura en general. Es un libro que desborda todas las normas de la narrativa secuencial comicográfica y que invita a pasearse con deleite por sus páginas una y otra vez; a buscar conexiones insospechadas y detalles que emergen en cada nueva lectura; o, simplemente, a dejarse maravillar ante el genio de McGuire. Una joya preciosa.
La casa (Norma Editorial), de Daniel Torres: cómic didáctico, libro de historia ilustrado o catálogo animado de arquitectura, lo cierto es que en La casa Daniel Torres se ha embarcado en una labor ciclópea: la de revisar la historia de las viviendas humanas desde el origen de la civilización hasta nuestros días; y lo mejor es que ha salido bien parado de la empresa. En su combinación de diagramas, textos explicativos, apuntes históricos y recreaciones comicográficas de episodios históricos ficcionalizados, La casa se lee con el interés que suscita la narración costumbrista de un ojo atento (que nos recuerda a la mirada limpia y apasionada de Zweig) y la curiosidad con la que se afronta un texto didáctico cargado de historia y anécdotas. Las casi 600 páginas de la obra son un tour de force que lectores curiosos y amantes de la historia sabrán agradecer en su justa medida. Un volumen impresionante (en todos los sentidos).
La casa (Astiberri), de Paco Roca: tres hermanos, la muerte del padre y la vieja casa de campo familiar conforman la materia narrativa sobre la que Paco Roca construye su relato más intimista y personal. La casa es una reflexión, con un fuerte componente autobiográfico, acerca del paso del tiempo, la construcción del recuerdo y las deudas filiales. Paco Roca ha alcanzado una depuración en su narración comicográfica que lo sitúa ya al nivel de los grandes maestros del medio: con una naturalidad pasmosa y una "puesta en escena" casi invisible, el valenciano experimenta con los silencios y con una organización de la página que, gracias a su formato apaisado, facilita el empleo de microsecuencias internas e itinerarios de lectura imprevistos. La casa es una declaración de amor al padre, un relato  emocionante y contagioso que se lee con avidez, pero que deja un poso profundo en nuestro recuerdo.
El mundo a tus pies (Astiberri), de Nadar: había muchos ojos puestos en Nadar después de su aclamada irrupción con esa novela gráfica de vidas cruzadas y mirada social que fue Papel estrujado. El mundo a tus pies ha satisfecho, cuando no superado, todas las expectativas. Hablan muchos ya de crónica generacional y cómic-testimonio de una época y una crisis. A través de los tres relatos que se despliegan en sus páginas, Nadar nos habla de una juventud de la que él forma parte; una generación de jóvenes, más preparados y cualificados que nunca, que se ve abocada a sobrevivir en trabajos de mierda o a huir en estampida de este país, en busca de un futuro incierto, preferible en todo caso a morirse de hambre o seguir viviendo en casa de sus padres hasta los cincuenta. El mundo a tus pies es el espejo de un fracaso, narrado y dibujado con realismo y verosimilitud. Una novela gráfica que duele y que, ahora mismo, respira mucha más verdad que cualquier Telediario.
Rituales (Astiberri), de Álvaro Ortiz: Ortiz ha publicado en este 2015 su obra más redonda (y circular) hasta la fecha. Lo que en un primer instante parece una colección de historias cortas, termina por engarzarse en una red de relatos cruzados que se enhebran gracias a la presencia extravagante de una estatuilla tribal de barro adornada con un gigantesco falo cuya aparición desencadena circunstancias impredecibles para los protagonistas de cada relato: por sus páginas y embrujos pasearán desde estudiantes de bellas artes obsesionados con pisos abandonados, institutrices decimonónicas llenas de lascivia a biógrafos de Caravaggio que se pierden en su propia búsqueda... El de Ortiz es un cómic divertido, lleno de intriga y estupendamente dibujado por un autor que, detrás de su agradable esquematismo caricaturesco, esconde sucios misterios y un inquietante juego de historias cruzadas enhebradas por una maldición muy chunga. Imaginación desbordada la de Rituales.
Chapuzas de amor (La Cúpula), de Jaime Hernández: no hay que leer la gran novela río que Jaime Hernandez lleva más de treinta años construyendo para emocionarse con Chapuzas de amor, es cierto. Sus páginas encierran tanta vida, tanta realidad dialogada y tanta tragedia latente, que incluso el lector desavisado se contagiará de las peripecias de Hopey, Maggie y el resto de la tribu que habita las costas fronterizas de la California mítica y mágica reinventada por el menor de los Hernandez Bros. Chapuzas de amor funciona como tebeo aglutinador y pegamento narrativo de los episodios que han ido dando forma a Locas, la serie que Jaime lleva construyendo desde principios de los años 80. En un juego de saltos temporales, flashbacks y anticipaciones narrativas, en el libro confluyen algunos acontecimientos vitales de Hopey y su familia, que nos ayudarán a entender su existencia como personajes con un pasado, y que nos conducirán hasta su presente como individuos ficcionales cargados de vida. Una pieza más en el puzzle maestro de un maestro del cómic.
Patria (Turner Publicaciones), de Nina Bunjevac: aunque sólo fuera por el puntillismo minucioso influido por la ilustración clásica de su dibujo, ya valdría la pena disfrutar de Patria. Pero si añadimos que en sus páginas Bunjevac narra en primera persona la actividad terrorista de su padre durante los tiempos de la dictadura de Tito, los alicientes se acumulan para empujarnos a recorrer unas páginas repletas de historia, sufrimiento y confesión. Sin sentimentalismos ni nostalgias por los tiempos pasados, Patria se acerca a un territorio espinoso en el que la ética, la geografía y la política tejen un manto capaz de ahogar cualquier experiencia personal o etapa de crecimiento: la vida de Nina Bunjevac y la de su madre y hermanos es tan traumática como excepcional; una de esas existencias únicas que bien merecen ser relatadas y que están esperando a una audiencia de lectores curiosos e inteligentes.
El árabe del futuro: Una juventud en Oriente Medio (1978-1984) (Ediciones Salamandra), de Riad Sattouf: para muchos (paséense por los premios saloneros de este año), el mejor cómic de 2015. Estemos de acuerdo o no, resulta innegable que el señor Sattouf ha firmado una obra mayor (aún por concluir). Repasar la historia trágica del Oriente Próximo de los Sadam Hussein, Muamar el Gadafi y Háfez al-Ásad (con Ronald Reagan de nefasto invitado especial) en clave de humor no es cosa menor, o es cosa mayor, que diría algún intelectual contemporáneo. El árabe del futuro tiene tal cantidad de ideas y gags por página, tanta imaginación en el desarrollo de cada capítulo, que es difícil contener la risa aún cuando en sus páginas se está poniendo el foco sobre algunos de los sucesos políticos más desgraciados del S.XX. Ayuda que, en su particular revisión de su biografía personal y familiar, el autor haya adoptado la mirada del niño, el punto de vista de un chavalín árabe que tuvo la ocurrencia de nacer adornado con unos dorados bucles de angelito. A veces no hay más que contar las cosas como realmente pasaron para seducir a las audiencias; es lo que hace Sattouf con una gracia infinita.
El hombre sin talento (Gallo Nero Ediciones), de Yosiharu Tsuge: el acontecimiento comicográfico del año. Después de muchos intentos, pese a las constantes reticencias por parte de su autor, al fin, Gallo Nero ha conseguido llevarse el “japo” al agua y regalarnos la edición española uno de los trabajos más emblemáticos del genio nipón. El hombre sin talento es un cómic semiautobiográfico en el que Tsuge nos relata sus momentos de dudas como autor de cómics, una ocupación sin futuro ni prestigio incluso en aquel tiempo en el que él llegó a ser un dibujante medianamente apreciado en su país. Antes de aceptar el destino que le convirtió en maestro de maestros, el protagonista de nuestra historia intentó ganarse la vida como comerciante de cámaras viejas reparadas o como vendedor de antigüedades y piedras ornamentales (un “arte” que en Japón se denomina suiseki). El hombre sin talento refiere esos años de penurias y pobreza profunda, una época en la que Tsuge se sintió al borde del precipicio como marido, padre y artista: un hombre sin futuro. Quién se lo iba a decir.
Cómics (1986-1993) (Fulgencio Pimentel), Julie Doucet: no nos olvidemos, esta historia empieza en 1986... La rabia y el bochorno. En los años ochenta y noventa parecía inverosímil que alguien, una mujer, recuperara el testigo autoconfesional de Crumb para desnudarse (literalmente) ante el lector y contarle sus vergüenzas e intimidades más sórdidas. Julie Doucet, casi una adolescente entonces, lo hizo y nos dejó a todos en estado de shock. Por eso, la recopilación ahora de Fulgencio Pimentel en un orgulloso volumen de pastas duras y foto de autora en portada se ha vivido entre sus viejos lectores como todo un acontecimiento (no olvidemos que con Doucet nos movíamos en el terreno de los minicómics autoeditados, el fanzine y las historias cortas desperdigadas en revistas y antologías). Cómics (1986-1993) es un acontecimiento al nivel del del japonés de unas líneas más arriba. Las historias de descubrimiento, desamor, rabia y epifanía de Julie Doucet son una pista para entender el cómic contemporáneo y la novela gráfica; esta mujer es una pionera y merece un respeto, o un homenaje como es este cómic antológico.
Cráneo de Azúcar (Reservoir Books), de Charles Burns: y, al fin, con Cráneo de azúcar, Burns completa su trilogía y cierra el círculo de pesadillas tintinescas, pildoras antidepresivas y flashbacks de adolescencia punk que había comenzado con Tóxico y La colmena. Ya desde su formato de álbum, la trilogía juega al despiste y a la ironía ácida: desde luego, la historia de pesadilla de su protagonista Doug poco tiene que con el género de aventuras que tradicionalmente se asocia al formato francobelga. A partir de una estructura reticulada regular que abunda en cartelas de texto y asociaciones cromáticas, Burns despliega una narración plagada de enigmas, rupturas temporales y líneas de relato paralelas apoyadas en cambios estilísticos, que consiguen desconcertar al lector en cada página. Cráneo de azúcar cierra el círculo y cierra las puertas que se han ido abriendo a lo largo de la serie, pero nos deja con esa semilla de inquietud y desasosiego que los cómic Burns consiguen plantar en nuestra cabeza. Por algo este tipo es uno de los genios del cómic contemporáneo.
Cruzando el bosque (Sapristi Cómic), de Emily Carroll: la joven Emily Carroll tiene el don de los viejos contadores de cuentos. Las historias de Cruzando el bosque encogen el corazón y asustan tanto como debían de hacerlo aquellos primeros cuentos crueles de Andersen, Perrault o los Hermanos Grimm o las viejas murder ballads inglesas; historias destinadas a crear modelos de conducta y a empujar a niños y adultos descarriados por la senda correcta. La diferencia es que, aunque comparta el mismo tono que aquellas, Carroll prefiere hechizar al lector con su fecunda imaginación, en vez de castigarle con didactismos morales. Por lo demás, como en aquellas historias viejas, este libro nos invita a entrar en acogedoras cabañas de madera protegidas por el fuego del hogar, sólo para abandonarnos luego en medio de bosques tenebrosos o palacios habitados por fantasmas y lobos sanguinarios. El dibujo de Emily Carroll también evoca imágenes de otro tiempo, con sus pinceladas sueltas y expresivas, y el uso expresionista del color cargado de intenciones. Cruzando el bosque es una colección de cuentos de los de antes, sí, pero donde Disney puso príncipes azules, hadas y princesas con final feliz, Carroll nos devuelve los monstruos que se esconden debajo de la cama y amenazan con robarnos la infancia.
Por sus obras le conoceréis (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: se propone Jacobs en su cómic una tarea de esas para las que algunos requieren milenios de esfuerzo y proselitismo: completar su propia "biblia", un texto muy poco sagrado que explique la formación del Universo con su peculiar y muy marciana cosmogonía de dioses, bestias mitológicas y aparición de la vida. No es cosa de una semana, desde luego. Para llevar a cabo tamaña empresa, Jacobs se apoya en su fascinante dibujo, un híbrido del underground más clásico, el lowbrow de los Fort Thunder (con Matt Brinkman a la cabeza) y el mitológico imaginario sideral del mítico Jack Kirby. El resultado es una obra cargada de humor e ironía, un trabajo lleno de matices apoyado en un dibujo fecundo, texturizado, y felizmente abigarrado. Alguien debería dejarle a Jacobs reescribir la historia según sus propias reglas.
Lose (DeHaviland Ediciones), de Michel DeForge: DeForge vive en una realidad paralela o, al menos, en sus cómics dibuja una realidad paralela. En las diferentes entregas de su fanzine Lose, lleva ya varios años contándonos historias de hormigas, personajillos deformes e historias de amor adolescente con giros “lynchianos”, pero no ha sido hasta este año cuando DeHaviland lo ha presentado en sociedad en nuestro país, con la edición de un tomo recopilatorio de Lose de algunas de sus mejores relatos cortos (en Estados Unidos la compilación se publicó bajo el título de A Body Beneath). Sin duda es una oportunidad excelente para curiosear en la trayectoria de un artista que, pese a su juventud, ha ido creciendo estilísticamente desde sus primeros trabajos en 2007. Estamos ante uno de esos jóvenes creadores (junto a los Schrauwen, Shaw o Kago) que están reescribiendo desde el presente la Vanguardia Clásica que el cómic nunca tuvo. No pierdan de vista a DeForge, sus naturalezas mutantes y ciudades alienadas merecen la pena de veras.
¡Oh, diabólica ficción! (La Cúpula), de Max: más que un cómic, esta colección de viñetas y reflexiones publicadas en El País, y recopiladas ahora en un único volumen estructurado de forma orgánica, componen un ensayo gráfico sobre el acto creativo y la naturaleza de la obra artística. Con su capacidad para el icono simbólico y la reflexión metadiscursiva, Max nos conduce con humor y mucha ironía por entre los andamios de la construcción literaria y comicográfica; siempre convencional, siempre artificiosa. Nuestra guía será una urraca parlanchina, trasunto de la inspiración y, por tanto, de la voz misma de su creador. A través del discurso del ave (de su elocuencia torrencial) y de sus conversaciones con el lector y con el propio autor, Max nos está en realidad revelando sus procedimientos creativos, sus inquietudes y los secretos que han hecho de él uno de los dibujantes de cómic internacionales más sólidos e inteligentes de las últimas décadas.
Sol Poniente (Edicions de Ponent), de Joaquín López Cruces y Mª Isabel Santisteban: de acuerdo, no es una novedad, pero como joya escondida del cómic español, merece estar en esta lista. De hecho, cuando la editorial Cajal lo publica por vez primera en Almería en 1990 en una edición limitadísima, el libro se convierte casi de inmediato en objeto de coleccionista y material descatalogado. Por eso, hay que agradecerle a Edicions de Ponent que haya recuperado ahora esta historia de exilio, desencanto de postguerra y secretos bohemios. Siempre hemos dicho que Joaquín López Cruces es el último gran romántico del cómic español, su trazo fino, preciso y preciosista, dibuja escenarios perfectos y personajes vivos como una filigrana cargada de detalles y emoción. El guión de Santiesteban revela la historia de un secreto en tres actos, tres relatos que se entrecruzan para contar otra historia, la de la familia Humet, la de sus fantasmas y recuerdos silenciados. Ya era hora de que Sol Poniente dejara de ser también un secreto.

martes, enero 06, 2015

Lo mejor de 2014. Nuestro listón de Reyes

Dicen que es sano cambiar de tradiciones de tanto en cuanto (sobrellevando el grado de esquizofrenia que la propia afirmación implica, suponemos), pero si hay algo de lo que nadie parece dispuesto a prescindir durante estas fechas es de esa mortificante y al mismo tiempo placentera afición de hacer listas que inunda blogs, revistas y canales televisivos cada comienzo de año. No vamos a ser máso menos que otros; así que, otra vez, les regalamos nuestra selección de los mejores cómics de 2014 en riguroso y subjetivo desorden:
Fabricar historias (Reservoir Books-Random House), de Chris Ware: cerrábamos 2012 recomendandoles la edición americana de Building Stories, del maestro Ware, y cerramos este 2014 haciendo lo propio con la inmaculada adaptación al español de la misma. Sin medias tintas, si exceptuamos a Robert Crumb, Ware es probablemente el autor de cómics más importante e influyente del momento. De hecho, más que como dibujante, deberíamos atender a su influencia en el arte, el diseño, la ilustración y la narración comicográfica actual. Del mismo modo, Fabricar historias es mucho más que un cómic o una obra única. La caja de Ware es todo un tratatum comicographicum; una colección de narraciones gráficas en diferentes formatos que, detrás del retrato biográfico y psicológico de la joven coja protagonista, nos permite viajar al futuro del cómic y no enseña algunas de las vías que seguirán futuros autores en la consolidación de la llamada novela gráfica. Objeto artístico y obra maestra.
La Gran Guerra (Reservoir Books – Random House), Joe Sacco: otro cómic que tampoco es un cómic, pero que, en este caso, nos remite a los antecedentes del cómic: a las columnas talladas, los frisos y tapices secuenciados de la Historia del Arte. Joe Sacco, asentado en su papel de dibujante excelso, ha decidido "condensar" todas las atrocidades de la Primera Guerra Mundial en un dibujo-trayecto de más de siete metros, en el que desarrolla los trágicos acontecimientos de la Batalla del Somme. El resultado es un ejercicio fascinante elaborado con una minuciosidad de amanuense: una enorme secuencia dibujada que consigue transmitir el desasosiego de la derrota, al mismo tiempo que funciona como cuadro de costumbres en el mismo frente de las trincheras. Un objeto de colección y un cómic "diferente". 
Cuadernos rusos (Ediciones Salamandra), de Igort: el pasado resuena como una explosión en la obra de Sacco, pero sangra de verdad en la de Igort. Últimamente leemos sus cómics con el estómago encogido. Si ya no era fácil sobreponerse la exhibición de atrocidades estalinistas que relataba en Cuadernos ucranianos con la escrupulosa exactitud del cronista, su trabajo en Cuadernos rusos es todavía más lacerante. Aunque sea tan sólo por la proximidad cronológica de lo que en él se relata. Igort nos acerca a un conflicto muy presente: el que se desarrolla entre Rusia y Ucrania, entre rusos y chechenos, entre la historia soviética y sus repúblicas convalecientes. A partir del asesinato de la periodística y defensora de los derechos humanos Anna Polistkóvskaya, Igort nos empuja hacia las alcantarillas del estado, el dinero y el fundamentalismo. Como quien escribe un diario ilustrado, se nos muestran las torturas y asesinato impunes y se nos "invita" a escuchar sobrecogidos los testimonios en primera persona de las verdaderas víctimas de un conflicto en el que los únicos que parecen sobrevivir son los que cada vez recuerdan menos a seres humanos.
Las guerras silenciosas (Norma Editorial), de Jaime Martín: lo confesamos, de la larguísima nómina de autores que dibujaban en El Víbora, Jaime Martínez fue uno de nuestros favoritos; seguíamos sus aventuras de extrarradio y pillaje en Sangre de Barrio y Los primos del parque con fervor adolescente. Siempre nos pareció que sus historias destilaban honestidad y mucha verdad. Desde hace unos años, Martín ha adoptado un tono más serio y trascendente, pero no ha perdido nunca aquella honestidad que tantas veces sonaba a confesión autobiográfica. Eso sí, cada vez dibuja mejor. Nos gustó su Lo que el viento trae, pero lo ha hecho aún más Las guerras silenciosas. En él, nos relata nada menos que las "batallitas" de la mili de su padre en el norte de África. Batallitas en nada inocentes que se escondían detrás del soterrado y frío conflicto de la disputa colonial entre Marruecos y España (a veces más sangriento de lo que la Historia nos suele recordar). Y al mismo tiempo que "escuchamos" al padre de Jaime Martín contándonos su historia, en un recurso muy "spiegelmaniano", asistimos a la creación de la historia, a la tramoya y el proceso de construcción del cómic, desvelados por el propio Jaime Martín, quien, como personaje de su propio cómic, nos descubre sus dudas, sus conversaciones privadas con los protagonistas reales y las horas de dibujo en la mesa hasta completar Las guerras silenciosas.
Come prima (Ediciones Salamandra), de Alfred: un viaje, dos hermanos y cientos de deudas que saldar. La nueva novela gráfica de Alfred hurga en la historia familiar de unos personajes carcomidos por el pasado y nos deja echarle un vistazo a la caja negra de los hermanos Giovanni y Fabio. Su reencuentro será el punto de partida de un relato que nos invita a reflexionar acerca de las elecciones vitales y las consecuencias que cada nuevo viraje en el camino comporta.Come prima es la historia de un viaje que, como suele suceder, muestra una doble vía, geográfica y psicológica, a la vez que estructura narrativamente el relato. El dibujante francés aprovecha este tránsito para desplegar su eclecticismo gráfico, jugar con la temporalidad del relato y deleitarnos con un empleo poderosamente simbólico del paisaje, en el que es uno de los mejores y más líricos cómics de este 2014.
La entrevista (Ediciones Salamandra), de Manuele Fior: como ya hiciera en Cinco mil kilómetros por segundo, el italiano nos demuestra que lirismo y suspense no están reñidos. Con unos recursos narrativos no muy diferentes de los que hemos mencionado en el cómic de Alfred (uso simbólico del paisaje, variedad gráfica, anisocronías, etc.), Fior construye una historia de ciencia-ficción con comienzo y espíritu costumbristas. Sorprende que un cómic que destaca por la calidad de sus diálogos, lo haga también por su uso maestro de los silencios y las elipsis a la hora de hacer avanzar el relato con inteligencia y naturalidad. Y es que, detrás de su original argumento y de la red de relaciones que conecta a sus personajes, La entrevista es un cómic que invita a una reflexión filosófica comprometida y serena.
Unahistoria (Ediciones Salamandra) de Gipi: cerramos el círculo de las novelas gráficas con poso lírico (y el del catálogo de Salamandra) con la nueva obra maestra de un maestro. Gipi es uno de los narradores avezados de este S. XXI. Su obra está llena de ejemplos en los que el italiano pone a prueba al lector gracias a un manejo innovador del lenguaje comicográfico que, a pesar de la tentadora invitación luminosa de sus acuarelas, no admite la contemplación pasiva. Los cómics de Gipi son exigentes y simbólicos, su uso de la temporalidad es deliberadamente enrevesada y fragmentaria; y la variedad de estilos gráficos que esgrime tiene siempre una razón de ser en el conjunto de cada trabajo. En Unahistoria se nos invita nada menos que a navegar por el interior de la mente de su protagonista: a desenredar la madeja de su pasado y su locura, al mismo tiempo que intentamos entender por qué las guerras de otros tiempos (las de su bisabuelo, por ejemplo) suelen dejar víctimas colaterales incluso muchas décadas después. El nuevo cómic de Gipi es un trabajo preciosista, profundo y conmovedor. Una tentación para lectores atrevidos.
He visto ballenas (Astiberri), de Javier Isusi: seguramente el mayor defecto de He visto ballenas sea la equidistancia (un tanto surbayada y forzada) en su insistencia por igualar el dolor y el peso de las victimas del largo tránsito terrorista generado por la banda asesina ETA. Pero quizás de ese punto de partida, de esa búsqueda de neutralidad, surja también la mayor de las virtudes de la obra de Isusi: la ausencia de juicios morales, a favor de la historia. He visto ballenas es un alegato único y diáfano en contra de la violencia, cualquier tipo de violencia; y es el relato trágico de los efectos de las armas en las víctimas que las sufren. A través de su galería de personajes (miembros de la ETA y el GAL, hijos de asesinados, sicarios, curas, familiares de presos, etc.) y su relación directa o indirecta con el mundo del terrorismo, Isusi construye una historia cargada de emociones y conducida con un pulso narrativo firme y medido. La intrahistoria de esos personajes, su lucha diaria por seguir hacia adelante y superar la carcoma del dolor que no cesa, favorecen un relato clásico, que penetra directo en la epidermis del lector. Una historia de mérito.
Habitaciones íntimas (Bang Ediciones), de Cristina Spanó: evanescente, ligero y delicado, así es este cómic de la italiana Cristina Spanó. Sucede a veces que los detalles y las anécdotas triviales dejan en nuestra biografía una huella más profunda que los grandes gestos o los acontecimientos solemnes. Habitaciones íntimas es la colección de esos pequeños episodios existenciales que modelan de forma trascendente la biografía de su personaje principal, la niña Camilla que al final del cómic ya es mujer. El estilo suelto, modulado y sutil de Spanó, contribuye a dotar a su historia de una atmósfera vaporosa y lírica, que nos sitúa en el territorio intangible de los recuerdos y la imaginación. Lo tonos pastel y las pinceladas sueltas y sinuosas de Habitaciones íntimas además colaboran a crear una atmósfera cargada de nostalgia y recuerdo en la que todos nos encontramos de un modo u otro, y en la que todos participamos con la emoción de nuestra propia experiencia.
Aquel verano (La Cúpula), de Jillian Tamaki y Mariko Tamaki: un padre camina por la noche entre árboles en dirección hacia un casa de campo tenuemente iluminada. Lleva a su hija apaciblemente dormida en brazos. No hay mejor metáfora de la protección, de ese refugio al que todos desearíamos escapar de vez en cuando. Con esa escena se abre Aquel verano, la premiada novela gráfica de las hermanas Tamaki, la historia de un verano en la vida de las niñas Rose y Windy durante sus vacaciones anuales en el bucólico pueblecito de Awago Beach. El verano, otro paraíso perdido que sólo los niños entienden en su plenitud. Viviremos Aquel verano entre chapuzones y juegos infantiles, descubriremos los pequeños secretos de Awago Beach junto a sus protagonistas, y al mismo tiempo sospecharemos con ellas que los años y el tiempo no nos hacen más libres, sino más serios y tristemente solemnes. Jillian y Mariko Tamaki son dos autoras tan sensibles y perceptivas que desde la primera página consiguen sumergir al lector en su historia de pequeñas aventuras estivales y despertar en él sentimientos olvidados que, no obstante, casi todos compartimos. Concluida la lectura, parece imposible que los personajes de Aquel verano no existan de verdad fuera de sus páginas y nos tendrían que convencer con un mapa en la mano de que  Awago Beach no es más que un refugio de ficción. Sólo entonces echaremos una lagrimita de nostalgia reprimida.
Ojo de Halcón 7-12. Pequeños aciertos (Panini Cómics), de Matt Fraction y David Aja: otros que repiten (que deben repetir) entre lo mejor del año; por cortesía de Panini y su segundo tomo recopilatario de unos comic-book llamados a "reinventar" (por enésima vez) la estética/poética superheroica de las grandes editoriales norteamericanas. Matt Fraction tiene la llave del suspense; sus guiones combinan la acción más efervescente con dosis milimetradas de comedia y tragedia. Los diálogos de los personajes están cargados de calle y los escenarios de la acción huelen a pizza, perritos calientes, basura y humedad. ¡Y qué decir de la versión flat design retropop de Ojo de Halcón que ha creado David Aja! Es un prodigio de sincretismo icónico y sofisticación visual y narrativa. Además, en este tomo recopilatorio se incluye el "comic-book del perro", uno de los mejores tebeos de superhéroes que leerán ustedes en años. No se había visto nada igual desde Orwell y su granja o Tolstoi y su caballo: señalética pura y dura para contarnos una historia de héroes desde el punto de vista de un can. Un portento de imaginación y clase en la era post-Ware.
La enciclopedia de la Tierra Temprana (Impedimenta), de Isabel Greenberg: una historia que se lee como los niños oían los cuentos de sus abuelos sentados junto a la lumbre, con la cara iluminada. Greenberg dibuja su cómic como si fuera una orfebre, o una tejedora de tapices, o una ilustradora de otra época. Así, con mimbres entresacados del folclore, de la tradición oral y de la cuentística popular, La enciclopedia de la Tierra Temprana conforma una historia de historias, una cosmogonía de ficción habitada por sus propios dioses y reyes, surcada por desconocidas geografías inhóspitas y al arbitrio de unas leyes que no parecen existir más que en la fantasía caleidoscópica que da forma a sus páginas. El cómic de Greenberg es una pequeña enciclopedia de ficción popular, una colección de cuentos que, a escala, nos muestra la deriva de seres humildes, niños, hombres y mujeres, que intentan luchar contra un destino adverso. Como nos contaban nuestros abuelos.
Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (Impedimenta), de Martin Rowson:  el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, anticipó a mediados del siglo dieciocho algunos de los rasgos esenciales de la novela moderna: la autorreferencia, la ironía, la digresión infinita o el empleo rupturista de la cesura. Fue, como señala el mismo Martin Rowson (convertido en personaje "invitado" de su personal revisión del libro de Sterne), "la primera gran antinovela sobre el acto mismo de escribir una novela". Adaptar al cómic una obra de este calibre era un reto mayúsculo, del que el británico Martin Rowson sale airoso gracias a su extremado ingenio y a su inusual talento gráfico (como también lo hiciera en su día el brillante Michael Winterbottom con la correspondiente adaptación cinematográfica). Rowson recurre a un estillo de dibujo deudor de la ilustración clásica inglesa (Gillray, Cruikshank, Rowlandson) y el underground de los 60, para ilustrar minuciosamente la gestación y nacimiento accidentado del mutilado caballero Tristram Shandy. Como sucede en la obra original, el cómic de Rowson abunda en rupturas narrativas, interrupciones y audacias textuales (y visuales, en este caso), que sorprenden al lector desprevenido a cada paso de un relato que nunca parece llegar a arrancar. Con inteligencia,Vida y opinions de Tristram Shandy, caballero revela conscientemente su naturaleza comicográfica y además de jugar con el metalenguaje, nos remite en no pocos momentos a la historia clásica del cómic universal; en un guiño al mismo tiempo postmoderno y respetuoso con la inclasificable novela original. Un "anticómic" muy exigente, complejo e increíblemente dibujado.
Las Meninas (Astiberri), de Santiago García y Javier Olivares: Santiago García nos cuentan a Velazquez a través de Foucault, a traves de la mirada múltiple, con la palabra redoblada en imágenes, en viñetas. Reflexiones biográficas en torno al genio, a la diferencia entre el oficio y el arte, a la búsqueda de la inspiración. Y para ilustrar la vida y obra del más clásico y genial de nuestros pintores, Las Meninas esgrime el genio del más heterodoxo y vanguardista de nuestros dibujantes, don Javier Olivares, el Murnau del cómic español. Espejos y más espejos. El de García y Olivares es un cómic que se adentra en la Historia del Arte con un sombrero postmoderno de ala ancha y que recurre al cuadro mítico del genio sevillano para hablar en realidad del arte español y de España. Las Meninas se construye como un tapiz de relatos fragmentados (digresiones explicativas, metarrelatos paródicos, autorreferencia y mucha interdiscursividad) que, a base de ironía e inteligencia, consigue pintar un gran cuadro del proceso creativo, de Velazquez y de su huella posterior. Hasta llegar a este cómic que tenemos entre manos.
La técnica del perineo (Diábolo Ediciones), de Ruppert y Mulot: traía este tándem de artistas franceses cierta fama de malditismo. Lo anunciaban los críticos más avezados, sus obras se mueven entre el experimento, el riesgo calculado y la ruptura de esquemas. Su cómic publicado en España durante este curso hace gala de todo ello y nos crea unas expectativas enormes. La técnica del perineo es un estudio acerca de la seducción, la sexualidad y la construcción personal; filtrado todo ello por el papel que las nuevas tecnologías y el arte tienen como motores sociales. En cierto sentido, el cómic de Ruppert y Mulot está conectado con esa idea del sexo como secreto, como puerta misteriosa que abre espacio a riesgos y placeres desconocidos, que el maestro Kubrick ya explorara en la inquietante Eyes Wide Shut. Quizás ha sido ese atrevimiento (temático y narrativo, que no formal) el que haya provocado que el público y la crítica de nuestro país hayan pasado de puntillas por un cómic que hubiera merecido mucha más atención. Lástima. En el riesgo está el placer, dicen. 
Arséne Schrauwen (Fulgencio Pimentel), de Olivier Schrauwen: el cómic más sorprendente, transgresor y vanguardista de este 2014. Olivier Schrauwen utiliza la figura de su abuelo para embarcarnos en un viaje psicodélico e imprevisible por la biografía improbable de su antecesor. Aunque en realidad la peripecia argumental no es sino una excusa estupenda para desplegar todo un catálogo de acrobacias narrativas y experimentaciones comicográficas. El belga nos está acostumbrando al más difícil todavía. Cada uno de sus cómics es un ejemplo más de que no todo está dicho o hecho en el mundo del arte. En los tres tomos que necesitó para desglosar la historia de su abuelo Arsene (de los cuales Fulgencio Pimentel ya ha publicado dos), Olivier Schrauwen reinventa el uso del color, el montaje y las transiciones entre viñetas desde una óptica postmoderna que actualiza instrumentos y técnicas de las vanguardias clásicas (imágenes surrealistas, metáforas desplazadas, efectos cinéticos, giros dadaístas, etc.) para construir su lenguaje. Que nadie lo dude, Arsène Schrauwen es un viaje al futuro del cómic entendido como manifestación artística. Necesario. 
_____________________________________________
(Actualización: 07-abril-2015)

No es de recibo, estamos en ello, pero dejar fuera estos dos cómics era un "crimen":
Mi amigo Dahmer (Astiberri), de Derf Backderf: pocas veces tenemos la ocasión de recibir información acerca de la vida de un asesino de boca de un testigo directo. Derf Backderf fue compañero de clase de "el Carnicero de Milwaukee", cuando éste sólo era un adolescente disfuncional y rarito; es decir, cuando la solución parecía posible, pero nadie hizo nada. Mi amigo Dahmer es un documento pavoroso porque conocemos la historia y las consecuencias que esa dejación colectiva de responsabilidades tuvo en la vida de Jeffrey Dahmer y sus muchas víctimas. Backderf emplea el dibujo underground que tan en boga estaba en los años en que se desarrolla la historia, para completar un relato desasosegante y terrorífico que, literalmente, nos describe el nacimiento de un monstruo.
Yo, asesino (Norma Editorial), de Antonio Altarriba y Keko: más violencia, más asesinatos sangrientos, pero con una coartada radicalmente diferente. Altarriba y Keko nos regalan una de las reflexiones más certeras de los últimos tiempos acerca de la violencia, el dolor y su reflejo en el arte. En el fondo, la historia del profesor de Estética del Arte que elige a sus víctimas al azar y las asesina con la ceremoniosa minuciosidad del artista que prepara su lienzo, puede leerse igualmente como una crítica contra la violencia sistemática y organizada de instituciones sociales, políticas y fuerzas de seguridad contra el ciudadano de a pie. Pero, al mismo tiempo, Yo, asesino funcionaría también como desahogo autoral, una lúcida reflexión acerca de la impostura del arte contemporáneo y la inoperancia de los organismos educativos y culturales en nuestro país. Más allá de otros paralelismos obvios, no es casual el parecido físico del catedrático protagonista, Enrique Rodríguez Ramírez, con el propio Antonio Altarriba; gracias todo ello a un Keko que, con su trazo minucioso y su maestría en el uso del claroscuro, parece en permanente estado de gracia.

martes, enero 07, 2014

Lo mejor de 2013: ¡Qué cosecha la de aquel año!

Por una de esas paradojas cruzadas, el desastroso 2013 ha sido un gran año para el cómic en nuestro país y, parece, fuera de él. En 2013 lloramos por la insultante estulticia de nuestros gobernantes, por la manipulación de los órganos de justicia, por el desmantelamiento del estado del bienestar, por la codicia infinita de financieros y grandes empresarios, por la humillación constante que sufre el más débil; y, al mismo tiempo, aplaudimos las imaginativas y valerosas reacciones sociales ante las injusticias, la creatividad en ebullición que se percibe en plataformas, colectivos culturales y editoriales, el evidente florecimiento de la respuesta crítica que se proyecta en todo tipo de manifestaciones artísticas y, lo que más interesa para este blog, aplaudimos la publicación regular de muchos buenos tebeos internacionales y muchos, de verdad, grandes tebeos nacionales.
No ha sido fácil, pero en nuestra selección de lo mejor del año han entrado (sin orden de preferencia): 

Los surcos del azar (Astiberri), de Paco Roca: el mejor cómic de Paco Roca, lo cual ya es decir mucho. Un trabajo fabuloso. Los surcos del azar recrea la historia de la División 9, los héroes antifranquistas que participaron en la liberación europea de las tropas nazis, y lo hace con una fidelidad exhaustiva a la Historia y con un respeto encomiable a las historias de sus protagonistas; en particular a la de Miguel Ruiz (alias Miguel Campos), su narrador en segunda instancia. Roca nos demuestra, una vez más, que es uno de los mejores narradores de nuestro país, y pone su talento al servicio de una historia olvidada: resulta paradójico que, sistemáticamente, busquemos consuelo anestésico en los héroes de ficción y nos olvidemos de los verdaderos protagonistas de nuestro pasado. Es sonrojante que, en estos tiempos turbios que nos toca vivir, hasta el análisis de nuestra Historia reciente parezca bajo sospecha, velado por la mugre revisionista de un franquismo que no estamos seguros de haber superado. El cómic de Roca nos devuelve un poco de dignidad y se erige en otro homenaje a una memoria histórica de la que muchos aún huyen como de la (su) propia peste. Los surcos de azar es ya una obra imprescindible de cómic español.

Grandes preguntas (Fulgencio Pimentel/Sins Entido), de Anders Nilsen: otra obra colosal (y no sólo por su tamaño). Dicen que lo más profundo o lo más sublime se condensa en una gota de agua. Y en una bandada de pájaros, parece añadir Nilsen. La del americano es una fábula contemporánea que cuestiona la naturaleza humana y el sentido último de la existencia a partir de las reflexiones y vivencias de unos cuantos pequeños pinzones. Así, a través del viejo recurso de la personificación, asistimos a una revisión de las convenciones sociales y a un cuestionamiento de nuestros valores éticos y morales desde la mirada ornitológica de nuestros pequeños protagonistas y la del resto de personajes animales que habitan las páginas de este cómic (que su autor publicó por entregas a lo largo de más de quince años). Curiosamente, las lecciones más importantes que aprendemos en Grandes preguntas, las pocas respuestas que parecen esbozarse, tienen poco que ver con el factor humano, y nos sitúan en un estadio mucho más importante: el hecho de estar vivos.

Nela (Astiberri), de Rayco Pulido: como diría alguno de nuestros muy galdosianos dirigentes decimonónicos, Rayco Pulido ha hecho una adaptación del Marianela de Benito Pérez Galdós como Dios manda. En este caso la expresión define la habilidad del artista canario a la hora de adaptar la obra literaria de Galdós al lenguaje del cómic evitando "literariedades" innecesarias y haciendo gala de toda una batería de recursos imaginativos y muy eficaces. Pulido ya nos había mostrado su vena más experimental en la muy estimable y postmoderna Sin título. 2008-2011; todavía sorprende más que, en su búsqueda de un lenguaje propio, el autor haya logrado modernizar el folletín decimonónico, sin perder un ápice de la emoción y la sensibilidad galdosianos. Bien por Rayco.

Todo y nada (Fulgencio Pimentel), de Sammy Harkham: Harkham tiene una sensibilidad máxima. Una habilidad especial para desentrañar los pequeños detalles significativos que se esconden detrás de la existencia ordinaria; sus historias se pueblan de gestos, despechos y sonrisas de medio lado que tienen mucho más sentido que un acto heroico, un insulto abrupto o una carcajada franca. Todo y nada es la recopilación de muchas de esas historias que Arkham ha estado publicando esporádicamente a lo largo de los últimos años. La recopilación encierra algunos relatos soberbios y muchos instantes de genialidad verdadera (desde el Napoleón inicial a las desarmantes monotonías veraniegas de la adolescente Iris en Somersault). Seguimos prefiriendo la edición no remontada de Pobre marinero, pero tener aquí tanto de Harkham y tanto bueno es un triunfo.

Hawkeye (Panini), de Matt Fraction y David Aja: siendo de los que no encontramos demasiadas alegrías en las franquicias superheroicas, el placer es doblemente intenso cuando uno se topa con un trabajo tan original y divertido como este Hawkeye. La apuesta de Fraction y Aja es arriesgada: las aventuras de paisano del menos glamuroso de los vengadores, Clint Barton (alias Ojo de Halcón), así, a ras de suelo, el día a día de un héroe en su bloque de vecinos. Envido. Si, además, como sucede, los guiones de Fraction están cargados de frescura, humor, inteligencia y referencias a la modernidad, y David Aja se revela, con su minimalismo-pop, como un nuevo referente para los tebeos de superhéroes (su dibujo es la verdadera actualización iOS7 de Los Vengadores tradicionales), el éxito está garantizado. Órdago a la grande.

La Hermandad de Historietistas del Gran Norte (Sins Entido)de Seth: ¿es posible realizar un cómic puramente descriptivo? Gregory Gallant, alias Seth, se empeña en demostrarnos que sí, sobre todo si el detalle se filtra a través de la mirada irónica y la recreación paródica. La Hermandad de Historietistas del Gran Norte sigue la misma línea de historiografía bufa que ya observáramos en Wimbledon Green, aunque supera en lirismo y ensoñación a ésta última. Seth nos regala una visita turística por el escenario ficticio de un club de dibujantes de cómic y, a través de su irónica mirada subjetiva, nos conduce por las diferentes estancias del local mientras desgrana su historia y la de sus miembros. Así, con paso firme y mucha guasa, a partir de su tramoya de cartón piedra este cómic invita, a partir de la metarreferencia, a la reflexión acerca de la historia del cómic y el papel de sus creadores.

Playground (Ediciones Valientes), de Berliac: un tebeo pequeño de una pequeña editorial independiente, pero un gran cómic. El más experimental de nuestra lista, sin duda. Playground juega sobre la "falsa" premisa de una biografía, la del director norteamericano John Cassavetes, para desarrollar, en realidad, un ensayo acerca del lenguaje del cómic y la naturaleza de la narración secuencial fílmica por comparación con la comicográfica. De este modo, la forma y el contenido de Playground confluyen en un ensayo autorreferencial tan complejo, inspirador o libre como el mismo cine de Cassavetes; cuya vida y obra inspiran sus páginas.

La propiedad (Sins Entido), de Rutu Modan: la israelí se ha hecho de rogar, pero la espera ha merecido la pena. La historia de la anciana que regresa, junto a su nieta, a la Varsovia que tuvo que abandonar a causa de la invasión Nazi, para arreglar unos viejos asuntos inmobiliarios, es el punto de partida de una aventura que mezcla reflexiones históricas, costumbrismo judío e incluso ciertas dosis de intriga. La propiedad es un thriller de andar por casa, un cómic entretenido y muy bien dibujado que nos habla del peso de la memoria, de la restitución, el perdón y las viejas deudas que nunca llegan a cobrarse del todo.

Beowulf (Astiberri), de Santiago García y David Rubín: épica en estado puro. Santiago García y David Rubín adaptan al cómic uno de los textos clásicos de la literatura inglesa, el viejo poema anglosajón que narra la lucha del héroe Beowulf contra la bestia Grendell, y lo hacen sin regatear ninguna de las dificultades o requerimientos que demanda tamaña empresa. Así, este nuevo Beowulf se revela como un fantástico espectáculo visual, apoyado en una secuenciación audaz y dinámica, que hace honor a las gestas de su protagonista, pero que, al mismo tiempo, plantea profundas reflexiones acerca del paso del tiempo, la condición humana del héroe y la mezcla peligrosa que conforman la política y el poder.

La infancia de Alan (Sins Entido), de Emmanuel Guibert: Guibert nos tiene ganados de antemano. No hace un cómic malo. La infancia de Alan es muy bueno, de hecho. El francés continúa completando la biografía de su personaje (que conocimos en La guerra de Alan) con un detallismo y una verosimilitud exhaustivos. El personaje de Alan está basado en un excombatiente norteamericano que Guibert conoció en la isla de Ré y con el que entabló una amistad estrecha. La infancia de Alan desgrana diferentes episodios y anécdotas significativas de la niñez de su protagonista, y su autor consigue nada menos que insuflar vida auténtica a su creación ficcional. El lector se sumerge en el itinerario apasionante de la vida de Alan y, a lo largo de sus páginas, asiste admirado al minucioso despliegue de realismo gráfico de un autor enormemente dotado para la escritura y el dibujo.

Fénix (Planeta DeAgostini), de Osamu Tezuka: no es una novedad (bonus-track), de acuerdo, pero sí la primera vez que se recopila como merece la obra de toda una vida de uno de los grandes del cómic. Tezuka trabajó durante décadas en esta fantasía diacrónica que recorre la historia del hombre a la estela del vuelo inmortal del Fénix, el pájaro eterno que, como ha hecho el ser humano a lo largo de la Historia, parece renacer una y otra vez de sus propia cenizas. En casi todos los trabajos de "El Padre del Manga" encontramos trazos de su magisterio comicográfico, pero en ninguno como en Fénix se condensan con tanta claridad todas sus virtudes y la influencia universal de su obra: la fluidez y expresividad de su dibujo, su habilidad inigualable para la creación de secuencias y montajes de página novedosos o el sentido del espectáculo que demuestra en la elección y el desarrollo de sus historias-río corales se pueden disfrutar ahora con la continuidad que merecen gracias a la recopilación de Planeta.
A ver si, efectivamente, la reedición de este Fénix simboliza de algún modo nuestra entrada en el 2014. Salud.